Los recientes datos que arrojó un estudio realizado durante varios años por el departamento de Salud Pública de la Universidad de Harvard acerca del efecto letal que la ira tiene sobre el funcionamiento del corazón y otros órganos vitales hacen de este un tema obligado.
Durante mucho tiempo se consideró que ser malgeniado era una característica de personalidad que venía en los genes y, por lo tanto, las probabilidades de heredar esta tendencia eran muy altas. La expresión “es que es igualito al papá o a la mamá” cobraba mucho sentido para expresar esta condición. Pero la buena noticia es que estas actitudes son en gran parte aprendidas y, por lo tanto, pueden modificarse si quien las sufre toma la decisión de cambiar, emprende un plan y pone en práctica de manera sistemática nuevas formas de enfrentar situaciones que afectan, en mayor o menor medida, el equilibrio emocional. Les dejo unos consejos para lograrlo.
1. Dejar de justificar la rabia
Sumar razones para ponerse bravos es fácil. Siempre habrá algo en el día a día que nos incomode, moleste, hiera o consideremos injusto, pero es importante preguntarse cuántas de ellas realmente ameritan reaccionar con rabia. Entre argumentos razonables, terminamos con el hábito de que hasta las cosas más insignificantes acaban siendo motivo suficiente para provocar un disgusto de gran magnitud.
2. Cambiar las creencias
Muchas personas tienen la convicción de que hay que ponerse bravo para ser respetadas, que les hagan caso, les validen los reclamos o las tomen en cuenta. Es diferente ser firme y contundente a actuar furioso para lograr un efecto positivo. Expresar lo que sentimos y pensamos tiene formas más asertivas y que desgastan menos. De hecho, una de las maneras de manejar la rabia es no reprimirla y poder manifestarla sin agredir, ofender o atemorizar a los demás.
3. Practicar estrategias de autocontrol
Existen múltiples tácticas eficaces para regular la intensidad de un episodio de rabia, que, además, están al alcance de todos, como contar de 10 a 1, respirar tres veces de manera lenta y profunda, cambiar de posición, visualizar la hoja de ruta de las reacciones de rabia, usar el sentido del humor o relativizar la importancia de los hechos. Usarlas con regularidad constituye una poderosa herramienta de control de esta emoción.
4. Evaluar objetivamente los niveles de estrés que produce
Estar enojado, enfadado o con niveles altos de disgusto y frustración viene acompañado de cambios fisiológicos, biológicos y psicológicos, tales como el aumento del ritmo cardíaco y la presión arterial, así como un aumento en los niveles de adrenalina y noradrenalina que, repetido, tiene un impacto significativo en la salud. Aunque no lo creamos, un episodio de rabia es una gran descarga para todo el cuerpo que consume energía y va desgastando el organismo.
5. Identificar qué hay detrás de la rabia
Con frecuencia, lo que nos enoja no son solo los hechos que ocurren, sino que existen motivos más profundos que expresamos a través de la rabia y tienen que ver con necesidades psicológicas que incluso desconocemos, como el querer ser reconocido, querido, aceptado o tenido en cuenta. Igualmente ocurre, por ejemplo, con el temor a ser abandonado, agredido o manipulado, a quedarse solo o con la tendencia a ejercer control o ser perfeccionista. Todos estos sentimientos pueden terminar tramitándose y se expresan a través de la rabia, con el riesgo de que se vuelven una manera habitual de responder que nos afecta negativamente a nosotros mismos y las relaciones con los demás.
MARÍA ELENA LÓPEZ
Psicóloga de familia
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