Más de un siglo después del naufragio del Titanic -en 1912- se pudo esclarecer un misterio que, durante más de 70 años, estuvo rondando detrás de esta tragedia que marcó el siglo XX. Se trata de la historia de Loraine Allison, conocida como la ‘niña perdida’.
De acuerdo con los registros encontrados tras el accidente, se estableció que Loraine Allison y su mamá habrían fallecido en el accidente en altamar, a pesar de que sus cuerpos nunca fueran hallados. Al parecer, ellas dos harían parte de los pasajeros de clase alta que se transportaban en el barco.
No obstante, en 1940, una mujer identificada como Helen Kramer, afirmó ser la mismísima Loraine Allison y confesó abiertamente que, el hombre al que siempre había identificado como su padre, era Thomas Andrews, el diseñador del barco, quien, según ella, la habría rescatado y ocultado para proteger su identidad. Sin embargo y según los datos históricos, Andrews falleció en el accidente.
En el momento de la confesión, no hubo ninguna entidad que pudiera esclarecer lo sucedido ni corroborar si lo que ella estaba hablando era cierto, por lo que desde ese momento empezó el misterio tras la ‘niña perdida’.
Helen intentó convencer de su versión a la adinerada familia Allison durante más de 50 años hasta 1992 en el momento en el que falleció.
Al parecer su lucha no fue en vano y su nieta, Debrina Woods, decidió convencer a la familia Allison para realizar las pruebas pertinentes de ADN y así corroborar las versiones, acompañada de un grupo de investigadores. El resultado arrojó que Helen no tenía ni un solo parentesco genético con la familia Allison.
La investigadora del caso, Tracy Oost, señaló que “el único misterio que queda por resolver es el por qué Helen Kramer mantuvo por tanto tiempo esa historia”.
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