El encuentro del cardenal Luis Concha Córdoba y el abad Ignatius Hunkler.
Hay que ver cómo Dios interviene en muchos asuntos. En mi familia había tres primos que eran monjes y una tía que era monja, benedictinos todos. Al tiempo en que me gradué de St. John’s University, tres hermanos de nuestra abadía y sus tres hermanas benedictinas hicieron un viaje con su madre en carro hacia la costa este. Venían de Dakota del Sur porque el convento de las hermanas quedaba en el sur. Iban en dos automóviles. A su regreso, después de dejar a las hermanas, viajaban a Dakota del Norte para regresar a la abadía cuando uno de los carros tuvo un accidente: se estrelló de frente con otro carro. El Father George murió en el accidente. Su hermano, el Father Wilfred, quedó gravemente herido y fue llevado a la Clínica Mayo, en Minnesota.
En la clínica, nuestro abad, el Father Ignatius, fue a acompañar al Father Wilfred, y eso coincidió con una visita del arzobispo colombiano Luis Concha, quien iba a chequeos médicos porque sufría del corazón. Así se conocieron nuestro abad y el arzobispo Concha; alrededor de los chequeos médicos del uno y el accidente del Father Wilfred, que estaba en coma. De algo tenían que hablar.
El papa Juan XXIII había animado a todas las órdenes religiosas a enviar el 10 por ciento de sus integrantes a trabajar en los países en vías de desarrollo, así que el arzobispo Concha le presentó la idea de fundar un colegio al abad Ignatius, quien le dijo que le sonaba muy bien, pero que él debía ir a visitar el monasterio para hablarles a los monjes sobre Colombia. “Yo no puedo tomar una decisión así –le dijo el abad–, es la comunidad la que la tiene que tomarla. Puedo proponerla, pero es la comunidad la que decide”.
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Así que fue de visita en 1960, y a algunos monjes les pareció una gran idea lo de Colombia. Los de la foto original: los fathers Lawrence, Anselm, Frederick; y a su lado, Adrian. Los cuatro, excepto Frederick, habían sido profesores míos. El Father Sebastian y yo no habíamos sido ordenados aún, era 1960, pero alzamos la mano como voluntarios.
El Father Benedict estaba muy entusiasmado con el proyecto. Le atraía la idea de que en Bogotá hubiera una universidad pontificia, la Javeriana, así que por qué no considerar la Javeriana como una posibilidad para entrenar a los monjes, en lugar de enviarlos a Roma. Ese tipo de argumentos ayudó mucho. Benedict hizo su tarea, y en poco tiempo sabía mucho de Bogotá y, en general, de Colombia, y cada vez que podía entusiasmaba a los monjes a aprovechar esta oportunidad.
En ese momento yo era el principal del high school que teníamos en el monasterio. Estaba muy contento en mi trabajo. Tenía unos doscientos estudiantes y apenas tenía 25 años, ni siquiera era sacerdote aún.
En 1960 llegaron los primeros padres a Colombia. Primero fueron a Puerto Rico a estudiar español y algo de cultura latina en una universidad católica en Ponce. Los cuatro llegaron a Colombia, pero 44 días después de llegar, el Father Frederick tuvo que regresar porque se enfermó. Tenía un tumor en el cerebro. Alguien tenía que reemplazar al Father Frederick, así que el Father Sebastian alzó la mano. Había sido ordenado pocos meses antes y estaba trabajando en su Maestría en Biología, en la Universidad Marquette, de Milwaukee, Wisconsin. Llegó a Colombia en mayo. Así fue como llegó a reemplazar al Father Frederick. El Father Lawrence vino a Bogotá en 1960. Ajustaba entonces los 37 años. El Father Sebastian llegó en 1961. Tenía 27 años.
Yo empecé a asistir a DePaul University, en Chicago, donde había una extraordinaria escuela de música. Pero mi trabajo era ser principal del high school que teníamos en Dakota del Norte. Allí trabajé varios años, hasta que un día recibí la llamada de la oficina del padre abad. Se acordaban de que yo me había ofrecido a ser voluntario para Bogotá.
Cuando llegué, la mayoría de los profesores ya estaban en Colombia con el Father Sebastian. El Father Walsh reclutó a los primeros profesores que viajaron a Colombia a encontrarse con un grupo de monjes que no conocían. El abad tenía mucha fe en el Father Walsh. Una hermana viajó con dos mujeres laicas: Paula Muggli y Judy Martin. Después llegaron David Olsen, David Kardong y George Oneida. Los siguió Paul Pumford, un profesor de matemáticas nacido en Míchigan. Y así, a punta de voluntarios, se fue armando un maravilloso equipo de profesores, quienes conformarían a partir de ese entonces la plana principal del profesorado del San Carlos.
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El padre no les pierde la pista a sus profesores. David Olsen se retiró y vive en Nuevo México. Con su evidente talante liberal, se dedicó a trabajar en teatro con jóvenes. En el San Carlos trabajó con estudiantes en varios montajes teatrales de autores vanguardistas. El padre también recuerda al monsieur Paul Benazeraf, el profesor de francés. Venía de una colonia en África, y su esposa era profesora del Liceo Francés. Sus clases estaban por lo general acompañadas de música clásica, y hoy hay exalumnos que dicen que aprendieron más sobre las polonesas de Chopin que francés.
Mi sistema de reclutamiento era bastante diferente del de otros colegios. Joe Moore, por ejemplo, llegó al colegio porque su esposa quería enseñar inglés en un instituto de lenguas en Bogotá.
Un día cualquiera se vinieron caminando por la vía que de la autopista Norte conduce a la entrada del San Carlos. Pasaron por mi oficina y él me dijo que quería enseñar en el San Carlos. Joe fue profesor de 5.º de primaria y también, entrenador de basquetbol. Poco después, su esposa llegó a enseñar en 3.º. Fue uno de muchos casos de profesores que desfilaban por el colegio. Después tuvimos a Nancy Chenette de Peláez, quien llegó a Bogotá. Me imagino que conoció a su esposo en Berkeley. Formaron parte de esos profesores que llegaban al colegio por el mismo camino de tantos otros. A Chenette también le dimos trabajo. Luego llegó, y por el mismo camino, Theron Snell, a quien también contraté. Estos profesores simplemente llegaban, y nunca tuve que acudir a un centro de reclutamiento. El profesor de biología, Dominic Voleski, vino con el primer grupo que vino de Estados Unidos, y su esposa enseñaba en 2.º de primaria.
En mi decisión de venir a Colombia poco o nada influyó mi relación con el Father Lawrence, aunque él y yo somos parientes. Mi venida a Colombia tuvo que ver con esa visita del arzobispo Concha al monasterio para presentar el proyecto del colegio. La cosa terminó siendo bastante sencilla. El abad pidió que aquellos que quisieran ser voluntarios para viajar a Colombia algún día levantaran la mano, y así hice yo. Lo mismo hicieron el Father Lawrence, el Father Frederick, el Father Adrian y el Father Anselm.
La decisión fue casi unánime, pero aquellos monjes que no estuvieron de acuerdo lo hicieron por considerar que estábamos metidos en demasiados proyectos a la vez. Al colegio que tenía el monasterio le estaba yendo bastante bien. Los estudiantes recibían una educación de excelencia y salían muy bien preparados para la universidad. El monasterio, después de la experiencia del colegio, puso en marcha una preparatoria universitaria de dos años, y aquellos monjes que le estaban apostando a su éxito no parecían interesados en abandonar el proyecto para irse a fundar un colegio en Bogotá. Estaban convencidos de que podían hacer algo muy positivo en casa.
Había otros monasterios con los que estábamos en contacto, como el de St. John’s, en Minnesota, que, un poco antes de que empezáramos el colegio en Bogotá, había fundado un monasterio en México, un monasterio interracial en Kentucky y otro en Tokio (Japón). No todos esos emprendimientos obedecían a lo ordenado por Juan XXIII. Había otras razones. De todas maneras, muchos de nosotros estudiamos en St. John’s, que, en algún momento, llegó a ser el monasterio más grande del mundo, con más de doscientos monjes en esa comunidad. Ciertamente, eran los dueños del modelo que había que imitar. El otro gran monasterio era el de St. Vincent, en Pensilvania. Era la archiabadía de St. Vincent, que, a finales del 2014, tenía 156 monjes. Y a 10 millas de St. John’s estaba el convento de San Benito. Allí había más de mil monjas benedictinas. Ellas fundaron cinco casas nuevas; una de estas está en Bismarck, Dakota del Norte, la University of Mary, donde las hermanas tienen un gran centro médico.
El Father Lawrence tenía una gran visión de muchas cosas. Cuando compró el lote del colegio, por ejemplo. El lugar original era en la calle 81 con carrera 4.ª. Ese lote era de la arquidiócesis. Lawrence habló con José Lloreda y le preguntó qué creía que debíamos hacer. Al principio pagábamos un arriendo razonable, pero, al ver que teníamos un buen número de estudiantes, la arquidiócesis decidió subir al arriendo considerablemente. Así que José Lloreda le dijo que era mejor que compráramos la tierra de una vez, y sin más preámbulos, una tarde se fueron a mirar tierras.
Vieron un lote en el norte, que era de una familia López, parientes del expresidente, y José dijo que no le sonaba. Llegaron a otro lote, que era pantanoso, donde ahora queda el English School, y José dijo que tampoco era una buena idea. Así que llegaron aquí. El doctor Alberto Gómez tenía una finca aquí. Lo contactaron. La tierra era de su esposa, heredada de sus padres, la familia Rocha. Como ninguno de sus hijos iba a vivir aquí, ellos acordaron venderle el terreno a la comunidad benedictina, y por eso el colegio está aquí. Compramos barato, y muy pronto el valor de la tierra se multiplicó. ¡Es lo que llamamos la obra del Espíritu Santo!
José Lloreda y el Father Lawrence eran muy cercanos. Alguna vez, contaba José, su esposa le dijo: “Mire, José, yo soy su esposa. Y yo quiero pasar más tiempo con usted. ¡Esto no es solo usted y el padre Lawrence!”. ¡Así de buenos amigos eran!
EL TIEMPO