Si el año pasado pareció ser eterno e inolvidable, como el amor en la trágica y bellísima canción de Juan Gabriel, un año inmóvil y en cámara lenta que nadie podía creer que estuviera ocurriendo, este año en cambio se nos fue volando y ya se acabó, o ya casi. Quizás nos parecieran más veloces sus días justo por eso, porque en el contraste y la dialéctica hay un abismo entre la idea del tiempo que nos dejó el 2020 y este intento por recobrar la calma y la cordura que ha sido el 2021: el famoso ‘regreso a la normalidad’ que se impuso cual mantra en el mundo entero y que nadie sabe bien qué significa o si eso es
bueno o es malo —o las dos cosas, que es lo más probable—, pero más que un mantra ha sido un acto de fe: la firme decisión de que hay que pasar por fin la página de la pandemia. Un año fue demasiado tiempo, sobre todo si uno piensa que ese año fueron dos, tal como lo
vaticinaron desde el principio algunas de las voces más rigurosas de la ciencia y algunas de las voces más agoreras de la vida y el sentido común. “En esto se nos van por lo menos dos años”, decían, y ese augurio se cumplió.
Hubo un hecho que lo cambió todo, claro, y fue el de las vacunas. Nunca antes un desafío sanitario y de salud pública había estremecido de manera tan profunda a la sociedad global —démosle ese nombre en vez del más pomposo de ‘la humanidad’— y la respuesta de la ciencia fue admirable porque en un plazo inusitado y veloz, que hasta hace un par de años nomás habría parecido inconcebible, encontró la forma de poner a raya al covid-19. Parece un milagro, pero es el resultado maravilloso del trabajo y los desvelos y los esfuerzos de miles de personas a lo largo y ancho de nuestro planeta, personas cuya vida consiste en hacer mejor la de los demás. Todo el personal de los servicios de salud brilló con heroísmo en esta época aciaga, y no es exagerado decir que su exaltación épica se encarna en esa especie de Grial que fue la irrupción de las vacunas. Claro: los milagros de la ciencia no son inmediatos; sus proezas toman tiempo yson el resultado de todo un proceso que, además, como en este caso de la pandemia, va más allá de lo científico y pasa por lo político, lo cultural, lo económico, etcétera. Algún día volveremos la vista atrás
y recordaremos estos años con el dolor incurable de quienes no los sobrevivieron: los que ya no están y son los mártires de una tragedia que todavía hoy parece una pesadilla o el pérfido argumento de una novela distópica y de ciencia ficción. Pero también en el recuerdo estarán los actos más prosaicos y delirantes con los que la especie humana quiso conjurar, y lo hizo, la sombra de una pandemia por primera vez en casi un siglo. Los tapabocas, el ‘gel antibacterial’, las reuniones virtuales, la angustia por saber cuándo iba a llegar por fin el turno de la vacunación, la paranoia, en fin: todo eso, y mucho más, quedará en el recuerdo y será algún día una anécdota casi pintoresca si no estuviera tan teñida de tristeza.
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Al final, al margen de los grandes hechos de la historia, la vida sigue ocurriendo y los seres humanos somos expertos en hacer de lo extraordinario una rutina. Y aunque haya momentos en que todo parece en pausa y en vilo, la Tierra sigue girando y el mundo con ella: la gente que la ocupa y sus días que uno tras otro son la vida, como dijo Aurelio Arturo, siempre citado, y con el mismo verso, en este prólogo de todos los años. Y esa es (y ha sido) la gran lección que este año nos deja, no solo el periodismo como oficio, sino también quienes lo ejercen, de tantas maneras, desde un periódico de papel que se publica a diario contra viento y marea. Chesterton decía que nada hay más contradictorio que esa especie de orden perfecto que implica un periódico y todos los sobresaltos de la víspera para que ese orden así lo parezca y así lo sea, con sus columnas, sus fotos, sus avisos, cada cosa en su lugar. Pero debajo lo que late es el incendio de cada edición que además no da tregua porque una vez consumada, una vez publicada, vuelve a la carga con la del día siguiente, y así al infinito. A lo cual hay que sumarle en nuestro tiempo, además, la exigencia voraz de la actualización cada segundo para las ‘audiencias’ de internet.
Y en medio de ese tráfago y ese fragor de los periódicos, van quedando los frutos perdurables que están hechos quizás de la misma sustancia de todo lo demás, la misma tinta, pero que ofrecen otro ritmo de lectura, acaso otra dimensión del tiempo. Del tiempo y de El Tiempo, en este caso. En medio de la información y la opinión espigan también los géneros clásicos de la crónica y el reportaje, el ensayo histórico o literario, el perfil biográfico, etcétera. Desde hace mucho ya este libro es un muestrario anual de eso, de esa riqueza de temas y enfoques que anidan en las páginas de nuestro periódico y que reivindican y confirman una idea del periodismo en la que el análisis y la profundidad y la apertura frente a todos los temas y todas las voces son tan importantes y tan valiosos en El Tiempo, y tan vigentes, como el rigor y el respeto por su legado histórico, ético y cultural.
Este libro es apenas una antología, una selección tan insuficiente y arbitraria como suelen serlo todas. Pero la premisa al hacerlo ha sido siempre la misma: que aquí se conserven algunas de las mejores cosas que El Tiempo publicó a lo largo del año. Y que en la variedad y el encanto y la belleza y la gracia de estos textos se alcance a percibir, una vez más, la intensidad de lo que fue ocurriendo desde enero hasta el final. Por eso estas páginas son un diálogo y no solo un recuerdo: la voz entrecruzada entre las noticias, que son un colofón y un registro implícito, y estas reflexiones que van del cine a la literatura, del deporte a la medicina, de la política a la guerra y la paz.
Escoger nunca es fácil porque siempre quedan cosas magníficas por fuera, de eso se trata, por desgracia. Pero hacerlo es también tener la posibilidad, más que honrosa y feliz para mí, de homenajear a tantos autores y autoras que enriquecieron con su pluma nuestros días al abrir el periódico, y es como si en ese viejo ritual de las generaciones de antes uno pudiera recortar cada pieza y ponerla dentro de un libro.
Eso es este libro otra vez, una vez más: una muestra y una celebración de lo mejor de El Tiempo. Aquí está, feliz año.
Juan Esteban Constaín.
En Twitter: @Aulogelio

Grandes crónicas de EL TIEMPO en 2021
Prólogo
Como sucede cada año, en un libro se recopilan los mejores textos publicados en EL TIEMPO tras una selección del historiador y escritor colombiano Juan Esteban Constaín.
*Usted puede adquirir este libro aquí.


Las historias
Estos son cinco de los 41 textos que usted podrá encontrar en el libro.









El Rayo Vallecano, nuevo club de Radamel, se caracteriza por la postura política de sus aficionados.

Este es el listado completo de las historias seleccionadas.

• Julio Iglesias: de leyenda a meme, por Fernán Martínez Mahecha
• Medio siglo de un Nobel, por Harold Alvarado Tenorio
• El ADN de Colón, por Gloria Helena Rey
• Un visionario a pulso, por María Paulina Ortiz
• Doscientos años de una constitución, por María Isabel Moreno Muñoz
• Aquel 11 de septiembre, por Sergio Gómez Maseri
• Un superhéroe de la libertad de prensa, por Elker Buitrago López
• ADN: el futuro de la información, por Ángela Posada
• Ástor Piazzolla: cien años son pocos, por Mateo Arias Ortiz
• Un tribuno en el trópico, por Hernán Toro
• La gente de la Universal, por Julio César Guzmán
• Los niños que le pusieron el brazo a una pandemia, por Carlos Dáguer
• La santidad ganada con el genio, por Juan Alfredo Pinto Saavedra
• El irresistible encanto del arroz con huevo, por Liliana Martínez Polo
• Las andanzas del porro sabanero, por Humberto Vélez Coronado
• El maestro Chaves, por Mateo García
• Así se robaron el arte, por María Alejandra Rodríguez Castellanos
• El judío maravillosos, por Humberto Valverde
• El líder que soñó con un Alto Sinú sin coca, por Julián Ríos Monroy
• Nacionalismo: una esquizofrenia colectiva, por Santiago Vargas Acebedo
• Charlie Watts: la pulcra discreción del rock, por Mauricio Silva Guzmán
• Bolívar: periodista, visionario y poeta, por Fernando Barrero Chaves
• Dos pioneras en tiempos difíciles, por Myriam Bautista
• Medio siglo de la hazaña de ‘Cochise’, por Héctor Urrego Caballero
• El alma de la Librería Central, por Carlos Restrepo
• Saba y los que quedaron atrás, por Jineth Bedoya Lima
• Rituales para una mujer que ya no está, por José Orlando Ascencio
• Cuando Hollywood te borra, por Andrés Hoyos Vargas
• ¿Todos al espacio?, por Alejandra López
• Adiós al gran sonero, por Juan Martín Fierro
• Roma y las cuentas del tiempo, por Fabio Espitia
• Las diez películas colombianas del siglo XXI, por Sofía Gómez
• La pionera colombiana en Wimbledon, por Hugo Caro Jiménez
• Un botica en Honda, por Jorge Enrique Meléndez
• La ‘afrotopía’ también late en Colombia, por Pilar Bolívar
• La inocencia de las ciudades sacrificadas, por René Pérez
• La abuela de todas las flores, por Nicolás Bustamante Hernández
• Ochenta años de Bob Dylan, por Simón Granja Matias
• Mujer a los sesenta años, por José Alberto Mojica
• El equipo de un barrio obrero, por Pablo Romero
• Doscientos años de la muerte de Napoleón, por Gabriela Herrera Gómez
