A las 6 de la tarde de este jueves en París –en horas de la mañana, en Colombia–, y mientras finalizaba un reportaje sobre el alza de la violencia de género durante la pandemia, la periodista colombiana Jineth Bedoya Lima recibió una llamada de un número desconocido. Un vocero de la Unesco le notificó, al otro lado de la línea, que, de manera oficial, era la ganadora del premio Guillermo Cano a la Libertad de Prensa 2020.
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Al agradecer, emocionada, en fracciones de segundos recordó por qué le daban un reconocimiento mundial, cuyo requisito es correr riesgo en defensa de la verdad.
“Este premio resalta el esfuerzo de seguir informando, pese a que te pongan muchos obstáculos en el camino, y en Colombia sí que sabemos de eso”, dijo Bedoya en la rueda de prensa virtual en la que la acompañó ‘Martina’, su amiga, su gata.
“Este reconocimiento –agregó– es también para cada una de las periodistas colombianas y para cada uno de los hombres que informan en Colombia. Hemos afrontado décadas de guerra, de narcotráfico, de paramilitarismo, del acoso de las guerrillas, del conflicto armado, de la delincuencia organizada, y creo que ninguna voz ha sido inferior a ese reto”.
En su intervención señaló que el galardón también es “para cada una de las personas que creen que visibilizar la violencia contra las mujeres y la violencia sexual es la mejor forma de transformar el mundo”.
EL TIEMPO reproduce hoy este perfil de Jineth (publicado en marzo del 2018, cuando recibió el Premio de Mujeres Anne Klein ), que recoge parte de su esencia como mujer, periodista y guerrera.
En el cuerpo de la colombiana Jineth Bedoya Lima está escrita parte de la historia oscura de su país.
Ella carga con las cicatrices que le dejaron 10 horas de secuestro, tortura y violencia sexual, ejecutadas por tres hombres de un grupo paramilitar que también intentó llegar al poder a sangre, ‘parapolítica’ y fuego.
Y aún hay vestigios de tristeza en sus ojos, por la barbarie que sufrió ese 25 de mayo del año 2000; la misma a la que son sometidas niñas y mujeres colombianas por bandas criminales, organizaciones guerrilleras, agentes del Estado o familiares.
Incluso, de la garganta de Jineth aún salen frases de indignación por la impunidad judicial que ha cobijado la investigación sobre su caso, una peste que afecta a la mayoría de crímenes en contra de la mujer.
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Pero su corazón está irrigado por algo diferente: coraje, esperanza, amor, fuerza, solidaridad, tesón... algo de eso, todo de eso.
Un día se le ve plena, en una marcha en Tumaco, la capital mundial de la coca, empoderando a víctimas y sobrevivientes de la violencia sexual. Y luego irrumpe en un despacho judicial, a identificar a los tres hombres que la drogaron, secuestraron y violaron por estar haciendo su oficio: el de periodista purasangre. No derrama siquiera una lágrima en esas agotadoras diligencias. Esas las reserva para el regazo de su madre.
Se puede volver a creer, a soñar (...), el dolor físico y espiritual te da la posibilidad de transformarte en algo positivo
Debido a las secuelas de su ataque, pesa menos de 45 kilos. Pero su frágil cuerpo es la armadura de guerrera con la que libra batallas propias y especialmente ajenas. Incluso, prestó la fatal fecha de su tragedia para que Colombia conmemorara, por decreto presidencial, el Día Nacional por la Dignidad de las Mujeres Víctimas de la Violencia Sexual en el contexto del conflicto armado.
Hasta el 2000, ella cubría el conflicto armado colombiano con una libreta, botas y reportajes osados, lo que ya le había valido un par de amenazas y un atentado. Aun así, escribió varios libros de denuncia y logró ser una de las reporteras de guerra más agudas y reconocidas. Pero, de pronto, Jineth se convirtió en parte de sus historias.
Desde entonces lo ha soportado todo y lo ha superado todo, incluso los interrogatorios de escépticos que, para creerle, la obligaron a exponer los vejámenes a los que fue expuesta: patadas en el rostro, pistolas en la cabeza, vulgaridades físicas y verbales.
“Me hicieron cosas terribles como mujer, de las que nunca he hablado ni siquiera ante la justicia”, confiesa cuando le preguntan por ese jueves fatal.
Aun así, sin derrotarse, con su alma fuerte, sigue buscando la verdad y la justicia para ella y para decenas de mujeres que han pasado por ultrajes similares.
Siento una impotencia grandísima porque quisiera ayudarlas a todas y no puedo. Trato de ayudar a la mayor cantidad. Yo soy igual que ellas, y a veces su dolor es más grande que el mío
Ha marchado y exigido justicia por Rosa Elvira (empalada y asesinada), por jóvenes quemadas con ácido, por niñas reclutadas y violadas por la guerrilla, por mujeres víctimas de golpizas y disparos de sus exparejas, por ella, por las que siguen, porque no haya una más...
“Siento una impotencia grandísima porque quisiera ayudarlas a todas y no puedo. Trato de ayudar a la mayor cantidad. Yo soy igual que ellas, y a veces su dolor es más grande que el mío”, ha confesado en decenas de entrevistas con medios internacionales.
En medio de esa cruzada viajó a La Habana (Cuba), en representación de las víctimas del conflicto, a exigirles a los jefes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) que, como requisito para lograr la paz, confiesen la verdad sobre sus delitos, incluidos los sexuales. Con el mismo coraje, retó a un general de la República para que le confesara al país si estuvo detrás de su violación, en calidad de autor intelectual.
Su caso, el de la valiente, llegó hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, fue elevado a delito de lesa humanidad, en el 2014, y hasta generó una ridícula indemnización estatal (de 8.000 dólares), en contraprestación por su sufrimiento. Pero Jineth no aceptó un centavo y tampoco las propuestas de olvidarlo todo, lanzarse a la política, cesar su lucha, irse del país.
No se permite dar un solo paso atrás. Ni siquiera luego de enterarse de que sus comunicaciones están interceptadas por agentes del Estado o de que se convirtió en blanco de nuevas amenazas, lo que la ha obligado a vivir con un cuerpo de escoltas a su alrededor.
Pero no lleva chaleco antibalas. A cambio usa mariposas en su ropa, como símbolo de su transformación y de la de las mujeres a las que le ha cambiado la vida: su ejército de mariposas con las que esparce fuerza y justicia.
“Se puede volver a creer, a soñar (...), el dolor físico y espiritual te da la posibilidad de transformarte en algo positivo”, dice.

Jineth Bedoya ha acompañado manifestaciones de mujeres que reclaman justicia en todo el país.
Nathaly Arias / Especial para EL TIEMPO
A pesar de las amenazas, a pesar de todo, Jineth sigue viva. Nada la ha doblegado. Exhala esperanza, perdón, fortaleza y tiene el ADN de una líder, que le permite seguir soportando con estoicismo una violencia que es de todos.
Inspirado en ella, en su sonrisa, en su fuerza, en su voz de trueno y en sus lágrimas, Colombia ya tiene un Observatorio de Medios en Violencia de Género, para que las noticias y la información se aborden con la responsabilidad y el respeto que exige el hecho de que su país sea el segundo, después de México, con más casos de violencia contra la mujer.
Cada año se registran más de 18.000 ataques sexuales y cerca de mil asesinatos con arma de fuego, cortopunzante, por asfixia o golpes.
Gracias a Jineth, la periodista purasangre, Colombia ha tomado conciencia y medidas legales para frenar la violencia de género. Y sectores de la sociedad se han unido a su campaña, No Es Hora De Callar, para que cese la impunidad en este tipo de delitos. Gracias a Jineth, las mujeres saben que no están solas y que nadie puede revictimizarlas nunca más.
Gracias a Jineth, gracias a Jineth, gracias a Jineth. Y perdón por no haber podido estar ahí para evitarlo.
En el cuerpo de la colombiana Jineth Bedoya Lima está escrita parte de la historia hermosa de su país.
En 1997 se creó el Premio Mundial de Libertad de Prensa Unesco-Guillermo Cano, que busca reconocer cada año el trabajo de una persona u organización “que haya contribuido de forma notoria a la defensa y/o la promoción de la libertad de prensa en cualquier lugar del mundo, sobre todo cuando para ello haya corrido riesgos”.
Este galardón lo entrega cada 3 de mayo el director general de la Unesco, en el marco del Día Mundial de la Libertad de Prensa. Su financiación está a cargo de las fundaciones apoyadas por la Fundación Guillermo Cano Isaza (Colombia), la Fundación Helsingin Sanomat (Finlandia) y el Namibia Media Trust.
La denominación del premio rinde homenaje a Guillermo Cano Isaza, periodista colombiano asesinado en Bogotá el 17 de diciembre de 1986 delante de las oficinas de su diario, El Espectador.
“El asesinato de Guillermo Cano es significativo en términos de crímenes impunes cometidos contra periodistas. Cano fue víctima de mafias del narcotráfico, a las que denunció con valentía y sobre cuyos efectos nocivos para la sociedad colombiana advirtió”, destaca la organización de este galardón en su página oficial.
“La vida de Guillermo Cano, su coraje, su compromiso para con el periodismo independiente y la tenacidad con la que luchó por su país constituyen un ejemplo a seguir para el resto del mundo. La suerte de Guillermo Cano ilustra el precio pagado por periodistas de todo el mundo en el ejercicio de su profesión: a diario se encarcela y maltrata a periodistas, y el hecho de que la mayoría de tales delitos quede impune resulta incluso más alarmante”, se lee en los postulados que inspiraron este reconocimiento.
Desde su creación, el premio lo han ganado, entre otros, el turco Ahmet Sik, la etíope Reeyot Alemu, el iraní Ahmad Zeidabadi, la chilena Mónica González Mujica, la mexicana Lydia Cacho Ribeiro y la rusa Anna Politkovskaya.
El premio se concede con arreglo a las recomendaciones de un jurado independiente integrado por 12 profesionales del mundo.
Las candidaturas son propuestas por organizaciones no gubernamentales regionales e internacionales que trabajan en pro de la libertad de prensa y por los Estados miembros de la Unesco.
MARTHA ELVIRA SOTO FRANCO
EDITORA DE LA UNIDAD INVESTIGATIVA
EL TIEMPO
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