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Música y Libros

Astor Piazzolla: 100 años son pocos para el músico del futuro

Fotografía cedida por Pupetto Mastropasqua donde aparece Astor Piazzolla, quien es homenajeado en "100 años de Piazzola', en Miami.

Fotografía cedida por Pupetto Mastropasqua donde aparece Astor Piazzolla, quien es homenajeado en "100 años de Piazzola', en Miami.

Foto:EFE

Pequeño retrato de Piazzolla, el compositor y bandoneonista que creó un lenguaje musical nuevo.

A casi tres décadas de la muerte de Astor Pantaleón Piazzolla, la leyenda argentina del tango, cuando su legado es aclamado y brillante, parecería absurdo decir que muchos de sus contemporáneos lo odiaban. Pero así era. La explicación, simplificada, es que su propuesta no estaba hecha para apreciarse en el siglo pasado: su fijación siempre fue lograr crear la música del mañana. Lo odiaban porque no lo entendían.
Luis Alberto Spinetta (1950-2012), el mítico roquero compatriota de Astor, contaba en una conferencia: “Mis tíos negaban a Piazzolla. Y yo discutía, ¡tenía 14 años y discutía! Les decía: ‘¿Pero no ven a los aviones que aterrizan, los edificios, el tráfico, los autos? Eso es Piazzolla: es el futuro, la ciudad que crece. No es el tipo ahí llorando porque la mina lo abandonó’. Y sigo pensando lo mismo: Piazzolla es el futuro”.
Lo decía otro revolucionario de la música que compartía con Astor ese ímpetu de vanguardia. De hecho, en su Cantata de los puentes amarillos, Spinetta canta, casi con desespero: “Aunque me fuercen yo nunca voy a decir / que todo tiempo por pasado fue mejor / ¡Mañana es mejor!”.
El rezo del roquero fue materializado de manera casi caricaturesca por el tanguero, según cuenta su hijo. En una tarde de típico asado argentino, dice Daniel Piazzolla, su “viejo” salió como loco y empezó a quemar las partituras de todo lo que había escrito, exclamando que nada de eso valía la pena, que lo único valioso era lo que compusiera en los tiempos venideros.
“Todo lo que hiciste ayer es una mierda: siempre mirá para adelante. Si lo compusiste ayer, rompelo”, exclama Daniel Piazzolla, imitando a su padre en la primera escena de Piazzolla: los años del tiburón, un documental que recoge cientos de horas de material inédito en el que el ‘renovador del tango’ habla en entrevistas, videos caseros y conversaciones con su familia.
La película, que pretende retratar al compositor con su propia voz, logra un carácter cinematográfico alejado del lenguaje periodístico. Y esa anécdota en la que su hijo —ya viejo y con aire de derrota porteña— cuenta cómo su papá quemaba todo, contribuye a que el filme parezca planeado en un libreto.
“Son esas cosas de la fuerza de la realidad que superan la voluntad o la idea de los guiones, ¿no? Ese diálogo de Daniel Piazzolla te marca y te desorienta porque uno no se puede imaginar que eso sí haya ocurrido”, dice Daniel Rosenfeld, el cineasta argentino que dirigió el documental, en una conversación con EL TIEMPO.
Esta visión fulminante de un Astor histérico que destruye su propia obra sirve para entender dos cosas sobre su figura: su ya mencionada manía por el porvenir y la rareza de su propia biografía, que parece una novela argentina que transcurre en Mar del Plata, Nueva York, Buenos Aires, París y algunas ciudades de Italia.
Vale la pena revisar su vida. Aunque nació en Mar del Plata (el 11 de marzo de 1921), a los cuatro años se fue con sus papás, migrantes italianos, a Nueva York.

Me di cuenta de que mucha gente oía esos arreglos míos y no les causaba ninguna gracia, porque, lamentablemente, en la Argentina se puede cambiar todo, menos el tango

Esa lejanía con Argentina, según contaba su hija (Diana Piazzolla 1943-2009), quizás sembró en él las condiciones necesarias para entrarle al tango desde adentro y a la vez desde afuera, el “desarraigo” que le permitió renovar el género.
Astor le tenía “bronca” al tango, porque su padre, Nonino (Vicente Piazzolla), lloraba siempre que oía discos argentinos. Así que tomó la senda de la música clásica. Sin embargo, un día el papá le regaló una caja enorme que contenía lo que sería su vida en adelante: un bandoneón.
En algún momento, Carlos Gardel visitó La Gran Manzana en medio de una gira, y cuando Nonino se enteró de que el gran Gardel estaba en la ciudad, le talló una escultura de madera a manera de homenaje y le dijo a su hijo que se la llevara de regalo.
Averiguaron en qué hotel se quedaba la estrella y el pequeño Astor se trepó por los techos y tocó su ventana. Lo despertó de su siesta y Gardel se molestó, pero pronto terminaron tomando leche y construyendo una amistad.
El talento del joven sorprendió tanto al tanguero que en 1935 les pidió a los padres de Piazzolla que lo dejaran acompañarlo a una gira. Al final, el pequeño no fue y Gardel fue a parar a Medellín, donde murió en aquel famoso accidente aéreo.
Ya en su adultez, Astor volvió a ver en Nueva York el muñeco de madera que Nonino le hizo a Gardel y que cayó con él en ese avión.

El regreso a Argentina

A los 16 años Piazzolla volvió a Mar del Plata y rápido se fue para Buenos Aires, donde inició su carrera como bandoneonista en orquestas pequeñas.
Pasó cinco años en la orquesta de Aníbal Troilo, en donde hacía el papel de arreglista, de manera que pudo empezar a explorar las posibilidades de modificar aquel género que hasta entonces solo era arrabal, desamor, baile y folclor casi reaccionario.
“Me di cuenta de que mucha gente oía esos arreglos míos y no les causaba ninguna gracia, porque, lamentablemente, en la Argentina se puede cambiar todo, menos el tango”, contaba el mismo Piazzolla.

Para él la música era para escucharla, no para bailarla.

Hasta 1946 estuvo en otro grupo, pero ese año fundó su propia compañía: la Orquesta Astor Piazzolla. Fue cuando finalmente pudo arriesgarse a hacer todos los arreglos que se le ocurrieran, sin limitaciones. Ahí Piazzolla comenzó a ser ese gran Piazzolla. Redundancia intencional.
Si se quisiera resumir su biografía para hablar de su música, se podría decir, a saltos enormes, que después fundó el Octeto de Buenos Aires, que comenzó a experimentar con el jazz, que en 1958 regresó a Nueva York, ya con su familia (su primera esposa, Laura Escalada, y sus dos hijos), y le fue mal; que regresó a la capital porteña y fundó el Quinteto Astor Piazzolla, que estudió en París y vivió cinco años en Italia, país en el que formó su Conjunto Electrónico; que en sus últimos diez años compuso casi 300 tangos y que murió en Buenos Aires el 4 de julio de 1992.
Pero no: pasar por su vida velozmente para hablar de su obra sería asumir que son dos cosas distintas, y en el caso de Piazzolla eso sería una irresponsabilidad, pues era un tipo al que la música le interesaba más que su propia salud.

Sangre de tiburón

Según Rosenfeld, “Astor era alguien que estaba siempre en tensión. El episodio de la quema de las partituras pinta muy bien el carácter que tenía. Cuando iba a pescar tiburones —una actividad importante en su vida que le da el título a la película—, no buscaba una pesca tranquila: se iba por lo más difícil. Bastante simbólico, ¿no? Incluso llama la atención lo que él mismo dice: que pesa lo mismo un tiburón que un bandoneón, que pescar es ejercitarse para tocar, que el día que no pueda hacer una cosa, no podrá hacer la otra”.
Para el director de Los años del tiburón lo más llamativo de Piazzolla es que “creó un lenguaje nuevo. Hizo un alfabeto musical. Oyes dos o tres notas y ya sabes que es él. (…) Hacer algo distinto siempre provoca ruido. Pareciera que el arte es un constante refrito de otras cosas que se hicieron antes. Para lograr algo nuevo, para lograr vanguardia, hay que tener con qué. Por eso recibió tantos ataques”.
Esos ataques fueron tan constantes y fue tan poco apreciada su música en ciertos círculos de Buenos Aires, que se llegó a decir que lo que él hacía no era tango, pero el mismo Piazzolla insistía en que la música que lograba con el Quinteto era “más tango que nunca, porque es el Buenos Aires de hoy. La música y la letra no tienen nada que ver con el Buenos Aires de hace 30 años. Es hoy”.
“Afortunadamente esa discusión de si Piazzolla hacía o no tango ya no es vigente”, dice, por su parte, Jaime Andrés Monsalve, jefe musical de la Radio Nacional de Colombia y autor del libro Astor Piazzolla: Tango del ángel, Tango diablo, quien también conversó con EL TIEMPO sobre el genial músico argentino.
“Si bien todavía hay gente que siente que lo que él hacía no era exactamente tango, casi todos están de acuerdo en que su música apela directamente a la ciudad de Buenos Aires. En esa ciudad, los sonidos de ayer, los de hoy y los de mañana están cifrados en la figura de Astor Piazzolla”, dice Monsalve.
Pero para lograr identificar la modernidad en sus composiciones, es necesario sentarse a oír con atención, pues no se percibe en una audición superficial. Y eso era precisamente lo que él buscaba. “Yo no quiero hacer música para que la gente venga a hacer la digestión, yo quiero hacer música que le obligue a la gente a pensar”, exclamaba.

El ‘enemigo de los pies’

No por nada es que una de sus grandes revoluciones en el tango fue extraerle la posibilidad de bailarlo. Le quitó la danza a una música y a una tradición en las que ese era el elemento central. “Para él la música era para escucharla, no para bailarla”, explica Rosenfeld.
Poco a poco el público fue comprendiendo lo que el ‘enemigo de los pies’ quería hacer y cuando llegó el ‘rocanrol’ y la gente en Argentina empezó a bailarlo en vez de aprender a bailar tango, Piazzolla comenzó a brillar.
Para Juan-Manuel Caycedo, músico y escritor, una de las claves de su gran popularidad fue lograr crear una “bisagra entre la música popular y la música académica. Hacía música para la gente, pero todo su bagaje era de escuela. Fue un genio, pero no porque sí, sino porque estudió su instrumento con juicio y luego, en París, perfeccionó su talento de la mano de Nadia Boulanger. Todo eso lo volcaba en canciones que podían estudiarse en un conservatorio igual que podían oírse en la radio”.
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La explicación que Monsalve tiene para que Piazzolla lograra que el tango fuera universal es que “pudo apelar a públicos que jamás se hubieran interesado en ese género. Su música, llena de emoción, de ruptura, cautivó a grupos variopintos de personas”.

Piazzolla no fusionaba ritmos. Él era capaz de abstraer parte del espíritu de otras sonoridades y traerlas a su género con el fin de avanzar.

Sin embargo, para Monsalve, “Piazzolla no fusionaba ritmos. Él era capaz de abstraer parte del espíritu de otras sonoridades y traerlas a su género con el fin de avanzar. De la música clásica tomó elementos de la composición y la armonía; del jazz tomó el call and response y también el swing, la manera caliente de tocar; de la bossa nova tomó la actitud de hermandad entre los músicos; del rock tomó la guitarra eléctrica”.
Entre éxitos del tamaño de Adiós Nonino y la Balada para un loco, Astor Piazzolla, hoy con 100 años, ha logrado consumar su obsesión con el porvenir de la manera más contundente: transgredió el tiempo porque sigue estando vivo. Sus composiciones, nunca inertes, llenas de sangre de tiburón, siguen siendo reintepretadas de maneras insospechadas. Es el año 2021 y Piazzolla sigue siendo el futuro.
-MATEO ARIAS ORTIZ
Redacción Domingo
EL TIEMPO
En Instagram y en Twitter: @mateoariasortiz
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