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Entretenimiento

Empatía y simpatía

Valentina Tunjo Sánchez cuenta su propia experiencia en la pandemia.

Valentina Tunjo Sánchez cuenta su propia experiencia en la pandemia.

Foto:Alejandro López-Conde Alonso

Valentina Tunjo, de 19 años, estará en el Café literario del 13 de septiembre. 

Olga Lucía Martínez
En los días en los que contamos solo con la mirada y nuestra voz detrás de un tapabocas, hay que desarrollar técnicas y palabras afectuosas para comunicarnos.
Hay que hablar más duro y más claro, pero también más cariñoso. Saludar más fuerte, preguntarle por la familia a la persona que nos toma la temperatura a la entrada de un establecimiento y mostrar la cédula (especialmente las mujeres) sin pena de que nos hagan cuentas de la edad.
Así estamos. Y así seguiremos. Mientras las mujeres árabes llevan siglos cubiertas y caminan con elegancia con todo lo que las cubre, en estos lados del mundo apenas nos estamos acostumbrando a estar tan tapadas.
Por eso hay que recurrir con ingenio a la simpatía y la empatía, como narra Valentina Tunjo Sánchez, la hermana del piloto de carreras Óscar Tunjo, él veloz en las pistas y ella un bólido con las letras a sus 19 años, invitada al Café literario, el blog de eltiempo.com que se podrá leer este domingo 13 de septiembre (http://blogs.eltiempo.com/cafeliterario /)
No me di a la tarea de pensar en aquellas personas que viven en la informalidad (alrededor del 45,3% de los colombianos, según el Dane) y que su subsistencia depende de ello. Sin embargo, al pasar los meses y los anuncios de la extensión de la cuarentena, la ansiedad fue creciendo sin que las noticias diarias fueran un gran aliciente”, escribe la joven, analizando cómo iba pasando el tiempo y todo aquello que iba encontrando con el paso de los días.
Tunjo habla de los trapos rojos en las ventanas que, como dicen muchos de los que los pusieron, terminaron deshaciéndose por la lluvia y el viento en las zonas más apartadas de Bogotá y las ciudades frías, y por el sol donde hay clima caliente, muchas veces sin que llegara la ayuda.
Y es que esta pandemia no solo mostró la gran pobreza que hay en el país, sino también los niveles de vulnerabilidad en todos los estrados, pues muchas personas, desde la más extrema pobreza hasta en los barrios más elegantes, perdieron sus empleos y hoy encontramos letreros en apartamentos y locales de ‘se vende’ o ‘se arrienda’ por todos lados y muy pocos en la demanda de la gran oferta.
También mostró la improvisación en la que siempre vive un país del tercer mundo, en el que hasta para muchos de sus mismos habitantes en condición de vulnerabilidad esa improvisación es parte de la vida y hasta de la muerte. Por eso, por estar huyendo de las deudas y las persecuciones no aparecen en los listados, pues dejaron un barrio para tratar de encontrar la tranquilidad en otro sin que nadie los conozca ni los siga.
Y aunque se diga que todos estamos en el mismo mar aunque en diferente barco (unos mejores que otros, unos haciendo más esfuerzo por mantenerse a flote que otros), lo cierto es que esta pandemia nos igualó en muchos aspectos.
Hoy sentimos miedo de andar por la calle cuando va cayendo la noche, casi no queremos salir, exigimos el distanciamiento, nos da miedo el contagio, las mujeres llevamos en el bolso un tarrito de alcohol y no de perfume, cambiando las prioridades, y seguimos a la expectativa de la vida, de cómo será, de cuándo saldrá la vacuna, de en qué momento se vencerá este virus que nos confinó, pero que también llegó para enseñarnos.
Depende de nosotros aprender y, como se podrá leer a Tunjo, “creo firmemente que, como ciudadanos, también tenemos una gran responsabilidad en términos de la narrativa en cómo percibimos al otro, en la forma en que esta va moldeando nuestra sociedad, y en efecto, nuestra realidad nacional e internacional”.
Pero todo debemos hacerlo con simpatía y empatía, esforzándonos con nuestra mirada y con nuestra voz, que aunque fuerte, debe dar mucho cariño.
Olga Lucía Martínez
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