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Gastronomía

A tal televisión, tal cocina / Opinión

La gastronomía ha sido el patito feo de la TV. Se la confunde con los recetarios pero es mucho más.

Una de las modas de las televisiones “comerciales” es llenar la parrilla con programas presuntamente culinarios. La TV, como afirma mi querido José María Íñigo, es ante todo un medio de entretenimiento. Antes pensábamos que era un medio de información y formación, pero no. Y parece que a la gente le entretiene ver cómo ciudadanos vestidos de blanco (o de negro) elaboran platos ante la cámara.
Uno, en estos casos, piensa en Quinto Horacio Flaco, poeta latino (siglo I a. C.) que escribió versos excelentes. Al comienzo del tercer libro de sus ‘Carmina’ dejó una de sus expresiones más conocidas, ‘Odi profanum vulgus, et arceo’: “Odio al vulgo ignorante, y me alejo de él”. Es la solución más cómoda. La menos cómoda es tratar de conseguir que el ‘vulgus’ sea menos ‘profanum’. Eso puede hacerse bien, enseñando, o mal, vulgarizando. Bajando el listón. Y la mayoría de los programas a los que aludíamos son eso: vulgarizaciones.
Vulgarizar, dice el diccionario, es “hacer vulgar o común algo”. Y la palabra ‘vulgar’ tiene un sentido peyorativo. O sea, que lo de vulgarizar no es tan bueno. Y hay cosas que no se pueden vulgarizar. La alta cocina, por ejemplo. Si se vulgariza, deja de ser alta y casi de ser cocina. Una cosa es hacer la comida, cosa al alcance de todos, y otra cosa es cocinar, cosa reservada a unos cuantos. No diré que la cocina es el octavo arte, pero sí que en ella hay arte. Y el número de artistas no es, afortunadamente, infinito. Se nota en esos programas. En general, van más en plan “miren lo que sé hacer”, es decir, más circo que escuela. Lo de antes: el circo entretiene, la escuela enseña (o debería).
Un programa de estos –y no digamos los concursos en que los participantes se someten a vejaciones con tal de tener sus minutos de lo que ellos creen que es gloria– tiene que ver con la gastronomía lo mismo que la canción del verano y ‘Yesterday’.
La gastronomía ha sido siempre el patito feo de la tele. Se la confunde con los recetarios. Y la gastronomía es mucho más. La alta cocina no se enseña en un programa de media hora, ni de tres. Puede enseñarse a hacer mejor la comida de cada día, a disfrutar cocinando, yendo al mercado. Creando afición.
Hay excepciones: algunos programas del canal especializado, algo de (Jamie) Oliver, cuyo manoseo de la comida me espanta pero que tiene ideas claras y comunica bien. Pero la verdad es que cuando empieza uno de estos programas con la cocina como motivo mis dedos accionan automáticamente el control remoto. Claro que, como decían los clásicos, ‘primum vivere, deinde philosophari’: primero vivir, después filosofar. Así que tal vez lo primero sea hacer la comida para luego pensar en ello y ascender a gastrónomo. Pero ni para ser ‘gourmet’ hay que ser cocinero, ni todo el que se pone frente al fogón es ‘gourmet’. Ojalá lo fuera. Otro gallo, menos presumido y más afinado, cantaría.
CAIUS APICIUS
Periodista gastronómico de la agencia EFE
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