El japonés Senji Nakajima tiene 62 años y está enamorado de Saori, una muñeca de silicona con la que pasa gran parte de su tiempo.

Como él, muchos hombres poseen en Japón este tipo de muñecas, llamadas 'rabu doru' (muñeca de amor).

"Ella siempre esta ahí, quiero que me entierren con ella", es lo que expresa otro de los hombres, también con familia, que tiene una de estas muñecas.

"Mi corazón late a mil por hora cuando vuelvo a casa con Saori", asegura Nakajima.

"Nunca me pasaría por la cabeza engañarla, ni con una prostituta, porque para mí ella es humana", explica.

Nakajima, como otros hombres, no permiten que las llamen "barbies gigantes". Para ellos, se trata de mujeres reales.

La mayoría de hombres que decide comprar estas muñecas tiene parejas de carne y hueso; al parecer, bastante comprensivas.

Senji Nakajima es empresario, casado y padre de dos hijos. 

Nakajima pasea a Saori en silla de ruedas, le pone pelucas, la viste y le regala joyas.

Unas 2.000 muñecas de silicona son vendidas cada año en el archipiélago nipón, según los profesionales del sector.

La tecnología ha permitido que estas muñecas tengan un aspecto auténtico. Los fabricantes afirman que el hombre "tiene la sensación de tocar piel humana".

Según expertos, en su mayoría los hombres viudos adquieren estas muñecas, a las cuales no ven como simples objetos sexuales, sino como seres con alma.

Cada vez más hombres, como Nakajima, las compran porque sienten que se pueden comunicar con ellas.

Para algunos, las japonesas tienen "un corazón duro" y por eso toman la decisión de refugiarse con estas "compañeras".