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No tengo la razón, pero soy feliz... / De tu lado con Alex

Tenemos tanta inseguridad por no saber las respuestas que olvidamos la magia de aprender.

Diana Rincón
Una de mis frases de cabecera es: “Es mejor ser feliz que tener la razón”. Doy este consejo a cualquiera que lo pida e irónicamente hasta a los que no. ¿Se han dado cuenta de que somos una sociedad en la cual preferimos morir en el intento de probar nuestro punto antes que aceptar nuestros errores, nuestro desconocimiento o nuestras falencias? Nos desvivimos por comprobar nuestra inteligencia, sabiduría y perfección a toda costa, aunque el precio sea una amistad, una relación e incluso la cordura.
Lo irónico es que cuanto menos sabemos y más inseguros nos sentimos, es cuando más agresivos y, aparentemente, más ‘apasionados’ nos tornamos si alguien llega a cuestionarnos. Olvidamos que cuando tenemos argumentos sólidos no hay necesidad de gritarlos ni de convencer a nadie. Erróneamente pensamos que quien intimida a la hora de argumentar es el más astuto, el que humilla es el más inteligente y el que se queda con la última palabra ‘gana’ el argumento. Día a día somos testigos de cómo estos choques de ego mal fundados nos han ido hundiendo como país y como sociedad, pues ya no luchamos por las causas correctas ni por valores de fondo, sino por tener la razón, atropellando lo que realmente es fundamental… el bienestar común.

Estas ansias de siempre estar en lo ‘correcto’ y de no aparentar vulnerabilidad de ningún tipo desgastan todas y cada una de nuestras relaciones

Nuestro cotidiano vivir no es muy diferente al escenario político. Cuántas parejas no se matan a diario argumentando por trivialidades de la vida, con tal de demostrarle al otro que es más capaz, más sabio o que tiene el control. Cuántos padres aniquilan los sueños de sus hijos por querer demostrarles que ellos saben más y mejor. Cuántos hijos cometen errores garrafales en sus vidas buscando, a toda costa, probarles a sus padres que nadie les puede decir qué hacer. Cuántos jefes prefieren perder un negocio o hasta perder plata, con tal de no permitir que un subalterno les demuestre que tal vez no están acertando.
Estas ansias de siempre estar en lo ‘correcto’ y de no aparentar vulnerabilidad de ningún tipo desgastan todas y cada una de nuestras relaciones, porque estamos tan ocupados recalcando nuestro punto que se nos olvida escuchar. Tenemos tanta inseguridad por no saber las respuestas que olvidamos la magia de aprender.
Queremos opacar los argumentos del otro a tal punto que nosotros dejamos de brillar. Creemos tan vehemente en la importancia de tener toda la razón que perdemos la oportunidad de verdaderamente tenerla.
ALEXANDRA PUMAREJO
En Twitter: @detuladoconalex
Diana Rincón
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