Tal vez ningún colombiano, ni siquiera el propio Jaime ni su cómplice de siempre Alfredo, se imaginaron que su nombre, su figura, sus palabras, sus diferentes intervenciones seguirían, dos décadas después, resonando con la fuerza con la que se han iterado en este 2021, a raíz del Paro Cívico Nacional del 28 de abril.
Pancartas con su foto o caracterizando alguno de sus personajes, consignas con sus frases y hasta su figura hecha en cartulina se han visto en las protestas, que no terminan porque no se dan soluciones, por parte de una juventud casi toda nacida en esta centuria.
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Mujeres y hombres que no vieron a Jaime Garzón en sus programas de televisión ni fueron a sus conferencias ni estuvieron en su entierro. Lo conocieron, alternaron con él a través de los videos que se siguen reproduciendo o por la serie de televisión que se difundió hace un par de años o tal vez han leído alguno de los libros que, sobre su vida, se han publicado. Aprendieron así admirarlo, a quererlo. Lo que conmueve aún más.
Son ustedes los llamados a luchar por un país distinto a éste que les entregamos y que nosotros, mi generación, no fue capaz de cambiar
La mayoría de estos jóvenes, se sienten comprometidos a cumplir con el reto que lanzó Jaime Garzón a otros jóvenes, a esos que tuvo en frente en distintos auditorios: los que nacieron en la década de los setenta del siglo pasado y que hoy ya son mayores. Tienen cincuenta o cuarenta años, por lo menos.
Las provocativas frases en las que los conminaba actuar las usaba con frecuencia en sus intervenciones sobre todo en las universidades públicas en Bogotá, Cali, Medellín, Manizales, en donde se le oía decir: Son ustedes los llamados a luchar por un país distinto a éste que les entregamos y que nosotros, mi generación, no fue capaz de cambiar.
O como lo recuerda de manera textual su hermano Alfredo: “Si ustedes, los jóvenes, no asumen la dirección de su propio país, nadie va a venir a salvárselo. ¡Nadie!”
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El proyectoEn armonía con la nueva generación y con la época, como no podía ser diferente, su hermano Alfredo, reconocido por los Cartones de Garzón, que publica desde hace casi cuatro décadas, todos los domingos, en El Espectador, comenzó hace un par de años a madurar la idea de construir una novela gráfica que diera cuenta de los orígenes familiares, sociales y políticos de su hermano, contara su desarrollo y se ocupara de su legado, así como del accidentado proceso judicial que, 22 años después, sigue sin justicia absoluta, con verdades a medias y sin reparación.
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Aspectos de la novela gráfica que prepara su hermano, Alfredo, artista gráfico y caricaturista, con apoyo de la dramaturga Verónica Ochoa.
Alfredo Garzón
El medio escogido por el ingenioso y enorme caricaturista, artista del fino dibujo, no podía ser otro que la novela gráfica, esa narración que se instaló con fuerza en los años ochenta, en casi todo el mundo, y que se utiliza para transmitir un relato hondo que llega de manera sencilla y agradable a públicos heterogéneos.
“Este género, derivado del comic, entre cuyos mayores exponentes se cuentan obras como Maus de Art Spiegelman, Persépolis de Marjane Satrapi o Palestina de Joe Sacco, aborda problemáticas complejas, asume reflexiones políticas e históricas profundas y configura contranarrativas o relatos al margen de las historias oficiales", afirma Alfredo Garzón.
"Esta corriente de la novela gráfica toma distancia de los relatos heroicos, detectivescos y de aventuras y se centra en una esfera de la realidad más personal, en voces más subjetivas y críticas sobre la vida”, dice Alfredo con suavidad que lo caracteriza, eso sí siempre muy serio y enfático.
Parece, entonces, que la novela gráfica funcionará a la perfección para refrendar la herencia de Jaime Garzón, que trasciende de sus apuntes irónicos, sus alegatos vibrantes, siempre con trasfondo político y social y de su crítica severa en contra de lo establecido, que nos hacía llorar algunas veces, pero más reír. Así era él y así somos nosotros.
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Para Alfredo Garzón, “el libro busca entender la ausencia de Jaime a lo largo de estos años, narrar las razones de su asesinato, construir una memoria y compartirla, encarar un duelo pendiente y al mismo tiempo enfrentar la imposibilidad de hacerlo. En últimas se trata de una reflexión personal sobre este país que generó en Jaime tantos afectos, que esculpió su pensamiento y dio cauce a su potencia y que a la vez terminó por aniquilarlo”.
La infancia y la juventud de Jaime trascurrieron en paralelo con las de su hermano Alfredo. Ambos terminaron el bachillerato para ser maestros, normalistas se llamaban, y en esos años vivieron un cotidiano hombro con hombro, compartiendo hechos que los conmovieron como la temprana muerte del padre, a los treinta y ocho años o el paro de 1977 contra Alfonso López Michelsen.
Al graduarse se separan. Alfredo decide hacerse jesuita y se va al seminario, Jaime ejerce el magisterio en un colegio del sur y, después de comenzar varias carreras entra a estudiar derecho a la Universidad Nacional.
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A pesar de todo, esas vidas tan opuestas se unen aún más. Cada vez que se encuentran tienen mucho que contarse, que compartir, que discutir.
Con el paso de los años Alfredo se sale del seminario y se va para Nueva York, se casa, tiene hijos. Garzón se vuelve un hombre público, mediático, incursiona en la política. Y, otra vez, por las diferencias se aproximan cada vez que pueden. Se buscan, se piden tutelajes, intiman desde la distancia.
La evolución de Jaime Garzón, desde su niñez, es el material primario de esta novela gráfica que comienza con su asesinato y se devuelve a sus primeros años, a la juventud, a ese legado que se ha vuelto mandato y que surge de su reflexión profunda y juiciosa sobre el acontecer social y político del país. La historia termina con el proceso judicial en el que “todo se ha dado para que los autores intelectuales no paguen, para que no haya justicia”, afirma Alfredo, narrador principal por derecho propio y por opción.
Todo se ha dado para que los autores intelectuales no paguen, para que no haya justicia
Alfredo Garzón, como buen estratega que es, una vez tuvo clara la película buscó socios. No le llevo demasiado tiempo encontrarlos. La Fundación para libertad de prensa, FLIP, es su principal aliada y la que consiguió el patrocinio.
Así mismo, encontró en Verónica Ochoa, dramaturga y autora de la singular obra Corruptour ¡Pais de mierda! caso Jaime Garzón, que transcurre en una chiva, a la coequipera incondicional para el proceso de investigación y su realización.
Juntos han abordado una forma de trabajo que comenzó organizando un archivo (entrevistas, investigación, conversaciones, recopilación de referentes, taxonomía de materiales, etc.); se pasó a la escritura del guion a cuatro manos, a compartir lecturas, reescribir cuantas veces fuera pertinente, y codirigir un equipo interdisciplinario para la producción de bocetos, dibujos, color y diseño de páginas.
"Acompañar a Alfredo en este proceso ha significado ponerme al frente de las complejidades inimaginables que hay detrás de cada sobreviviente. La indolencia y la brutalidad que se han instalado en nuestras relaciones con la realidad han sofocado las voces que buscan construir sentido a partir de lo que les ha pasado, alcanzar la comprensión de conceptos como perdón, justicia, dignidad, que han sido instrumentalizados y puestos al servicio de todo tipo de bajeza. Esa es la gran potencia que para mí ha tenido hacer parte de este trabajo de escritura que resuena mucho con lo que la obra de los hermanos Garzón ha significado para mí, esto es, la necesidad de pensar en colectivo, de buscar más allá de la obviedad, de la reactividad emocional, de la dificultad y procurar una forma más crítica y aguda de relacionarme con esta dura realidad colombiana", afirma Verónica.
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Inicialmente, la novela se lanzará en versión digital y será de libre circulación. Una vez alcanzado este punto la obra iniciará su camino hacia la versión impresa, se ocupará de buscar una casa editorial o la editorial saldrá a su encuentro, de hacer los ajustes que sea menester y de lograr una versión física, cuya comercialización estará enfocada en el apoyo a organizaciones que trabajen por la defensa de la libre expresión.
La aparición de esta novela será otra forma de recordar a Jaime Garzón, que sigue haciendo mucha falta en esta Colombia de donde la violencia es la única que no se quiere ir.
MYRIAM BAUTISTA
Para EL TIEMPO
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