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Chapinero Alto se convirtió en el nuevo polo culinario de Bogotá
Chapinero Alto

Las casonas de Chapinero Alto están llenas de espacios con encanto, como prueba este rincón del restaurante Hippie.

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Federico Puyo / Para EL TIEMPO

Chapinero Alto se convirtió en el nuevo polo culinario de Bogotá

Diversos restaurantes ayudan a conservar algunas de sus casas y así proteger la memoria del barrio.

Chapinero Alto se ha convertido en otra de las zonas de Bogotá con una interesante oferta gastronómica. Tal como sucedió con el parque de la 93, la zona T, la zona G y Usaquén, cada vez aparecen más restaurantes que han impulsado la vida del sector.

Sin embargo, el fenómeno ‘chapineruno’ tiene sus propias características y le apuesta a una cocina que enfatiza en el uso de ingredientes frescos y locales en un sector de la ciudad sin modas ni pretensiones. Además, los restaurantes se ubicaron en casas, la mayoría de conservación e interés cultural, que invitan a descubrir el pasado del barrio a través de un interesante diálogo entre arquitectura y gastronomía.

Gran parte del encanto está en la arquitectura de las casas, muchas construidas antes de los años 50 con antejardín, depósito debajo de la escalera, cubierta, alberca, patio interior, sótano, jardín, estar de alcobas, pisos de parqué y baldosas en los baños; que nos hablan de una manera de habitar la ciudad que ha cambiado radicalmente.

Uno de los primeros restaurantes que creyeron en Chapinero fue Minimal. El 13 de diciembre del 2001, el chef Eduardo Martínez y el diseñador Germán Martínez abrieron las puertas del restaurante en una casa de 1938 que perteneció a su familia. Le apostaron a la cocina colombiana y al barrio donde crecieron y donde soñaban que existiera un proyecto como el que estaban creando.

La casa, que su mamá había pensado vender debido a los altos costos de mantenimiento, se convirtió en la sede de Minimal. La estructura se dejó intacta, también se conservaron algunos muebles originales y se recuperó la madera. Muy pronto el lugar se convirtió en un referente de Chapinero Alto, no solo para la gente del barrio, sino para personas de otros sectores que llegaban atraídas por la fama de los platos y la experiencia de visitar otro sector de Bogotá.

“Le apostamos a una zona que nadie imaginó que tendría tanto potencial. Ahora lo importante es proteger la vida del barrio del auge inmobiliario”, dice el chef Eduardo Martínez.

También está Hippie, de la chef Paula Silva, que se encuentra en una hermosa casa de los años 30. El lugar, en el que antes funcionaban varias oficinas divididas por ‘drywall’, recuperó la estructura original de la vivienda, la escalera de madera, la chimenea de la sala y el antejardín. “Estar en una casa de conservación y en un barrio con tanta historia hace que la experiencia de comer en Hippie sea más placentera”, asegura Silva.

En el caso de Salvo Patria, que empezó en un pequeño local de la calle 57 con carrera 4.ª, y luego quiso ampliarse, los propietarios encontraron el lugar ideal en el primer piso de una casa esquinera de 1947, donde años antes funcionó el taller del diseñador Ricardo Pava. No querían estar en una zona céntrica o famosa y se conectaron con el potencial de un barrio con vida propia. Sintieron que el estilo de la zona se ajustaba a su propuesta de comida colombiana y que el espacio de la casa, al no ser pretencioso, permitía generar otra experiencia.

El año pasado nacieron tres propuestas más: Amen Ramen, Villanos en Bermudas y Mesa Franca. La casa de Amen Ramen, con fachada de conservación, fue una fundación para soldados heridos en combate, luego se convirtió en un bar, y hace poco, en restaurante. Para lograrlo recuperaron la belleza de la fachada, limpiaron los ladrillos y las ventanas, y renovaron toda la tubería. “Hacemos una cocina de vanguardia en un espacio de tradición. El barrio está explotando y a la gente joven cada vez le gusta más venir a esta zona”, dice el chef Isaac Monroy.

La casa de Mesa Franca, aunque no es de patrimonio, recuperó la belleza de la fachada gracias al restaurante, mientras la sede de Villanos en Bermudas se ha convertido en uno de los mejores ejemplos que quedan en la ciudad de una elegante casa de tres pisos de los años 40. Llegar al restaurante es toda una experiencia. Afuera no hay ningún letrero y hay que timbrar para ingresar. Adentro se descubren todos sus secretos, como la baldosa original del primer piso y la escalera de madera, mientras se disfruta un menú con productos locales que cambia todos los días.

A pesar de la destrucción masiva de viviendas, debido al boom de la llamada renovación urbana con la proliferación de edificios de apartamentos, Chapinero aún se siente cercano. Evoca un estilo de vida de barrio que está en vías de extinción y que, de la mano de la gastronomía, ha comenzado a ofrecer nuevas alternativas para aportar valor no solo a las casas patrimoniales, sino a aquellas que son esenciales para entender la identidad de los barrios que aún quedan en la ciudad.

Una mirada al pasado

A inicios del siglo XIX, Chapinero, que en esa época se bautizó con el nombre de El Villoro, era una población pequeña de alfareros y artesanos que poblaron la zona como parte del proyecto del primer barrio satélite de Bogotá. A finales del XIX fue visto por las familias más adineradas como el lugar ideal para construir sus villas de recreo. En 1885 se adoptó el nombre de Chapinero en honor de los chapines (una especie de calzado de madera y correas que se ataban al pie) que fabricaba el español Antón Hero Cepeda. A comienzos del siglo XX, más familias comenzaron a mudarse al sector. Estaban motivados por los proyectos de modernización como el tranvía y la luz eléctrica, y querían huir de las epidemias causadas por la falta de higiene en el centro de la ciudad. Además, resultaba más barato construir casas más amplias con jardín. Después del Bogotazo, Chapinero se convirtió en un barrio residencial de la clase alta que huía de la violencia. Las casas de estilo inglés, fachadas de ladrillos y hermosos antejardines empezaron a aparecer e hicieron de Chapinero un barrio familiar y elegante. El sector se ha convertido en una de las zonas más costosas de la capital, por lo tanto, se han demolido casas, y con ellas se ha ido gran parte de la historia.

Minimal

Año de construcción: 1938 Restaurada por: Germán Martínez Especialidad: arrullos: frutos del mar (camarón tigre, pulpo, calamar) en leche de coco y curri verde sobre chancacas.

Salvo Patria

Año de construcción: 1947 Restaurada por: AM Arquitectura Metropolitana. Especialidad: croquetas de yuca con trucha ahumada y suero costeño con alcaparras de sauco verde.

Hippie

Año de construcción: década del 30 Restaurada por: Marcela Silva Especialidad: lomo de res en costra de pimienta y canela. Salsa de cacao orgánico y ‘orzo’ en ‘ghee’ (mantequilla clarificada) de romero.

Amen Ramen

Construcción: años 50. Restaurada por: Colette Studio. Especialidad: ‘ramen’ con un giro novedoso; para beber, ‘whisky sour’ con naranja agria.

MARÍA ALEXANDRA CABRERA
Revista Habitar

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