Julieta Cazzuchelli, más conocida como Cazzu, tiene 7’241.979 seguidores en Instagram, 1’403.861 en Facebook, 5’230.523 oyentes mensuales en Spotify, 3,58 millones de suscriptores en su canal en YouTube y 748’453.755 visualizaciones.
Pero mientras hacemos un Zoom y se toma unos mates acariciando a sus gatos, me cuenta que no tiene instalado Instagram en su celular sino en su tableta, porque así mantiene cierta distancia frente a las notificaciones. “Hay gente que es enferma por los números de reproducciones o de 'likes', y como yo conozco lo fácil que es caer en esa especie de droga, prefiero evitarla”.
Cazzu tiene 26 años, nació en el norte de Argentina, en la provincia de Jujuy. Es nieta de una jueza de paz, bisnieta de una modista, estudiante de cine, hija de una madre que es su vida, su hermana es solo un par de años mayor y, como ella, cree en la poderosa revolución que las jóvenes de su país, de Colombia, de todo el mundo, están llevando en contra del esquema patriarcal.
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Su música es un salto a contracorriente. Su nuevo álbum nació del 'Diario de una niña inútil', de Alfonsina Storni. Los temas se llaman como sus poemas y no tiene nada que ver con el estilo de canción que, en menos de tres años, la puso en la cima de la música trap, con canciones como 'Nada', 'Mucha data', 'Bounce' y 'Visto a las 00:00', que solo entre las cuatro suman más de 150 millones de reproducciones en Spotify.
'Una niña inútil' apareció recomendado en la página de inicio de la plataforma para sus usuarios en Latinoamérica y Estados Unidos, y hoy es la única artista femenina latina del momento que tiene su propia campaña, y una pantalla gigante con su cara en Times Square.
Cazzu hizo escuela en la cumbia de barriada y en el reguetón de discoteca trabajando por muchos años como cualquier músico emergente, se costeaba su vida de artista con trabajos de oficina, hasta que su colaboración en un tema y videoclip de finales de 2017, de Khea, otra figura del trap que también ha trabajado con Bad Bunny, la puso en la cesta de esa catapulta.
“Todo este mundo de los números es complicado”, me responde Cazzu cuando le pregunto sobre cuál es su lectura de todo ese guarismo de reproducciones y visitas que, en parte, sostiene todo este entramado y que en el caso de la canción con su compatriota Khea, 'Loca', está cerca de alcanzar las 500 millones de visualizaciones.
“Tiene sus dos caras: la de ‘¡guau, me siento contenta!’, o la de ‘¿por qué no hice los mismos números que hizo el otro?’ Entonces soy respetuosa con la relación entre mis emociones y mis números, porque soy muy propensa a sentir que fracasé cuando veo los números, y a la vez sé que eso pasa a segundo plano cuando uno sube a una tarima”.
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Si al rock le tomó medio siglo hacer historia y convertirse en una música clásica con su respectiva vieja escuela, a la música urbana le llevó menos de la mitad y artistas como Daddy Yankee o Ivy Queen fueron graduados de clásicos, una tercera parte del tiempo que a Jimmy Hendrix le llevó recibir el cartón en su categoría.
El 30 de mayo, Cazzu iba a tener su primer Luna Park, al igual que lo han tenido bandas y voces esenciales del rock argentino en todas sus variables y épocas como Rata Blanca, Bersuit, Fito Páez, Cerati o Babasónicos. Las entradas estaban vendidas, pero el concierto fue cancelado por la pandemia. “Hicimos un ensayo general, y al otro día nos dijeron que ya no se podía hacer el 'show' ”, rebobina. “No fue algo que verdaderamente me entristeciera, porque soy insignificante en comparación con una problemática mundial”.
Hicimos un ensayo general, y al otro día nos dijeron que ya no se podía hacer el 'show'. No fue algo que me entristeciera, porque soy insignificante en comparación con una problemática mundial”.
Y en agosto de este año Cazzu llegó a la tapa de la edición local de la revista 'Rolling Stone', que, para no ir más lejos, en 2020 ha tenido en su portada al propio Fito Páez y un especial sobre el metal argentino. A Bad Bunny le pasó igual, pero en la edición estadounidense, un acto sacrílego para algunos, lo cual me lleva a pensar que el trap latino y Rock al Parque podrían tener más en común de lo que uno se imagina. La ‘santa inquisición’ de las redes sociales que duerme con las antorchas bajo la cama y el teclado de su computador o móvil a la mano para alegar qué es rock y qué no.
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“Hace poco, uno de los artistas más chicos del trap salió a decir que ‘le duela a quien le duela somos el nuevo 'rock and roll’, y aunque a mí me pareció tan inocente, me asustó un poco la manera en que defenestraron a esta criatura. Fue tan grande la problemática que me dije: ‘esto no puede ser real y solo podría estar pasando en mi país’ ”.
Uno de los artistas chicos del trap dijo: ‘le duela a quien le duela somos el nuevo rock and roll’, y aunque a mí me pareció tan inocente, me asustó la manera en que defenestraron a esta criatura.
“En Colombia también”, le digo. En 2017, un ciudadano interpuso una tutela para cambiarle el nombre a Rock al Parque porque, según él, ya no era “rock”, pero el Juzgado 19 Civil de Bogotá falló a favor del festival.
“El chico tuvo que salir a disculparse”, retoma Cazzu, “y no entiendo por qué, si no hizo nada malo, él se refería al rock como una actitud, como algo que era irreverente y efusivo, y eso me vuelve a confirmar una idea que tengo hace rato y es que nuestro género es tan nuevo que, efectivamente, es problemático: el público, la crítica, una tapa de 'Rolling Stone', es tan nuevo todo, que un día va a venir alguien y te va a decir: ‘A ver, hacé un gesto trapero’, y tú le vas a decir: ‘¡De qué carajos me hablás!’. Todavía somos como una cosita nueva y no importa lo que estás haciendo, porque somos un país megaroquero y megacumbiero. Al comienzo, nosotros tocábamos en las mismas discotecas en las que se presentaban Pibes Chorros, no íbamos a tocar a donde iba Babasónicos, a esos lugares fuimos tres años después cuando ya no podían decirnos que no”.
El trap latino es, ante todo, una corriente joven que logró darle voz y trayectoria a una nueva camada de artistas de España y Argentina, que se habían probado musicalmente en otras culturas como el 'hip hop', el mismo 'dancehall' o la electrónica, y que ahora imponen un ritmo que los ha llevado a recortar la distancia que hay entre ellos y los reguetoneros plusmarquistas de Puerto Rico o Colombia, como J Balvin que, entre sus muchas medallas, tiene la de haber llegado al cartel de dos festivales históricos de la cultura pop como Coachella y Lollapalooza.
'Una niña inútil' fue creado en la cuarentena, tiene letras oscuras y la suavidad del 'rhythm and blues' con la rudeza del trap, y que esté inspirado en la obra de una de las plumas esenciales de la literatura hispanoamericana, la de Alfonsina Storni, cuyo primer libro se publicó en 1916 y que, según sus biógrafos, era una madre soltera y pobre, lo convierte en un contrasentido de lo que la industria actual espera de un artista y de las fórmulas de éxito.
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Storni puso fin a su vida en 1938 en Mar del Plata, arrojándose al océano desde la escollera del Club Argentino de Mujeres, un balneario y asociación feminista que se había fundado una década atrás para luchar por los derechos de la mujer. Le pregunté a Cazzu si tenía miedo de que esta especie de giro en U, cambiando de carril y en contravía, funcionara o no. “Hablé con mi hermana como a las 3 de la mañana, ella estaba conmovida por el disco y tuvimos una linda conversación. Es una persona que ha tenido mucho que ver con que yo me supere, y la llamé, como siempre, para que me dijera: ‘Tranquila que no va a pasar nada malo’. Había tenido algunos miedos, sobre todo cuando escribí la gacetilla de prensa, fue como anticiparme a pedirle disculpas a lo que sí me daba miedo, a la crítica literaria y de los intelectuales, pero luego simplemente me entregué”.
CHUCKY GARCÍA*
Especial Para EL TIEMPO* Periodista y programador artístico de los Festivales Rock al Parque y Colombia al Parque