Cuenta Rob Riemen (Países Bajos, 1962) en ‘Para combatir’ esta era que en 1940, en plena guerra mundial, Thomas Mann, quien había escapado de la Alemania nazi, dio una conferencia en Los Ángeles. “Déjenme decirles la verdad –advirtió entonces el autor de ‘La montaña mágica’–. Si alguna vez el fascismo llega a Estados Unidos, lo hará en nombre de la libertad”.
El fascismo, escribe citando una declaración de Camus y Mann fechada en 1947, “es un fenómeno político que no ha desaparecido con el fin de la guerra y que pervive como la politización de la mentalidad del rencoroso hombre-masa. Es una forma de política empleada por los demagogos, cuyo único móvil es la ejecución y ampliación de su poder, para lo cual explotarán el resentimiento, señalarán chivos expiatorios, incitarán al odio, esconderán un vacío intelectual debajo de eslóganes e insultos estridentes y con su populismo convertirán el oportunismo político en una forma de arte”.
Director del Instituto Nexus, con sede en la ciudad holandesa de Breda, Riemen es un filósofo y teólogo que cree que el fascismo es un virus que debemos mantener a raya mediante la sabiduría contenida en las humanidades.
Su libro es, además de una diatriba, una invitación a leer a los clásicos de la filosofía y la literatura e incluso un viaje en busca de la princesa Europa y su ideal de civilización. “Estoy muy sorprendido por el interés que ha suscitado”, confiesa.
Cuando se habla de fascismo, se piensa en Hitler y Mussolini. ¿Cómo debemos entenderlo hoy?
Bueno, no debemos olvidar a Franco, Pinochet y Videla. Es muy importante entender las razones por las cuales la gente no quiere oír sobre el regreso del fascismo y prefiere llamarlo populismo. Si hablamos de Hitler y Mussolini, pensaremos en monstruos responsables de cosas terribles, pero si vamos más atrás nos daremos cuenta de que Hitler fue un político muy respetado, anfitrión de las Olimpiadas; de que Mussolini fue aplaudido en Estados Unidos y de que el fascismo fue un fenómeno aceptado en Inglaterra. La mayoría de Francia fue fascista. Literalmente, el fascismo era un fenómeno muy popular. Cuando hablo del retorno del fascismo no me estoy refiriendo al retorno del nazismo. Ya en 1947, Camus y Mann advertían sobre el error de creer que el fascismo había desaparecido. Por eso cito en mi libro la obra de Camus, porque los años pasan, pero la peste puede volver.
Al parecer, olvidamos que nuestra democracia es de masas...
Una verdad evidente es que las cosas que importan en la vida no están dadas de por sí. Si alguien te ama, no puedes garantizar que ese amor durará para siempre. El amor, la amistad, la salud no están dados de por sí. Hay que cuidarlos, hay que trabajar por ellos. Lo mismo puede decirse de la libertad y la democracia.
Estamos tratando con el mundo de los valores espirituales, y estos requieren de un entendimiento constante. Ser libres implica responsabilidades. Somos responsables de nuestra vida, de nuestras decisiones, y es nuestra obligación tratar de ser buenos seres humanos. No es fácil. Igual con la democracia.
La democracia, como lo refiere Platón en ‘La República’, puede suicidarse. Cuando la gente comienza a malentender la libertad, a tomar licencias, puede venir una tiranía, puede aparecer la figura del caudillo, lo opuesto a la democracia.
Ortega y Gasset fue uno de los primeros en describir, junto con Hermann Broch, la paradoja de la democracia: preferimos ser felices a ser libres, como dejó claro Dostoievski. Todo el mundo quiere ser feliz, todo tiene que ser bonito, ‘cool’, fácil, sexi, olvidándonos de los fundamentos. En vez de vivir los valores morales, vivimos la vida de los deseos.
En la sociedad de masas, donde las personas ya no son seres humanos, la sociedad está guiada por deseos, miedos, odios, sufrimientos. Más emociones, más juegos, más entretenimiento.
Pero ahora la sociedad está siendo golpeada por la crisis: no podemos tener todas estas cosas, un auto nuevo o lo que sea. Hasta que llega un nuevo mesías y nos dice: “Eso que te está pasando es ocasionado por esos judíos, esos mexicanos, esos negros. Hay que regresarlos al lugar de donde vinieron y todo volverá a estar bien”.
Es lo que está pasando en Rusia, Hungría, Estados Unidos y en todas partes. Este proceso siempre concluye en una sociedad fascista. Así que lo primero que tenemos que hacer es luchar contra la negación de que no hay fascismo, sino solo populismo. Tenemos que reconocer el hecho de que no estamos viviendo en democracia.
¿No vivimos en democracia?
Vivimos en una democracia de masas, pero los poderes de propaganda, los comerciales y los financieros son los verdaderos poderes. Y la clase política maniobra para beneficiarse. De aquí proviene la corrupción.
Hay que mantener la política separada de la religión. La política no es una religión y no hay lugar para mesías
¿Cuál es la diferencia entre fascismo y populismo?
En Estados Unidos, Bernie Sanders y Donald Trump fueron llamados populistas. Diría que Trump es un fascista y Sanders, algo populista. Tenemos que entender que la política es un arte. ¿Roosevelt y Churchill fueron santos? No. ¿Cometieron errores graves? Sí. Pero lograron que las cosas se hicieran.
Mi problema con los populistas es que mucho de su atractivo está ligado a que se presentan como redentores. Así es como Chávez se presentó. Lo mismo Maduro y Castro. Se hicieron pasar por figuras religiosas. Por favor, mantengamos separada la política de la religión, ya que si no lo hacemos estaremos suscribiendo un desastre. La política no es una religión y no hay lugar para mesías. Jesucristo no persiguió un fin político. “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, dijo.
¿Trump es un fascista?
Sí, tiene todas las características. Se presenta como alguien que no forma parte del mundo de la política y nos va a salvar; apela a los peores instintos: explota el odio. Es el mayor mentiroso profesional de los tiempos recientes. El arte de mentir es esencial en toda forma de fascismo. Él necesita de chivos expiatorios. No tiene ideas sobre Estados Unidos. Los peores fascistas en la Casa Blanca, el fascista judío y el fascista católico, están o estuvieron allí: Stephen Miller y Steve Bannon (este renunció hace unos días). Ellos son las mentes maestras.
¿Esto ocurre también en su país?
Antes que Trump, en Holanda apareció Geert Wilders, un fascista clásico. La clase política holandesa lo señala como populista, pero todos estos políticos de nuestros días son populistas. Miremos el Senado de EE. UU. Nadie tiene ideas. Infortunadamente, nuestras democracias se han convertido en instrumentos para gente mediocre. No leen libros. No pueden escribirlos. Y debido a ciertas maniobras se convierten en presidentes o ministros. No se trata necesariamente de malas personas, pero sí de gente muy mediocre. Ven las noticias, leen una página o dos del periódico, pero nunca ningún suplemento, de manera que no leerán esta entrevista, y actúan siguiendo el criterio de cómo pueden mantener su posición de poder. Hermann Broch escribió sobre esto en ‘Los sonámbulos’.
¿Por qué parece que la democracia social está desapareciendo?
Porque la izquierda abandonó sus ideas y, estúpidamente, abrazó el posmodernismo. Hasta la academia está desprovista de ideas. Tenemos un gran vacío y el deseo de formar parte de algo, de no sentirnos solos. Esto es lo opuesto de la democracia, que se basa en el principio de que somos seres críticos.
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Riemen sabe un truco para probar el valor de una persona: quitarle el título con el que se presenta. “Mandela no necesitó el título de presidente para ser un gran hombre –explica–. Ni Gandhi necesitó de ninguna posición política. ¿Qué quedaría de toda esta gente si le quitáramos sus títulos? Nada. ¿Podemos culparlos? No, porque creamos una sociedad que no está interesada en la gente con carácter, la cual constituye una amenaza porque es demasiado crítica. Amamos estar rodeados de gente mediocre”.
Usted propone el rescate del proyecto humanista europeo...
Sí, pero no tiene que ver con una posición eurocentrista. La noción entera de democracia proviene del humanismo europeo, que tiene fuertes raíces religiosas pero trata acerca del hombre. El comunismo se fue y hemos llegado a la conclusión de que el mejor modelo es el democrático, pero ahora sabemos cuán frágil es. Por eso, hace 23 años comencé el Instituto Nexus, desde donde contribuimos a transmitir las ideas que explican, a partir del humanismo, hacia dónde tenemos que mirar para continuar viviendo en un mundo moral civilizado.
¿Por qué usa términos inusuales, incluso para libros de filosofía, como ‘alma’ y ‘metafísica’?
Que estas palabras se hayan vuelto poco comunes habla de cuán aislada se ha tornado la cultura occidental, pero puedo asegurarte que en otras culturas, como las indígenas o las africanas, estas han sido siempre las palabras más comunes. Se encuentran olvidadas porque, según los intelectuales, solo pueden usarse en un contexto religioso.
Esto tiene que ver con el colapso del liberalismo: hemos sido lo suficientemente estúpidos para entregar estas palabras a los conservadores. A la derecha. Y ellos saben cómo hacer mal uso de ellas. También tiene que ver con la hipocresía de la clase intelectual. Pero ¿de dónde viene la cultura? Proviene de una frase de Cicerón: ‘cultura animi philosophia est’. El cultivo del alma. Esto es la filosofía. Pero preferimos hablar de economía del conocimiento, de data... ‘Alma’ y ‘cultura’ están siendo reemplazadas por palabras de moda y filosofía académica. Nietzsche advirtió que las palabras podrían perder su significado.
Octavio Paz escribió bellamente, en ‘El laberinto de la soledad’, que no podemos crear sentido sin el lenguaje. Y por eso el lenguaje poético es tan importante: es la fuente principal del significado. Pero nadie está escribiendo poesía. Nos encontramos en el nihilismo intelectual.
Estamos ante la politización de la mente, ante un malentendido sobre lo que es el ser humano. Cuando leemos a Shakespeare y oímos a Beethoven, podemos percibir el alma y el espíritu. Es algo muy simple, pero nos lavan el cerebro. Por eso me parece importante devolverles a las palabras su sentido original.
Me gustaría que hablara de las consecuencias de que políticos, universidades, empresarios y medios de comunicación no estén haciendo su trabajo.
Cuando tienes una posición privilegiada tienes también responsabilidades respecto del bien común. Esto es lo que distingue a las personas de Estado de los políticos promedio. Si estás en los medios, por ejemplo: ¿quieres ser parte del comité de propaganda, como en tiempos de la URSS o en la Alemania de Hitler, o decir la verdad? Lo que se está perdiendo es el sentido de responsabilidad.
Si no hay obligación de hacer el servicio militar, por ejemplo, por qué no dedicar uno o dos años, antes de la universidad, a trabajo civil. Ya basta del estúpido Facebook y todos esos juegos. Confrontémonos con la vida. Solo así experimentaremos un sentido de justicia. Las clases privilegiadas suelen abandonar a la gente. Tolstói abordó este fenómeno en ‘Anna Karenina’. Los privilegiados viven en sus palacios, rodeados de riqueza, belleza, sin contacto con el mundo real. Sería maravilloso enviar a la clase política a un sabático de seis meses para que entre en contacto con las partes más pobres de un país.
“La educación es el corazón de la democracia”, escribió Thomas Mann. ¿Cuál es la educación que puede sacarnos del atolladero?
La educación fue secuestrada por la noción de que se trata de transmitir habilidades para funcionar en el mundo comercial o la burocracia. No queremos dedicar tiempo para ir a la ópera, ver una buena película o ir a una librería. Thomas Mann se refirió a la educación de la que hablaron Sócrates, Spinoza y Kant, quienes sabían que no se puede ir por la vida sin entender lo que pasa en uno mismo y en el mundo. Y para eso se necesita la filosofía, para tener un conocimiento del bien, de la belleza y de la verdad.
Imagina que en la hora de tu muerte te preguntaras qué hiciste de tu vida. Esto lo cuenta Tolstói en ‘La muerte de Iván Ilich’. La educación debe elevarnos de este mundo hasta reconocer lo verdadero. Y para eso tenemos la historia, la literatura, la música, el arte, la filosofía, la teología y todo lo que antes se nombraba como humanidades. Debemos protegerlas más que nunca.
GERARDO LAMMERS
EL UNIVERSAL (México) - GDA
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