Cuando en un avión nos indican qué hacer en caso de emergencia, una de las primeras recomendaciones es: “Si viaja con niños, por favor, póngase usted primero la máscara de oxígeno y luego, la de ellos”. Con toda la lógica. Para poder ayudar a los niños –que no pueden ponerse sus propias máscaras–, es impajaritable que nosotros estemos en condiciones óptimas para hacerlo. En caso contrario, el niño tendría oxígeno, pero es muy posible que se quede sin un adulto cercano que le ayude a evacuar el avión si es necesario.
Este principio, tan lógico en casos de emergencia cuando volamos en un avión, debería trasladarse a nuestra vida cotidiana. Demasiadas madres creen que dedicar un par de horas a su propia felicidad o a darse algún gusto personal es un acto de egoísmo y no una necesidad básica. ¿Y lo peor? Si ellas solitas no se sienten mal, la sociedad o las otras mujeres se encargan de hacerlo.
Hay una culpa inherente a la maternidad, la cual hace que muchas mujeres se sientan terribles si no están 24 horas del día en función de sus hijos.
Algo que pareciera tan insignificante como ir a la peluquería o leer una revista las hace sentir las peores mamás del mundo porque no están jugando con sus hijos o buscando en qué coparles la agenda.
Frecuentemente, en las relaciones tampoco entendemos muy bien el concepto de estar bien con uno mismo antes de estar bien en pareja. Pasa a menudo que si nuestra pareja nos dice, sin ninguna agenda oculta, que quiere salir con sus amigos, practicar un deporte, viajar sin que la acompañemos o simplemente estar sola, tomamos esa petición como una ofensa personal y de inmediato la juzgamos por reclamar su espacio personal. Y de la misma manera nos angustia o avergüenza cuando somos quienes necesitamos algo de ‘oxígeno’. Creemos que el amor es estar juntos todo el día, aunque los dos se estén quedando sin respiración. Si estamos ahogados y desgastados, nos es difícil actuar con amor. Las tareas más mundanas con nuestros hijos o nuestras parejas se vuelven sacrificio y no placer. Pasamos de agradecer los momentos juntos a sentirlos como carga o lastre.
El día que nuestros hijos nos reclaman su independencia lo sentimos como una bofetada a nuestra autoestima y no como una fuente de orgullo. Si nos quedamos sin pareja, se nos derrumba el mundo entero y no solo una parte de él.
En una sociedad que permanentemente nos exige tanto, no podemos perder de vista que para ser la mejor versión de nosotros mismos y ser genuinamente generosos con nuestro tiempo y nuestro corazón, es esencial procurar estar plenos, felices y bien ‘oxigenados’. Pero tampoco debemos olvidar que nuestros seres queridos también lo necesitan.
ALEXANDRA PUMAREJO
@detuladoconalex
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