Nereo López se rehúsa a terminar sus días sentado en una mecedora. A sus 92 años hace alarde de una imponente vitalidad que ha alcanzado, dice, gracias a una dieta infalible: desayunar a las diez de la mañana un jugo de cuatro frutas licuadas, un pan y un café, y almorzar a las tres de la tarde en algún bufé de Nueva York, ciudad en donde vive solo hace más de diez años. A veces visita un club de personas mayores donde juega al dominó y puede disfrutar de sus otras dos pasiones: el baile y la música.
En su colección de más de mil acetatos, en la que tiene de todo menos rock, prevalece el gusto por la música clásica rusa que escucha sin falta en las mañanas. En las tardes se consagra a los boleros y, en esos días en que necesita tranquilidad, busca a Brahms. De joven quiso ser camarógrafo y dibujante, pero tardó casi 15 días pintando un dedo y se convenció de que su talento estaba en otra parte. Descubrió la fotografía, se especializó en fotografía infantil y terminó dedicándose a la reportería gráfica.
En 1952 se convirtió en corresponsal de El Espectador y en 1957 obtuvo el cargo de jefe de fotografía de la revista Cromos. También fue corresponsal de publicaciones como Life, Paris Match y O Cruzeiro. Nereo recorrió el país para inmortalizar una Colombia rural que pocos conocían, fue el único en registrar la entrega del Nobel de la que surgió una amplia crónica fotográfica de Gabo titulada De Aracataca a Estocolmo, y de dejar testimonio del viaje del papa Pablo VI a Colombia. Además, logró realizar retratos de antología de Alejandro Obregón, el propio García Márquez y Rafael Escalona.
En 2000 recibió la Orden de Boyacá por sus logros y continuó trabajando sin parar en diferentes series de las que no toma más de 150 fotografías porque no quiere “enrutinarse”. Fue gracias a la fotografía que Nereo empezó a soñar.
Mis primeras fotos fueron
sobre los balseros del río Magdalena. Es el mismo tema
que me sigue apasionando, contar historias. No entiendo cómo se hace fotografía si no se cuenta
una historia.
No, ahí hay una confusión. La primera cámara que tuve en mis manos fue un Agfa 120 de fuelle. Eran tiempos de la segunda guerra mundial y un amigo que viajaba a Panamá dejó la cámara en mi casa porque no podía viajar con ella. Un buen día se me ocurrió ver cómo era la cuestión, puse unos rollos, pero el experimento no funcionó bien. Le pregunté a otro amigo cuál era el problema y me dijo que yo no sabía tomar fotos, así que me dio un libro de Kodak que se llamaba Cómo hacer buena fotografía, ahí comenzó el entusiasmo por la profesión.
¿Cuál fue ese primer rollo de fotos?No recuerdo. Yo empiezo a recordar mis fotografías cuando tomo conciencia de la profesión. Así que puedo decir que mis primeras fotos fueron sobre los balseros y las actividades del río Magdalena. Es el mismo tema que me sigue apasionando, contar historias con imágenes. No entiendo cómo se hace fotografía si no se cuenta una historia.
¿Qué fue lo más difícil de aprender?La técnica. Hoy todavía me siento atropellado por la técnica a pesar de que estoy totalmente digitalizado. Sin embargo, el problema de un fotógrafo no es aprender la técnica, sino saber qué se va a decir con la fotografía luego de aprenderla.
¿Antes de dedicarse a la fotografía con qué soñaba?Yo quería ser camarógrafo de cine. Cuando me fui de mi casa llegué a Barranquilla a trabajar como portero del teatro Murillo y al mes ya estaba en el departamento de publicidad y luego proyectando películas. Pero no se pudo, como dicen los futbolistas, y gracias a Dios terminé en la fotografía.
Sin embargo, usted protagonizó la película La langosta azul…Era un proyecto experimental de un grupo de amigos que nos conocimos en La Cueva. Luis Vicent, que era el único que sabía de cine, organizó todo. Yo iba a ser el director de fotografía, pero, a la hora de rodar, el protagonista dijo que no le jalaba a esa mamadera de gallo. Entonces Luis me dijo que como yo tenía los ojos azules fuera el protagonista, que era un gringo. ¡Imagínate! Para una película en blanco y negro.
¿Cómo llegó al “Grupo de Barranquilla”?Yo no llegué a ellos ni ellos llegaron a mí. Ese grupo nunca existió. A La Cueva nunca fuimos en ese plan literario que quieren ponerle ahora. Era una cantina especializada en cacería y pesca, y todos íbamos a tomar sifón o ron. Yo llegué porque era corresponsal de El Espectador y recuerdo que la persona más importante del grupo en ese momento era Alejandro Obregón. Todos compartíamos, pero eran puras conversaciones de borrachos, me da risa que hoy digan que fue un centro de encuentros intelectuales.

Bar La Cueva, en Barranquilla, fotografiado por Nereo López.
Archivo fotográfico de la Biblioteca Nacional de Colombia - Fondo Nereo López
A La Cueva nunca fuimos en
ese plan literario que quieren ponerle ahora. Era una cantina especializada en cacería y pesca,
y todos íbamos a tomar sifón o ron
Todos éramos amigos. Claro que mi amigazo de infancia era Manuel Zapata Olivella. Con Obregón y con Germán Vargas también tuve una amistad.
¿Qué recuerda de Álvaro Cepeda Samudio?Cepeda y Obregón eran los más afines. Cepeda era un buscapleitos y a Obregón le gustaba el boxeo y siempre lo apoyaba en sus peleas. Pero un día a Cepeda se le olvidó que Alejandro no estaba con él, que el que lo acompañaba era Fuenmayor… Cuando se armó la bronca lo cogieron a golpes. Lo único que Fuenmayor puedo hacer fue gritar “no le peguen más”. Ahí se olvidó Cepeda de las peleas.
¿Y qué hay del maestro Obregón, a quien usted le hizo una serie de retratos muy famosos?Alejando Obregón no tuvo ningún retrato como los que yo le hice. Por qué, porque éramos amigos; hay que tener confianza con la persona que se está retratando, ese
es el secreto. Alejandro me decía: “no, Nereo, si me pongo así no quedo bien”, y yo le respondía: “bueno Alejandro, yo soy el fotógrafo, yo sé”. Eso solo se puede hacer cuando hay confianza.

Gabriel García Márquez en el lente de Nereo López
Archivo fotográfico de la Biblioteca Nacional de Colombia - Fondo Nereo López
Esa es otra historia. Escalona comenzó a conocerse nacionalmente cuando Nereo López y el negro Manuel Zapata Olivella le hicieron un reportaje en Cromos, antes no se sabía quién era él. Luego surgió una amistad y cada que se podía nos encontrábamos. Yo creo que nadie tiene la colección de fotos de Escalona que tengo yo. ¿La razón? Éramos amigos y me daba el lujo de estar donde él estaba, además me era placentero hacerlo. Cuando lo nombraron cónsul en Panamá me quedé tres días con él bebiendo. Claro que el bebedor era él, yo no resistía tanto licor, además, yo resistía si había baile con mujeres, pero sentarme a tomar trago con un tipo es de idiotas.
¿Y Gabo?Fuimos compañeros de trabajo en El Espectador, pero él estaba en Bogotá y yo en Barranquilla. No había una confraternidad, lo que sucedió es que nos encontramos en varios eventos.
Uno de esos eventos fue la entrega del Premio Nobel en Estocolmo. Usted fue el único que logró registrar el acontecimiento, ¿cómo hizo?A la ceremonia solo entran el agasajado y su familia, pero antes hay unos banquetes con grupos de la delegación colombiana. Yo me quedé sin credencial y como era amigo de los muchachos del grupo de danza se me ocurrió quitarle a uno el sombrero y entrar danzando para poder asistir al banquete. De ahí salió el libro De Aracataca a Estocolmo, el único testimonio de la entrega del Nobel. Gabo nunca supo lo que hice.
¿Qué otros riesgos tomó por una fotografía?Quería hacer un reportaje sobre el paso de los indocumentados a Venezuela para la revista O Cruzeiro con Zapata Olivella, así que tenía que parecer un indocumentado, entonces pagamos 120 pesos y nos metimos en un camión en Maicao hasta la frontera. Manuel se asustó con la guardia civil y se devolvió, pero yo seguí hasta Maracaibo con uno de los muchachos que pasaban contrabando.

Trabajo fotográfico del maestro Nereo López.
Archivo fotográfico de la Biblioteca Nacional de Colombia - Fondo Nereo López
Anduve metido en un carro dos años con un conductor que aprendió a ver las fotos. Yo creo que él tomaba la foto antes que
yo porque cuando desaceleraba
era porque había una imagen que valía la pena.
Ese fue el problema. En el camino me encontré con un oficial del ejército que era amigo mío y la gente se dio cuenta de todo. Creía que había fallado, pero sucedió todo lo contrario, empezaron a hacerme propuestas indecentes, querían que le metiera marihuana a la cámara.
También se arriesgó tomando las fotos del papa Pablo VI, ¿cómo fue eso?Había que estar dentro del avión treinta minutos antes que él, entonces me pregunté, “¿pero si yo vine fue a fotografiar esto, qué voy a hacer metido en un avión?”. Me escondí entre las ruedas del avión y la guardia comenzó a perseguirme, pero yo me hice el marica. ¿Qué sucedió?, que cuando fui a entrar estaban todas las puertas del avión cerradas porque el papa ya había entrado. Afortunadamente la tripulación las abrió, me cogieron en vilo y me metieron al avión, de lo contrario habría quedado como un idiota.
¿Qué impresión le dejó el papa?A ese señor tú no resistías mirarlo de frente porque tenías que bajar inmediatamente la mirada. Él no hablaba con nadie, yo estuve en el avión papal con él hasta Roma, pero jamás hubo un diálogo directo. Son personajes intocables, luego te dan una medalla de reconocimiento, nada más.
Las corralejas fueron un tema frecuente en su trabajo, ¿qué estrategia tenía para conseguir esas imágenes?Para esas fotos usaba mi teleobjetivo y siempre me ubicaba en el palco o entre las piernas de los espectadores. No iba a correr tanto riesgo acercándome al toro cuando podía lograr buenas imágenes desde el palco… Un fotógrafo nunca está en peligro sino cuando tiene miedo.
¿Alguna vez tuvo miedo?Es que un fotógrafo emocionado es como si estuviera drogado, no ve el peligro. La historia es esta: yo llevaba ocho días en Bogotá, había llegado para ser jefe de fotografía en Cromos y vivía en un apartamento en la calle 13 con carrera 13. En la madrugada hubo un boroló entre la policía y unos estudiantes que protestaban en contra de Rojas Pinilla, eso fue poco antes de que Rojas cayera. Así que saqué la Rolleiflex 6 x 6 y empecé a tomar fotos escondido detrás de un poste. Casi me revientan un ladrillo en la cabeza pero yo continuaba. Rollo que tomaba, rollo que le daba a Sevilla, mi ayudante en Cromos. Cuando llegaron los demás colegas ya todo había pasado. Un policía me pegó con la culata de un fusil para quitarme la cámara y me llevó a la comisaría, pero yo ya había mandado los rollos. Así se ganó Cromos esa chiva.
Usted recorrió el país para fotografiarlo. ¿Cómo fue esa Colombia que conoció?Era una Colombia que añoro, que quisiera recorrer nuevamente, pero ya las condiciones no son las mismas. Anduve metido en un carro dos años con un conductor que aprendió a ver las fotos. Yo creo que él tomaba la foto antes que yo porque cuando desaceleraba era porque había una imagen que valía la pena.
¿Qué anécdota recuerda de esos viajes por el país?En el Huila una vez nos paró un muchacho, era un guerrillero. Cuando le dije quién era yo se emocionó, resultó ser hincha mío y de la fotografía. Luego me invitó a tomar una cerveza y me dijo que no continuara mi viaje, que si seguía me iba a parar el ejército a preguntarme por qué estaba hablando con ellos. Nos fuimos para Neiva y cuando fui a buscar al conductor al día siguiente me dijeron que se había ido. Le dio miedo y me abandonó. Esas fotos hicieron parte de un proyecto de Educar que se llamó Colombia qué linda eres. Después vino el caso de la publicación
O Cruzeiro, yo era el único corresponsal fotógrafo.

Trabajo fotográfico del maestro Nereo López.
Archivo fotográfico de la Biblioteca Nacional de Colombia - Fondo Nereo López
En el entierro de Alfonso López Pumarejo había un sector para el presidente Lleras y los ministros, otro para invitados especiales y otro para la multitud, donde estaba yo. No sé por qué vi un par de banderas: una liberal y otra de Colombia, y se me ocurrió seguirlas con la cámara hasta que llegaron al cajón. Gracias a esas imágenes me nombraron corresponsal.
¿Cuál fue la foto que se le escapó?Las fotos no se escapan, se pierde el momento, pero un reportero gráfico no hace una ni dos, sino una buena cantidad de fotografías, así que siempre hay oportunidad. Yo tengo una cuestión definida, un fotógrafo tiene que saber qué va a fotografiar, eso de salir a ver qué veo es mentira.
De las miles de fotos que ha tomado, ¿tiene alguna preferida?Sí, tengo dos. Una es de una criatura en Pisac, un pueblo cerca de Cuzco. El que la ve goza con la imagen. Otra la tomé en 1958 y es de una niña boyacense que está recostada en un saco de papas, transmite una tristeza que dan ganas de llorar. Son fotos que no he tenido oportunidad de publicar o exponer.
Usted tiene retratos maravillosos de gente anónima, ¿cómo los convencía para que se dejaran fotografiar?Cuando salieron los lentes zoom uno tomaba la foto sin que se dieran cuenta. Pero muchos otros me pedían que los retratara. Recuerdo que en Cartagena salían decenas de muchachos que soñaban con ser boxeadores a pedirme que les tomara fotos. Lo que hacía era entregarle una cámara a Manuel Zapata para que hiciera el amague de que los estaba retratando mientras yo me dedicaba a fotografiar lo que me interesaba. Además, antes a la gente no le importaba que la fotografiaran, ahora sí.
Usted llegó a tener 14 cámaras fotográficas, ¿cuál es la ideal?Lo ideal es la inteligencia del fotógrafo, de nada sirve andar con la cámara más costosa si no hay talento. Todas las cámaras fotográficas son iguales, las técnicas son iguales, es el lente de cada cual el que las hace diferentes.
Y entre la fotografía análoga y la digital, ¿con cuál se queda?Es lo mismo, lo que pasa es que la actual es más viva, más comunicativa. Una buena foto tiene tema, composición o parte estética y técnica. La estética es la que diferencia a un fotógrafo de otro. Lo que tenemos ahora son mejores herramientas. Yo ahora ando con una camarita Canon porque ya no estoy en el plan profesional. Además, para mí el cuarto oscuro ya es obsoleto.
¿Qué imágenes ha tomado con esa Canon?Qué no he hecho. Tengo una serie que se llama Visonfrom my knees, tomadas desde la rodillas, me voy a una esquina de Nueva York y me pongo a fotografiar orejas o zapatos y con eso voy a hacer libros. Tengo otra serie que se llama Transfografía, alma de la imagen, utilizo una foto, la descompongo y con los elementos genero otro contenido, es uno de mis proyectos estrella. Otro proyecto se llama Viaje a la nostalgia, es un libro en el que quiero mostrar cómo se viajaba en los años cincuenta por el río Magdalena. Tengo otra serie: El color de las sombras. Ahora que es verano surgen unas sombras largas que producen figuras extraordinarias.

Vacaciones en el Magdalena.
Archivo fotográfico de la Biblioteca Nacional de Colombia - Fondo Nereo López
Esa historia es tan negativa y tan triste que no me gusta recordarla. En 1987 fundé una escuela de fotografía que duró diez años y empezó a decaer económicamente por muchas razones. En un momento me vi tan agobiado que pensé en suicidarme… Afortunadamente apareció una mano amiga que me mandó un pasaje a Nueva York para que yo decidiera si cabía o no en la ciudad. Llegué aquí a finales de los noventa y le dije que sí cabía, que yo estaba entre los buenos. No ha sido fácil, pero aquí estoy… Ya soy ciudadano americano.
¿Cómo nació la serie Nueva York de reojo?Venía en el tren de Nueva York y de pronto veo abajo una señora con unas tetas grandotas, entonces saqué la cámara y disparé, una de las ventajas de lo digital. Así empezó la serie. A veces voy por la ciudad y si veo a una señora mal sentada sacó la cámara y tomo la foto. Mi meta es editar mis propios libros para que sean series de libros coleccionables.
¿Y cómo piensa financiar esos libros?Necesito gente que crea en estos proyectos. Yo quisiera que me propusieran lo mismo que a Escalona, que viniera una editorial y me dijera: “Le damos tanta plata y le publicamos todos sus libros”… Tal vez esta entrevista sirva para eso.
¿Qué lo conmueve?Allá estoy en un club de mayores y creo que todos son mayores que yo, juegan al dominó, la comida vale US$1,50 y un día a la semana bailan, ver eso es tan emocionante. Se me salen las lágrimas de ver a esa gente mayor comportándose como adolescentes.
¿Se siente solo?No, yo vivo solo pero no tengo soledad, disfruto de ella. Además, me invitan a eventos sociales donde no hay baile. Si no hay baile, para qué voy.
¿Con qué sueña ahora?El sueño de editar mis libros para que sean coleccionables es una de las cosas que me hace estar vivo. Y tengo que lograr mi gran meta: exponer en el MOMA. Creo que todavía me queda tiempo.
POR: MARÍA ALEXANDRA CABRERA
RETRATO: ALBERTO NEWTON
FOTOGRAFÍAS: ARCHIVO FOTOGRÁFICO DE LA BIBLIOTECA NACIONAL DE COLOMBIA - FONDO NEREO LÓPEZ
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 14. NOVIEMBRE 2012.
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