“En un pueblo que se llamaba Armero quedaron atrapadas personas en sus casas, esperando que las rescataran. Pero todas las cámaras, en una transmisión medio movida y de colores extraños, enfocaban a una chica de trece años, Omaira –qué nombre más raro, pensó Vicky–, que estaba en medio hundida ente escombros y barro; no podía moverse, pero podía hablar y, cuando le pusieron el micrófono, allá en Colombia (¿dónde queda Colombia?, le preguntó Vicky a Gaspar, y él le dijo que en el Caribe, pero no es una isla, es al lado de Venezuela), la chica dijo algo que a Vicky le dio ganas de irse corriendo (…) dijo: toco con los pies en el fondo la cabeza de mi tía”.
Para quienes hayan vivido los ochenta en Colombia, la imagen de Omaira, la niña que murió en Armero luego de que el Nevado del Ruiz hiciera erupción y arrastrara a su paso cientos de toneladas de lodo y tierra, es una imagen de terror. Y así lo recuerda la escritora argentina Mariana Enriquez, quien la incluye en su novela 'Nuestra parte de noche', porque es una imagen traumática que la obsesiona, que no se puede sacar de la cabeza desde que la vio por televisión.
Pero Enriquez también tiene otras obsesiones. Todos los días, desde que empezó la pandemia, publica en Instagram una foto de alguna celebridad que le ha causado fascinación: Bruce Springsteen, Florence Welch, Bernard Butler. Alguna vez tuvo un foro con unas amigas en el que analizaban canciones de sus discos favoritos, sobre todo los de la banda Suede. En su estudio tiene un altar con una foto de Rimbaud, a quien conoció cuando su mamá le leyó 'Las flores del mal' cuando tuvo hepatitis y de quien se enamoró gracias a Patti Smith. Suele vestir camisetas con logos de bandas o la imagen de alguno de sus dioses del rock, como David Bowie. Y así, como fan, como entusiasta de la poesía, la música y la literatura es que se ha llenado de obsesiones.
(Le recomendamos: Spike Lee, las vidas negras importan)
En enero de este año, Patti Smith, una de sus heroínas, posteó en su cuenta de Instagram una foto de la edición en inglés de 'Las cosas que perdimos en el fuego' (2016), el libro de cuentos de Enriquez que está traducido a más de veinte idiomas. La elogiaba: “Esto es lo que estoy leyendo (…) Ella escribe historias basadas en la atmósfera de la verdad, con un giro poético oscuramente descriptivo”. Enriquez dice que hay otras reseñas y comentarios que la hicieron sentir más orgullosa, pero ninguna la puso tan contenta como ese comentario. Es sin duda una fan consagrada.
Enriquez también es una autora de culto, con fans propios que le preguntan sobre su cercanía con el ocultismo, que quieren saber si cree en el diablo o si todavía lee el tarot (sí, lo hace, pero cada vez menos, sobre todo desde que vio cosas que pasaron en la realidad)
Escribo por la mañana. Antes era muy nocturna. Suelo escribir con música, me viene muy bien, me pone en otro plano. Y me dejo influenciar mucho
Todo empezó en 1995, cuando la hermana de su mejor amiga de ese entonces la llevó a Editorial Planeta, a la oficina de Juan Forn. Forn, quien tenía una reputación importante como editor, pero a quien Enriquez no había oído nombrar ni había leído, estaba empezando una colección de literatura joven, pero no tenía ni un solo escritor contratado. Enriquez había escrito, en una máquina de escribir Olivetti que le rompía las uñas, 'Bajar es lo peor', una novela punk, oscura, llena de vampirismo, drogas y envuelta en la atmósfera nocturna de La Plata. Una mezcla entre Entrevista con el vampiro y las películas de Gus van Sant. Algo que a ella le obsesionaba, pero que no había en su idioma. Forn la contrató. Y de ahí en adelante las cosas empezaron a suceder muy rápido: entrevistas en las que le preguntaban por qué sabía tanto de drogas, su cara en las vitrinas, críticos que le decían que eso no era literatura y que mejor se fuera a escribir series adolescentes, fans que le escribían cartas llenas de amor, y la etiqueta de “la escritora más joven de Argentina”. Enriquez era la chica rara, la anomalía, como ella misma lo dice.
Diez años después llegó la segunda novela, 'Cómo desaparecer completamente' (2004). No hubo un nuevo boom, no hubo una nueva etiqueta para ella, casi pasó inadvertida. Pero el fracaso no la espantó, al contrario. En ese momento tomó la decisión de relacionarse con el terror de otra manera, de contarlo desde voces femeninas y desde un punto de vista propio, latinoamericano, relacionado con la realidad y la historia aterradora del continente.
De ahí salieron los libros de cuentos 'Los peligros de fumar en la cama' (2009), 'Las cosas que perdimos en el fuego' (2016) y la novela 'Este es el mar' (2017), que iniciaron a sus nuevos lectores en un mundo oscuro y lleno de mutilaciones, vampiros, sexo gay, seres andróginos, las consecuencias del trauma infantil en la vida adulta (muy a lo Stephen King, que quien es muy fan, muy lectora), leyendas urbanas, culpas, enfermedades mentales, santería y ocultismo. Obras en la que siempre está presente la pregunta sobre escribir literatura de género en una tradición donde no hay horror y donde pareciera que no se quiere reconocer a sus cuentistas (Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo, Cortázar) como cuentistas fantásticos.

Mariana Enriquez inició su carrera literaria en 1995 con 'Bajar es lo peor'. Su escritura también ha explorado el periodismo cultural y el género de la crónica.
Nora Lezano
Y ahí sí hubo ruido: Leila Guerriero ha dicho varias veces que es “uno de los nombres más importantes de la literatura argentina de su generación” y el escritor y editor norteamericano Dave Eggers dice que su cuento “El chico sucio” se queda en la cabeza por semanas, y la compara con Bolaño.
(¿Le gustaría otra entrevista Bocas?: Maluma, el 'Pretty Boy' que conquistó el mundo)
Pero fue este año, el año del horror pandémico, que Mariana se convirtió –de nuevo– en la obsesión de otros gracias a 'Nuestra parte de noche', novela que le dio el Premio Herralde, y en la cual cuenta la historia de Juan Peterson, un médium de la Oscuridad, y su hijo Gaspar, quien podría heredar sus talentos, pero a quien no quiere dejar en manos de la secta de la familia de su esposa. Es una novela magistral, monstruosa, que contiene cada uno de los temas que ha trabajado desde siempre pero llevados al extremo. Es la historia de una familia y de sus casas, de la Argentina de la dictadura, pero también de la clase alta, altísima, que es una nación en sí misma porque tiene dinero, porque puede. Es también la Argentina de los noventa y de una juventud idealista y violenta.
Es una novela que contiene los secretos de la selva y que expone los secretos del otro lado, eso que hay detrás de la puerta y de lo que nunca se habla. De ella dice Alberto Fuguet: “Es altamente probable que 'Nuestra parte de noche' sea algo así como el nuevo 'Cien años de soledad', aunque más gay, más caliente, más misterioso, más duro y más en versión de género”. Y Jorge Carrión la catalogó, junto con 'Desierto sonoro' de Valeria Luiselli, como la novela más importante de 2019.
También es el año en el que iba a parar. Y sí, no está escribiendo ficción, dice que la pandemia le trabó la imaginación, pero que igual se quería tomar el tiempo para un sabático luego de volcarse del todo en la novela. Pero por otro lado no paró –charlas, encuentros vía Zoom o Meet, programas de radio, la dirección del Fondo Nacional de las Artes– y aunque está encerrada en su casa con su esposo Paul, ha estado expuesta, como en los noventa. Sin embargo, y tal vez por eso es que todos la quieren en todas partes, es terriblemente generosa con su tiempo. Es fácil hablar con ella por horas, sobre todo cuando uno tiene un terreno de gustos es común. No le gustan los Beatles por ser
demasiado perfectos. Consume poesía de forma voraz –Shelley, Keats, Ted Hughes, Pizarnik, Idea Vilariño y, por supuesto, Rimbaud– y sabe de qué va la vida de Taylor Swift. Dice que le pone de mal genio que le pregunten qué quieren decir sus personajes y defiende con vehemencia que los escritores, por saber escribir, no tendrían que opinar de todo, ni ser expertos. Responde largo, escucha con cuidado y no se ríe de su propio humor negro.
Yo lo recuerdo como si le hubiese pasado a otra persona. Fue difícil porque yo era muy joven y muy desafiante. Lo que me doy cuenta ahora, que no me di cuenta en ese momento, es que todo eso me trabó bastante para seguir escribiendo. Suelo decir que le dediqué diez años al periodismo porque tenía que trabajar, ocuparme, etcétera, pero tenía 21 años, era un fenómeno, y tenía miedo de no poder volver a reproducir el fenómeno, cosa que pasó y que no fue dramática. Y, por otro, pasaron cosas raras por la sobreexposición.
¿Qué cosas raras?En el 95 les preguntaban cosas a las chicas que ahora ya no se pueden preguntar. Me acuerdo que cuando empecé a trabajar en el diario lo primero que me dijo un compañero de trabajo fue “No lo escribiste vos el libro, te lo escribió tu editor”. Y esos comentarios eran constantes. La primera novela tiene muchas escenas de sexo gay, entonces todo el tiempo me preguntaban “¿Como sabés de eso?”. La verdad es que la mayoría de escenas de sexo gay de ese libro están sacadas de películas, pero a mí también me daba vergüenza decir que veía porno. Había cero interés en lo escrito. Lo que importaba era que era una freak, una chica joven que escribía, una anomalía. No tenía ganas de volver a pasar por eso.
Pareciera que por escribir terror sigue siendo un poco un bicho raro en el mundo literario de América Latina.Todavía hay cierta curiosidad mórbida, como “qué le interesa a esta especie de Morticia”. Pero lo que más me llama la atención es la insistencia en el género menor, como si estuviesen esperando que me recibiese de escritora, que “deje esas tonterías”. No puedo creer que en 2020 estemos hablando de los géneros de la imaginación como géneros menores. Yo pensaba que no, pero propusimos para los premios del Fondo Nacional de las Artes, hacer los concursos de novela, cuento, poesía y ensayo en los géneros fantástico, terror y ciencia ficción. Y se armó un despelote… Me impresionó un poco eso.
¿Qué cree que es el miedo?No sé, más allá de que es una emoción que cuando es irracional es dificilísima de manejar. En ese sentido, es un desorden y un caos mental al que yo le tengo muchísimo miedo. Es paradójico lo que estoy diciendo, pero es así.
¿A qué le tememos?Creo que no todos les tememos a las mismas cosas. En otro momento te hubiera dicho que le tememos a la violencia pero hay gente a la que le encanta la violencia, y hay seres humanos que encuentran placer en la violencia. Creo que esa gente también encuentra un placer en el caos, en el desorden que provoca la violencia, así que no sé.
¿A qué le tenía miedo cuando era niña?A las leyendas que me contaba mi abuela, a las historias de santos paganos. Ahora no les tengo miedo. Pero en ese momento les tenía un miedo terrible.
Recuerda alguno…La familia de mi abuela, de la parte de mi madre, tenía un pequeño santo con un esqueleto pequeñito, que se llamaba San La Muerte. Me acuerdo que mi tío, que era gente de la provincia y tenía una relación particular con la bebida, siempre que bebía agarraba al santo y lo tiraba en el vaso de vino para agradecerle. Contaban que a veces lo hacían de huesos de personas, o de un hueso chiquitito para ponérselo debajo de la piel, y que tenía templos secretos. Ahora es un culto menos clandestino que hace 30 años. A mí esas historias en particular me daban miedo porque no me contaban bien para qué servía el santo este, o cuál era su misión, si era bueno o malo.

La escritora argentina recibió el Premio Herralde en 2019 por 'Nuestra parte de la noche', una novela que contiene todas sus obsesiones: ocultismo, mutilaciones y seres andróginos.
Nora Lezano
No quiero que mis obsesiones me abrumen la ficción, pero al mismo tiempo yo no sé si un creador puede evitar las obsesiones. Uno escribiendo sobre lo mismo
Creo que no. Mi padres eran ambos de izquierda y ateos durante la dictadura en Argentina. No eran militantes, pero tenían amigos militantes. Entonces creían que si me enviaban a un colegio del Estado la penetración ideológica iba a ser aún más compleja. Cosa que a lo mejor tiene un poco de cierto, no lo sé. Además, creo que estaban un poco paranoicos porque no estaban casados por la Iglesia. A mí me bautizaron muy grande, pero ellos eran totalmente ateos. Creían que al tener cierta cobertura católica estarían cubiertos respecto a la persecución del Estado.
(Además: Entrevista exclusiva con Arnold Schwarzenegger)
¿No tuvieron inclinaciones religiosas con el tiempo?Papá murió en el 2015 y antes de morirse se puso un poco un poco místico, menos despreciativo con la gente religiosa. Mi mamá no, mi mamá está cada vez peor. Mi mamá es casi el anticristo [ríe].
¿Y usted por qué lado se inclina?Paradójicamente estoy más cerca de mi padre. Pero porque lo pienso políticamente. No sé cómo sea en Colombia, pero teniendo en cuenta Brasil, que está prácticamente en una especie de dictadura evangélica, que los partidos de ultraderecha de acá se están aliando con la cuestión evangélica, y pensando con todas las consecuencias que trae el cristianismo a Estados Unidos, por ejemplo, la Iglesia Católica, más allá de ciertas cuestiones gravísimas, me empieza a parecer la menos fanática
¿Sintió temor de la presencia de la dictadura?Era muy chica, pero hay cosas que recuerdo. En un momento mis padres tuvieron en casa a unos amigos que después se exiliaron, primero en Brasil y después a Cuba, no lo tengo muy claro. Mi recuerdo es que estuvieron en casa mucho tiempo, dos semanas, pero en realidad no fueron más que dos o tres días, así que calculo que la tensión hace que lo recuerde como algo muy largo. No tenía miedo, en especial porque no sabía qué pasaba, pero sabía que afuera había algo sumamente hostil. Miedo tuve después, porque la posdictadura argentina fue muy explícita. O sea, había gran cantidad de información. Hasta había un libro de la Comisión de Desaparición de Personas que contaba en detalle las torturas. Contaba dónde estaban los campos de concentración, que en muchos casos estaban en la ciudad, en casas vecinas incluso.
Entiendo que les tiene miedo a los perros, ¿de dónde viene ese miedo?Fue bastante espectacular. Tendría unos nueve años. Estaba viviendo en La Plata, una ciudad universitaria muy linda, a donde se habían mudado mis padres en ese momento por una cuestión de trabajo. Mi mejor amiga de ese momento tenía un perro muy feo, callejero, pero feo. Viste que los perros callejeros suelen ser lindos o tener cierta gracia, este era feo, gordo, más ancho que largo, chiquito, un perro intranscendente en apariencia, y nunca muy simpático tampoco. Y bueno, su mamá lo encontró comiendo un hueso de pollo que había robado de la basura, e intentó sacárselo de la boca, que sabemos que es algo que no hay que hacer. Pero no sé si a ella le dio miedo, o qué pasó. El perro la atacó y la mordió en la boca, le arrancó los labios, le arrancó la boca entera y se lo comió. Estábamos muy cerca, así que llegué a ver la cara así, la boca sin boca y los dientes al aire. Es una de las imágenes más impactantes que vi en mi vida, 'full body' horror. Ahí le empecé a tener miedo a los perros, total desconfianza, no hay manera que a mí me digan que el perro no hace nada, yo vi lo que hacen.
¿Cuándo se convirtió el miedo en obsesión, en objeto de estudio?Creo que eso pasó de más grande cuando empecé a pensar ya más literariamente en cómo construir un terror latinoamericano. Empecé a preguntarme sobre los miedos propios de nuestras sociedades: aunque son bastante distintos en muchos sentidos, creo que hay situaciones de violencia institucional, inestabilidad económica, de gobiernos autoritarios y de desamparo frente particulares de cada país. Y pensé que todo esto tenía que estar incorporado como el elemento realista a partir del cual se desprende lo que tiene que ver con el género, que puede ser lo sobrenatural, lo gore, ultraviolencia, uno puede elegir ahí el tipo de horror que le interesa trabajar, pero creo que el horror contemporáneo siempre esta trabajando con cuestiones que tienen que ver con lo real.
Me da la impresión que en la primera novela no tenía esa conciencia literaria.En ese momento no tenía ninguna conciencia literaria real. Tenía una conciencia de lectora, pero no de qué hacer con eso que leía más que intentar incorporarlo a una ficción propia. Pensaba qué era eso que no estaba leyendo en mi idioma: no estaba leyendo acerca de los jóvenes en la noche, los excesos, cierto clima de muy oscuro que había en los noventa en Argentina. Era todo muy impulsivo, como el acercamiento que haces a una canción de punk rock: pocas notas, una letra muy sincera y poco artificio.
(Tal vez le guste: Luz Marina Bernal, la resistencia de una madre de Soacha)
Su carrera en periodismo ha sido sobre todo en periodismo cultural, ¿fue así desde un principio?La persona que me llevó a la editorial para publicar la novela trabajaba como periodista en un diario y me ofreció trabajo. Como escribía bien, me pusieron en proyectos especiales, crónicas largas. Recuerdo una vez que me encargaron una crónica cuando empezaba una crisis económica más de la Argentina, el preludio a la crisis de 2001. En ese momento había un montón de gente de clase media que buscaba comida en la basura, y era evidentemente gente de clase media que se había encontrado en esa situación. Entonces fuimos con un periodista y la gente se enojó mucho, algunos nos insultaron, nos tiraron cosas. Luego escribí una crónica, creo que bastante buena. Y ese era justo mi problema: sentía que estaba aprovechándome de las desgracias de otros para escribir una buena nota. Me causaba conflictos, no lo podía resolver, me sentía pésimo después. No lo digo con falsa moralina. Me resultaba inútil: la gente se entera y no le importa, porque el periodismo es así. Entonces, volví a mi primer amor, la sección de Espectáculos. Lo primero que hice fue cubrir un show de Page y Plant, no el show, porque eso era cosa de “varones”, pero sí el ambiente, el público, notas de color.
¿Recuerda ese momento de epifanía cuando descubrió la música?Me acuerdo de haber leído en la revista 'Cerdos y Peces', una revista bastante popular acá, un artículo sobre Nick Cave, de su banda, y yo decidí que a mí ese artista me gustaba antes de escuchar su música. El artículo contaba las letras, hablaba de cómo sonaba eso, las impresiones que al tipo que escribía el artículo le causaba esa música. Contaba cómo esos músicos se habían ido de Australia a Londres y de Londres a Berlín porque para todos los lugares donde estaban eran demasiado disruptivos. Yo vivía en ese momento en La Plata, que es una ciudad medio satélite, entonces hay muchas cosas que no conseguís porque están en Buenos Aires, que es supercerca. Entonces me vine a comprar discos a Buenos Aires y cuando regresé los escuché, eran… no sé… eran exactamente como lo contaba el artículo, eran la sensación que yo esperaba encontrar. No me acuerdo de quién es la nota, la busqué y no la encontré, pero ese tipo era brillante y hacía algo que yo trato de hacer con el periodismo que es tratar de trasmitir cierto entusiasmo que pueda enamorar al lector del objeto que estás contando.
¿Cómo es el periodismo desde el entusiasmo?Son pequeños alivios. A mí un estado permanente de linchamiento y de consumo irónico me parece muy tanático. Y te lo digo como persona a la que le gusta claramente lo oscuro, pero es que a mí esas cosas no me resultan horribles. No sé bien en qué momento pasó -tal vez por una lógica que tiene que ver con cómo nos relacionamos en redes, que tiene que ver con el ingenio, la frase hiriente, incluso a veces la crueldad–, pero a veces la crítica tiende a la destrucción del objeto. Es la estética del 'hater'. Y eso me parece muy deprimente.

Es fan declarada del poeta francés Arthur Rimbaud y de los músicos NickCave y David Bowie.
Nora Lezano
Hay ciertas perfecciones en la música que no las encuentro en la escritura. Las encuentro en la poesía. Perfecciones estéticas, como revelaciones. Hay canciones que escuchás y decís: “¿Cómo pudo?”. Como si no tuvieran autor, si las hubieran pescado de otro lado. Tan fácil parece. Pero no sé cuál es el truco.
(Lea también en Bocas la entrevista con Una madre de Soacha)
¿Tiene manías o rituales a la hora de escribir?Escribo por la mañana. Antes era muy nocturna. Suelo escribir con música, me viene muy bien, me pone en otro plano. Y me dejo influenciar mucho: traigo otros libros, leo mucha poesía cuando escribo ficción. Soy una persona a la que le gusta que estén las influencias y que se noten, no esconderlas. De resto, no soy muy maniática.
Si en el cuento los personajes son instrumentales, en la novela los personajes vienen primero y empiezo a convivir con ellos de manera muy cercana, imaginándolos casi de una manera obsesiva
No quiero que mis obsesiones me abrumen la ficción, pero al mismo tiempo yo no sé si un creador puede evitar las obsesiones. Este es un momento un poco crítico en ese sentido porque me voy dando cuenta de que siempre termina uno escribiendo sobre lo mismo. Shirley Jackson, por ejemplo, casi todas sus novelas son sobre una casa, sobre mujeres en una casa y las relaciones de esas mujeres con una casa. Y yo me pregunto si luego de tres novelas no habrá dicho “basta”. ¿O habrá dicho: “Bueno, mi tema es este, está bien explorarlo infinitamente, no es una limitación, sino es mi lugar y voy a explorar todos los rincones”? Yo tengo muchas obsesiones, entonces no creo que se terminen pronto. Pero estoy en un momento de pensar sobre si son obsesiones o lugares comunes.
¿De dónde salen los cuentos?La idea para un cuento suele estar disparada por una escena o por una imagen. Puede ser una escena callejera, o puede ser una escena de otro tipo, como de la ficción, algo que leí en un libro o que escuché. Por dar un ejemplo, la chica quemada del subterráneo de 'Las cosas que perdimos en el fuego', es una chica real que pedía dinero en el subterráneo de Buenos Aires. La idea va germinando mentalmente y después, cuando me siento a escribir, en general escribo de una sentada, quiero decir, hago un bosquejo final y luego vuelvo. Puedo pasar bastante tiempo corrigiendo, pero en general es un proceso muy rápido y fugaz.
Sus narradoras son casi siempre mujeres…Después de la segunda novela hubo un quiebre personal cuando supe que para escribir literatura necesitaba tener clara mi voz literaria y tener claro que tenía para aportar a la conversación pública literaria. Qué es lo que de mi mundo personal puedo poner en un libro para abrir el juego discursivo. Y había dos cosas que yo quería hacer y no podía: una era escribir narradoras femeninas y la otra era escribir género. Entonces, en mi primeros cuentos, la mayoría son personajes mujeres y cuentos de terror. Como si al juntar las dos posibilidades hubiese podido resolver un problema técnico. Fueron años de probar cómo se hacía, de escribir una narradora y no pensar que es una mímesis de ser mujer. Porque muchas veces la gente piensa que con la experiencia de ser mujer es suficiente para escribir un personaje femenino, y la verdad que no, ni siquiera en primera persona. Es una construcción, y como esa construcción no la tenemos porque no leímos tantas mujeres como hombres… y no hablo de escritores, hablo de narradores: si leíste todo lo de Patricia Highsmith, leíste a Ripley, no leíste una mujer.
¿Qué no puede hacer ahora que quisiera?Poesía.
¿Y cómo construye una novela?La novela es todo lo contrario: si en el cuento los personajes son instrumentales, en la novela los personajes vienen primero y empiezo a convivir con ellos de manera muy cercana, imaginándolos casi de una manera obsesiva. Y luego la inmersión que tiene una novela, sobre todo una novela de características como 'Nuestra parte de noche', es muy absorbente. Cuando empecé a escribir la novela quería esa experiencia muy absorbente de vivir en una especie de estado de ficción, aparte de la vida, que es muy demandante, pero que está buenísimo.
¿Cómo fue la construcción de 'Nuestra parte de noche'?Yo soy muy desordenada para escribir, así que la estructura de esa novela fue muy difícil de armar. En principio pensé que eran cuatro partes grandes que iban a estar definidas por cuatro estilos de horror, pero eso se fue diluyendo. La primera era más como Cormac McCarthy, un poco Lovecraft, un poco de historias tradicionales argentinas, y Horacio Quiroga, que está por ahí. La segunda es más Spielberg, King y también algo de realismo juvenil. La otra parte, al principio, pensé en armarla como una historia victoriana, con cartas, como Drácula, pero luego quedó sólo el Londres sicodélico y un poco de Clive Barker y Hellraiser: el mundo detrás de una puerta y mucha sensualidad. Y la última es más como una novela de militancia juvenil, un poco punk, más política quizá, y el final, que es el principio. Ahora que lo cuento así y parece que hubiese sido un plan claro. A veces no sé explicar estas cosas, pero en el hacer aparece la forma. Uno se mueve en un universo de obsesiones y personajes y temas en común y estas cosas pasan, es parte de las comunicaciones internas que tiene la ficción propia.
Cuando terminó 'Nuestra parte de noche' fue a ver a Suede, a seguirlos, ¿qué otros recuerdos de 'fangirl' tiene?Con los músicos tengo millones de anécdotas lo que pasa es que a muchos los entrevisté en mi vida como periodista, pero lo de 'fangirl' me lo tuve que bancar [se ríe]. A Nick Cave nunca lo quise entrevistar. Es una cosa que no quiero manejar, no quiero conocerlo, quiero mantenerlo en ese lugar totalmente ideal. La última vez que lo vi en un show en Buenos Aires lloré y mi marido se moría de risa. Una vez vino a tocar Iggy Pop, yo lo entrevisté en lo que entonces era Tower Records, él estaba con su novia argentina, Alejandra se llamaba, e hicimos una entrevista superaccidentada porque yo estaba muy enloquecida. Y en un momento le pedí a Alejandra si le podía dar un beso a Iggy, un beso beso, y ella me dijo “hacé lo que querás”, y yo le di un beso en la boca. Fue un beso muy lindo. Breve pero bastante intenso.
Le gusta visitar cementerios, de hecho tiene un libro al respecto: 'Alguien camina sobre tu tumba'. ¿Ha visitado más luego de escribir esas crónicas?El cementerio de Highgate en Londres donde está enterrado Marx. Allí se hicieron una serie de fotos de los Manic Street Preachers, que es una de mis bandas favoritas, y se filmó parte de 'Drácula', la película de Coppola, entonces es como un landmark total para mí. Es hermosísimo, creo que es el más lindo al que he ido en mi vida, hasta ahora. Y fui al de la Paz también, en Bolivia, pero no fui cuando quería, que es la Fiesta de las Calaveritas, cuando llevan las calaveras al cementerio. Igual fue bastante macabro: nos metimos a una parte que estaban desenterrando cuerpos todos duritos. Nos cagaron a pedos [gritos] y tuvimos que salir corriendo. Medio raro todo.
¿Quiénes son sus tres dioses máximos del panteón?Rimbaud, poeta. Nick Cave. Y en tercer lugar… muy difícil… David Bowie. Me gustaría tener un panteón con alguna mujer, pero no tengo. No sé si haya otros tres artistas que sostenidamente me hayan fascinado más. Creo que con ellos tres está bien.
Gracias por leer.
Nos gustaría recomendarle otro contenido Bocas: Mauro Colagreco, el genio detrás del restaurante número 1 del mundo
POR: CAROLINA VENEGAS KLEIN
FOTOS: NORA LEZANO
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 99. SEPTIEMBRE - OCTUBRE 2020