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Música y Libros

Viaje al mundo de la mente inconsciente que gobierna al ser humano

“Tenemos menos control del que creíamos, pero eso no significa que no tengamos ningún control”.

“Tenemos menos control del que creíamos, pero eso no significa que no tengamos ningún control”.

Foto:123rf

El psicólogo estadounidense John Bargh habla de su libro ¿Por qué hacemos lo que hacemos?.

Carlos Restrepo
Alguien que compra de más en el supermercado o vota por un político conservador tras años de votar por la centroizquierda asegurará que ambas fueron decisiones propias y perfectamente conscientes. No considerará que sus compras excesivas estuvieron influenciadas por la música triste que sonaba en el supermercado, que lo incitó a querer “cambiar de estado”. Tampoco, que el nacimiento reciente de su hijo aumentó su necesidad de seguridad y, por ende, modificó sus convicciones políticas por unas menos progresistas.
La idea de que las decisiones que tomamos no dependen enteramente de nosotros puede resultar aterradora. La consciencia y la libertad son “nuestros superpoderes”, aquellos que nos distinguen del resto de animales. Como dijo el fraile Pico della Mirandola en el siglo XV: “La criatura humana es la única capaz de avistar un destino y perseguirlo”. Pero ¿y qué pasa si la elección de ese destino está mediada por el inconsciente?
Esa es la pregunta incómoda que ha dirigido la carrera de John Bargh, psicólogo social de la Universidad de Yale (Estados Unidos), quien durante más de tres décadas ha estudiado la influencia del inconsciente en la conducta y opiniones de las personas: “Los límites de nuestro libre albedrío”, como él los llama. Y este año publica su primer libro de divulgación al respecto: ¿Por qué hacemos lo que hacemos? El poder del inconsciente.
Bargh, miembro electo de la Academia Estadounidense de Artes y Letras, y autor de múltiples trabajos académicos sobre el poder del inconsciente, es además fundador del laboratorio Automatismo en Cognición, Motivación y Evaluación (Acme), de Yale. El nombre, contrario a su objeto de estudio, es totalmente consciente: “En cierto modo, el Correcaminos (un famoso dibujo animado donde todo llevaba la marca Acme) es nuestra mente inconsciente, veloz y más inteligente de lo que pensamos, mientras que el Coyote es nuestra mente consciente, maquinadora y no tan inteligente como creemos”. La visión de Bargh no es conductista ni busca negar la consciencia de las personas, sino una mejor comprensión de esta, a partir de explorar los alcances del pensamiento inconsciente. Su premisa es que, en todo momento, la mente está influenciada por el pasado, la memoria genética y las experiencias previas; por el presente, las respuestas instintivas al entorno, y por el futuro, las motivaciones y deseos que hacen que nos enfoquemos en ciertas cosas y dejemos otras de lado. A juicio del psicólogo, el estudio de estos procesos que afectan el comportamiento no es una claudicación de la autonomía, sino un reconocimiento de nuestras limitaciones para aumentar ese libre albedrío.
Si entendemos el poder del inconsciente sobre nuestras decisiones, ¿es posible que perdamos interés en la vida?
La conclusión a la que he llegado durante mi investigación es que esos procesos inconscientes de nuestra mente son tan nuestros como los conscientes. No es como si fuéramos controlados por fuerzas ajenas que no reflejan nuestros valores y objetivos, como máquinas sin voluntad. Por ejemplo, algunas veces esas influencias del exterior solo aplican para personas que de antemano tienen una meta o motivación particular. Los estudios en supermercados indican que cuando vemos palabras referentes a ‘dieta’ o ‘comida saludable’, estas influencian más las personas con sobrepeso que han tomado la decisión de actuar sobre este problema. Es decir, la etiqueta dietética solo los influencia a hacer cosas que inconscientemente ellos ya querían hacer. En realidad, creo que estas influencias son impulsos para que hagamos aquello que deseamos.
¿Qué piensa su esposa acerca de su investigación de las causas inconscientes de decisiones como la elección de pareja?
(Se ríe) En el libro planteo la pregunta de cuándo podemos confiar en nuestras intuiciones. En mi caso, confié en mi intuición cuando conocí a mi esposa. Fue en Indiana, en 2012. Mi hija pequeña y yo estábamos en un viaje por Navidad y paramos en un McDonald’s. Había un niño llorando y ella, que tenía 6 años, le dio el juguete de su cajita feliz. Luego de eso, la que sería mi esposa se acercó y la felicitó por lo que hizo. Me gustó que valorara el gesto de mi hija y fuera suficientemente amable para acercarse y decírselo, siendo una extraña. Esa acción me bastó para formarme una idea favorable de ella. La cuestión es que somos muy buenos juzgando a las otras personas si logramos ver aunque sea un poco de cómo se comportan, pues con los años adquirimos una especie de ‘radar social’ inconsciente que nos ayuda a desenvolvernos. Pero esto es algo que no pasa si solo vemos una imagen estática como una fotografía; en ese caso, las intuiciones se guían más por los prejuicios.
En el libro, usted dice que el principal deber del inconsciente es mantenernos a salvo, con vida. ¿Cómo funciona el inconsciente de un suicida?
Quienes se suicidan usualmente deben sobreponerse al miedo instintivo a herirse a sí mismos. Lo que creo que sucede en ese caso es que en realidad, estás asesinando a aquel quien no quieres ser, por lo que los instintos usuales de autoprotección ya no aplican. Es un caso excepcional. En circunstancias normales, la principal labor del inconsciente es mantenernos con vida. Por eso, si estamos dentro de una casa que se está incendiando y debemos tomar nuestro hijo en brazos y salir corriendo desnudos a la calle, lo haremos sin dudarlo, movidos por el inconsciente.
¿Cómo cree que pueden cambiar los estudios acerca del inconsciente con avances tecnológicos como la inteligencia artificial?
Los avances en robots y personas artificiales son muy interesantes. Están haciendo cosas como tratando de lograr que, como nosotros, imiten naturalmente el lenguaje corporal de la persona con quien están hablando. Y las personas están respondiendo, por esas influencias inconscientes de empatía que genera la mímica, y viendo estos robots como algo cada vez más cercano, cada vez más humano. Bien, por supuesto, todo es inconsciente en un robot, pero, sabes, al desarrollar sus procesos inconscientes para responder a las situaciones, los estás haciendo más humanos, más similares a como realmente somos. Nuestra consciencia no viene de un lugar mágico o especial, sino de nosotros mismos. Nuestras decisiones conscientes se nutren del pasado genético y de las experiencias vividas que se alojan en el inconsciente, pero a la vez, a través de nuestras decisiones o deseos estamos alimentando y modificando esas operaciones inconscientes; es un ciclo. Y pienso que en ese sentido no somos tan diferentes a una inteligencia artificial sofisticada. Si esta tiene motivaciones y respuestas similares, creo que podría ser incluso más humana que nosotros. Solo que no estoy seguro de si es lo que buscan los desarrolladores de inteligencia artificial. Creo que quieren crear formas superiores de razonamiento, pero sin los problemas de los humanos.
Teniendo en cuenta el principio de imitación que nos lleva a hacer aquello que vemos, ¿qué piensa de los videojuegos violentos?
Importantes investigadores al respecto, como Brad Bushman, en Ohio, han dicho que si bien estos juegos violentos no causan que todos los niños se vuelvan violentos, sí tienen algún efecto en niños vulnerables o con predisposición a creer que la violencia es buena o está justificada. En Estados Unidos, durante muchos años hemos tenido horribles tiroteos masivos. Hubo uno, hace diez años en Virginia Tech University, en el que quien disparaba fue tan eficiente que asesinó a unas 40 personas de un salón usando solo 42 balas. ¿Cómo pudo ser tan preciso? Pues resulta que había jugado todos los juegos posibles que incluían disparos antes de tomar un arma real.
¿Afectan las redes sociales este carácter del inconsciente en muchas de nuestras decisiones?
Si estamos conectados a una escala mucho mayor, significa que también somos más vulnerables al contagio inconsciente de ciertas actitudes. Estudios con redes sociales muestran que somos afectados por lo que dicen y hacen las personas en Facebook, por ejemplo, incluso aquellas que no conocemos, que están a dos o tres conocidos de distancia. Nos afectan a través del efecto que tienen en las personas que sí conocemos. Como una red, precisamente. Esto puede hacer que se acentúen ciertas pulsiones inconscientes, como las supremacistas, pues escuchamos y seguimos a quienes dicen aquello en lo que creemos o que queremos oír. Así que, paradójicamente, se hace muy difícil hablar con alguien distinto.
¿La xenofobia proviene del inconsciente?
Desafortunadamente, los pensamientos que enfrentan un grupo contra otro –mi país contra el tuyo, mi color contra el tuyo, mi género contra el tuyo– han sido nociones naturales a lo largo de la evolución. Por millones de años, la constante ha sido la lucha entre una tribu y otra, y estas emociones de rabia nos han ayudado a luchar y a sobrevivir. Aunque vivimos en una sociedad moderna, estas predisposiciones se mantienen. Creo que ahora sabemos que considerar que otra raza u otro país son inferiores son pensamientos destructivos e injustos. Lo sabemos intelectualmente, pero estas nociones siguen ahí dentro porque provienen de millones de años de evolución y no podemos librarnos de ellas tan fácilmente. Confiamos demasiado en esa rabia hacia quien es distinto, tanto que la justificamos. Nos decimos: ‘Debe haber una buena razón para que no me guste esta persona, probablemente sea un criminal o alguien que va a tratar de herirme, de robarme, de tomar mi empleo’. Y, por esa razón, se ha demostrado que es más fácil hacer que una persona progresista se vuelva conservadora, incentivando su miedo inconsciente, que lo contrario.
¿Cree que algunos fenómenos políticos actuales se deben a la manipulación de esas pulsiones inconscientes?
Sí. De hecho, Karl Popper, el filósofo de la ciencia que como judío debió escapar de Austria durante la Segunda Guerra Mundial, escribió este maravilloso libro titulado La sociedad abierta y sus enemigos. En él dice que por años, nuestro sistema político ha estado basado en la disputa entre tribus y que la democracia es una cosa nueva, pequeña y frágil, algo que solo ha estado durante un pestañeo en la historia humana, y es muy fácil para nosotros caer de nuevo en la mentalidad de confrontación. Es una idea totalmente vigente hoy. Ya en el siglo XX, Hannah Arendt advirtió, y no quisimos oír, que los horrores del holocausto también podían pasar en Estados Unidos; en cualquier lugar, si se dan las circunstancias y ciertas fuerzas lo incitan. Por ejemplo, en la última campaña presidencial, Donald Trump calificó habitualmente a sus rivales políticos como “asquerosos”. Las sensaciones que eso activa están relacionadas con el inconsciente, pues además de la seguridad física estamos programados para evitar las enfermedades y los gérmenes. En Acme hemos demostrado que activar pensamientos sobre la enfermedad y la suciedad incentiva actitudes racistas y xenófobas. Y este tipo de discursos, esas fuerzas incitadoras han estado en este país durante las últimas tres o cuatro décadas, no solo con Trump.
¿Qué busca con su libro?
Creo que es importante que estemos hablando de nuestro inconsciente. Hacia el final del libro trato de decirle a la gente que ese saber puede ser usado positivamente:no tienes por qué ser afectado por el inconsciente sin hacer algo al respecto. El hecho de que existan influencias sobre nosotros que no percibimos solo significa que tenemos menos control del que creíamos, no que no tengamos ningún control.
JUAN MANUEL FLÓREZ ARIAS
PARA EL TIEMPO
@juanduermevela
Carlos Restrepo
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