He pensado en ocasiones que cuando no acreditamos debidamente a un artista mientras vive, perdemos el derecho moral a hacerlo cuando muere. Puesto que la literatura es un arte, esto incluye a los escritores. Dichosamente, la escritora gótica Anne Rice fue ampliamente leída mientras vivía, y por suerte para mí, me deleité en al menos una parte de su extensa obra literaria. Solo por esto, siento que puedo escribir su nombre sin acarrearme un tirón de pies cuando me vaya a dormir.
Se suele ensalzar a los artistas cuando mueren, cuando ya es demasiado tarde. La muerte los hace instantáneamente vintage y se los empieza a ver en una luz romántica. Por esta razón, legiones de nuevos fanáticos salen de las catacumbas a proclamar su amor por ellos con la aceptación universal que otorga la defunción. Iba a decir: “la sepultura”, pero hoy en día el espacio sepulcral no abunda y lo habitual es que los difuntos sean cremados.
Anne Rice no: sus restos mortales, como aquellos de los personajes poéticos de las novelas de vampiros clásicos, descansan en el mausoleo privado de su familia. Ora por sentimentalismo, ora por mi sentido estético de lo macabro, me complace saber que una autora que trató el género gótico con tanto respeto tiene un lecho definitivo en un lugar bello, como sus libros en las estanterías.
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Cuando supe que Rice había muerto, más que entristecerme, me solazó la certeza de que una autora tan digna de admirar hubiese sido descubierta, leída y loada en vida.
Hace muchos años había escuchado que Rice era un ícono gótico en Nueva Orleans, donde daba grandes fiestas de temática vampírica a las que invitaba a sus lectores, por lo cual siempre la imaginé un poco excéntrica, bastante bohemia y, sobre todo, contenta de existir. Mi deseo es que haya hecho cuanto quiso hacer, y todo parece indicar que así fue.
Anne Rice se llamaba Howard Allen. Su madre creyó que ponerle el nombre del padre a la niña sería simpático, y que le daría algunas ventajas especiales. Como podemos suponer, esto no fue así, y la pequeña Howard se autoproclamó Anne desde su primer día de escuela.
Enterarme de esto me llevó a recordar que la primera vez que escuché el nombre Harold (debía tener unos cuatro años de edad), me pareció que era el nombre más hermoso del mundo y deseé con todas mis fuerzas llamarme así. Pasé horas pensando en la irremediable calamidad de no haber sido llamada Harold, indignada con la falta de tino de mis padres a la hora de elegir el nombre perfecto para mí. Más tarde, al llegar del colegio, se lo dije a mi mamá, y ella me explicó entre risas que era un nombre de hombre, insistiendo, además, en que era un nombre absolutamente espantoso. Me sentí algo decepcionada, pero la frustración de que no me hubieran puesto Harold en vez de Carolina se atenuó.
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Y es que un nombre es capaz de trazar o truncar un destino. Los escritores lo sabemos, y por esto nombramos a nuestros personajes con tanto cuidado: después de todo, viviremos vidas enteras a través de ellos. Lestat es un nombre maravilloso para un vampiro, y este cambió la vida de Anne Rice. Yo me tardé bastante en reconciliarme con mi nombre, pero cada vez me gusta más. Anne eligió su propio nombre, creándose a sí misma, o al menos estableciendo una parte fundamental de su identidad.
Me pregunto si esa libertad de ser le permitió cambiar el curso de su carrera con la aparente facilidad que lo hizo, escribiendo tanto erótica como textos religiosos y rehusando encasillarse en un solo género literario. Rice no se prohibió explorar lo que deseaba en un momento determinado, y eso también me da tranquilidad ajena.
A pesar de esas grandes transiciones de géneros literarios, lo invariable en su obra es la fineza de su prosa. Esa delicadeza esencial, aun cuando el pasaje en cuestión sea risqué, es el sello de Rice en lo que me concierne, y lo que se quedó conmigo desde que la leí.
Y es que Rice dejó su doctorado en literatura porque quería ser escritora, una valiosa (y valiente) decisión que resultó ser la indicada tanto para ella como para sus lectores. Es, también, una lección que nos deja a los escritores: el énfasis en la crítica literaria le aporta muy poco a una persona creativa, y no embellece su prosa sino que la restringe. Rice lo sabía, y lo que es más importante, se sabía escritora aun antes de cautivarnos con sus personajes y su forma de escribir.
El vampiro ideal de Rice, en sus palabras, es elegante, trágico y sensible, con lo cual me identifico plenamente como autora de novelas de vampiros.
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Se destacó como una de las escritoras más prominentes de la literatura gótica mundial y tuvo una marcada influencia sobre la ficción vampírica posterior
Aunque ella tomó este concepto de La hija de Drácula, de la escritora Gloria Holden, y yo construí mis vampiros con base en las obras de los autores del siglo XIX que más amo (Drácula, de Bram Stoker; Carmilla, de J. Sheridan Le Fanu, y La dama pálida, de Alejandro Dumas), el resultado es similar: una oda al vampiro como personaje, sea literario o, por qué no, real. Se trata, justamente, de que el lector lo sienta real. Lo admiramos, lo enaltecemos, intentamos comprenderlo y explicarlo tanto en su monstruosidad como en los vestigios de su humanidad. Nos guardamos de ofenderlos (libre de mí afrentar a mi gremio sobrenatural favorito).
Pues bien, Anne Rice da la impresión de haber sido favorecida por los vampiros que inspiraron la línea más notable de su obra, y con los cuales compartió tantos años sumida en el mundo de la ficción, porque se destacó como una de las escritoras más prominentes de la literatura gótica mundial y tuvo una marcada influencia sobre la ficción vampírica posterior.
A través de sus libros y de la adaptación cinematográfica de su obra, Rice marca una línea, la del vampiro fino y melancólico, contrapuesta a la que autores como Stephenie Meyer (y su saga Crepúsculo) esbozaron más adelante: la del vampiro deportivo posmoderno.
Más que hacerle una despedida póstuma a Anne Rice, cosa inútil, quiero expresar cuánto me alegra que hayamos disfrutado y celebrado su obra colectivamente hace tanto, y en especial que lo hayamos hecho mientras ella aún vivía. ¡Menos mal! ¿Se imaginan que no la hubieran publicado en vida, y que viniéramos a descubrirla solo ahora? Esa sí que habría sido una tragedia. Nos legó, en cambio, algunos de los vampiros más encantadores de todos los tiempos, con la reverencia que merecía como creadora de seres inmortales. Larga vida a su nombre.
CAROLINA ANDÚJAR*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
* Escritora gótica y música colombo-húngara nacida en Cali. Andújar basa gran parte de su obra de ficción en las leyendas y el folclor de Europa Oriental. Sus publicaciones incluyen la serie unificada acerca de vampiros, brujas y strigoi. En la actualidad se encuentra escribiendo la cuarta parte de la serie gótica Carmina Nocturna.
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