“El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Miguel de Cervantes Saavedra.
De entrada, apreciados lectores, solicitamos de ustedes el permiso para reiterar un asunto que ya en otros momentos encontraron en estas páginas. Como ante un plato repetido que se ofrece seguidamente, los comensales están en todo el derecho de decirnos: “Paso. Muchas gracias”.
Somos poco conocedores de los trucos publicitarios y propagandísticos. Sin embargo, sí tenemos muy claro que un mensaje insistente acaba por causar algún efecto en los receptores, y ayuda a considerar, así sea un poco, las ideas que se transmiten. Los anuncios trillados del mercadeo, por ejemplo, siguen manteniendo el consumo de refrescos, teléfonos, automóviles, arepas, viajes al Caribe, empanadas, pañuelos desechables y miles de litros de juguito de cebada.
En esta oportunidad, y considerando que gran parte de los asiduos lectores de El Tiempo son estudiantes, nos permitimos de nuevo la atribución de comentar acerca del profundo e inigualable valor del hábito de leer. Y tenemos el sueño dorado de que algún día (por eso es dorado) el consumo de libros supere al de jugo de cebada; anhelamos también que la reflexión, la sensatez, la tolerancia y el respeto sean las sensaciones que nos embriaguen.
Esta es una paradoja de difícil comprensión: ese tipo de embriaguez, la lectura, posibilita el aumento de la lucidez. Muy semejante a preguntarse cómo es posible que (es triste decirlo) algunas personas acudan al consumo de drogas si existen las obras de Mozart. Además, la música, que se sepa, no aniquila neuronas ni entorpece la motricidad. Y las letras, créannos, bailan en los libros cuando suena la música, y los lectores habituales ya saben cómo seguir ese ritmo.
Como las aves que regresan a la más rica región de todas las que conocen para buscar alimento, así las personas acuden a sus reflexiones para encontrar el camino que guarda el más favorable destino. Los libros son las regiones y los caminos, las propias decisiones. Los caminantes de ida y vuelta apenas van de pared a pared, como un prisionero en una celda; los muros les impiden ver otros paisajes, nuevas alternativas.
Deambularán como un caballo cuyo tránsito le ha enseñado su amo en un continuo amaestramiento; no sabrán cómo tomar un rumbo propio y se estancarán una vez retornen al destino de donde han partido, para luego reanudar su movimiento circular de pensamiento restringido.
Pero ese camino, el de la lectura, se propone aquí como un interminable paseo y cada quien sabrá si acepta. Hay muchos amantes del enclaustramiento, que prefieren un recorrido ya sabido en el cual esperarán hasta la terminación de sus días. Otros, en cambio, intuyen la existencia de mundos indescriptibles, de sensaciones maravillosas y se deciden a preparar un equipaje ligero porque se han propuesto viajar indefinidamente. Esos son los excursionistas que pretenden remontar la cordillera de las visiones humanas, sin importar que lleguen solo al pie de las montañas y se instalen en las llanuras más cercanas: siempre se ha sabido que casi todas las llanuras son extensas y su anfitriona es la libertad.
Sí: leer es un acto tan voluntario como amar. Si se impone, no se llamará “lectura”, así como no se nombrará “amor” a uno que sea forzado
En los libros se ha resumido el mundo para evitar que nos estrellemos tanto. No obstante, muchos prefieren escribir su vida anudando cada experiencia con un golpe y alargar las páginas con la misma duración de su existencia. Aprenderán a marcar los puntos cuando las ideas se les corten de pronto; sabrán cómo explotar las dudas y los aciertos cuando ya no haya una opción para regresar en el paso por el mundo.
Sí: leer es un acto tan voluntario como amar. Si se impone, no se llamará “lectura”, así como no se nombrará “amor” a uno que sea forzado, a menos que sean una lectura burda y un amor grotesco. Tampoco es coherente suponer que la fealdad es una atribución femenina o celestial.
Para resumir: la grosería y la tosquedad no son características de expresiones tan sublimes como el amor y la lectura, pues la lectura no es lectura si es burda, y el amor desaparece si es grotesco.
Para finalizar y si estamos especulando demasiado, creemos que es pertinente acudir a un hombre que amó los libros, que reflexionó bastante acerca del destino de la humanidad, que guardaba una lucidez asombrosa y contaba con una visión muy difícil de superar, aun siendo ciego: “El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta el modo imperativo”, escribió Jorge Luis Borges
Con vuestro permiso.
JAIRO VALDERRAMA V.
UNIVERSIDAD DE LA SABANA
Comentar