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Música y Libros

Carlos Rojas, un llanero en la ceremonia del Nobel de García Márquez

Carlos 'Cuco' Rojas, fundador del grupo Cimarrón.

Carlos 'Cuco' Rojas, fundador del grupo Cimarrón.

Foto:Cortesía: Cimarrón

La historia que el fallecido director de Cimarrón le contó a EL TIEMPO sobre la delegación de 1982.

El maestro del arpa Carlos ‘Cuco’ Rojas, fallecido el 10 de enero pasado, dejó un legado con nombre propio en el joropo, a partir de la renovación que le ofreció al género desde el grupo Cimarrón.
Sin embargo, en 1982 apenas comenzaba ese camino. Inquieto y reflexivo, el músico de San Martín, Meta, acababa de regresar de un viaje “de locura de juventud”, según decía, por América Latina, cuando le preguntaron si tenía papeles para viajar y lo incluyeron en el grupo llanero de la delegación cultural que acompañó a Gabriel García Márquez a Estocolmo a recibir el Nobel de Literatura.
En el 2018, cuando la líder de la célebre expedición, Gloria Triana, lanzó un documental para recordarla, Rojas le hizo este relato, hasta ahora inédito, a EL TIEMPO, sobre esa inolvidable experiencia:
“Con una gran lucha –recordó Rojas–, Gloria Triana organizó esa delegación de artistas tradicionales del país para acompañar al nobel. Había unos bastante populares: Leonor González Mina, Totó la Momposina, Los Hermanos Zuleta. Y escogieron a un grupo del llano, del que formé parte, con un bandolista, Luis Quintiva; su esposa, que era famosa y ganó muchos torneos de baile del joropo, y un cuatrista de Arauca, José Paredes. Del conjunto, años después, dos murieron por enfermedad y Quintiva, en una situación confusa, un tiroteo. Por avatares de la vida artística, uno a veces acude a una fiesta donde se forma problema”.
La delegación reunió a 40 artistas. Entre ellos, una estudiantina de Riosucio, Caldas, a los vallenatos presentes –Poncho y Emiliano Zuleta, Pablo López y Pedro García–, entre otros.
“No los conocía, a ninguno. Nos reunimos por primera vez para montarnos al avión. Así resulté en Estocolmo. Nos alojaron en un barco hotel, fondeado en la bahía. Las calles estaban congeladas y la mayoría, sin ropa adecuada. Yo estaba preparado: en Argentina compré chaquetas de piel de carnero”.
Y se unió a los vallenatos en sus incursiones (buscaban algo qué beber, decía). “Iba con ellos en el taxi, para oírles los chistes. Pedro García decía que a él no le calentaba ese sol. ‘Ese sol de aquí es marica, no calienta’. Les hablaban en castellano a los taxistas, y nadie les entendía”.
Todos conocimos a Gabo, aunque teníamos agendas aparte (la embajada de Colombia nos hizo una agenda para promover el país). Él saludó a la delegación, y nos lo cruzamos en eventos. Se inauguró una escuela pública, llamada República de Colombia, en Estocolmo. Él fue, pero lo conocimos en la embajada”.
La presentación principal, la tradicional cena de los premios Nobel, se hizo en el ayuntamiento de Estocolmo, con los reyes de Suecia, los representantes del Gobierno y los más destacados bachilleres de ese año.

Nos reunimos por primera vez para montarnos al avión. Así resulté en Estocolmo. Nos alojaron en un barco hotel, fondeado en la bahía

“El llanero no era un grupo conformado, como los Zuleta –subrayaba Rojas–. Fue una selección. Buscaron a los representativos para un conjunto de cuatro, maracas, arpa y baile. Resulté ahí. Yo había tocado con el bandolista, pero no arpa sino cuatro, y había acompañado a Quintiva en presentaciones. Para el espectáculo tocamos El pajarillo, nada más tradicional que eso. Un segmento con arpa y otro con bandola. Después se cantaba un fragmento. La esposa de Quintiva dejaba las maracas y bailaba con el cuatrista. No teníamos mucho tiempo. Éramos 40 personas, y había 20 minutos para todos”.
En esos 20 minutos, un desfile de artistas bajó las escaleras con sus danzas. Cada uno esperaba su turno para descender y hacer su acto. “Tal vez se pasó de tiempo, hasta los 30 minutos. Gloria Triana lo debe tener más claro. Hoy, toda presentación tiene una lista. En ese momento no se tenía. No puedo recordar qué hicieron los demás porque estaba esperando mi turno”, decía Rojas.
Fue ese el momento de brillo para la delegación, pero al arpista lo marcó otro momento de ese histórico diciembre:
“Fue una fiesta en un sitio llamado Full House; organizaba la colonia latinoamericana para Gabo. Había exiliados uruguayos, argentinos, chilenos, perseguidos de todas las dictaduras que fueron a parar a Europa. Celebraban que por primera vez ganaba un latinoamericano y progresista. Eso estaba lleno de exilio e intelectualidad latinoamericana en un lugar donde cabían 500 personas. Fidel Castro había enviado 500 medias botellas de ron Havana".
“Allí llegó Gabo; esperábamos de él un discurso especial, politizado. Imagina ese fervor latinoamericanista. Eran los tiempos de Eduardo Galeano, el boom de la literatura latinoamericana, el momento de García Márquez; tocamos para un público de gran receptividad. Todos nos quedamos esperando el discurso. Lo que hizo fue más poderoso para mí, me impactó más que un discurso mismo. Leyó El último viaje del buque fantasma, un cuento corto (le pregunté a Gonzalo, el hijo, y me dio el título). Para mí fue aleccionador, porque me dejó pensando toda la vida: ¿Por qué lo leyó? ¿Por qué ese y no otro? Lo busqué después, lo leía y releía preguntándomelo, porque otros fragmentos podían ser más impactantes. Años después le di un sentido, saqué mi propia teoría de por qué lo hizo, al menos las que eran razones para mí”.
De Estocolmo la delegación pasó a Francia, donde hizo más presentaciones y se dispersó. Rojas se quedó en Francia. “Coincidí con Gabo en el regreso, en el vuelo París-Madrid –evocó–, y esperamos nuestros respectivos vuelos en Barajas. Él iba para México y yo, para Bogotá. En la sala de espera lo saludé, traía el arpa. Dijo: “Ve, aquí va uno de los rezagados de Estocolmo”.
¿Qué tanta conciencia había en la delegación de la importancia del Nobel? Rojas creía que no mucha. “Yo era de los pocos que lo habían leído –decía–. Había personas de formación académica mínima. La mayoría no tenía la dimensión precisa de qué era un Nobel de Literatura o del significado o de las realidades de las que Gabo hablaba. Algunos eran analfabetas. El cuatrista, ‘Noche Oscura’, escasamente firmaba. Muchos iban a tocar y no sabían de qué eran testigos”.
Décadas después sería Rojas quien asistiera a ceremonias que reconocerían su trabajo de innovación en el joropo. Sería el primero en llevar este género musical folclórico a instancias del Grammy (anglo) y varias veces recibiría galardones por su legado musical. Sin embargo, pensó siempre en aquella anécdota de García Márquez leyendo un cuento en lugar de dar un discurso: 
"Me impresionó eso porque ese debería ser un auditorio importante para Gabo. Él tuvo su discurso en el ayuntamiento, sabía que estaba hablando en representación de un continente, que necesitaba visibilidad y sabía que al día siguiente iba a abrir todos los periódicos del planeta. Sabía de la resonancia de sus palabras. Pero, lo otro era un encuentro con una gente que lo amaba, no los que lo respetaban, sino los que lo amaban. Y les leyó el cuento”, reflexionaba.
LILIANA MARTÍNEZ POLO
REDACCIÓN DE CULTURA
Lilang@eltiempo.com
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