Fabio Rubiano Orjuela habla de sus logros en plural. Lejos de referirse a esa horrorosa frase que dice que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, “y que ni por el diablo vaya a leerse así”, enfatiza: “Si algo se habla de mí, hay que hablar primero de Marcela (Valencia), que es la que tiene la fortaleza. Hemos ido a la par siempre. Y mucho más adelante ella. Marcela es la que va abriendo camino, tumbando maleza y haciendo que las cosas funcionen mejor”.
(Le recomendamos: Germán Tellez, uno de los grandes maestros de la arquitectura colombiana, habló en BOCAS 112)

La edición 112 de la Revista BOCAS ha estado en circulación desde el día 28 de noviembre de 2021
Revista BOCAS
Ambos fundaron hace 35 años el Teatro Petra, una de las compañías más representativas del teatro contemporáneo colombiano que ha viajado con sus montajes hasta países como Eslovenia y Bosnia-Herzegovina. En el primer piso de su sede, ubicada en el barrio La Magdalena, en Bogotá, guardan varios premios Nacionales de Dramaturgia y Dirección otorgados por el Ministerio de Cultura, y por esta temporada, hasta finales de noviembre, presentan su aclamada obra Labio de liebre.
Rubiano empezó a desarrollar su habilidad creativa a los siete años de edad, en 1970. Cuando llegaba del colegio a la casa se recostaba sobre la cama de sus padres, se imaginaba que el colchón era un barco e iba construyendo en su cabeza peleas con piratas y besos con doncellas. Inspirado en los mares de los que hablaba Jack London en sus cuentos, que sacaba de la biblioteca de su hermano, encontró su pasión por la lectura. Participaba en concursos de declamación con poemas de García Lorca, siempre ganaba el segundo puesto, y cuando terminó el bachillerato le dijo a su papá que quería estudiar literatura. La respuesta fue no. Se presentó a medicina y no pasó. Hizo tres semestres de biología en la Nacional, con un compañero montó un grupo de teatro y danza en la universidad y después de probar otros caminos en ingeniería industrial y economía, entró a la Escuela Distrital de Teatro de Bogotá, que hoy es la ASAB, facultad de Artes de la Universidad Francisco José de Caldas. Ahí conoció a Marcela, su polo a tierra.
Fabio trabaja desde que tenía 12 años. Empezó en una papelería atendiendo el mostrador mientras estaba en vacaciones del colegio, fue mesero durante cinco años y a comienzos de los ochenta tuvo un bar de salsa en Chapinero que se llamaba La Ratonera. En esa época no existía la hora zanahoria que implantó Antanas Mockus durante su alcaldía. Las clases en la Escuela Distrital comenzaban a las siete de la mañana y Fabio siempre llegaba tarde. O no iba. Hasta que una vez Marcela le dijo: “Bueno, ¿usted qué quiere ser, güevón? ¿un man que tiene bares o un actor?”. En ese momento cambiaron sus prioridades y hoy asegura que la disciplina que tiene se la debe a ella.
(Lea también: El último gran vaquero de Hollywood habló en BOCAS de su nueva película y su trayectoria)
Y un día un técnico de teatro, Germán González, con quien estábamos montando una obra, me dijo: “Oiga, usted que es todo picado en ese personaje, diga que usted es un ‘triple papito’”.
Su faceta de dramaturgo la empezó en la ASAB con una escena para un ejercicio a partir de Hamlet. Un compañero le dijo que funcionaba, que tenía el talento y que lo aprovechara. Hizo siete versiones de La quema de Judas, de Román Chalbaud, y desde entonces su pluma no ha parado. Esa idea de estudiar literatura, que le surgió en sexto bachillerato, ha seguido viva. Para poder cursar la maestría en Literatura y Pensamiento Latinoamericano del Instituto Caro y Cuervo homologó sus estudios en la Universidad del Valle, que le entregó el diploma de Licenciado en Arte Dramático. El alto rendimiento académico que obtuvo en el primer semestre le sirvió para que le dieran una beca para cursar el segundo, pero no ha logrado continuar porque Petra consume todo su tiempo. Intentó hacer la maestría en Creación y Dirección Escénica de la Universidad del Valle, pero el tiempo no le dio para continuar. Dice que un día volverá a la academia. Y hará un doctorado en escritura creativa, porque desde hace quince años tiene clara su tesis: un diccionario de dramaturgia.
Es hincha de Millonarios desde que tenía 6 años, cuando un cuñado lo llevó a un partido, pese a que todo su núcleo familiar iba por Santa Fe. Es admirador número uno del trabajo del grupo de teatro alemán Schaubühne, en una época siguió de cerca las películas de Lina Wertmüller y de Liliana Cavani, que desde el ojo cinematográfico se acercan a lo teatral, y se declara fan de Peter Greenaway y David Lynch. Su pintor favorito fue Francis Bacon hasta que conoció la obra de Lucian Freud en una exposición del Museo de Arte Moderno de Los Ángeles, y de los colombianos se inclina por el trabajo de Santiago Cárdenas, Antonio Samudio, Diego Pombo y Leonel Góngora.

Rubiano es hoy considerado uno de los artistas más importantes del país.
Sebastián Jaramillo
Relee los clásicos. El Quijote siempre es una lectura permanente que rota con Ana Karenina, Madame Bovary y Crimen y castigo. Por estos días está enfocado en la novela colombiana, mientras escribe su segundo libro de narrativa. En el 2017 presentó Soy asesino y padre de familia, un cuento largo de editorial Seix Barral, y ahora trabaja con Editorial Planeta para publicar una novela en la que recopila varias experiencias que le ha contado Marcela a través de los años mientras ha sido jefa de adopciones de varias fundaciones de felinos y caninos.
Toma apuntes en libretas pequeñas sin rayas con lápices número dos. En su oficina tiene tajalápiz eléctrico y solo utiliza portaminas cuando se va de viaje. Todos los días, de lunes a domingo, se sienta a escribir desde las siete de la mañana hasta mediodía; dice que es su momento más productivo, en el que las ideas afloran con más claridad. Y siempre, mientras teclea en el computador, escucha música fuerte. Rock anglo, alemán industrial, ruso y bandas sonoras de teatro como las de Heiner Goebbels le dan la potente energía que requiere para desarrollar historias que parten de ideas que el país le provoca de manera permanente. Ha escrito más de 30 obras de teatro que no solo se alimentaron de la narrativa, la música, las noticias u otros autores y ficciones. En sus diálogos se encuentran desde ecuaciones algebraicas hasta criptogramas.
(Lea también: Tilda Swinton habló con BOCAS sobre su trayectoria artística, la cinta y su relación con Colombia)
El humor negro es un común denominador en todas sus obras. ¿De dónde viene?
Tiene que ver con lo popular. Mi familia es popular, somos del Restrepo, luego nos fuimos a vivir a Chapinero, pero no somos una familia chapineruna. Es la extracción popular que forma parte de las condiciones del país. Dentro de la cultura popular el humor es absolutamente vital.
También es herencia de su mamá, quien de niña se encerraba en el baño a leer. ¿Por qué lo hacía?
Mi mamá fue extracción campesina. Nació en 1920. Cuando ella era adolescente, en 1933, ¿cómo le iban a permitir a una niña que leyera Vargas Vila, uno de nuestros poetas malditos? A mi mamá le encantaba leer, hasta sus últimos días siempre leía el periódico. Ella terminó su primaria, tenía un cupo en el María Auxiliadora, en Bogotá, pero mi abuelo no la dejó venir. El concepto antiguo de ¿para qué estudian las mujeres si se casan y se pierde el estudio? Mi mamá se deprimió mucho. No se quería quedar en el campo, quería salir. Tenía un humor muy cáustico. ¡Y tenía una capacidad para entender cosas a sus 90 años! Murió a los 96, y entendía perfectamente el homosexualismo, asimilaba las relaciones extramatrimoniales, el concepto del aborto, siendo muy católica. Asumía eso no como algo pecaminoso, extraordinario, monstruoso. Estaba muy al día con los tiempos.
¿Y usted por qué no estudió literatura?
En el colegio yo era un estudiante de 3.5, de pronto un 4, tampoco era muy bueno. Pero me iba muy bien en lenguaje o en español y literatura. Se notaba, era lo que me gustaba, me interesaba. Me gustaba el arte y la creatividad. Le dije a mi papá que quería estudiar literatura y me respondió: “No, mijo, qué va a estudiar eso”, le propuse psicología y me dijo que tampoco. Entonces empecé a pensar, y lo de mayor reputación era ser médico. Debo confesar que cuando uno iba a las fiestas y sacaba a bailar a alguien, una de las primeras preguntas era ¿qué estudias? Si uno decía que medicina, era ya la novia del médico.

Las obras de Rubiano han sido invitadas a más de 30 festivales internacionales en Europa, Suramérica, México y Estados Unidos.
Sebastián Jaramillo
Y se presentó solamente a la Universidad Nacional.
Hubiera estudiado medicina donde fuera, pero, ¿quién iba a pagar Javeriana o Rosario? No había plata para esa vaina. Empecé bioquímica en la Antonio Nariño, luego biología en la Nacional. Ahí montamos un grupo de teatro que también tenía danza folclórica. El lema era “defendiendo las raíces nacionales”. Mamertos desde chiquitos. Eso sí, hasta el día de hoy. Eso no se nos ha quitado. Lo que me duele de haber sido mamerto desde tan chiquito es que no tuve contacto con el rock. Con el rock anglo, porque era imperio. Eso fue un error, porque si hay algo revolucionario y anticapitalista es el rock. Hizo falta. Yo descubrí tarde a Charly García, a Fito, a Spinetta. Me demoré porque defendía mucho el folclor. Que no está mal, pero el desarrollo de todo lo tradicional es necesario. Lo de hoy es la fusión.
¿Por qué salió de la Nacional?
Me echaron por bajo rendimiento académico. Estudiaba biología, pero me la pasaba haciendo estudios marxistas y ensayando teatro. Teníamos un grupo de pensamiento político fuera de la universidad, donde exponíamos a los anarquistas y a Marx. Nos reuníamos en la casa de algún compañero en las noches. Estamos hablando que tenía 16 o 17 años. Unos bebés recitando discursos. No asumíamos ni entendíamos claramente la lucha de clases, la repartición de las ganancias ni la reforma educativa. Recuerdo que estudiamos una reforma que planteaba instaurar muchas carreras técnicas para tener mano de obra calificada y barata que no incluyera las humanidades. Todo el mundo decía que era como una teoría conspirativa. La reforma la instalan y empiezan a salir universidades de garaje con carreras técnicas por todo lado. Y la formación técnica ahora es pan de cada día. Entonces no estábamos tan locos a pesar de lo chiquitos.
Cuando lo echaron de la Nacional trabajó arreglando máquinas de escribir y entró a estudiar ingeniería industrial en la Universidad Libre por no quedarse sin una carrera, pero tampoco pasó de primer semestre. Después se metió a economía en La Salle y en tercero se retiró para quedarse de lleno en la ASAB estudiando arte dramático. ¿Finalmente se graduó?
No, porque la Distrital no daba titulación en esa época. El concepto de profesionalización todavía no existía. Hice dos años y medio, con Marcela formamos el grupo Petra en el 85 y empezamos a trabajar. Alguien nos dio el dato del Taller de Investigación de Santiago García, que se hacía todos los días de tres a seis de la tarde. Era un mecanismo de investigación maravilloso porque se estudiaba un tema semestral. En uno, por ejemplo, estudiamos Bertolt Brecht y el efecto de distanciamiento. Teníamos grupos de estudio, exposiciones teatrales, análisis del maestro Santiago García y recopilación de material. Durante seis años estuve ahí. Marcela estuvo cuatro, ella entró después. Eso fue maravilloso. Para mí, esa fue la gran escuela.
(Puede leer también: El premio Nobel de literatura Jean-Marie Gustave Le Clézio le contó a BOCAS cómo el Darién ha sido su inspiración en las letras)
¿Cómo empezó Petra?
Cuando yo escribía, Marcela —además de actuar— conseguía citas con periodistas, llamaba a todas las empresas del sector cultural para ver si podíamos tener algún apoyo como fundación, conseguía contratos para que dictáramos clases o montáramos obras en espacios infantiles… Eso nos daba la facilidad de captar algunos recursos para los montajes. Era la que buscaba a todos los periodistas y no le daba pena llamar para que nos publicaran. Gracias a Marcela nosotros salimos en el 87 en todos los periódicos y las revistas siendo un grupo desconocido.
Las dos primeras obras las hicieron con las uñas. La tercera, María es-tres, que usted escribió a partir de la obra de Jorge Isaacs, la produjo en 1992 el TPB (Teatro Popular de Bogotá), que dirigía Jorge Alí Triana. Ese mismo año, Triana lo invitó a hacer su asistente de dirección en el montaje de La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, y estando el reparto definido usted propuso a Fabiana Medina para el protagónico.
Eso fue un problema porque él ya tenía otra actriz. Cuando vi a Fabiana pensé que ella tenía que ser la Cándida. Lo llamé en la noche, él ya estaba durmiendo. Lo jodí tanto para que la viera que se salió de su cama, fue hasta el teatro, la vio, y dijo: “Sí, esa es”. Entonces le tuvo que decir a la otra actriz que no. Para él fue un conflicto fuertísimo.
Después Jorge Alí le pidió hacer la adaptación de Crónica de una muerte anunciada, tarea que le tomó un año y medio.
Es el trabajo más complicado que he tenido. Nunca me había demorado tanto haciendo una adaptación. Nunca había leído tanto una obra. Porque García Márquez no dialoga. Tiene muy pocos diálogos. Le mandé la primera versión, Jorge Alí se la mostró a García Márquez y me mostró: “Mire lo que dijeron: se necesita mucho talento para enredar tanto algo que era tan claro”. Después dijo: “Esto parece una farsa de guiñol”, porque las vísceras de Santiago Nasar las ponían en un bolso que cargaba, haciendo mi elemento teatral. Después dijo que le gustaban el primer, segundo y tercer acto. El cuarto no. Nunca más volví a corregirla, la mandé así, así la montaron y así se estrenó en Nueva York.
¿Volvería a adaptar un texto de García Márquez?
Claro que sí. Podría decir que le cogí el tiro para ver cómo vuelvo la narrativa diálogo, sin traicionar ese lenguaje tan poderoso que tenía él. Fue un gran aprendizaje, y fue coincidencia porque yo acababa de terminar un taller de adaptación con José Sanchis Sinisterra y había trabajado sobre Crónica de una muerte anunciada. Tenía frescos todos los elementos.
Uno de sus personajes más recordados en la televisión es el de Daniel Soler, en Vuelo secreto. ¿Cómo llegó a esa serie?
Empecé en televisión haciendo un personaje en una serie que se llamó Asunción. Era con María Eugenia Parra. Estando ahí no me gustó la televisión, entonces me fui a pasar carta de renuncia en Punch y cuando la estaba radicando, llegó Juan Manuel Cáceres, que era el libretista de Vuelo secreto. Me dijo: “Hermano, ¿usted me puede hacer un personaje? Es que se me retiró un actor y necesito llenar un hueco”. Le dije que estaba renunciando y que no quería hacer televisión. Me dijo que eran solo tres capítulos y acepté porque me gustaba mucho esa comedia. Y me quedé tres años. Mi personaje era picado de bonito, él creía que era atractivo. Y un día un técnico de teatro, Germán González, con quien estábamos montando una obra, me dijo: “Oiga, usted que es todo picado en ese personaje, diga que usted es un ‘triple papito’”. Me pareció buenísimo eso. Lo metí en el siguiente capítulo, funcionó y se quedó. Y esa frase se volvió viral. Bueno, en esa época no se utilizaba el término viral, pero creo que todavía por ahí la dicen para referirse a un hombre guapo.

La obra Labio de liebre es una exposición de la realidad violenta de nuestro país. Ha viajado alrededor del mundo y en esta temporada cumple seis años desde su estreno.
Sebastián Jaramillo
Después interpretó al sicario Rigoberto Bernal en La mujer del presidente, una exitosa serie escrita por Mauricio Navas y Mauricio Miranda.
Cuando fui a presentar el casting había otra gente haciéndolo para el mismo personaje, incluido Dago García, como actor. Me pareció particular porque pensé que él no tenía necesidad porque ya era productor y escritor de muchas series exitosas. Él tenía puesto un gorro. Pensé que podía ser chévere para el personaje y de casualidad yo tenía un gorrito. Antes de entrar al casting me lo puse e hice un gesto muy áspero, con la cara escurrida. Cuando entré, Magdalena La Rotta, que fue la directora, dijo: “Qué miedo este man”. Me acuerdo que hice el casting con Marlon Moreno, que ya estaba escogido. Ese fue un proyectazo. Era formato de serie, salía cada ocho días, y se tomaba mucho tiempo para hacerlo, tenía una propuesta de cámaras muy interesante y muy buenas locaciones. Ese personaje me sacó de la línea de comedia, que venía con Vuelo secreto, y se dieron cuenta de que también podía hacer cosas dramáticas, pero desde ahí solo me llamaban para sicario.
Y lo buscaron para hacer el sicario Jota Jota, en El fiscal.
Entré como reemplazo de otro actor. Tuvieron que hacer mis escenas muy rápido. En ese momento había invertido mucha de mi plata en teatro, todavía no la había recuperado, y cuando llegó ese personaje logré grabar 12 capítulos en un tiempo muy corto. Esa platica me llegó del cielo y me salvó. Cuadré caja ese mes.
En el año 2000, durante el Festival Internacional de Cine de Cartagena, se estrenó Terminal, una película protagonizada por usted y dirigida por Jorge Echeverri. La crítica le dio mucho palo. ¿Cómo fue esa experiencia?
Fue una película independiente de muy bajos recursos. Con Jorge Echeverri hicimos varias. Éramos siempre el mismo equipo de producción y de actuación. Entre todos éramos cinco. Esta era una película contemplativa, con un transcurrir bastante pausado a partir de experiencias personales del director. Seguramente por eso no tuvo éxito. Me acuerdo de un artículo que salió, no sé si en El Malpensante o en Número, que hacían un recorrido de las peores películas del cine colombiano y ahí estaba esa. Me parece divertido, es una experiencia. Gracias a eso conocimos la Sierra Nevada de El Cocuy; eran noches durísimas en ese frío a cinco mil metros de altura.
(Le sugerimos: La curadora principal de la colección de mariposas más importante del mundo habló en BOCAS 111)

Entre las obras de Rubiano, se destacan Labio de liebre, El vientre de la ballena, Pinocho y Frankenstein le tienen miedo a Harrison Ford y Mosca.
Sebastián Jaramillo
Su patrimonio y sus ahorros los ha invertido siempre en Petra. ¿Alguna vez lo perdió todo?
Vendí el único apartamento que tenía, donde vivía, para montar Pinocho y Frankenstein le tienen miedo a Harrison Ford. El día del estreno, falló. Ensayamos mucho, pero hubo una falla técnica. Una guaya que sostenía todo el cortinaje se rompió. Se rearmó todo a las carreras y no se alcanzó a hacer un ensayo general. Había como 30 productores internacionales invitados porque era pleno Festival Iberoamericano de Teatro, en el 2006. Fue una función fatal. Lo considero el peor día de mi vida, a excepción de la muerte de mis familiares. Toda la plata que habíamos invertido en efectos se perdió porque no funcionaron, fallaron muchas cosas técnicas y terminamos destruidos. Mi pareja, que era Carolina Cuervo, por el estreno me regaló un IPhone, apenas había llegado el primero a Colombia. Recuerdo que vi la caja y dije “no me lo merezco”. No lo destapé. Al día siguiente nos vimos con el grupo a las nueve de la mañana, quité 45 minutos de la obra, todo lo que habíamos invertido lo cambié, y funcionó perfecto. Pero ya no estaban los invitados del día anterior. Paradójicamente, es con la única obra que no hemos girado internacionalmente. Fuimos a muchos festivales nacionales y nos fue muy bien. Grandes portadas, grandes críticas, decían cosas lindísimas de la obra, pero después de vender todo lo que tenía.
Además de sus reconocimientos, entre los que se encuentran varios Premios Nacionales de Dramaturgia y becas de residencia artística en México y España, las dos coproducciones con el Teatro Colón han sido uno de los mayores logros de Petra. La más reciente es Historia de una oveja, que estrenaron este año, y la primera fue Labio de liebre, donde se plantea la dicotomía entre perdón y venganza en el conflicto armado nacional. ¿Cómo lo lograron?
Nosotros presentamos el proyecto de la obra en el congreso de la International Society for the Performing Arts con un video previo y echamos una carreta. Había gente de todo el mundo. Se nos acercaron coreanos, indios, chinos y gringos. Les encantó, nos pidieron material, nos pasaron las tarjetas de presentación… y se me acercó Manuel José Álvarez, del Teatro Colón, y me pidió que le pasara el proyecto. Le escribimos al Colón y a todos los internacionales. Ningún extranjero salió con nada después de todo lo que nos habían prometido, y el Colón sí. Empezaron a estudiarlo, lo leyeron, dijeron que estaba muy fuerte, pero siguieron adelante, nos lo aprobaron, empezamos la coproducción y como cinco días antes del estreno vi la obra y no me gustó. Tuve una crisis fuertísima. Me encerré, me derrumbé, me pareció que la había cagado, que era como una obra de colegio, que estaba horrible, que no funcionaba. Hice unos cambios, subí los tonos e hicimos un ensayo general con el director del Colón. La gente que la vio lloró y Manuel José dijo: “Me van a echar. Esta obra es muy fuerte. Pero seguimos”. El Colón es un teatro del Estado. El día del estreno todos estábamos muy nerviosos y esa vaina funcionó superbién. A partir de ahí empezó a llenarse hasta el día de hoy.
¿Cómo ha hecho para mantener a Petra en estos 35 años?
En equipo. Las cabezas somos Marcela y yo, pero hay un equipo muy fuerte detrás. Jacques Toukhmanian está muy atento a mantener cierta unión en el grupo. En giras, Jacques es vital. Sandra Suárez se encarga de la casa, de administrarla, de que todo funcione. Es un equipo poderosísimo. Y están el equipo administrativo y el equipo jurídico. A pesar de que tengamos unas distancias ideológicas extremas con jurídico y contable, todos estamos en función de este proyecto del teatro.

La portada de la edición 113 de BOCAS es Steven Spielberg, la leyenda del cine mundial.
Revista BOCAS
Gracias por leernos.
Nos gustaría recomendarle una de nuestras Crónicas gráfica: BOCAS presenta el trabajo de los más brillantes fotógrafos en sus 10 años de historia.
POR: Soraya Yamhure Jesurun.
FOTOS: Sebastián Jaramillo.
EDICIÓN 113. DICIEMBRE 2021