Un domingo en que andábamos más desprogramados que de costumbre, fui con mi esposa a dar una vuelta por el centro comercial. Miramos vitrinas, preguntamos precios, comimos alguna cosita y, cuando ya íbamos a tomar el camino de regreso, pasamos frente a la sala de cine. Allí estaba la verdadera sorpresa.
Grandes cartelones anunciaban la presentación de Jane Eyre, aquella formidable novela de Charlotte Brontë que estremeció a la Inglaterra puritana del siglo XIX. Yo la había leído en tercero de bachillerato y recordaba que ese libro fue el pionero de los derechos humanos y de la liberación femenina.
Compramos un par de boletas sin saber que lo mejor del cuento nos estaba esperando adentro. No se trataba de una historia filmada para el cine, como habíamos pensado, y como ha sucedido con tantas novelas, sino de una transmisión en directo con los propios actores del Teatro Real de Londres, nada menos. Era teatro a través del cine por satélite. Fue una experiencia formidable.
Volvimos varios domingos a ver un documental sobre Leonardo da Vinci, en directo desde París y Roma, o las obras más afamadas de Mozart y, desde la Galería Nacional de Inglaterra, la vida de Francisco de Goya, el gran pintor español, el insuperable maestro del blanco y negro, el retratista de la naturaleza y de la desgarradora vida del manicomio. En fin, el hombre que convirtió la pintura en un idioma.
La última transmisión que vimos, desde ese templo de la música que es The Metropolitan Opera House de Nueva York, fue Romeo y Julieta, basada en la obra de Shakespeare, que describe las locuras a que conduce la cólera humana, traducida del francés con letreros en castellano. Puedo decir, sin titubeos, que es uno de los espectáculos más bellos que he visto en mi vida.
Es mejor que si uno estuviera en primera fila, no solo por la traducción simultánea y escrita, sino porque, además, se disfruta de lo que no ven ni los que están allá de cuerpo presente: la soprano ensayando, la orquesta afinando, el público llegando a los palcos y al patio de butacas, los guías que explican detalles en los intermedios, entrevistas con escenógrafos y diseñadores de vestuario.
Periodista hasta el tuétano de los huesos, no puede uno escapar a su destino de curiosidades y preguntadera. Ante tantas maravillas, los interrogantes comenzaron a darme vueltas en la cabeza: cómo fue posible hacer esto, de quién fue la idea, cómo surgió. Entonces resolví averiguarlo por lo alto y llamé a Munir Falah, presidente de Cine Colombia, la empresa que tiene los derechos para transmitir tales espectáculos en nuestro país.
Todo esto comenzó hace ya ocho años, en enero del 2009. El empresario Julio Mario Santo Domingo, cuyo conglomerado es el propietario de Cine Colombia, invitó en Bogotá a un grupo de amigos a la exhibición privada de una ópera en pantalla.
Fue tan grande la reacción que de inmediato Falah firmó un contrato con The Metropolitan de Nueva York, luego con el Ballet Bolshoi, de Moscú, con los museos y teatros de Londres, con París, con el resto.
Un mes más tarde, en febrero, se produjo la primera presentación para el público. Fue la ópera Lucía de Lammermoor, el gran drama de Donizetti. A partir de entonces, Falah creó una “división de contenido alternativo” que se encarga de temas como teatro, ballet, ópera, pintura, conciertos, documentales e, incluso, los deportes.
Ahora me vienen a la memoria, como un ramalazo de la nostalgia, aquellos años de infancia en San Bernardo del Viento, cuando llegaban al teatro Riomar, de don Hildo Luna, los rollos de la película mexicana que estaban exhibiendo en ese preciso momento. Venían de Lorica en una canoa de motor a la que llamaban “portátil”. Los muchachos traviesos –y conste que yo no estaba entre ellos– se subían a la chalupa, escondían los rollos y dejaban esperando a los que estaban en el cine.
“Con este cine de arte ustedes no podrían hacer esas diabluras –me dice Munir Falah–, porque ya no hay rollos envueltos en rueda de aluminio. Ahora la transmisión es por satélite y, en algunos casos, también por internet. Estamos en la era digital, auténtica revolución. La tecnología y la cultura combinadas”.
Cine Colombia opera en doce ciudades del país. A todas ellas llegan las películas de carácter alternativo cuando su contenido es más popular, como el deporte en vivo o los conciertos en directo. Los temas culturales, como el teatro, la ópera o el ballet, se presentan actualmente en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Cartagena y Bucaramanga. “Los seguiremos ampliando paulatinamente, a medida que crezca el interés”, agrega Falah.
Aunque se trate de eventos artísticos, me veo en la obligación de preguntarme, y de preguntar, si el público colombiano ha respondido con su presencia a espectáculos. Al fin y al cabo, de ello depende que sigamos viéndolos y que no se vayan a suspender.
“La reacción del público colombiano ha sido una maravilla –contesta Munir Falah–, pero en las ciudades intermedias la ópera tiene menos espectadores. Fíjese usted: nuestras transmisiones culturales han tenido en las salas una asistencia promedio de 150.000 personas al año. Estupendo”.
En este mismo sentido, de las películas de contenido alternativo que mayor concurrencia han tenido, una es el documental colombiano, 'Magia salvaje', que ha sido visto por casi dos millones y medio de personas estremecidas por el descubrimiento de su propio país, lleno de contrastes físicos y humanos, selvas y mares, montañas y llanuras, indios y negros, blancos y mulatos.
La segunda más vista, con 538.000 asistentes, es la estremecedora historia francesa titulada 'La familia Bélier', un argumental sobre dos padres y sus hijos sordomudos a quienes la música hace felices a pesar de todos los quebrantos que les atraviesa el destino.
—¿Ese negocio da plata?
–No es un negocio rentable desde el punto de vista económico –comenta Falah–, sino desde el punto de vista cultural. Los empresarios tenemos que entender nuestra responsabilidad social con el país. Estimular la cultura de los colombianos vale más que el dinero. Eso está por encima de la economía.
La devaluación monetaria del año pasado fue funesta para estas transmisiones y eventos. Como los derechos se compran en el exterior, y a crédito, hay que pagarlos en dólares, y con intereses que crecen más mientras más sube el dólar.
El público de estratos populares asiste poco a este tipo de películas artísticas. “Tratamos de ir formando a ese público –explica Falah– con la presentación de los eventos más populares, como el deporte o los conciertos, que son más sencillos, y luego empezaremos a llevarles las obras de arte”.
En cuanto al contenido netamente artístico, es bueno avisarle a la gente que dichas películas y transmisiones en directo se presentan, por lo general, los fines de semana: sábados y domingos a las 12 del mediodía.
Las grandes exposiciones de pintura, mostradas desde sus propias galerías, y las temporadas de ópera de The Metropolitan, desde Nueva York, y del Bolshoi, desde Moscú, son las que más asistencia convocan en nuestro país. Cada ópera está llevando a los cines unos 25.000 espectadores por temporada.
La programación de Cine Colombia para los próximos meses incluye dos de las más grandes obras en la historia de la dramaturgia universal, presentadas ambas desde el legendario teatro parisino de la Comédie-Française: El misántropo, de Moliére, y la inolvidable epopeya de Cyrano de Bergerac, con su enorme nariz que nunca acaba de crecer.
También se anuncia el concierto en directo de la banda alemana Rammstein, cuyo estilo está estremeciendo a Europa, y el musical Newsies, originado desde Broadway, en el corazón bohemio de Nueva York. Y desde Holanda, Bélgica, Suecia. Yo estoy que me mudo para el centro comercial.
“Además –concluye Falah–, para los próximos dos años tenemos un proyecto de inversión por cien millones de dólares, no solo para contratar nuevos eventos culturales por todo el mundo, sino también para construir ocho o nueve salas nuevas en diferentes lugares del país. En este momento estamos haciendo una en Popayán, que esperamos inaugurar a finales de este año, y se planean otras en el centro de Cali, en la ciudad antioqueña de Envigado y en Soacha, afuera de Bogotá.
Me emociona pensar que ahora uno puede ver los mejores eventos artísticos del mundo, como si en ese momento no estuviera sentado en un cine de Cartagena o de Bucaramanga, sino en un teatro de Londres o de Moscú, o en un museo de París, o escuchando en vivo el concierto de Los Rolling Stones bajo la noche veraniega de La Habana.
Las obras más bellas creadas por el talento humano son un solaz para el espíritu. Un recreo para el alma. Desde la China antigua se oye la voz de Confucio pidiéndoles a los gobernantes que “transmitan la cultura a todo el mundo, sin distingos de razas ni de diferencias sociales”.
Da gusto ver que cada vez es mayor la concurrencia de jóvenes. Ahora hay que buscar la forma de que los colombianos más pobres y los estudiantes también puedan ir a ver 'Edipo Rey' transmitido en directo desde un teatro de Atenas. Desde esas mismas tierras dijo Epicteto, hace dos mil años, que solo el hombre culto es libre.
JUAN GOSSAÍN
Especial para EL TIEMPO