A principios del 2017, dos años después de que Odio a Botero había ‘colgado los guayos’, unos cineastas les propusieron hacer un documental sobre su historia y su fin. Esta ‘necropsia’, como la llama René Segura, vocalista de la banda, fue la que hizo que el cadáver volviera a la vida.
El icónico grupo de punk y rock bogotano había anunciado su retiro en el 2009, según dicen, por amenazas y “motivos de fuerza mayor”.
Intentaron volver al ruedo con la ‘Gira por el País más Feliz del Mundo’ en el 2014 y el 2015, pero sintieron que las condiciones no eran favorables. “La gente se había acostumbrado a que no existía Odio a Botero”, recuerda Segura.
Tenían una deuda con su público y con ellos mismos, que pagaron con el álbum Bardo, el tercero de estudio (que estrenaron hace unas semanas), compuesto por canciones como Montando gorilas, 255 Pasajeros y Una sola porción, que ya tenían escritas desde el 2013. Las habían tocado en la gira accidentada, pero nunca las habían grabado.
Esta vez, cuando intentaron volver, el viento sí soplaba a su favor: Intolerancia Récords, una disquera mexicana, los contactó para prensar el álbum, y volvieron a entrar en escena.
“Dice (el presidente) Juan Manuel Santos que solo los imbéciles no cambian de opinión cuando las circunstancias cambian. Dijimos que no íbamos a volver, pero la situación cambió, y aquí estamos: genuinos, como siempre”, manifiesta Segura.
“En el proceso de documentar a Odio a Botero como muerto, revivimos. Eso es muy Odio a Botero: cuando nos intentan definir, nos vamos por otro lado. Nos intentaron atrapar, y nos escapamos. Muy irónico y absurdo. Nos levantamos en la mitad de la autopsia”, añade.
La vida nos puso en este estado intermedio, que es mucho más completo que cualquiera de los dos lados radicales
Ese escape constante de las etiquetas y los sellos devino en Bardo, un concepto budista que representa la incertidumbre y lo inatrapable.
“La vida nos puso en este estado intermedio, que es mucho más completo que cualquiera de los dos lados radicales”, cuenta Segura.
“Es un gris indeterminado que me gusta. No se puede definir a Odio a Botero, o su género. Las etiquetas matan; estamos entre el vivo y el muerto, entre el rock y el punk, entre lo político y la broma. Queremos ser inasibles: no hay definición para Odio a Botero”, añade.
En su vuelta a la escena del rock y los sonidos independientes, Segura expresa su sorpresa ante la ausencia de música con un mensaje político. “Era para que hoy hubiera muchas bandas con un discurso hacia el proceso de paz, hacia Odebrecht. El rock y el punk tienen casi como obligación indagar sobre el país y la sociedad, pero ningún grupo tapó ese hueco”, dice Segura, con asombro.
“Mi teoría es que a la gente le da miedo que les cierren las puertas. Ya no tiene que haber agentes, sino que las bandas se autocensuran. A nosotros nos pasó, en los festivales nos pedían que no habláramos de ciertos temas para evitar problemas. Por eso, hoy se escucha ese brit pop ‘paila’ romanticón, para que les llegue la llamada de los Latin Grammy”, continúa.
Aunque Odio a Botero siente la responsabilidad de “intentar que la gente vea más allá de lo evidente que dicen los medios”, tampoco quieren quedarse ahí. “Botero nos irrita porque se repite pintando gordas. El absurdo más grande sería pegarnos a un estilo. Buscamos ser genuinos”, dice.
Hacia adelante, les queda contar el momento que están viviendo hoy, pues Bardo es un disco que habla de la realidad de la banda entre el 2009 y el 2013. “Tenemos un rango conceptual amplio porque no pueden predecir qué continúa. Solo puedo asegurar que nos mantendremos genuinos”, concluye.
René Segu#ra es recordado también por haber renunciado a Sayco Acinpro, luego de denunciar los malos manejos en la institución. “Teníamos la razón, pero no nos oyeron en su momento. Siento que la institución está igual, como todo en este país: corrupta. Mi carné de Sayco Acinpro está firmado por Jorge Oñate, que también es reconocido por ser corrupto. El carné sale en el disco, y también pusimos la foto de aquel Rock al Parque en el que denunciamos esa situación (con un cartel)”, cuenta.
SANTIAGO CEMBRANO
EL TIEMPO@scembrano