Una vez salieron de la universidad no lo dudaron: querían tener su propia empresa y hacer sus propios diseños. Estas millennials siguen ese mandato generacional que las impulsa a ser emprendedoras.
De la mano de una hermana, novio o prima con los pies en la tierra, o sea, que saben de números y administración, se lanzaron a montar un negocio: hacer vestidos de baño. Unas, porque crecieron junto al mar y esta prenda es tan vital como una camisa. Otras, porque querían usar algo distinto a lo que había.
Así nacieron estas marcas que no tienen más de cinco años, pero que crecen rápido: no tienen tiendas propias, pero venden en varias ciudades del país, por internet y algunas exportan. Comenzaron haciendo pocos vestidos al mes y algunas ya producen 2.000.
Se enorgullecen de hacer un producto cien por ciento colombiano: telas nacionales, mano de obra local (producen en talleres en Medellín y Bogotá) y creatividad criolla, para hacer prendas exclusivas, pensando en que no solo sirvan para tomar el sol, sino que pueda tener diferentes ocasiones de uso.
Ideas para lucir en esta Semana Santa.
Para su trabajo de grado como diseñadora de modas en el LCI de Barcelona, Carolina Ganan decidió hacer trajes de baño. El experimento le gustó y así nació Airavata Swimwear, que desde el principio se enfocó en un nicho particular: prendas exclusivas para ocasiones especiales, lejos de la playa y la piscina. “No son para broncearse”, dice la diseñadora y aclara que igual cumplen con las funciones de un vestido de baño. El diseño gráfico y el trabajo artesanal son claves en sus propuestas. “Quiero que vean el adorno, no la prenda”, dice. Usa mallas transparentes que borda, sobre todo con lentejuelas, un delicado trabajo que hacen reclusas El Pedregal, en Medellín.
Ajuste perfectoDesde el colegio, las hermanas Carolina y Margarita Mejía hacían vestidos de baño para venderles a las amigas en Medellín. Una vez se graduaron de la universidad –Carolina, comunicadora gráfica, y Margarita, ingeniera civil decidieron montar su propia marca Kinira, enfocada en un mercado que detectaron: las tallas grandes. “Había amigas o sus mamás que eran más rellenitas y pensamos en ellas. Nos tocó hacer nuestro propio tallaje y moldería”, dice Carolina al referirse a que ofrecen trajes de una y dos piezas, desde la talla L hasta la 5XL.
Trajes en parejaArriesgarse es una palabra que impulsa a la diseñadora barranquillera Laura Mercado. Así lo hizo cuando llevaba un mes con su novio Juan Manuel Serna, bogotano y administrador de empresas, cuando le propuso, hace tres años, montar un negocio: hacer vestidos de baño para hombre y mujer con el mismo estampado (matching pair), otro riesgo. El negocio funcionó (y la pareja también, pronto se casarán), se llama Ancora, ya tiene línea de niños y exporta a nueve países. “Los bikinis colombianos son como el café, muy apreciados por fuera”, dice Laura, quien comenzó haciendo sus propios vestidos de baño desde el colegio.
Colores caribeñosHace un año, Adriana Dangond decidió sacarle más provecho a los diseños gráficos que hacía para las bolsas y cosmetiqueras para la playa que venía haciendo hace unos años con su marca Mola Mola. Con su hermana Ana, administradora, decidieron lanzar la línea de trajes de baño para mujer, que ya creció a hombres y niños, y que hacen juego con sus bolsas. “Nuestra marca es colorida, alegre, fresca, divertida, caribeña”, dice Adriana.
Priman las frutas, las flores, los peces, las palmeras... la exuberancia tropical. El traje enterizo con mangas (para otras ocasiones de uso), se ha vuelto un ícono de la marca de estas samarias, que producen en Medellín.
Cansadas de buscar vestidos de baño que no estuvieran llenos de colores, estampados y bordados, las primas Paola Arango, diseñadora, y María Paula Ardila, financiera, decidieron montar su propia marca. “Desde el principio pensamos en algo vestidor, versátil y en colores básicos”, dicen. Por eso, la primera colección de Puntamar es en blanco, negro, cocoa, azul, rojo y vinotinto. Hay bikinis y enterizos que se transforman gracias a boleros, mangas y flecos que se pueden quitar y poner, lo que hace que las prendas puedan llevarse en distintas momentos y ocasiones: salir de la piscina a almorzar al restaurante.
NATALIA DÍAZ
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