No creo que un pueblo en Colombia haya vivido una historia igual a la de El Carmen de Chucurí.
Allí nació el Ejército de Liberación Nacional (Eln). Allí, en la vereda de Patio Cemento, cayó mi inolvidable amigo Camilo Torres cuando iniciaba una nueva vida como guerrillero. Allí me atreví a ir para presenciar el horror de una población condenada a muerte por la guerrilla cuando dejó de obedecer sus órdenes.
¿Cómo logró ser hoy un lugar tranquilo y próspero, que no solo produce el mejor cacao de Colombia sino que se ha convertido en un semillero de jóvenes artistas empeñados en llevar al cine el viacrucis vivido por sus padres durante medio siglo?
Tienen razón. Es hora de recordar la valerosa historia de El Carmen de Chucurí.
Tras una estancia en La Habana, donde por iniciativa de Fidel Castro fue adiestrado militarmente en la guerra de guerrillas junto con otros latinoamericanos, Fabio Vásquez Castaño decidió en 1964 crear el Eln en la región fértil y montañosa de El Carmen de Chucurí.
Con el tiempo logró disponer de unas primeras unidades de combate y del apoyo de personajes que compartían su mismo credo ideológico, como el párroco del pueblo, que era un encendido partidario de la teología de la liberación.
Esta misma afinidad lo llevó a tomar contacto con Camilo Torres. No sé si lo sorprendió que Camilo, convertido en un carismático dirigente político, decidiera unirse a él. Siempre he temido que los celos por este carisma lo llevaran a advertirle que no podía suministrarle ningún arma y que solo podía conseguirla de algún soldado que cayera en combate.
La muerte de Camilo me llevó a seguir muy de cerca la presencia del Eln en la zona de El Carmen de Chucurí.
Me enteré de la aparición del frente Capitán Parmenio, dirigido por Wilson Solano. Tuve informes de que tenía control absoluto de la región y del propio municipio. Las tierras eran expropiadas para crear cooperativas de producción bajo su mando.
Forzados a trabajar en ellas y a recibir un obligatorio adoctrinamiento, los campesinos terminarían por ser fieles a un credo marxista. El alcalde debía rendir cuentas al comandante del frente. El párroco, que mantenía estrecho contacto con la guerrilla, se negaba a darles la comunión a los soldados que acudían a misa. Sus novias en la región terminaban ‘ajusticiadas’ por la guerrilla.
En suma, tanto el pueblo como sus veredas estaban bajo el férreo dominio del Eln.

La cinta fue realizada con actores, pero también participaron descendientes de los protagonistas de la vida real.
Archivo particular
Nadie llegó a imaginar que la llegada de un joven oficial, a cuyo mando quedaron las siempre amenazadas tropas de la región, iba a cambiar esta situación ganándose el apoyo de la población campesina. A primera vista, no parecía capaz de cumplir semejante tarea.
Se llamaba Germán Nicolás Pataquiva y tenía entonces el rango de capitán. Pequeño, pálido, febril, parecía conservar los rasgos del adolescente formado en las duras tareas del campo. Solo cuando lo conocí y supe que desde niño había tenido una fuerte formación religiosa, que desde entonces gobernaba su vida, le encontré un sorprendente parecido con Camilo Torres: la misma pasión, la misma rectitud. “Si no hubiese sido militar, hoy sería sacerdote”, me dijo alguna vez.
Su decisión de entrar al Ejército nació cuando tuvo oportunidad de presenciar los horrores cometidos por la guerrilla en el Magdalena Medio. Encontró destruido y abandonado, con sangre en las calles, el caserío cercano al Paujil donde había sido invitado por un amigo. Esta trágica visión cambió su destino.
Hoy, El Carmen de Chucurí es visto en Colombia como un municipio ejemplar, ideal para vivir
En vez de seguir estudios de derecho o entrar al seminario para cumplir con su vocación religiosa, convirtió la lucha contra el terrorismo en la misión de su vida. Inició su carrera militar como soldado raso, por decisión propia. Cuando en la Escuela Militar a él y a los compañeros de su mismo rango se les propuso elegir tres lugares donde pudieran ser desplazados, sus compañeros decidieron optar por ciudades ajenas al riesgo de diarios combates como Cali, Medellín o Barranquilla.
Pataquiva, en cambio, entendiendo su carrera como un apostolado, se limitó a escribir tres palabras: “Donde haya guerra”. Y su superior resolvió decirle con sarcástico humor: si quiere guerra, guerra va tener.
Fue enviado entonces al batallón Luciano D’elhuyar, a cuyo cargo estaba la tormentosa región de San Vicente y El Carmen de Chucurí, bajo la constante amenaza del Eln.
Cuando Pataquiva llegó a El Carmen, nadie se le acercaba ni le devolvía el saludo. Era tierra enemiga. Fue entonces cuando el recién llegado sorprendió a todo el mundo reuniendo a su tropa en un aula escolar.
Muy pronto dio a conocer su divisa: lo sutil vence a lo fuerte, y dibujando en un tablero un árbol representativo de la subversión les explicó a sus soldados: “Si cortamos una rama con disparos, esta puede volver a retoñar. Lo importante es buscar sus raíces, y esas raíces pueden estar en el apoyo popular que la guerrilla consiga”.
Comprendiendo que en una zona con tal grado de penetración no podía desatar operaciones militares, se dedicó entonces a ganarse el apoyo de los campesinos poniendo los soldados bajo su mando en muchos de sus trabajos, como el arreglo de caminos, de cercas y viviendas.
Llegó el momento en que todos le debían algún favor. Se hizo amigo del alcalde Alirio Beltrán, aun sabiendo sus nexos con la guerrilla, apostada en una montaña cercana al pueblo. Planeaba con él obras de desarrollo en beneficio de la comunidad.
Considerándolo un traidor, el comandante del frente Capitán Parmenio citó a Beltrán y sin oír sus razones lo hizo matar después de torturarlo.
El episodio que cambió para siempre la historia de El Carmen de Chucurí fue el restablecimiento de la fiesta tradicional del pueblo, que desde hacía quince años había sido prohibida por la guerrilla.
El capitán Pataquiva, conociendo el cálido fervor que guardaba el pueblo por esta celebración, no se limitó a organizar los comités del festejo y a distribuir tareas a las juntas de acción comunal.
Los comandantes guerrilleros vieron al pueblo muy entusiasmado, pero al saber que el capitán era el principal organizador del evento no vacilaron en reiterar su prohibición.
Pataquiva ofreció entonces ausentarse con sus hombres para evitar cualquier incidente. A petición suya, más de dos mil campesinos se desplazaron junto con sus familias hacia el campamento donde se encontraban los comandantes del Eln para solicitarles que anularan su veto a la fiesta que estaba a punto de celebrarse.
Fue entonces cuando empezó el horror que el país llegó a conocer. Los comandantes, como castigo, le declararon la guerra al pueblo y amenazaron de muerte a quienes decidieran permanecer en el lugar.
En cumplimiento de su amenaza, el acueducto de El Carmen fue dinamitado, se tumbaron las torres de energía, se volaron los puentes en las carreteras que unieran este municipio con la capital del departamento y sembraron los campos, establos y puertas de las casas con minas antipersonales.
De estos horrores fui testigo. No pude evitarlo. Al llegar a El Carmen de Chucurí luego de un largo viaje, me sorprendió la cantidad de muchachos mutilados, víctimas de las minas, y que aun así se negaban a abandonar su pueblo.
Vi también cómo la población tenía que desplazarse cada mes a Barrancabermeja para comprar víveres y vender su cacao bajo la protección de una caravana de tanques.
Al pasar el tiempo –y con la ayuda del Ejército–, las propiedades colectivas administradas hasta entonces por la guerrilla pasaron a ser propiedad privada de los campesinos.
Sin el apoyo popular conseguido a base de amenazas y adoctrinamiento forzado, la guerrilla terminó abandonando las cercanas zonas montañosas donde durante largos años habían mantenido su poder.
Hoy, El Carmen de Chucurí es visto en Colombia como un municipio ejemplar, ideal para vivir, donde se cultiva el mejor cacao del país, al tiempo que sobresale por el nivel cultural de sus nuevas generaciones.
Por cierto, son jóvenes carmeleños quienes se han propuesto revivir en el cine la historia dramática vivida por sus padres y abuelos. David Galvis, director de la película, ha conseguido llevar adelante su ambicioso proyecto con actores escogidos en un proceso de castin realizado en la misma comunidad y acogido por ella con gran entusiasmo.
Muchos de los actores son hijos, familiares o parientes de quienes figuran como protagonistas del filme. David Galvis, estudió en Medellín Comunicación y Lenguajes Audiovisuales. El guionista se llama Leonardo Rodríguez, es profesor en la vida real y en la cinta desempeña el papel de historiador. La película lleva por título 'El último viaje' y relata la vida y trágica muerte del alcalde Alirio Beltrán y el trabajo que realizó con su amigo el capitán Pataquiva.
“Es cierto, dice Galvis, que El Carmen es hoy un paraíso por descubrir, pero mentalmente seguimos afectados por un pasado tan trágico como el nuestro. Ahora tememos que el Eln, después de unas negociaciones de paz, quiera retomar el territorio, no por la vía de las armas, sino por la vía legal. Este es un territorio muy significativo para ellos porque aquí nacieron como guerrilla y aquí murió Camilo Torres”.
Como sea, la historia vivida por El Carmen de Chucurí no puede ser olvidada.
PLINIO APULEYO MENDOZA
Especial para EL TIEMPO