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Música y Libros

El laborioso Lorenzo Morales, un periodista salido de los formatos

Tanto el libro como la muestra que se exhibe hasta finales de este año en la Casa Sámago, una de las sedes del Museo de Bogotá situada en el barrio La Candelaria, son una instantánea de la capital.

Tanto el libro como la muestra que se exhibe hasta finales de este año en la Casa Sámago, una de las sedes del Museo de Bogotá situada en el barrio La Candelaria, son una instantánea de la capital.

Foto:César Melgarejo. EL TIEMPO

Este politólogo de la Universidad de los Andes desafía los estereotipos del oficio.

Myriam Bautista
Adentro: vida en Bogotá’ es el nombre de la muestra y del libro respectivo editado por la Universidad de los Andes, con prólogo de Ricardo Silva Romero, columnista de este periódico. La exposición tuvo la acertada y cuidada curaduría de Cristina Lleras.
A Lorenzo Morales le ha gustado recorrer la ciudad, a pie o en bicicleta (su medio de locomoción preferido). Su mirada curiosa, que no es chismosa, lo hizo acumular preguntas sobre esos habitantes anónimos, diversos, lejanos o cercanos que viven en las 20 localidades de una ciudad que es para muchos la más fea del mundo y para otros de belleza distante.
Interrogantes que fue acumulando y a los que intentó dar respuesta en la investigación que le llevó dos años.
“¿Qué puede contar de nosotros el lugar que habitamos? ¿Qué guardamos en un cajón junto a la cama que un día, sin saberlo, podrá revelar lo que fuimos? ¿Qué se ha impregnado de nosotros en la pintura de las paredes y en las alfombras gastadas de nuestras casas? ¿Qué historias incompletas les regalamos a la calle o a los vecinos cuando en las noches encendemos una luz tenue junto a una ventana sin cortinas para sentarnos a comer y repasar, solos o acompañados, nuestro día? ¿De qué nos deshacemos cuando tiramos a la basura unos zapatos gastados, un recibo viejo o una nota sin respuesta? ¿Qué estamos atesorando cuando le damos un segundo giro de llave a la puerta de la casa?” fueron algunas de esas preguntas.
Un equipo de producción, conformado por estudiantes suyos, ubicó en el mapa los lugares que visitarían para sobre el terreno escoger las casas o los apartamentos que serían visitados por Lorenzo.
Un criterio que fijaron de antemano fue el de los metros cuadrados habitados, comenzando por mínimos espacios hasta otros más amplios y, claro, por información recogida entre los vecinos, hogares con peculiaridades y particularidades que los hicieran destacar entre muchos otros.

Quedé enganchado
con la experiencia de entrevistar y escribir. Tomé, entonces, la decisión de dedicarme a la investigación periodística

Como la de la familia que, por física necesidad, se fue a vivir al desolado hospital San Juan de Dios, o la señora que en una casa a espaldas del primer hotel Hilton, en el centro de la ciudad, ha hecho en su jardín un proyecto de siembra de hortalizas y productos orgánicos que le ha merecido varias menciones especiales, o la madre con su hija que habitan en Ciudad Bolívar y reciclan agua para pagar el consumo mínimo y que cada seis meses son visitadas por técnicos de la empresa que no se creen que dos personas puedan vivir gastando esa pírrica cantidad.
Y así hasta completar la docena de habitantes que fueron los escogidos para mostrarse en su intimidad especial y específica.
Lorenzo Morales entró a esas casas y/o apartamentos con uno de los cuatro fotógrafos que lo acompañaron en el proyecto. De ninguna vivienda fueron despachados con agresividad, a pesar de lo desconfiados y ensimismados en que nos hemos convertido, dicen que por culpa del covid y por la inseguridad reinante. En algunas ocasiones, los residentes les dijeron que pasaban, que en otra oportunidad.
Fue una visita corta. No más de unas pocas horas. La idea no era hacer etnografía sino solo oír las historias breves de su cotidiano, de sus triunfos, de los fracasos, y convencerlos para que se dejaran fotografiar y contaran su historia de vida para el relato que Lorenzo Morales construiría y convertiría en libro.
Tanto el libro como la muestra que se exhibe, hasta finales de este 2021 en la Casa Sámago, una de las sedes del Museo de Bogotá localizada en el barrio La Candelaria, son una instantánea de la ciudad.
Un registro de la vida familiar, de los hogares unipersonales, de habitantes urbanos localizados en el perímetro rural, como una familia de Sumapaz, y de uno que otro que habita en espacios mínimos o, por el contrario, en amplios y extensos apartamentos.
Lorenzo Morales agrega que logró el objetivo de descubrir a quienes viven detrás de esos muros altos, o de esos antejardines espinosos, de esas rejas y de esos candados. Quiénes habitaban tras esas puertas nuevas o antiguas, o después de traspasar imponentes recepciones con guardias armados.
“ ‘En todas las almas, como en todas las casas, además de fachada, hay un interior escondido’, dijo Raul Brandao en una cita que José Saramago usó como epígrafe a una de sus novelas. Tal vez fue esa frase la que me hizo entrar y recorrer ese adentro oculto, invisible desde el afuera de la calle”.
Cristina Lleras y su equipo del Museo de Bogotá montaron la exposición sin escatimar ni creatividad ni trabajo. Más allá de colgar las fotos de los hogares visitados con las respectivas fichas explicativas, ayudados por las familias y por esas personas que viven solas replicaron con sus muebles, con sus objetos, los sitios que aparecen en las fotografías, logrando trasladar esos espacios íntimos a la sala de exposición. Trabajo museográfico arduo, pero, también, cómo no, interesante y singular. Armaron una gran casa que, en cada salón, exhibe un cuarto de las viviendas de las personas que habitan en distintas localidades de la capital.
Para quienes visiten la exposición y lean el relato les espera una experiencia fuera de lo común. Por vez primera serán voyeurs, intrusos en la vivienda de ciudadanos que no tienen inconveniente en mostrarse.
La suma de esas historias de vida constituye la panorámica de la esencia bogotana, en esta segunda década del siglo XXI, las cuales sin heroicidades ni truculencias accedieron a ese retrato que hoy ya es historia de vida de esta megaciudad de ocho millones de almas, mal contadas.

Convencional y no tanto

La trayectoria periodística de Lorenzo Morales es larga, aunque él es hombre joven y aparenta menos edad de la que tiene por ser caminante y ciclista, actividades que lo hacen grácil.
No se le conoce mucho. Lo que se sabe es que es un apasionado por los medios. Le cautiva escribir, investigar, inventar nuevas formas informáticas, transmitir a otros su entusiasmo por la noticia de calidad y por llegar hasta el fondo de los sucesos.
Es politólogo de la Universidad de los Andes y del Instituto de Estudios Políticos de Toulouse (Francia). Títulos que no le fueron suficientes y por eso se fue a hacer una maestría en periodismo en la Universidad de Columbia en Nueva York.
“Y ahí me declaré periodista. En mi profesión de Ciencias Políticas realicé varios trabajos de campo, en los que tuve que viajar a muchos sitios, entrevistar a gente diversa y luego redactar informes. Quedé enganchado con ese acercamiento a la realidad. Escarbar hasta hallar la verdad, buscar distintas opiniones que respaldaran esa verdad o que, por el contrario, la refutaran, y luego reflexionar para tratar de dar claridad sobre asuntos espinosos y escribir de manera fluida se volvieron mi obsesión. Tomé, entonces, la decisión de que me dedicaría a la investigación periodística”, dice.
Determinación que, desde ese momento, asumió de tiempo completo.
Comenzó como responsable de la sección de política, haciendo un reemplazo, en la revista Semana, en 2007. Viajó al exterior y a su regreso fue editor de la versión digital de esa revista, en el 2010, durante dos años. De ahí se fue a los Andes a trabajar de maestro en el Ceper. Un centro que se creó para ofrecer una especialización en periodismo y, desde hace seis años, se convirtió en maestría.

Alma de reportero

En el Ceper, Lorenzo Morales ha tenido bajo su responsabilidad los cursos de Reportaje, Taller de Escritura, Narrativas Digitales y talleres de investigación, en varias oportunidades, para estudiantes de pregrado de distintas carreras. También ha sido director del centro porque entre los profesores se rotan esa responsabilidad.
Como no tengo alma de únicamente docente sino, sobre todo, de reportero, me propuse crear una revista para publicar, en parte, los trabajos de los estudiantes, no todos, por supuesto, sino historias muy buenas que se quedaban en las aulas. No me parecía justo que esas investigaciones no trascendieran. Fundé, entonces, la revista digital 070”.
Ya se había fogueado como reportero todoterreno escribiendo crónicas, reportajes e investigaciones publicados en revistar como Gatopardo y Arcadia, y en El Espectador, EL TIEMPO, La Liga Contra el Silencio, Time.com, Earth Island Journal, The Caravan y BBC Mundo, entre otros.
Y como integrante de grupos que hacen parte del equipo de investigación de la Radio Nacional de Colombia y del Fondo para el Periodismo del Centro de Desarrollo Sostenible de América Latina. Trabajó, también, en temas de migración en el diario La Prensa en Nueva York y fue becario del Pulitzer Center on Crisis Reporting.
Trabajos que le han valido en tres oportunidades el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar y ser finalista del de la Fundación Gabo en 2020. Ese mismo año fue distinguido como editor ejemplar junto con el equipo editorial de 070 con el premio Clemente Manuel Zabala, de esa institución.

‘070’

La revista virtual se propuso, en primer lugar, como se ha dicho, hacer visible las indagaciones de los estudiantes de la maestría. Con el paso de los días trascendió esa meta y pasó a ocuparse de la actualidad, haciéndose un nicho dentro de los portales independientes que pululan por la red, con buenos niveles de audiencia, de credibilidad y respeto por un trabajo valiente, sistemático y responsable.
La reportería del paro cívico del 9 de septiembre del año pasado y de las sucesivas manifestaciones, así como las de este año con información desde el sitio de los acontecimientos, en transmisión en vivo y en directo, los catapultó. Muchos de sus colegas de medios escritos, radiales y televisivos los citaron.
“Cubrimos el paro del 9 de septiembre en Bogotá, desde distintos lugares de la ciudad. Registramos la violencia policial”. Esa reportería, in situ, daba escalofríos en una noche de terror, miedo, zozobra.
La meta de informar sobre la totalidad de los puntos de la protesta, por lo menos, en Bogotá los desbordó. En el resto del país, lo hicieron por intermedio de los múltiples videos que circulaban por la red y por las denuncias que les llegaban. Verificaban cada información con rigurosidad a través de amigas, amigos, conocidos y colegas de cada región, desde donde procedía la denuncia, lo que afianzó su credibilidad ganada por la comprobación de los hechos y no por la especulación. Sus registros se hicieron virales.
El nombre de 070 corresponde al número topográfico utilizado en las bibliotecas del mundo para los libros de periodismo. Se trata de un código universal.
“La financiación del portal en sus inicios fue exclusivamente de la universidad. Luego, ha obtenido becas y financiación por parte de agencias que incentivan el periodismo independiente”, cuenta.
Y como Lorenzo Morales respira creatividad y no puede quedarse inmóvil, y menos en estos tiempos cargados de sucesos trágicos, adelanta un trabajo para documentar casos de violencia policial de los últimos años y hace parte de un grupo de periodistas de varios medios del área para analizar casos de corrupción, situación en la que este país se disputa los primeros puestos con impunidad, frescura y desfachatez total.
MYRIAM BAUTISTA
Myriam Bautista
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