Luego de una larga noche de muerte, el nuevo aliento de 'Game of Thrones' parecía encontrar un hálito de luz, pero ese brillo se fue apagando poco a poco tras el conflicto de poderes que se convirtió en protagonista del episodio.
La intriga ante la pregunta de ¿quién debe quedarse con el Trono? fue el aliciente para una narrativa que regresó a los diálogos profundos y a la revelación de pugnas y un sentimentalismo que cada vez más abraza a los guerreros de esta serie.
Jon Snow está más confundido que nunca, Daenerys expuso un desequilibrio que se acentuó con el sacrificio de Rhaegal y Cersei no se dejó ablandar por sentimentalismos. Era un arco esperado en el que la atención se enfocó en posicionar todos los elementos a la nueva guerra, un conflicto en la que esa humanidad manifiesta le complicó la vida a los que pensaban haber alcanzado un equilibrio al tener la oportunidad de otro amanecer.
Otra prueba de esas emociones tan terrenales, fue el impacto de una verdad que se hizo rumor de pasillo, el amor desenfrenado y el romance quebrado. Sobre todo por una relación tóxica que le dio un hachazo a una Brienne y un Jaime, que finiquitaron su química con sexo y lágrimas de despecho.
Ahora todos tienen que reencontrarse en Kings Landing, con un panorama desolador por donde se mire. Hay una sensación de tensión por el futuro de Tyrion, eso no es nuevo, pero ahora su conflicto moral y su alcoholismo enmarcan un destino en suspenso.
Claro, sobrevivió al ataque de Cersei y a la decepción de no cumplir con su objetivo, aferrándose a los vientos de venganza que podrían arrastrar las velas de los navíos de Euron Greyjoy, respondiendo a las últimas palabras de Missandei con un Dracarys apocalíptico que lo único que deja en claro es que la próxima semana todo se va a calentar más. Hay que tener cuidado con Varys, que regresó para mover sus fichas, pero cabe recordar que él también tiene su destino signado y que lo que viene va a ser sangre por sangre y ojo por ojo.
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