No tenían dónde ensayar, mucho menos dónde tocar y ni hablar de con qué vivir. Andrea Echeverri y Héctor Buitrago no tenían más de 25 años y se habían ido a vivir juntos a un edificio barato de La Candelaria. Lo único que se les ocurrió para matar esos tres pájaros de un solo tiro fue montar un bar en una vieja casona del barrio, a pocos metros de donde a finales de los 80 funcionaba el bar de la pareja más exitosa de la televisión nacional de aquella época, Margarita Rosa de Francisco y Carlos Vives.
Héctor y Andrea, por el contrario, no eran tan conocidos. Él ya había formado un par de bandas de punk en un sector popular de la ciudad (La Pestilencia, entre otras) y ella había estudiado arte en la Universidad de los Andes. En 1988, los dos se habían ido de viaje a San Andrés y Providencia. Un par de días después del 6 de diciembre de 1989, fecha en la que explotó un carrobomba contra el edificio del DAS, la pareja de novios salió a caminar, dieron con una casona colonial en arriendo y no lo pensaron dos veces. Para 1990, no solo tenían ahí su nido de tórtolos, sino un bar con nombre de eco de atentado: Barbarie.
Durante varios meses tuvieron dónde ensayar y tocar con su banda Delia y Los Aminoácidos, y de qué vivir porque le dieron a Bogotá uno de los mejores bares
de su movida cultural y los clientes les llovieron. Enamorados, Andrea y Héctor escribieron y tocaron sus primeras canciones juntos, como El ángel trasboca, hasta que un día, los vecinos de La Candelaria les echaron la policía por el ruido y el bar fue clausurado. Su relación sentimental corrió con la misma suerte, así que tuvieron que hacer de tripas corazón y regresar a sus casas.
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Para ella, la menor de cuatro hermanos, fue un golpe directo al corazón y el tiquete de vuelta a la cotidianidad de un hogar paisa y conservador en el barrio El Chicó que completaban su papá, Enrique Echeverri, decano de odontología y médico reputado, y su mamá, Amparo, otrora aspirante a cantante en el disco de un grupo de boleros y quien tuvo que declinar no solo porque en el cosmos bohemio, beodo y machista de las serenatas no era bien visto que las mujeres cantaran, tocaran la guitarra o grabaran discos, sino para no cumplirles el sueño a quienes vaticinaban que de hacerlo, su matrimonio y familia se iban a ir al traste.
Para él, criado por su abuela Sagrario y su mamá, Teresita Buitrago —quien tenía una tienda de abarrotes en la plaza de mercado del barrio El Restrepo y había quedado viuda en 1987—, el panorama si bien no era menos fácil, pues tampoco era más punk. A diferencia de Andrea, siempre había tenido una vida más independiente, con lo cual, al cabo de dos años, hacia el 92, volvió a reunir a Delia y Los Aminoácidos, pero esta vez bajo el nombre de Aterciopelados.

Activos desde la época en que Bogotá era un pueblito, Andrea Echeverri y Héctor Buitrago, los Aterciopelados, lograron conciliar una capital y un país a través del rock colombiano.
Sebastián Jaramillo
Ensayando en el lavadero de un café con peluquería y boutique, y tocando habitualmente en los nuevos bares de Héctor, los dos volvieron a hacer llave, pero ahora cada cual lidiando con sus cuitas. Convencieron a Camilo de Mendoza, cofundador de la librería Tornamesa —y por aquel tiempo responsable de que la Javeriana tuviera una radio con programas de rock y música contemporánea—, de dejarlos grabar en los estudios de la emisora y, sin saberlo, de ahí salieron con sus dos primeros éxitos: Sortilegio y Mujer gala. Uno de estos llegó por carambola a una estación de rock de alcance nacional, y los sacó de los bares para llevarlos a uno de esos sellos discográficos donde las oficinas estaban decoradas con los discos de Oro y Platino de las estrellas del vallenato y la música de despecho.
Treinta años después, los Aterciopelados acaban de completar la reluciente y rechinante cifra de once álbumes. Uno de ellos se grabó en el estudio inglés que conjuró el éxito de discos como Circo Beat de Fito Páez y El espíritu del vino de Héroes del Silencio; y otro es tan dorado que quienes más saben de música colombiana lo colocan a cinco mil metros de altura junto La tierra del olvido de Carlos Vives. Cabe recordar, en todo caso, que la de ellos ha sido una carrera más bien sobria, alejada de los escándalos y que nunca se ha guardado nada sobre tema alguno, en la que superaron un cese oficial de actividades como banda y terminaron intercambiando roles: habiendo pasado ya de los 50 años y cada uno con una pareja de hijos, Héctor vive en la parte rural de Tabio, Cundinamarca, y Andrea reside en Teusaquillo y su espíritu está más punk que nunca.
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Barbarie quedaba a pocos metros de Estación Central, el bar que Carlos Vives y Margarita Rosa de Francisco tuvieron por esa misma época. ¿Qué recuerdan ustedes de ese sitio?
ANDREA ECHEVERRI: El sitio era muy chévere. Yo recuerdo que un par de veces fuimos, así caminandito. Recuerdo además ese matrimonio de ellos, que era como nuestra versión de la Reina Isabel, como una vaina así divina, y pues, claro, irse uno caminando y entrar al bar y ver a ese par de churros; eran una divinidad de pareja. También tengo como el recuerdo de lo que se volvió esa calle (la Calle 10 con Carrera tercera), que en un punto era muy chévere, pero en un punto también se salía de control. Pero sobre todo era lindo, además porque en la misma calle, entre Barbarie y Estación Central, estaba La Casona, que fue donde nos conocimos Héctor Vicente y yo. Bueno, no; nos conocimos en la casa de él en un ensayo, pero después el noviazgo se desarrolló ahí en La Casona, que es a donde íbamos a bailar. ¿No, Héctor V?
HÉCTOR BUITRAGO: Sí, claro, era tremendo, era más elegante porque nosotros éramos como los alternativos, de todos modos, y el bar de ellos era como más sofisticado. Pero estábamos como en el mismo nivel, y la Calle 10 se volvió como un parchadero de gente de toda Bogotá que estaba buscando algo diferente y este lugar estalló y se volvió un punto de encuentro.
Uno de los clientes de Barbarie fue Iván Benavides, cantante y músico de Iván y Lucía, Bloque de Búsqueda y Sidestepper, y productor esencial en la de la renovación de nuestra música. Y para él, abro comillas: “Los bares de Vives y de Andrea y Héctor en La Candelaria desatan los procesos que desembocan en dos de las más importantes producciones de los últimos 25 años, como lo son La tierra del olvido y El Dorado”.
A. E.: Pues yo creo que, más allá de los bares, se dio por gente como Richard Blair, que también produjo La Tierra del Olvido y mezcló Con el corazón en la mano (disco debut de Aterciopelados), Iván (Benavides), Carlos Iván (Medina), Teto (Ocampo), personas que estábamos por ahí en la escena musical. Lo de los bares en todo caso fue antecitos, y ese disco de Carlos fue más roquero por eso, porque es producto de toda esa movida.
H. B.: La Casona jugó un papel muy importante porque quedaba en la mitad de esos dos bares, y fue primero, y ahí se presentaron bandas como Distrito Especial, que tuvo
mucho que ver con ese disco de Carlos Vives, y Hora Local, que tiene que ver mucho con Delia y Los Aminoácidos porque, por lo menos a mí, me inspiró muchísimo ver un grupo bogotano que hacía canciones y que tenía un sonido muy auténtico, muy personal y que era muy pro para el momento. Y esas rumbas en La Casona fueron
las que nos inspiraron para abrir un bar.
A nivel de medios masivos solo dicen: ‘Ellos son los loquitos de Rock al Parque’, cuando hemos hecho una revolución feminista musical la hijuemadre en un país donde lo que importan son las tetas
A. E.: Ese bar fue lo primero que llamaban crossover. Para que yo rumbeara con Héctor V ahí algo estaba sucediendo, porque éramos de dos mundos distintos. Ese lugar fue clave; sí, Héctor tiene razón.
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Barbarie duró poco, pero fue suficiente para convertirse en un aporte a la vida nocturna capitalina, y por su tarima —que era bien incómoda porque quedaba bajo las escaleras que conducían al segundo piso— pasaron otras bandas de importancia nacional como Estados Alterados. ¿Cómo hacían para administrarlo y ser la banda residente?
A. E.: Vivíamos ahí también. Y era tenaz porque nos fuimos a vivir juntos y en mi casa la gente gritaba y lloraba, y yo dije: “¡No; nos vamos!”. Y como uno no tenía plata entonces nos fuimos a vivir en un edificio en la calle Sexta con Quinta, bien feíto, pero barato. Y entonces me acuerdo que, cuando nos pasamos, a los tres días de estar ahí fue la
bomba del DAS, y nosotros “¡BOOM, jueputa, ¿qué pasó?!” Y entonces empezamos como a caminar por el barrio y ahí fue cuando vimos esta casa, una casa colonial enorme en arriendo, y preguntamos y no era cara, y no era tanta la diferencia con el lugarcito este donde vivíamos, y cabíamos, digamos para vivir y para tener el bar porque tenía dos pisos. Entonces nos fuimos de una y empezamos a armarlo de a poquitos, compramos todos los muebles ahí en el Pasaje Rivas, y yo como había estudiado arte, pues tenía hartos amigos, tanto los de los Andes como los de la “Nacho”, y los invitábamos a pasar el día, y les cocinábamos el almuerzo; era lo único que les dábamos porque nadie tenía plata. Entonces así se empezó a decorar superbonito. Y a todo esto le pusimos cadenas y espadas de plástico y flores de plástico y luego todo lo pintamos de dorado, y todo era hecho con poca plata, aunque Héctor Vicente tenía unos ahorritos, ¿no?
H. B.: Mi mamá, sí; unos ahorritos de algo de mi papá, como de una herencia o algo así.
A. E.: ¡Eran como dos millones! Y con eso hicimos de todo, y era superchévere porque no era solo yo, éramos Olga Lucía García, Manuel Romero, Germán Martínez, Carlos Iván (Medina), que además tuvo una época que estaba totalmente loco, andaba descalzo, decía que él era Jesucristo y también llegaba a pintar, y después nos tocaba a nosotros pintarle de blanco encima (risas).
H. B.: ¿Cómo hacíamos? Pues éramos jóvenes y salvajes. La fuerza de la juventud. Había mucha gente en Bogotá que oía esa música, pero como en las emisoras
no sonaba, allá empezaron a encontrarse. Fue un lugar para las personas que tenían esa misma estética, los mismos gustos musicales, pero que no se conocían porque no había otro lugar en Bogotá. En esas era un pueblito todavía.

La banda colombiana Aterciopelados es la partada de la edición 106 de Revista BOCAS, publicada en mayo de 2021.
Revista BOCAS
En 1992, cuando Barbarie y su noviazgo ya habían terminado, pero ustedes ya eran Aterciopelados, BMG Ariola abrió sus oficinas en Colombia y, según Billboard, logró fichar a un puñado de artistas que llegaron a vender 100.000 copias o más por esos años: Aterciopelados, Galy Galiano, Moisés (Angulo) y La Gente del Camino. Detrás de estos éxitos estaba Rafael Mejía, don Rafa, locutor de emisoras tropicales, promotor de vallenato y descubridor de nuevos talentos. ¿Qué vio él en ustedes?
A. E.: Los Fabulosos Cadillacs y Caifanes eran los más famosos entonces, así que de BMG a BMG se dijeron: “Firmen producto local”. Esa fue la orden a nivel compañía. Acá, don Rafa firmó Atercios, La Derecha y 1280 Almas, y a Atercios lo firmaron por Mujer gala, porque Mujer gala se volvió número uno a nivel nacional en la radio. Claro que ahora hay historias encontradas porque la memoria se construye, uno acomoda y se le olvida. Pero el recuerdo que tenemos Héctor y yo es que teníamos un toque, llevamos un casetcito a una emisora para que nos hicieran el favor de anunciar el concierto, y ahí como que les gustó y empezó a sonar.
H. B.: Un DAT (una cinta de audio digital).
A. E.: Y ese DAT lo habíamos grabado en Javeriana Estéreo 91.9, porque Héctor y Mónica (Vásquez, su primera mánager) tenían un programa en la emisora.
H. B.: Pero don Rafa sí fue muy astuto porque Aterciopelados ya tenía renombre por los bares, y yo me imagino que él dijo “Yo no entiendo por qué tienen éxito, pero ¡háganle!”. Porque él nos apoyó, realmente nos apoyó bastante. Otra persona hubiera dicho “Bueno, muchachos, necesito que hagan una canción así…”, pero él siempre fue como “Háganle, ustedes verán qué quieren hacer, dónde lo quieren grabar y con quién”. Él fue muy comprensivo siempre, y creo que eso fue buenísimo, porque si no quién sabe qué hubiera pasado.
A. E.: Lo bueno es que, como dice Héctor, él no entendía, entonces el no entender y como ser de una sensibilidad tan lejana, entonces ahí era libertad absoluta para nosotros.
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A nosotros nos están volviendo a escuchar en varios países, se reprogramaron las canciones y como que todo ese espíritu del rock noventero volvió
Siempre se dijo que El Dorado, el álbum más famoso del rock nacional, vendió un millón de copias entre Colombia y América Latina, lo cual
era un montón para una banda emergente. ¿Se podía vivir del rock en ese entonces?
A. E.: ¡Uy, claro que sí! A mí don Rafa me dio un
adelanto, y con eso compré medio Teusaquillo, acá donde estoy parada (la casa en la que actualmente vive). Y por don Rafa también nos mandaron a grabar La pipa de la paz en Londres. Que después se reunían y decían “Sí, no vendieron tanto como fueron los gastos”, pero igual lo hacían, y con don Rafa todavía nos mandaron con Caribe atómico a Nueva York… creo.
H. B.: No, para lo de Nueva York don Rafa ya no estaba ahí.
A. E.: Pero para La pipa sí.
En septiembre de 1993, en Buenos Aires, la Selección Argentina perdió 0 a 5 ante Colombia. Y dos años después, en La Plata, ustedes terminaron pagando los platos rotos de esa goleada, en un concierto gratuito que abrieron para Soda Stereo ante 367.294 personas. ¿Cómo hicieron para salir victoriosos ese día?
A. E.: ¿Dos años? Yo pensé que habían sido dos meses, marica. Pero es que los futboleros son muy locos y como a ellos no les gana nadie, que les gane Colombia no se les va a olvidar nunca; todavía deben estar ardidos (risas). Eso fue buenísimo, primero nos gritaban: “¡5 a 0, hijos de puta!” y nosotros nos decíamos como “Ánimo, ánimo”, y
luego entre el “¡5 a 0, hijos de puta!” y el “¡Oé, oé, oé, Sodaaa, Sodaaa!” yo empecé a cantar junto a ellos y les dije “¡Ay, yo también tengo unas ganas de ver a Soda!”. Marica, y eso fue. Y cambiaron. No es que hayamos pasado a ser la revelación, pero se calmaron, escucharon y ya después vino Soda.
Cuando Soda Stereo vio cómo Aterciopelados sorteó esa situación, los invitaron a abrir todos sus conciertos en Estados Unidos en 1996. ¿Cuál fue la gran anécdota que vivieron con ellos que hasta ahora no han sacado del clóset?
H. B.: Yo creo que un momento como fuerte fue cuando no pudimos tocar en Los Ángeles.
A. E.: Es una anécdota que uno no echa mucho porque pues es como hablar mal, entre comillas, de Soda Stereo, porque digamos que los teloneros están hechos para comer miércoles. Los teloneros están para que toquen mientras la gente entra. Ellos (Soda Stereo) tuvieron un problema en la prueba de sonido, y la prueba se extendió y se extendió y se extendió sobre nuestro concierto. Y así era un poco siempre con ellos, que es normal. Uno ahora con los teloneros no es que sea todo clemente; esta es la estructura de prioridad en el show.
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Ese mismo año, Andrea fue invitada a Miami a cantar junto a Soda Stereo en su famoso álbum desconectado para MTV, nada menos ni nada más que en su canción En la ciudad de la furia. A diferencia de esa parte de Bolero falaz que dice “Y te cagaste de risa”, ¿ese día se cagaron del susto?
H. B.: Claro, nosotros supernerviosos. Sí, claro, súper, supernerviosos.
A. E.: Antes habíamos ido de shopping con plata de BMG, al Lincoln Road (paseo peatonal), y ¡uy, claro!, estábamos muertos del susto, y a mí se me nota. Yo no había visto eso porque esas cosas uno como que ghhh (pone cara de nervios). Pero hace poco que miré el desconectado ese y yo entro toda encogidita, toda penosa pero tierna, y luego dejo salir la fiera salvaje.

La banda acaba de lanzar su álbum número once y su estatus de leyenda llegó de la mano de una “revolución feminista musical la hijuemadre".
Revista BOCAS
Antes de la pandemia, ustedes lanzaron su propia versión de En la ciudad de la furia y rodaron el videoclip en Buenos Aires. A la fecha, tiene dos millones de visitas y cientos de comentarios positivos, en su gran mayoría de seguidores argentinos de Soda Stereo que dicen que la única banda que podía estar a la altura de este tributo era Aterciopelados.
A. E.: ¡Yuhuuu!
H. B.: Realmente cuando estábamos haciendo la versión era un reto muy grande porque no era fácil y teníamos esa perspectiva de que de pronto llegaran los haters a decir que cómo se cagaron la canción y todo eso, pero no; afortunadamente se logró hacer una versión diferente y quedó como chévere.
A. E.: Y nos demoramos como 25 años en hacerlo. Porque, claro, desde que eso del desconectado de Soda ocurrió, en hartísimos conciertos de Atercios piden esa canción, y nosotros como somos rebeldosos, pues qué, nada que ver (risas). Y pues sí, chévere. Es que quedó buena y en el nuevo disco suena potecuda.
Yo creo que si ahorita estuviera pasando lo del rock en español, ahorita, ahorita, ahorita, ahorita, ya tendríamos avioneta
Ustedes crearon este cover de una forma más casera, que dista mucho de cómo se grababa antes y no solo por presupuesto, sino porque antes los estudios de grabación importaban tanto como la portada o la promoción. ¿Por cuáles estudios gomelos pasaron ustedes y que ahora no podrían costearse?
A. E.: De los lugares más chéveres donde grabamos fue el estudio de don Phil Manzanera (los Gallery Studios, a las afueras de Londres), porque ahí habían grabado Héroes del Silencio y Nina Hagen (actriz y cantante alemana de renombre).
H. B.: Eurythmics y George Michael también habían pasado por ahí.
A. E.: Robi Draco Rosa. Porque, de hecho, varios músicos de los que salen en su álbum Vagabundo, y en los de Héroes del Silencio tocan en La pipa de la paz.
Con La pipa de la paz se convirtieron en los primeros colombianos en optar al Grammy, pero un hito del que no se habló mucho fue que con un presupuesto de realización de 150.000 dólares quedó como el disco de rock colombiano más costoso de los 90. ¿Cómo fue manejar un monto así, llevaban las cuentas en un computador o en un cuadernito?
A. E.: Ahora es que uno lleva las cuentas en un cuadernito, porque la plata la invierte uno. Pero en ese entonces uno casi que ni se enteraba porque eso era entre la disquera y el productor. Y yo no sé cómo era el arreglo, porque, claro, era el viaje de todo el mundo, era la estadía de todo el mundo, los viáticos de todo el mundo, eso era una locura (junto a Andrea y Héctor viajaron desde Colombia el guitarrista Alejandro Gómez Cáceres, el baterista Alejandro Duque y su mánager en esa época, Julio Correal).
Otro personaje clave detrás de este álbum hito de nuestro rock fue su productor musical, Phil Manzanera, hijo de un inglés y una colombiana, y colaborador cercano de David Gilmour, cantante, guitarrista y compositor de Pink Floyd. ¿Qué cara puso Manzanera cuando le dijeron que para La pipa de la paz querían grabar un cover de Baracunatana de Lisandro Meza?
A. E.: Don Phil nos amaba y le fascinaba todo y no decía nada, ¿si o qué? Porque hay productores que joden, y que quite esto y que cambie lo otro, y él ya se iba para el otro lado: no decía nada. El fuerte de él era hacerlo sentir a uno bien. Y en ese momento era muy importante porque pues nosotros éramos en todo caso muy primíparos, muy inseguros, y él era como muy concentrado en que tuviéramos confianza. Y entonces le contaba a uno, no voy a decir nombres particulares, de gente que uno admira: “Ese es redesafinado”, “Ese es yo no sé qué”. Como un poco bajando a los dioses como para decirle a uno “Todos somos iguales, marica, hágale con confianza”. Esa era la gran virtud de don Phil. De hecho, una canción que yo le escribí a don Phil que se llama Tomate, que está en nuestro álbum Río, es buenísima porque don Phil en las sesiones tenía una libretica y anotaba. Entonces todos nosotros éramos “Marica, ¿qué estará poniendo ahí?, ¿qué será?”. Nosotros pensábamos que estaba escribiendo las grandes verdades de nosotros ahí, y un día que salió y dejó la libretica, nos fuimos a ver qué era, y eran listas de compras: “Leche, pan, tomate…”.
H. B.: O “Pasar a recoger la bicicleta”, o “Recoger a los niños” (risas).Phil Manzanera, quien por estos días cumple 70, le dijo a EL TIEMPO en 1996 que ustedes, abro comillas, “Eran sorprendentes, porque algunas veces sonaban como Pearl Jam, después como Nirvana y luego eran capaces de pasar a
algo muy propio que estaba relacionado con un nuevo lenguaje popular colombiano”. ¿Algun vez estuvieron cerca de hacer una gira junto a un peso pesado del rock como estos?
A. E.: Pues digamos que con Héroes del Silencio, la hicimos. Pero digamos que con gringos, no.
H. B.: No, no.
A. E.: Es que son como dos mundos diferentes, y todas las veces que uno ha viajado a Estados Unidos, pues no es Estados Unidos. Uno va a un submundo que es lo latino en los Estados Unidos, que es superdistinto.
H. B.: Sí, pero retomando, siempre como que trataron de hacer el famoso crossover de poder penetrar el mercado americano, y sobre todo con el álbum Gozo poderoso, que fuimos a hacer gira de medios por Estados Unidos y con medios americanos.
A. E.: Porque era con Arista, ¿se acuerda? Un joint venture, decían ellos.
H. B.: Pero, por ejemplo, haber llegado al programa de Jay Leno (famosísimo en la historia de la televisión estadounidense), pues eso también fue como un logro así gigantesco. O ser de los primeros grupos que fuimos a los festivales estos como Coachella. Todo eso fue por esas puertas que se estaban abriendo en ese momento. Ya después se abrieron del todo y pasó todo lo que está pasando ahora, que hasta J Balvin es uno de los artistas que cierran esos festivales. Y volviendo a la pregunta del comienzo, yo creo que si ahorita estuviera pasando lo del rock en español, ahorita, ahorita, aho rita, ahorita, ya tendríamos avioneta.
A. E.: ¡Avión, marical (risas).
H. B.: ¡Avión privado! Pero pues en esa época no.
A. E.: ¡Teusaquillo! ¡Tampoco, tampoco!
H. B.: No, por eso, tenemos casa y tenemos todo, pero tendríamos avión privado si estuviera pasando lo mismo que pasó en esa época ahora.
Luego de La pipa de la paz llegaron Caribe atómico (1998), Gozo poderoso (2000), con el que ganaron su primer Grammy Latino y del que se dice es otro de los más vendidos. ¿Tanto así?
A. E.: Pues porque Gozo poderoso fue esta vaina del joint venture. Y eso fue buenísimo porque nosotros comenzamos a hacer Gozo, y tuvimos como unas reuniones y no sé qué y de pronto BMG cerró y nosotros quedamos sin disquera. Entonces terminamos ese disco sobre todo en el apartamento de Héctor, unas cositas pocas las grabamos como en el estudio chiquitico de Audiovisión, y bueno, terminamos el disco y después lo compró BMG U.S. Latin y ahí fue que hizo el tal joint venture con Arista y ¡uf!, hicimos una promoción salvaje. Claro, la gente dice “Tuvieron éxito”, pero “Tuvieron éxito” es que a usted lo clavan a hacer promoción muchas horas de su vida, pero muchas. Entonces no sé si es por eso. Y luego fue el turno para Evolución (2002), Oye (2006) y Río (2008), que fue elegido por la Rolling Stone como uno de los 10 discos más importantes de la música latina. Pero en la siguiente década, 2008 a 2018, solo lanzaron dos: Reluciente, rechinante y aterciopelado (2016) y Claroscura (2018). ¿Cuál fue la razón?
A. E.: Pero ahí metiditos están los discos como solistas, ¿no? Hubo la separación también, y luego porque en los últimos tiempos todo está muy raro, ¿no?
H. B.: Y el tema de los hijos también cambió bastante la cosa, ¿no? Fue más quedarse en la casa, más relajados, más tiempo para los hijos. Creo que lo mismo pasa con Echeverri. Uno iba y se metía toda la tarde y toda la noche a darle y pues ahora tiene que parar porque “Papá quiero esto”, “Papá, ¿dónde está esto?”, entonces es otro ritmo. Y pues también cambiaron las cosas, el género del rock en español empezó a decaer. Entre el 2008 y el 2014, que es el año en que los convencimos para que tocaran en los 20 años del Festival Rock al Parque, ¿Aterciopelados, oficialmente, se acabó como banda, o no?
A. E.: Sí. Aterciopelados se acabó en el 2010, ¿cierto?
H. B.: Pues así que hayamos sacado un comunicado, así como a veces hacen las bandas, no lo sacamos. Más bien lo que yo tuve que decir una vez para que la gente no molestara era que no preguntaran más hasta el 2015. Entonces ahí ya la gente dijo como “Ah, bueno”. Pero un comunicado oficial no hubo.
(¿Le gustaría otra entrevista BOCAS?: "Me llamaron a decirme que me iban a picar": Leonrad Rentería).
Claroscura ganó un Latin Grammy, pero su estatus de clásicos llega de la mano del documental Rompan todo: La historia del rock en América Latina, una de las series más exitosas de Netflix hasta la fecha. Incluye casi cien entrevistas, y junto a Juanes ustedes dos son los artistas colombianos que mayor figuración tienen. A muchos les gustó, otros dijeron que no rompía nada.
A. E.: ¡Uy!, a mí me encantó. Me parece que nos sacaron hartísimo y no solo cuando hablamos, sino en otros pedacitos, en reacciones. Porque además es como de los pocos lugares en donde se reconoce lo que hemos hecho. Porque nosotros hemos hecho una vaina muy brava, sino que no es comercialmente aceptada. Aquí los que están en el olimpo son Shakira y Carlos Vives, y nosotros por ahí. Pero de mujeres, soy yo a la que le tocó mamarse a todos esos manes todo el tiempo, a la que le tocaba pararse ahí en un escenario a que le tiraran botellas. Y eso sí no lo reconoce nadie. Entonces viendo Rompan todo dice uno “Oiga, sí, marica, yo sí me merezco reconocimiento y un lugar”. Sumercé también nos ha reconocido y se le agradece full, pero digamos a nivel de medios masivos solo dicen: “Ellos son los loquitos de Rock al Parque”, cuando en realidad hemos hecho una revolución feminista musical la hijuemadre en un país donde lo que importan son las tetas, sin duda. Pero primera vez en la vida en que yo digo “¡Guau, marica, somos importantísimos!”.
H. B.: Pudo haber sido mejor, pero también pudo haber sido peor. El hecho es que, como dice Andrea, nosotros afortunadamente salimos muy bien parados; sí, hubo críticas porque no se llegó al momento actual del rock colombiano, pero yo creo que estaban retratando sobre todo una época. De todos modos, el documental, con sus fallas y sus aciertos, movió mucho, se volvieron a escuchar las canciones, se recuperó el repertorio. A nosotros nos están volviendo a escuchar en varios países, se reprogramaron las canciones y como que todo ese espíritu del rock noventero volvió y como que se le dio ese corte de que el rock también va por el cambio político y un cambio en la sociedad, y yo siento que eso también fue chévere.
Acaban de estrenar Tropi plop, mezcla de rock con música electrónica, tambores, gaitas y sintetizadores, y que nos recuerda esa famosa reacción de asombro de Condorito.
A. E.: No le pusimos así porque fuéramos tan fans de Condorito, pero sí por esa cosa de ¡Plop!, de que nos vamos de culo ante esta realidad.
H. B.: Tiene que ver también con una ironía al tropipop, ¿no? De ahí sale y luego le cambiamos el pop por el ¡Plop!, pero originalmente es como una crítica a lo que pasa en estos países tropicales donde hay corrupción, pero, sin embargo, estamos en tropipop y todo está bien. ¿Y se sienten a gusto por la página que terminaron ocupando en la historia de la música y la cultura colombianas?
H. B.: Cuando nosotros empezamos éramos la banda alternativa, y que todavía sigamos siendo la banda alternativa y que propongamos cosas alternativas y que sigamos siendo fieles a eso y que la gente siga conectándose con eso demuestra que sí lo estamos haciendo bien y que esa es la página que debemos tener. Que seamos una alternativa y una opción para todo lo que hay y que podamos seguir proponiendo cosas chéveres y alternativas después de todos estos años me parece un logro grande.
A. E.: Héctor V, que es todo optimista, todo chévere (risas). Porque mi opinión es un poco la que dije hace un rato. Como que yo pienso que merecemos más: más atención, más respeto, como un lugar más. Pero es lo que yo pienso y son nuestras personalidades: yo soy criticona, depresiva, qué sé yo. Pero lo que dice Héctor es cierto: estamos es rebién. Aunque no nos paren tantas bolas, estamos rebién, estamos activos, estamos maduros y estructurados, y este disco nuevo está muy tremendo. Y además es como supersatisfactorio que hayamos podido hacer este disco en estas condiciones. Cada uno en su casa, más Leonardo Castiblanco, fue hecho entre los tres, y me sentí muy feliz cuando estábamos haciendo los créditos y pusimos “Ingenieros de grabación Héctor, Leo y yo”. Puede que yo sea impulsiva y loca, pero luego vengo y me grabo yo sola y mando una voz increíble, impecable, porque ya lo he aprendido a hacer y ya no necesito ingeniero y a don Phil para que me arregle. Yo misma me arreglo. Entonces, sí; la verdad, sí estamos rebién.
¿Y les frustra no haber cambiado algo en particular con tantos años de trabajo por la música, la cultura y la paz, y de cantarles al agua, a nuestros saberes ancestrales, al despecho y al amor?
A. E.: Yo creo que sí hemos cambiado cosas.
H. B.: Lo que se ha logrado cambiar ha sido mucho, realmente; cuando uno ve las cosas, sí.
A. E.: Tal vez no a nivel tan masivo, pero hay mucha gente que está tocada por nuestras canciones, e incluyo a mi hija, que tiene unas posiciones superradicales, que son de la edad también y de las cosas que ha recibido. ¿Sabe que está vegetariana, no, Héctor Vicente?
H. B.: ¡Ah, muy bien, eso está bueno!
A. E.: Vegetariana y feminista; pero eso es que da gritos acá… Cada diez minutos regaña a mi marido y a mi hijo (risas estruendosas).
H. B.: Aquí mi hijo Balán también es activista, pero de muchas causas. Activista total. Uno no se da cuenta, pero sí han cambiado muchas cosas. Una vez me dijeron “Gracias a ustedes los papás aceptaron que sus hijos fueran músicos, porque antes de ustedes no”. Uno habla con todos estos músicos, oye las historias sobre que Li Saumet (de Bomba Estéreo) cantó Candela y J Balvin tocó La estaca en izadas de bandera en el colegio (ambas son canciones de Aterciopelados), y uno dice sí, sí hay una influencia ahí, y es la de atreverse a hacer lo que uno lleva adentro.
¿Ya los vacunaron?
A. E.: No.
H. B.: No.
Llegado el caso, pueden decir que el amor lo vacuna todo.
A. E.: (Risas).
H. B.: (Risas) Pero es que es muy real, en serio. Lo vacuna, sí, porque lo protege. Es una energía muy fuerte.
Hablando de eso, ¿ya se perdonaron?
A. E.: Sí. ¿Sí?
H. B.: Sí.
A. E.: ¡Estamos listos pa’ la próxima! (risas).
H. B.: ¿Sí?, ¿no, Echeverri, ya me perdonó

Apertura de la entrevista de Aterciopelados en la edición impresa de Revista BOCAS, publicada en mayo de 2021.
Revista BOCAS
Gracias por leernos.
Nos gustaría recomendarle otra de nuestras entrevistas: Una madre de Soacha.
POR: CHUCKY GARCÍA
FOTOS: SEBASTIÁN JARAMILLO
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 106. MAYO - JUNIO 2021