Antes de leer mi historia, escucha este corto mensaje de mi propia voz:
Yo era justo lo que nadie quería ser: gordo, introvertido, débil, sensible y gay.. Y además estaba justo donde nadie quería estar. Vivir una vida como la mía, en ese entonces, era una pesadilla para cualquiera, sobre todo para mí.
Nací y crecí en un entorno bastante masculino. Desde temprana edad se me instaló el chip de la fortaleza característica del hombre barranquillero. Se me condujo a ser el apoyo que mi mamá precisaba. Se me dijo, indirectamente, que los hombres tenían prohibido llorar pues las debilidades nunca podían demostrarse. Nací y crecí, sí, en un ambiente lleno de amor, pero un amor condicionado.
‘Entréganos un niño y te devolveremos un hombre’Estudié, desde transición hasta grado once, en un colegio militar. Los primeros años en Barranquilla y los últimos cinco en Bogotá. El lema del último era ‘Entréganos un niño y te devolveremos un hombre’. En ese entonces no lo entendía, pero después de siete años de haber dejado aquel lugar lo pude comprender. Ahí transcurrieron los mejores y peores años de mi vida, fue ahí donde pude descubrirme, donde pude entender lo que sentía y llegar a la conclusión de que yo era diferente.
Tristemente, y como cualquier estudiante homosexual en ese entonces, sufrí acoso escolar. Aún conservo frescas un par de escenas que mi corazón guarda con respeto.
“Maricón, mariquita, devuélvase a su pueblo, aquí no aceptamos mujercitas”; palabras que para bien o para mal, quedaron grabadas en mi memoria. Si por algún motivo ellos leen esto, quiero sepan que les ofrezco mi perdón así ustedes nunca lo hayan pedido, los perdono por mí.

Esta foto fue tomada en el año 2012, unas semanas antes de mi graduación.
Juan David Blanco
Durante mi estadía en aquel colegio me fue reforzada la idea del hombre masculino, el hombre fuerte que es el pilar de cualquier familia y sociedad. El hombre que no tiene permitido mostrarse humano, el hombre que es casi una estatua: fría, gris.
Viví en carne propia la hipocresía de la vida militar, las convenientes formas de manipulación que tiene el poder y el amor obligado hacia Dios, la patria y la bandera; amor que se camufla detrás de la discriminación y la ambición de unos pocos que nunca aprendieron el significado de amar.
Salir por fin de aquel lugar y encontrarme con la vida universitaria fue una bocanada de aire fresco. Todas las libertades que empezaba a tener y lo abierto que todo parecía ser, me daba ilusiones. Era feliz, era muy feliz conmigo, sentía amor por quien yo era... Hasta que me enamoré por primera vez de otro hombre. Ahí supe que lo que sentía por mí nunca había sido amor.
Apariencias, tusas y secretosMi primera experiencia amorosa se dio a eso de los 15 años, conocí a quien yo creía sería mi amor eterno. Empecé a descubrir mi sexualidad, me adentré a la magia de tomar a alguien de la mano y sucumbí ante lo excitante que era esconderse de todo el mundo. Pronto esos sentimientos se desvanecieron al darme cuenta que el mundo estaba repleto de mentiras, que no era posible ser como yo era, y que la única salida era serlo en secreto. Ahí, el ideal de vida que había construido en mi cabeza se destrozó y conocí uno de los estados emocionales más tediosos: la tusa.
Años más tarde, me topé con otra persona, quien se encargó de presentarme todo aquello que llamaban ‘el mundo gay’. Fui a bares gais, comencé a tomar alcohol y descubrí todos los tipos de personalidades homosexuales que convivían dentro de ese ‘mundo’. Personalidades que jugaban a segmentarnos y clasificarnos: el macho, el afeminado, el inalcanzable, el promiscuo, el santurrón, etc. Adjetivos que aún nos dividen. Esa persona, como era de esperarse, se fue de mi vida de una manera tormentosa.
Al pasar el tiempo, elegí un tipo de personalidad de esas que había conocido. Me comprometí a serle fiel a eso. Me compré ropa nueva y bajé de peso. Dejé crecer mi barba y pasaba horas en el espejo antes de salir, con el único propósito de ser visto. Para mi sorpresa funcionó, la gente me veía, por fin me veían.
Comencé a cultivar seguidores en redes sociales. Todo esto con un único propósito: alimentar mi ego con cada foto, cada comentario, y cada like. Se convirtió un vicio el poder conquistar a cualquiera y cuando quisiera, hasta que, por tercera vez, me decepcioné. Esta vez de mí mismo. Los seres humanos no son objetos, me enseñó el camino. Y qué duro fue estrellarme.

Esta foto siempre me ha hecho pensar que el ser humano debe encontrar lo que más le gusta de sí, recordar esos momentos en los que fue feliz. Ir de regreso al principio nos sirve para llegar al final.
Juan David Blanco
Después de estos casi 3 años de vivencias, entré en conflicto. Comencé a odiar todos los estereotipos y personalidades que había conocido. Incluso la mía. El ideal de amor para mí, había dejado de existir. Renuncié a lo que creía era el amor y desgraciadamente, me dejé de querer. Dejé de invertir tiempo en mí.
Luego de una infancia reprimida, una educación en la que era más un prisionero que un estudiante, los comentarios de algunos familiares que no paraban y varias decepciones amorosas: me odié.
Hace un poco más de un año conocí al hombre que rompería todos mis esquemas y tumbaría todos mis muros. Al que en verdad amé y con quien tuve un proyecto de vida. En esa relación aprendí lo que es de verdad la vida, los matices y contrastes que van con ella.
Conocí lugares memorables y me descubrí todos los miedos. Pero lo más importante, logré entender que el amor sí existe, pero que no está por ahí, esperando a ser encontrado, sino que debe ser construido. Y que para poder encontrar amor, primero hay que ser amor.
A pesar de estas reflexiones y mil más, mi corazón seguía en deuda conmigo.
Un domingo, de esos en los que se piensa más de lo que se respira, luego de interminables sesiones de reflexión en las que siempre concluía que yo no quería seguir siendo gay, me detuve a pensar en mi familia. Esas personas que nos impone la vida como medio de aprendizaje.
Inmediatamente vinieron a mi cabeza los recuerdos más hermosos con las tres mujeres que más amo en el mundo: mi madre, mi abuela y mi única tía. Y después de horas y horas de reflexión pude entender cómo ellas, que en mi infancia sin duda reforzaron en mi cabeza la idea del hombre masculino, me siguen mirando con el mismo brillo en sus ojos. Continúan animándome a luchar por mis sueños y amando como antes (o incluso más).
Mi tía, una mujer de 59 años, quien a pesar de la enfermedad con la que nació, me acogió en sus brazos desde que pesaba 4 kilos. Ella, a pesar de su pasión por el catolicismo y la religión. Ella, a pesar de su ideal de familia normal. Ella, a pesar de su poca capacidad para entenderme. Ella, me amó:

Mi abuela, una mujer de 84 años, contrariando su temple y genio adusto. Ella, con ganas de no manchar el nombre de la familia y mantener siempre el orden. Ella, liberando todos sus miedos y reproches. Ella, me amó:

Y mi madre, una mujer de 49 años, quien ha luchado hasta el último aliento para que nadie me haga daño. Ella, quien salió del clóset conmigo y gritó a los cuatro vientos que estaba orgullosa de mí. Ella, quien dijo ‘el que no quiera a mi hijo como es, tampoco me quiere a mí, que se olvide de mí’. Ella, sin duda alguna me amó:

Me pregunté a mí mismo cómo ellas habían logrado desaprender lo que llevaban en sus cabezas hace tanto tiempo. Cómo ellas habían logrado tumbar el miedo al rechazo. Cómo ellas habían logrado sentir amor por mí, si ni siquiera yo lo hacía. Ese día entendí el poder transformador del amor y decidí hacerle honor a eso por el resto de mi vida. Y en ese proceso estoy. No sé mucho de religión, pero si hay algo parecido a la Santísima Trinidad, definitivamente son ellas tres.
Mis lecciones:Finalmente, y después de estos años mirándome y mirando al mundo y a mi familia como un reflejo de mí, he aprendido todo tipo de cosas.
Comprendí, por ejemplo, que el mundo gay no existe, es una idea que nos dividió más de lo que ya estábamos. El mundo es uno solo y siempre ha sido así. Ahora sé que los gais podemos amar, que no es algo que no venga con nosotros.
Comprendí que el amor no es una estrategia, que la fidelidad se basa en pasar de la obligación al querer y que la vida es está más allá de los amigos a través de una pantalla.
Comprendí que la vida es la familia o reír a carcajadas bailando el ‘aserejé’ con tus amigos. Pero también es trabajar en lo que te gusta y caminar al lado de la persona que conoce todos tus miedos.
Ahora sé que vivir es en parte permitirte ser, a veces llorar, ser sensibles, bajarse del ego, mirarse los defectos al espejo, caerse, no encontrar la salida e inclusive a veces dudar del camino. Que debes hacer todo lo necesario para poder llegar a tu último día sin reproches, sin rencores y con el corazón lleno de paz.
Al final solo me resta decir que sí, soy un hombre gay, que es fuerte y en medio de esa fortaleza se permite la debilidad. Soy un hombre gay que ya no se doblega ante el odio. Ni propio ni de los demás.
Soy un hombre gay que ha encontrado un camino lleno de respeto. Soy un hombre gay que cree en sí mismo, en lo que su talento puede llegar a hacer y que entendió que el amor es la demostración más valiente del alma.
Soy un hombre gay que aprendió a reír, que por fin pudo amarse, porque entendió que antes de ser gay, es humano.
Aún divago entre pensamientos que me dicen que este mundo no es para mí y por momentos me invade la sensación de dejarme llevar por lo inevitable. Lo único que me mantiene vivo es el amor propio que he logrado construir, reforzado por el amor de esas tres maravillosas mujeres.
Eso me hace querer seguir contracorriente, demostrándole a quien me encuentre en este ir y venir de la vida, que es posible ser gay y no hacer parte del estereotipo.
Ser gay, por supuesto, nunca fue algo que escogí, pero si pudiera volver a nacer, volvería a serlo. Es un camino que no quisiera perder la oportunidad de recorrer.
JUAN DAVID BLANCO*
@juanonimo_

Así resumiría mi #CómoSalíDe entre palabras.
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