Debe ser por ese carácter de nortesantandereana que le heredó a su mamá, la empleada doméstica que quedó embarazada de un universitario y que lavando ropa en el río le inculcó el amor por el trabajo. O puede ser por la templanza que adquirió tras la barbarie paramilitar que terminó por despojar a madre e hija de su tierra y desplazarlas. O por la violación que sufrió en medio de una de las incursiones que ordenó Jorge Iván Laverde Zapata, ‘el Iguano’, uno de los jefes paras que “hizo lo que se le dio la gana”, como hoy lo recuerda.
(Esta entrevista fue publicada originalmente en la edición 98 de BOCAS en Agosto-Septiembre de 2020)
Lo cierto es que Claudia Quintero, a sus 20 años –en el 2001–, ya tenía ese espíritu de liderazgo que hoy es referente para las sobrevivientes de trata de personas. Su edad no fue problema para abanderar la educación de los niños y las niñas del barrio Trigal del Norte, en Cúcuta, con tal de alejarlos de los grupos armados. En un lote sin salones les daba clase con el apoyo de otros jóvenes. Se volvió incómoda. En el 2005 terminó en la lista de las autodefensas que pretendía hacer una “limpieza social”, pero una amiga de su mamá les avisó a ambas que se fueran cuanto antes de la ciudad.
Agarró a su pequeña hija de tres años, empacó lo que pudo en una maleta y salió para el terminal de buses. Después de más de 15 horas de viaje, llegó a Bogotá, a la calle, sin conocer a nadie y sin saber qué iba a ser de su vida.
Logró soportar unas semanas y decidió regresar a Cúcuta para enfrentar la amenaza, recuperar parte de sus pertenencias y saber qué iba a pasar con su lote. Pero los paramilitares, que controlaban todo, se enteraron de su regreso, la buscaron y pasó lo peor.
Entonces pasó un señor, como de 32 años. Me dijo, ‘mi amor, ¿qué le pasa?’. Les respondí, ‘nada’. Y me dijo, ‘¿Cuánto me cobra?’. Y yo dije ‘40.000’. Fue lo único que se me ocurrió
A Claudia no le gusta hablar de la violación ni de lo que le hicieron, porque la quebraron en mil pedazos. Hoy todavía está pegando algunos.
Nuevamente regresó a Bogotá, huyendo asustada. Todo era un remolino de hechos: mientras el papá de su niña, su compañero, no pudo asimilar lo que había ocurrido –y terminó consumiendo drogas–, ella se enteró de su segundo embarazo un día en el que perdió el sentido, cayó al suelo y la socorrieron en la calle. Estaba segura de que su hijo era de su excompañero, pero, en ese momento, el fantasma de la violación le hacía pensar lo contrario.
Su madre también tuvo que salir huyendo de Cúcuta y terminaron todos en una pieza del centro de Bogotá. Luego se abrió la puerta del infierno y una mañana terminó acostándose con un desconocido. Así empezó el tiempo oscuro de la historia de Claudia, que incluye explotación sexual, drogas, alcohol, odio por ella misma y las ganas inmensas de morir. Tocó fondo.
Pero esta morena de 1,70 de estatura y sonrisa de dientes blancos perfectos le ganó la guerra a la violencia de los paras, de los hombres que compran sexo en la calle y de las mujeres que invalidan a las otras mujeres. Claudia se levantó y creyó en el poder de dar un paso a la vez.
Esta es la historia de una feminista, activista, salvadora de mujeres explotadas en la prostitución, conferencista, creadora de la Corporación Anne Frank y defensora de los derechos humanos.
Así es Claudia Quintero Rolón, la mujer que, en el 2018, habló fuerte ante los magistrados de la Corte Constitucional para que la prostitución sea abolida en Colombia.
Me quería identificar como una mujer negra y el candombe es una música afro del sur del continente. Entonces quería algo relacionado con mi identidad. Es un homenaje a mis raíces afro, a la música afroamericana y afrolatinoamericana. Y, además, para reconocerme como una mujer negra que hace un trabajo territorial en Colombia.
Es un poco de la herencia de su mamá…Mi mamá es una mujer afrocolombiana, de raíces indígenas. Hizo hasta cuarto de primaria y me enseñó muchísimo el valor de la lectura. Ahora recuerdo que mis cantos de cuna eran poemas de Bécquer. Me he preguntado, pero ¿cómo una mujer, perdóneme, tan ignorante, puede decirle a su hija poemas de escritores que todavía tengo en mi memoria? Eso es lo lindo de ella y eso me ha llevado a lo que soy ahora. Es la formación que recibí.
¿Siente que, en verdad, dejó el infierno atrás?La persona que soy hoy se ha ido reconstruyendo a pedacitos. Mucha gente quiere que yo diga que estoy superbién y que no me falta nada. Soy realmente feliz ahora, tengo estabilidad emocional y económica y estoy bien con mi familia. Pero a quienes nos rompieron el alma, el cuerpo, la psique, el espíritu, todo, tenemos que empezar a reconstruirnos por pedacitos, y no es fácil. Pasé por siete procesos psicosociales fuertes; trabajándole al trauma, pero esencialmente reconociéndome como víctima, superando la culpa y aprendiendo. He afrontado todas las etapas del proceso físico, de salud y emocional; y también el proceso personal, que ha estado acompañado de la educación. Estudié producción multimedia, derechos humanos, cine y televisión y me desarrollo en el campo de la comunicación con enfoque de derechos humanos. Esos tres hilos hacen a la ‘mujercita que hay en obra’. Pero sigo siendo un ser vulnerable, la mujer que aún llora por las noches, pero que sigue aprendiendo cada día.
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Sé que no le gusta hablar de lo que ocurrió con los paramilitares, pero ¿fue un antes y un después?Ellos llegaron y empezaron a coptar a los jóvenes en el lugar donde vivíamos. Eso nos afectaba muchísimo porque entre esos jóvenes estaba mi primo. Era muy difícil que ellos hicieran partidos de fútbol con personas del gobierno o del Estado, en el batallón del Ejército y que los chicos jugaran en el equipo de los paramilitares. Nosotras no sabíamos ni siquiera de la palabra paramilitar. Mi papá es sobreviviente de la masacre de La Gabarra, en 1999; al año llegaron a Cúcuta e impusieron su ley y en el 2001 tuve que irme a Bogotá, porque no les gustó que yo educara a los niños. Cuando regresé por los papeles se enteraron, me citaron y me violaron.
¿Los denunció?Yo misma me pregunto de dónde saqué fuerza. ¿Por qué no me tiré al río o algo así? Pienso que uno de los mecanismos de defensa que uno usa es sacar fuerza. Vas a un baño, te bañas, no quieres que nadie se entere y sales corriendo. Haces acciones de defensa para protegerte. Y sí, tuve que ir a la Fiscalía. Recuerdo que me senté en una silla que estaba dañada y se cayó. Fue horrible. Luego una conocida me atendió y le dije “me han hecho algo horrible”. Ella me miró y me respondió que mejor me fuera porque había un escándalo con la jefa y la estaban buscando porque trabajaba con ellos (los paramilitares). Me fui, pero sé que me salvó la vida porque me hubieran matado. Esa funcionaria hoy sigue prófuga. Mi caso está ante Justicia y Paz.
Usted regresó a Bogotá con una herida peor que la anterior. Lo pudo sobrellevar, pero su compañero no.Cuando llegué nos echaron de donde vivíamos y conseguimos una pieza en el centro. Mi compañero no resistió lo que nos pasó y empezó a consumir drogas ahí, en la calle, en el Bronx. Al mismo tiempo me enteré de mi embarazo y ahí sí ese hombre se enloqueció y desapareció de mi vida. Se entregó a la droga. Y yo, a sacar ese embarazo adelante. Fue muy duro. A los días llegó mi mamá desplazada, con mi papá (el esposo de ella, a quien considero mi papá) y mi hermanito de once años y nos fuimos a vivir a un alojamiento de la Alcaldía de Bogotá para personas sin hogar, en la Caracas con calle 17. Yo era un ente. Me paraba, me daban el desayuno y me acostaba. La trabajadora social iba y me hablaba y me hacía trabajar en algo que llaman el tablero de los sueños. Yo respondía que en dos años mi sueño era morirme. Estaba embarazada, viviendo en una casa con habitantes de la calle. No había mucho que soñar.

Quintero empezó su activismo luego de un intenso proceso de resignificación de su historia personal con la prostitución. Se declara una sobreviviente.
Francisco Perafán
La prostitución no es un trabajo porque no tiene las condiciones que se exigen dentro de los derechos humanos para una labor digna
Empecé a tener muchísimos problemas de salud. Me hospitalizaron varias veces, pero no había quién me visitara porque mi mamá estaba en el refugio. Y llegó el día que el médico me dijo que “me iban desembarazar” porque tenía la presión alta, lloraba mucho, no le ponía ánimo y eso perjudicaba mucho mi embarazo. Me hicieron firmar los papeles y no me aseguraron que el niño naciera vivo. Me operaron y ‘el chino’ resistió. Tenía casi siete meses de gestación y ni un solo pañal. Salí del hospital con la dificultad de caminar por la chaguala de la cesárea. El niño ni se veía porque era muy chiquito, pero así cogí un Transmilenio y llegué al refugio. La señora que estaba a cargo me dijo que nos iban a dar un apoyo para salir de ahí. Recibimos tres meses de arriendo, nos regalaron el camarote donde dormíamos y unas ollitas.
¿Era como empezar una nueva vida?Algo así. Conseguimos una pieza con una salita, una cocinita y el baño. Ahí nos acomodamos con mis papás, mi hermano, el bebé y yo. Los dos dormíamos en un sofá, pero la comida se acabó y no había trabajo. Un día sin comer, dos días sin comer. No teníamos nada. Un día un poquito de arroz blanco. Tres días sin comer y yo
tomando agua para darle la teta al niño. Ya se habían pasado los ocho días de la cesárea y debía ir a que me quitaran los puntos, pero no tenía los tres mil pesos que cobraban, entonces agarré unas tijeras (mi mamá pensó que yo me iba a matar), y corté de un lado y jalé. ¡Sentí como un corrientazo! Me lo quité y me quedó bien. Entonces me vestí y me arreglé. Tenía que salir a buscar trabajo. Llevábamos muchos días sin comer.
Solo pensaba en que tenía que conseguirlo, pero caminaba y caminaba, con esa hambre que ya no es hambre sino debilidad, con el dolor, ya flaquita, medio garruda de amamantar y de todo lo que estaba pasando. Me quedé en una esquina, por ahí mismo cerca al refugio, porque quería ver si allí podía encontrar a alguna de las doctoras para pedirles un bono de mercado o alguna cosa, y entonces pasó un señor, como de 32 años. Me dijo, ‘mi amor, ¿qué le pasa?’. Les respondí, ‘nada’. Y me dijo, ‘¿Cuánto me cobra?’. Y yo dije ‘40.000’. Fue lo único que se me ocurrió. El hombre me dijo ‘bueno, vamos’. Me dije, ‘Dios mío, yo qué estoy haciendo’. Pero fue algo automático. Tenía hambre. En mi casa había hambre. Volví a la casa con la plata en la mano, empuñada, apretándola y compré comida. No fui capaz de contarle a mamá. Le dije que le había ayudado a una señora a hacer aseo.
¿Así fue ‘su primera vez’?Así fue. Tenía todavía leche en las tetas, y me tocó.
Usted ha dicho que es dar el primer paso al infierno. ¿Cómo tomó la decisión de hacerlo por segunda vez?Al tercer día, otra vez estábamos en el punto cero. Salí nuevamente a buscar trabajo. Conocí a un par de chicas y empecé a hablar con ellas, les conté lo que me había pasado con el hombre y me recalcaron que era muy peligroso. Me dijeron que ellas los viernes, sábados y domingos se arreglaban muy bonitas y se iban a las discotecas en el Restrepo y Chapinero, porque había hombres solos que salían con mujeres y era mejor que estar en una calle. Así empecé a salir con ellas. Empecé a enrollarme, me hacía las uñas y me arreglaba el pelo. Luego me metí a Messenger y a Latin Chat y encontré personas ahí. Me compré un celular y pensaba que era un mundo de ilusión, que estaba todo bien. Pero empezaron los problemas porque no faltaba el que te jalaba el pelo o te pegaba. Mi otro gran problema era que me gustaba tomar mucho. Creo que era porque quería calmar el dolor. A veces me dolían los oídos por esa música tan horrible y me preguntaba qué necesidad tenía de estar aguantando todo eso.
¿Hubo un sentimiento de culpa o de reflexión sobre lo que estaba pasando?¡Claro! Aún recuerdo que esos billetes de 10.000 o de 5.000 los apretaba en la mano. Efectivamente, yo reflexionaba. Estando en esos momentos de borrachera tocaba consumir perico para poder aguantar, porque si no aguantas, pues ya no sirves. Tantas cosas que aguantar. A veces había peleas en esos sitios y quedaba en medio de enfrentamientos con botellazos... Mi mamá decía ‘mija, yo escuchaba tiros y pensaba que usted dónde estaba’. Y yo, ‘no, mamá, estaba rumbeando’. Nosotras nunca pudimos abordar ese tema. Ella sabe todo, yo sé todo, pero solo nos brindamos amor. Yo no sé si a otras víctimas que tal vez me lean les pase lo mismo. Yo no lo siento necesario, solo quiero que ella sepa que ahora estoy bien.
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Se siente orgullosa de que la Corte Constitucional la haya nombrado la voz de las mujeres prostituidas en agosto de 2018, en medio de una discusión sobre la reglamentación del trabajo sexual.
Francisco Perafán
¡Claro! Y, justamente, esas son las cosas que nos pasan cuando estamos siendo vulneradas. Sabemos que estamos siendo sometidas a un daño. En medio de eso, de la borrachera, de los hombres, de las amigas que no son amigas, sentía mucha culpa. Siempre me decían ‘usted debe ser muy caliente’, y por eso tenía una carga muy pesada porque los tipos se acercaban a mí por ser negra, por el cuerpo, por los senos, por las caderas. Pero nunca ningún hombre se preguntó: ‘¿De dónde viene esa mujer que se va a acostar conmigo?’.
¿Hablamos de ese machismo que cree que comprar sexo es problema de la mujer?Es lo que muchas veces les decimos a los puteros: usted va a un prostíbulo, está con una mujer que sonríe, que tiene los labios rojos, que supuestamente está feliz, que toma con usted, pero ¿qué hay detrás de esa mujer? Ninguno se interesó por saber que había una mujer desplazada, una niña hija de una lavandera, una mamá. Al contrario… No espero realmente nada más que una solidaridad en este tema de la prostitución. Si buscas a una lactante es porque tiene un bebé. ¿Y dónde está su bebé mientras ella está contigo? Ahí conocí a una persona en la rumba que me dijo que nos fuéramos a vivir juntos. Lo hice. Él era una persona muy violenta, física y psicológicamente; él me decía puta, vagabunda, y yo lo aceptaba porque me decía a mí misma que sí lo era.
Por las putas nadie habla y yo no puedo cargar sola con esa lucha, pero tengo que hablar como sobreviviente
Sí, definitivamente sí. No sé cómo empecé a engordarme. Estaba en 80 kilos, después 100, luego pasé a 120 y terminé en 147 kilos. Ese fue mi máximo peso. Era mi necesidad de que no me miraran. Llegué a no bañarme, tenía piojos, me empecé a enfermar, pero, aun así, el día que me bañaba, que me arreglaba, salía. No sé si uno lo atrae o es la vida que te condena, pero siempre me encontraba un tipo en el bus o en la esquina que me picaba el ojo y me decía que si me quería acostar con él. Eso me frustraba, porque mi objetivo era ser fea, no estoy diciendo que las gordas son feas, pero era lo que yo creía si me engordaba. Luego me di cuenta de que no es eso. No importa si eres gorda, flaca, fea o bonita, negra o blanca. Lo que importa es que eres mujer y que hay un sentido de los hombres frente a la propiedad del cuerpo de la mujer.
Pero el hombre con el que se fue a vivir intentaba ayudarla…[Silencio] Quería salvarme, pero a su modo. De hecho, que él comprara mucha comida para mí era algo que me estaba afectando. Él trabajaba en cosas de la izquierda y le gustaba la política, pero quería hablar por mí. Hasta respondía él cuando me preguntaban mi nombre. Al mismo tiempo empecé a encontrar a otras mujeres con problemas similares, empecé a involucrarme en el tema de derechos humanos, pero tenía a esta persona controlándome. Él me manejaba las cuentas, el correo, la plata. En el 2009, nos amenazaron en el barrio y me dijo que nos fuéramos para Argentina. Y terminamos allá.
Ese viaje también fue determinante para dar el giroMe puse a estudiar con un proyecto que había hecho la presidenta Cristina Fernández, que era para personas migrantes. Yo estudiaba con trans, con indígenas, con peruanos; era algo muy bonito. Él también se metió, entonces yo no podía tener un espacio sola, porque iba con él y me regresaba con él. Empecé a enfermarme e intenté suicidarme. Los psicólogos y psiquiatras me daban pastillas para dormir. Estaba enferma. Pero algo bueno pasó porque conocí a un activista que tenía una organización que lucha contra la trata de personas y le conté mi historia. Él me hizo entender que era sobreviviente de la prostitución y que había sido explotada. Empecé a reconocerme como víctima. Fui al médico y logré perder 21 kilos. Al mismo tiempo me familiaricé con Twitter, y escribía mensajes sobre los colombianos que habíamos tenido que irnos, pero nadie me paraba bolas, hasta que una mujer, Rossana Trucco (abogada colombiana), me escribió, le mandé mi número y me llamó. Y después de muchas cosas se abrió un camino para regresar.
Regresar fue enfrentar el demonio de una vez por todas…El diagnóstico médico era desalentador. Tenía papiloma humano y cervicitis. Un tumor, pero no me lo podían quitar porque estaba con obesidad mórbida, hipertensión y diabetes. El médico me dijo que no llegaba a los 40 así y que tenía que adelgazar. Pero también iniciaba el proceso judicial por mi caso. Fue en ese momento cuando Rossana me ayudó y empecé a trabajar. Entré al Sena a estudiar una carrera de tecnología de producción multimedia. Y a la par empecé a luchar por el bypass. Entendí que era necesario acabar con esa relación. Él era una mentira. Decaí otra vez y subí los 20 kilos que había bajado. Pensaba que mi vida era una tragedia. Un día vi en televisión al procurador Ordóñez hablando del derecho a la salud. Me senté en el computador, escribí toda mi historia y se la mandé a él, directamente al despacho. Hay mucha gente que odia a ese señor, pero él leyó mi carta y le asignó un procurador a mi caso. La operación fue aprobada y me la hicieron. Así empecé a bajar y bajar de peso y a crecer como persona. Me gradué, mi liderazgo se potenció, así como mi afán de querer recuperar lo mío.

La activista colombiana nació en Cúcuta, una ciudad en la frontera con Venezuela. Cuando estaba muy joven tuvo que abandonar su ciudad por amenazas contra su vida y violencia sexual.
Francisco Perafán
Mi hija fue determinante para entender ese poder que tenemos las sobrevivientes en la voz. Fue así que inicié varios proyectos, nació la Corporación Anne Frank y logré que una de las empresas con las que he trabajado me permitiera hacer un proyecto de capacitación para los hombres de protección sobre derechos humanos en el día, y en las noches trabajo de campo en el tema de prostitución y trata de personas. Encontré psicólogas y abogadas aliadas. Eso me permitió empezar a recorrer los territorios e involucrarme directamente con las mujeres en situación de prostitución. A construir con ellas estas narrativas y documentar los casos.
¿De allí nació ese sólido argumento sobre abolir la prostitución?Empecé a meterme más en el tema de abolición y desde hace dos años estoy exclusivamente trabajando en ello. Conozco la ley francesa. Abolir la prostitución no es prohibir, es desarraigar de la sociedad la idea que los hombres pueden acceder a cuerpos de personas que no los desean por medio del dinero. Abolir es modificar las causas estructurales como la desigualdad y el machismo, que obligan a miles de mujeres a prostituirse. Tuve la oportunidad de ir a París a la semana por la abolición y regresé con la idea de los escenarios seguros para las mujeres, porque con mi hija entendimos que yo misma he hecho mi recuperación.
¿Hizo ese sueño realidad?Pensamos en proyectos como la idea del refugio, que efectivamente hoy ya es una realidad en el Cauca. Terminamos allí porque fue el lugar que pensé podría ser el mejor para hacer mi proyecto de vida. Mi hija trabaja y vive en el refugio. Vamos a las zonas de tolerancia, ella les prepara los refrigerios. En ella pude encontrar la sororidad para abrirme y contar mi historia. Lo hice públicamente hace dos años, en Cartagena. Lloro porque es una historia que duele, pero que ya la puedo contar. Significa que he superado y he logrado cosas.
¿Y cómo ve que la traten en las redes sociales como la abolicionista de la prostitución?De este tema siempre habían hablado los académicos. Y ellos tienen la visión de que la prostitución es un trabajo, pero la sacan desde subjetividades. Yo entendí que mi pelea no era con otras víctimas y que todas estábamos dando una lucha. Las que siempre hablaron sobre la prostitución fueron las monjas, porque ellas sí estaban en el barrio Santa Fe, y saben lo que nos pasa a las mujeres. Pero como tienen la subjetividad de la religión, pues las desacreditan. Hace dos años me vi en Cartagena en la obligación de decir ‘yo tengo que alzar la voz y tengo que hablar por esto’. Pero por las putas nadie habla y yo no puedo cargar sola con esa lucha, pero tengo que hablar como sobreviviente.
¿Las mujeres se meten a la prostitución porque les gusta?La discusión no es si a una mujer le gusta o no. A las mujeres les puede gustar la prostitución, pero ¿qué condiciones previas hay para que ellas estén en esa situación? Las mujeres con las que he hablado señalan la prostitución como algo aberrante en lo cual están por plata, por necesidad. Puede existir el consentimiento, ¿pero el deseo? Hablamos de mujeres que tienen segundo de primaria, mujeres viudas, mujeres desplazadas, mujeres con unas condiciones serias que favorecieron para que ingresaran a la prostitución, como lo hice yo.
¿La prostitución es un trabajo?No. La prostitución no es un trabajo, es una situación a la que cualquier mujer puede llegar y también puede salir. No es un trabajo porque no tiene las condiciones que se exigen dentro de los derechos humanos para una labor digna. En tema de riesgos, de derechos, de salubridad, de salud mental, no cumple las condiciones para ser denominado un trabajo. Debe ser abordada como una situación de salud y de derechos humanos, no como un trabajo. La industria del sexo es la que más produce plata en el mundo. De los 150.000 millones de dólares que producen los trabajos forzados, la explotación produce 99.000, casi el 70 por ciento.
Su voz llegó hasta la Corte Constitucional.Llegué allí por el caso de un burdel de Chinácota, en el que la justicia había considerado el derecho al trabajo de la dueña del prostíbulo sobre los derechos de las mujeres que estaban allí. Se planteó una revisión de ese fallo desde entidades como la Procuraduría y fui invitada por la Honorable Corte, en sala plena, a intervenir. Jamás pensé que podría llegar a estar en algo así, fue realmente un logro que me llenó de felicidad, porque los magistrados vieron las condiciones de las mujeres en prostitución y se interesaron por sus derechos. Me siento agradecida con las mujeres y hombres que lucharon para que yo llegara allá y pudiera darles la voz. Me siento orgullosa de que la Corte me haya nombrado la voz de las mujeres prostituidas, pero es también una gran responsabilidad.
Salió del infierno, ¿pero pudo arrancarse el dolor?Aún sigo transformando ese dolor, porque, si yo me deprimo, puedo acceder a un tratamiento; pero hay otras que no. Ya me concibo en este tema, es mi lucha, me gusta, estoy enfocada y aquí estamos.
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POR: JINETH BEDOYA LIMA
FOTOS: FRANCISCO PERAFÁN
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 98. AGOSTO - SEPTIEMBRE 2020