Las óperas primas son cosa complicada. Detrás de la primera cinta de un cineasta hay tantas ilusiones puestas, tantas ideas acumuladas y tantos problemas superados, que por lo general tiene más viento en contra que a favor. A pesar de los problemas y las imperfecciones que pueda tener, de vez en cuando una ópera prima nos deja ver el talento de un gran director. Ese es el caso de Iván Gaona y su película Pariente.
La historia se desarrolla en una vereda de Santander, donde se adelanta una desmovilización paramilitar. Con ese telón de fondo, la vida del pueblo sigue su curso y una pareja anuncia que se va a casar antes de lo planeado, lo que significa que la novia está embarazada. Pero ahí no paran las complicaciones: el exnovio de la protagonista, que aún está enamorado de ella, ronda la escena como un ave de rapiña, mientras aquí y allá siguen apareciendo indicios sangrientos de que los paramilitares aún no están desmovilizados.
La apuesta narrativa de Pariente es audaz, pero no siempre funciona. Detrás de los episodios cotidianos y las conversaciones anodinas, crece la zozobra de la amenaza constante que acecha a los protagonistas. Sin embargo, por momentos el crescendo de esa atmósfera ominosa se diluye y el espectador queda enfrentado a una trama enredada que da vueltas sobre sí misma.
Claro que eso no obsta para que uno disfrute del exquisito tono de western criollo que construye Gaona, con unos estupendos planos que muestran que ha visto y asimilado varias decenas de películas de vaqueros, con un excelso sentido del tono y el ritmo, y con las admirables actuaciones de un elenco novedoso y sorprendente.
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