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Música y Libros

Las grandes historias de EL TIEMPO en el 2019

Por primera vez en su carrera, el paisa asistió al festival capitalino y fue uno de los invitados principales en la celebración de los 25 años del evento.

Por primera vez en su carrera, el paisa asistió al festival capitalino y fue uno de los invitados principales en la celebración de los 25 años del evento.

Foto:Héctor Fabio Zamora / EL TIEMPO

Llega ‘Crónicas 2019’, el libro que reúne los mejores textos de largo aliento de este diario.

Carlos Restrepo
Aquí está otra vez este libro, esta bella tradición. En él, como todos los años, desde hace seis, está algo de lo mejor de EL TIEMPO: algunos de sus textos más ricos y profundos, algunas de sus crónicas deslumbrantes y enternecedoras, algunos de los perfiles que durante 365 días poblaron sus páginas y les dieron más vida. Hay aquí de todo, como siempre: historia, deportes, arte, política, literatura.
Hay debates, hay necrologías, hay reflexiones de alto vuelo. Lo digo siempre que escribo este prólogo y ya se me volvió como un mantra cuando empiezo a hacerlo: los torrentes de tinta que a diario alimentan las páginas de la prensa, el tráfago de la vida, la desmesura de las noticias, en fin, todo eso hace que muchas veces el ruido no deje oír la música; como si lo urgente eclipsara siempre a lo importante. Y muchas joyas agazapadas en los afanes de todos los días, dentro de los periódicos de papel, no reciben la atención que se merecen, no se notan tanto. Y es una gran paradoja, pues muchos de esos textos de “largo aliento” –de allí su nombre y de allí también su prestigio– son los que más perduran del oficio periodístico. Son ellos los que mejor suelen envejecer; incluso muchos de ellos se leen mejor cuanto más pasa el tiempo, con mayúsculas y sin ellas, como si la historia se complaciera en confirmar su inspiración premonitoria y eterna. Y eso, en una época en la que la noción misma de las noticias de último minuto ha alcanzado un ritmo agotador, segundo a segundo, eso es una virtud.
No es la única, claro que no, y los medios de hoy saben que para sobrevivir en un mundo tan competido y agreste, casi suicida, hay que compaginar la inmediatez y la capacidad de impactar en segundos el universo digital, con el rigor informativo, con la seriedad, con las virtudes tradicionales de un oficio al que Gabriel García Márquez llamó el más bello del mundo, para usar la manida frase de cajón, el lugar común, el viejo truco. Eso es cada vez más difícil, la verdad; es casi un milagro. Porque además se trata de un escenario lleno de exigencias implacables y muy arrogante hacia la prensa, sobre todo la prensa “tradicional”, mientras los modelos de negocio que deberían sustentarla no se han podido reinventar del todo y los costos de operación del periodismo, que además de ser un oficio es uno de los pilares de la democracia moderna, no se nos olvide nunca, esos costos son cada vez mayores y más complejos. Hay casos exitosos, sí, hay muchas cosas que funcionan muy bien. Pero desde hace años, se sabe, en el mundo de los medios el panorama es más o menos el mismo: una gente con la mano en la cabeza, compungida, agobiada, mientras unos gurús le explica cómo sobrevivir. Y al mismo tiempo las “audiencias”, tan volubles, tan caprichosas, tan severas, consumen sin freno y piden cada vez más. Y por lo general lo piden gratis, lo exigen.
Libro Crónicas de EL TIEMPO 2019 es editado por Intermedio

Libro Crónicas de EL TIEMPO 2019 es editado por Intermedio

Foto:Archivo particular

Pero en ese contexto lo que se ha producido, a manera de antídoto contra el desastre, a manera de inesperado brote de la esperanza, es un resurgimiento de algunos de los géneros y algunos de los espacios más “románticos” (por llamarlos así; aunque sé que el nombre es problemático, quizás inexacto) del periodismo: de su esencia, de su naturaleza. Los textos de largo aliento se leen cada vez más, eso sí, ya sea en un blog o en un venerable y antiguo periódico de papel. Lo dije hace un año y ahora lo repito con más convicción: el periodismo moderno surgió en el siglo xviii justo al rededor de textos así, y son ellos –la crónica, el ensayo, el reportaje– los que hacen que los lectores tengan aún un asidero en medio de tanta información y tantas opiniones; tantas “narrativas” vigentes, como se dice ahora, qué palabra tan devaluada e hipertrofiada por el uso y el abuso, la “narrativa”. Supongo que no es nada fácil conservar esa bandera de lo fundamental, la de lo perdurable y más profundo, pero la apuesta de hacerlo sigue siendo un gesto de heroísmo en el mundo de hoy. Quizás hoy más que nunca.
De hecho, en eso consiste este libro cada año, al final del año. Es una antología pero es también, y sobre todo, un homenaje: a los autores que lo hacen posible, sin duda, y al acto mismo de que cosas así sigan publicándose con entusiasmo, despliegue y decisión todos los días. Este libro es también, por eso, un intento de rescate y celebración de lo mejor que deja EL TIEMPO, que no para. Se queda mucho por fuera, sí, qué desgracia, pero al menos logramos preservar aquí tantos textos muy meritorios que, por esa misma razón, se pueden leer en cualquier momento, sin que la coyuntura los haya envejecido o los haya vuelto prescindibles. Al revés.
Así que es un placer enorme, otra vez, volver a escribir este prólogo. Un año más de EL TIEMPO que desemboca en este libro que es su síntesis, su espejo, su memoria. Los trabajos y los días, como diría el poeta. Y las letras, que guardan su voz. Aquí están de nuevo, feliz año.
JUAN ESTEBAN CONSTAÍN
Especial para EL TIEMPO
Carlos Restrepo
icono el tiempo

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