La niña tenía 12 años cuando conoció a su gran amor: el café.
Nolty Tatiana Holguín cursaba grado séptimo en la Institución Educativa Rural Valentina Figueroa, en las montañas de Urrao (Antioquia), cuando junto a 15 compañeros sembró cerca de 3.000 mil cafetos en un terreno del pueblo. Era una iniciativa de su colegio y de la Federación Nacional de Cafeteros.
Ese cafetal se convertiría en el futuro sustento de Nolty Tatiana y sus amigos. Allí, entre cafetales, aprendieron todo lo referente al cultivo y encontraron su proyecto de vida.
“Desde niña aprendí a producir y a amar el café, y con un convenio que la Federación tenía con el Sena, me formé en toda la cadena productiva”, cuenta Nolty Tatiana, quien a raíz de ese proyecto formó una empresa junto con los mismos compañeros del colegio. Se llama Cafés Especiales del Paraíso y hoy vende sus productos en la plaza principal de Urrao y está en proceso de llegar a otras regiones, y uno de sus sueños es exportar.
Esta joven antioqueña, hoy de 19 años, es ejemplo de una nueva generación de jóvenes colombianos que encontraron en el café una profesión y una forma de ganarse la vida. Una tendencia relativamente nueva en un país tradicionalmente cafetero y donde se produce uno de los mejores cafés del mundo.
Y es en el Sena donde se forma la mayoría. Allí, desde el 2011, con la creación de las Escuelas Nacionales de la Calidad del Café, comenzó la formación de jóvenes en toda la cadena productiva del grano, empezando en la siembra y terminando en la elaboración de bebidas.
Estas escuelas cuentan con cuatro sedes –en Huila, Quindío, Antioquia y Bogotá- y con otros 21 centros regionales ubicados en La Guajira, Risaralda, Atlántico, Cauca, Santander y Tolima, en los cuales se han invertido cerca de 9.000 millones de pesos.
Allí, actualmente forman a 20.000 jóvenes en barismo y en programas donde aprenden sobre la siembra y la producción de grano de alta calidad, que en el mercado se comercializa como café especial. Solo en barismo han sido certificados cerca de 13.770 aprendices.
Un café especial es aquel que se diferencia del café convencional que se vende en el mercado y que, por su calidad y sabor, alcanza un precio mucho más elevado. Un precio que los amantes de esta bebida están dispuestos a pagar. De hecho, uno de los mejores y más costosos cafés especiales del país, producido en la Mesa de los Santos (Santander), se ha cotizado en 130 dólares la libra.
Y un barista es la persona que prepara bebidas a partir de café combinándolo con leche, licores o esencias, en diferentes técnicas.
De los cafetales a ItaliaNidia Gómez, directora de las Escuelas Nacionales de la Calidad del Café del Sena, recuerda que la iniciativa a su cargo comenzó, en el 2011, en conjunto con la Federación Nacional de Cafeteros, la fundación Manuel Mejía, Almacafé y Cenicafé. La idea consistía en formar personas que pudieran conocer más allá del cultivo del grano y le dieran un valor agregado, para poder así estimular a la industria.
“Existe una necesidad de un relevo generacional entre los caficultores. Por eso debemos hacer que el campo sea atractivo para los jóvenes”, dice por su parte Luisa Fernanda Gallo, asesora de relaciones internacionales del Sena.
Precisamente una de las estrategias para impulsar esta iniciativa ha sido la alianza entre el Sena y el Instituto Italo-Latinoamericano (Iila), de la que surgió el programa ‘Escuelas de Café, Italia y Colombia por la paz”, cuyo objetivo es formar a jóvenes víctimas de la violencia en los territorios de Antioquia y Cauca relacionados con la caficultura.
“Italia, el país que mejor prepara café en el mundo, está ayudándonos en esa tarea de producir cafés y bebidas a la altura del mercado mundial”, añade Gallo.
En un primer curso, entre marzo y octubre de este año (2016), los expertos italianos capacitaron a 118 jóvenes del Cauca y a 162 de Antioquia en temas como siembra, cosecha, secado, catación y barismo. Después escogieron a 12 de los mejores aprendices de cada región para viajar a Italia y formarse con los mejores baristas de ese país.
Fue así como el pasado 13 de noviembre viajaron a Italia nueve mujeres y tres hombres, que fueron certificados con el método italiano en la sede del Iila en Roma.
Myriam Esperanza García, oriunda de Popayán y una de las elegidas para viajar a Italia, dijo en la ceremonia –a la que asistieron representantes del Ministerio de Relaciones Exteriores del Gobierno de Italia y autoridades diplomáticas colombianas- que el café es el motor de su vida.
“Mi experiencia alrededor del café me abrió la mente para motivar a más jóvenes a que luchen por el campo, que se está quedando sin personas que trabajen allí”, dijo la joven.
Sentido social y barismo
Antonio Romero es el creador de Café Arte y Pasión, en el centro de Bogotá, donde ayuda a pequeños empresarios y forma a jóvenes de comunidades vulnerables en el arte de la preparación del café. Foto: Abel Cárdenas.
Paralelo a los programas del Sena, en Colombia existen iniciativas privadas que además de fomentar la industria del café, desde los jóvenes, funcionan bajo un sentido social.
Antonio Romero, un bogotano de 33 años, fundó hace 13 años Arte y Pasión Café, un local en el centro de Bogotá donde ofrece exquisitos cafés especiales de diferentes regiones del país, preparados en técnicas de todo el mundo.
También asesora a pequeños caficultores para que puedan comercializar sus productos y mejorar sus procesos.
Romero, quien ha participado en tres campeonatos mundiales de barismo -dos en Alemania y uno en Inglaterra donde logró ser sexto mejor del mundo en el 2010- preside una fundación donde forma a jóvenes de poblaciones vulnerables en el arte de la preparación del café.
Comenzó en el 2010 con doce muchachos del sur de Bogotá. Luego, en el 2013, junto con el sacerdote Carlos Alberto Jiménez, vinculó a otro grupo de jóvenes víctimas de prostitución, violencia y drogadicción.
Michael Serrano, de 19 años, es uno de los egresados de la fundación de Romero. Gracias a su formación logró trabajar un tiempo en Uruguay junto con la coreana María Dowoong, quien fue su compañera de estudios en Bogotá y quien gracias a lo aprendido con Romero creó su propia empresa en el país suramericano.
Otros como Carlos Skinner, de 27 años –también pupilo de Romero- lograron encausar su vida gracias al café, incluso, después de haber pasado por la cárcel. Skinner hoy vive de su trabajo como barista y ha sido instructor en un hotel de Cartagena.
“Los baristas vendemos el café bajo una filosofía y un respeto: el respeto por el café y la admiración por el caficultor. Nosotros somos conscientes de que nuestro trabajo enaltece el trabajo de un campesino que merece tener igual o mejor calidad de vida que nosotros”, apunta Antonio Romero, orgulloso de hacer parte de esta nueva generación de cafeteros colombianos.
Carlos José Reyes GarcíaEscuela de periodismo multimedia EL TIEMPO.
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