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Música y Libros

Chucho Valdés: un pianista gigante con unas manos enormes

Chucho Valdés cumplirá 81 años el 9 de octubre.

Chucho Valdés cumplirá 81 años el 9 de octubre.

Foto:Ajazzgo

Es uno de los mejores jazzistas del planeta y está en Colombia. Habló con EL TIEMPO.

Chucho Valdés tiene unas manos grandes y hermosas, manos de pianista, y el piano de una marca japonesa, que hace estos instrumentos únicamente para el latin jazz, lleva su nombre: Chucho.
No es gratis. Su capacidad para hacer música siempre sorprende. Cuando sus seguidores dicen que en cada nuevo trabajo se supera –por ejemplo ahora con 'Yo también te extraño', en su reencuentro con Paquito D’ Rivera– no es mentira. De él siempre, siempre llegará algo más grande, con un sonido distinto, una nota más alta, una improvisación diferente que emocione…
Ese es Chucho Valdés para el mundo del jazz: un gran hacedor, un rey de la improvisación, un creador que no se detiene y que no parará porque, dice con frecuencia, no entiende la palabra jubilarse. Pero eso no es todo: afirma que cuando se muera seguirá tocando el piano. 
Mientras está en esta dimensión, Chucho no para de viajar. Acaba de regresar de Europa de una gira “muy feliz” y estará en Colombia ofreciendo cinco conciertos en la temporada de jazz septembrina del país: el 13 en Bogotá, el 14 en Cali (en el festival Ajazzgo), el 15 en Medellín, el 16 en Barranquilla y el 17 en Bucaramanga, una pequeña vuelta nacional para disfrutarlo.
El 9 de octubre cumple 81 años. Nació en Quivicán, Cuba. Además de pianista, es compositor, profesor de música, arreglista y director. Y es uno de los fundadores del grupo Irakere, uno de los más reconocidos en el mundo por sus sonidos afrocubanos, un conjunto que nació en 1967 pero que solo se oficializó en 1973.
En lengua yoruba, Irakere significa vegetación y lo que quería el grupo era hacer música con las raíces sonoras afrocubanas, con instrumentos como los tambores batá, abacuá y arará, entre otros, relacionados con la santería o tradición yoruba, muy cercana a Valdés.
En la santería, Chucho es hijo de Obatalá, el orisha (su espíritu, su santo guía) que manda sobre todas las cabezas, un hombre viejo y sabio que reside en las alturas y que ofrece justicia y renovación.
No solo eso. Los hijos de Obatalá son muy inteligentes. Y Chucho Valdés, sin duda, es uno de los favoritos de este orisha. Sus padres en la tierra eran músicos y era lógico que siguiera su carrera, pero no tan temprano: a los 4 años tocaba el piano como si una fuerza superior lo llevara a la armonía con las teclas.
“Mi papá me contó que una vez había salido a llevar unas partituras y tuvo que volver a casa porque se le quedó una. Cuando entró me encontró tocando una melodía. Y yo todavía no tenía uso de razón”, dice Valdés. A partir de ese momento no dejó de buscar y tocar el piano. Tocaba entonado con las dos manos lo que sonaba en la radio.
Sus padres eran Bebo Valdés y Pilar Rodríguez. Bebo fue compositor, director y pianista de jazz (también gigante del género), ella fue cantante y profesora de piano.
Dionisio Jesús Valdés Rodríguez –Chucho–, se presenta siempre como el heredero de los talentos de sus padres. Ellos fueron sus primeros maestros, pero no dudaron en dar un paso más para su formación. A los 5 años empezó clases de piano, teoría y solfeo con el profesor Óscar Muñoz Boufartique, autor de 'Burundanga' (“Songo le dio a Borondongo; Borondongo le dio a Bernabé; Bernabé le pegó a Muchilanga…”), famosa en la voz de Celia Cruz. A los 14 años finalizó sus estudios en el Conservatorio de Música de la Habana y luego tuvo como maestros a Zenaida Romeu, Rosario Franco, Federico Smith y el gran Leo Brouwer.
A los 15 años formó su primer trío de jazz con sus amigos Emilio del Monte y Luis Rodríguez. En 1959, dirigido por Bebo, su padre, debutó en la orquesta Sabor de Cuba.
La importante Orquesta Cubana de Música Moderna lo recibió pocos años despúes, allí afianzó sus conocimientos sonoros y cuando participó en el Festival Internacional de Jazz Jamboree de Polonia, se consagró en el grupo de los cinco mejores pianistas del género con Bill Evans, Oscar Peterson, Herbie Hancock y Chick Corea.
A lo largo de su vida ha hecho cuartetos, quintetos y sextetos de jazz, y orquestas como Irakere, que llegó al mundo de la música como una mezcla de jazz, rock, sonidos clásicos y cubanos, revolucionando no solo la música latina del momento sino también la del gusto de los bailadores.
En 1979 nació su 'Misa negra', uno de sus mejores discos, un homenaje a sus ancestros negros y a sus orishas, que le mereció el primero de sus seis Grammys anglo (también ha ganado tres latinos).
Chucho Valdés ya estaba en la cima cuando Colombia se atravesó en su camino. No recuerda en qué año visitó el país por primera vez, “pero sí que dí varios conciertos solo, dos o tres”.
'Lucumí', 'Solo piano', 'Pianissimo', 'Babalú Ayé Bembe', 'Briyumba palo Congo', 'Boleros inolvidables', 'Live in New York', 'Chucho Valdés y su cuban Jazz', 'Yemayá', 'Fantasía cubana' y 'Cancionero cubano' son algunos de sus discos.
Y en tarimas de los cinco continentes ha hecho conciertos con sus distintos formatos y con legendarios del jazz como Herbie Hancock, Billy Taylor, Michel Legrand, Chano Domínguez, John Lewis, Chick Corea, Gonzalo Rubalcaba, Brandford y Wynton Marsalis, Carlos Santana, Dizzy Gillespie, Ron Carter, Gato Barbieri y Tito Puente, por nombrar algunos nombres grandes.
Ahora vuelve a Colombia, donde lo esperan sus seguidores y sus amigos de siempre, entre ellos el dueño del bar y restaurante Casa de Citas, Carlos Adolfo González, al que un día de hace muchos años le ayudó a empujar su viejo Lada cuando lo trajo a hacer un concierto y el vehículo se varó.
Padre de seis hijos y abuelo de cuatro nietos, está casado con Lorena Salcedo desde el 2009 (ella tiene 46 años) y son los padres de Julián. Una periodista de El País de España contó en un artículo que pasó una gran pena cuando le preguntó al músico si Lorena era su hija, pero Valdés, con su sandungueo cubano que no se le quita, pese a que vive fuera de Cuba desde hace varios años (aunque viaja con frecuencia a la isla), la tranquilizó y le dijo que normalmente la gente se aterraba de que su sexta -¡sexta!- compañera en la vida fuera tan joven.
Antes de que sus maravillosas manos vuelvan a tocar un piano en Colombia, Chucho Valdés habló con EL TIEMPO.
Usted es un gran conocedor de las músicas. ¿Qué sonido colombiano le gusta?
Siempre será la cumbia. Y en el Carnaval de Barranquilla hicimos un atrevimiento –un gran atrevimiento– en 1995 con Irakere: tocamos La pollera colorá. Era nuestra la primera vez y nos ganamos un Congo de Oro.
¿Cómo era su casa de infancia?
Yo nací oyendo música. El primero fue mi papá, Bebo, que era compositor, pianista y director, una persona a la que todos querían mucho, así como a mi mamá. Nosotros, los hermanos, todos fuimos músicos. Allí no había que contratar orquesta para las fiestas, allí vivía la orquesta.
¿Por qué se dedicó al jazz?
Es una música que alimenta todas las corrientes universales, desarrolla mucho la improvisación y por eso mismo, estimula la imaginación, y se puede compartir con todo, con el rock y muchos sonidos más, acepta todo.
Pero además usted interpreta los sonidos de la tradición yoruba.
Esa es la música de mis ancestros africanos, ellos la trajeron al Caribe, a América. En Cuba es muy fuerte y son sonidos muy rítmicos, muy espirituales. 'La misa negra' lo muestra. Esos antepasados nos dejaron no solo su legado rítmico y su cultura. Hay un gran sentido de respeto mío por esa parte africana. Ellos llegaron esclavizados pero con sus cantos, sus dioses, su sabiduría, con su riqueza a pesar de la pobreza que tuvieron que aguantar acá. Vinieron de Nigeria, El Congo, de muchas partes que en ese momento ni siquiera eran países. Los que recogían algodón en las plantaciones en Estados Unidos cantaban su tristeza en ese trabajo y así nació el blues.
¿Cómo se acercó a esos sonidos africanos?
Era mi parte familiar, también. Pero hace años me dediqué a estudiar con los más viejos, que no quedaban muchos. Había un señor que tenía como 100 años en los días del inicio de Irakere que nos enseñó cómo hacer los tambores yuka, que no son los batá ni los arará. Fue una gran experiencia contar con su ayuda.
Irakere se convirtió en una gran propuesta desde sus inicios…
Cuando era estudiante, mi gran sueño era crear algo como Irakere y en mi paso por la Orquesta Cubana de Música Moderna, con Paquito D’ Rivera, pusimos los elementos del jazz africano que se estaban usando. Hicimos una fusión que pasó todas las barreras: no solo le dimos valor a la música afrocubana sino que la pusimos muy bailable para nuestros seguidores.
A propósito, qué bueno este reencuentro con el gran Paquito D’ Rivera.
Sí, con él voy a Colombia a hacer cinco conciertos. Muchos años estuvimos cada uno por su lado, haciendo nuestras carreras. Un día hablamos y le dije que lo extrañaba mucho, y él, que me echaba de menos. Así nació este disco, 'Te echo de menos', que ha tenido muy buena recepción en Europa. Él fue fundador de Irakere y haremos los conciertos en sexteto.
Chucho Valdés y Paquito D' Rivera.

Chucho Valdés y Paquito D' Rivera.

Foto:Ajazzgo

Usted da clases también. ¿Qué es lo que más le gusta de enseñar?
Sí, he sido profesor de improvisación en muchos países, en el mío, en Estados Unidos, en Reino Unido, en muchos. Hasta me han dado tres doctorados honoris causa. Y de mis alumnos aprendo de su energía, de su fuerza.
Además de estar en el escenario con otros grandes de género.
¡Uff!, sí. Con Ron Carter, con Marsalis… Chick Corea era tremendo. Y con un organista, vaya, de lo mejor, Joey de Francesco, que falleció hace unos días.
¿Cuál es la tradición de su país que siempre lleva en su maleta cuando viaja?
El recuerdo de mi papá, Bebo, que fue muy grande, él es mi bandera cubana y siempre va conmigo. (Incluso, Valdés ha contado que el maestro Bebo se le aparece a veces, que lo ve a su lado mientras toca el piano).
¿Y cuántos meses al año viaja?
Es irregular, depende de los contratos y las clases, pero más de seis meses, casi siempre. Hay días en los que no sé dónde me levanto, ni en qué hotel estoy ni el número de la habitación. Pero así es esto. Aunque los tiempos de pandemia cambiaron todo.
¿A qué se dedicó esos casi dos años?
Hacía lives los martes, a las 3 p. m., para la gente, para darle ánimo y un poco de esperanza. Fue muy bueno ese contacto así fuera virtual. También, terminé una obra, 'La creación', que es la historia de cómo entran al caribe las raíces africanas, una suite en tres movimientos que estrené en Miami. Tuve tiempo para hacer mucha música, tocar el piano y esperar a que lo malo pasara, que siempre pasa. Y, por primera vez, saber dónde estaban mis partituras.
¿Las tiene todas?
Con eso de estar entrando y saliendo, no me daba tiempo de organizarlas. Esperando que apareciera algo que ilusionara a la humanidad, vi que tenía mis trabajos desde los 12 años. No sé cuántas son, pero al menos ahora están juntas.
Maestro, ¿qué opina del reguetón?
Nunca he sido enemigo de las nuevas corrientes. El reguetón es para los jóvenes y ellos lo defienden. Yo lo que digo es que a mí me gusta lo que está bien hecho. En lo clásico hay cosas buenas y malas, lo mismo en el reguetón, que es lo que le gusta a algunos de mis hijos y a mis nietos.
¿Y tiene favoritos en el reguetón?
Sí, me gustan Gente de Zona y Karol G.
¿Nuestra Karol G? ¿Por qué le gusta?
Me parece que tiene mucha proyección artística, es muy buena en lo que hace y eso me gusta, no está pegada por gusto.
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