Sinuoso itinerario de una muchacha coreana extraída de los bajos fondos y contratada por un codicioso esposo colaboracionista para servir a su rica heredera japonesa en un periodo de entreguerras en la primera mitad del siglo XX. Tratándose del tristemente célebre período imperial del Sol Naciente, la penetración cultural incide en su compleja estructura narrativa mediante una arquitectura palaciega que fusiona las dos naciones del Lejano Oriente y los gustos occidentales propios de la industrializada Inglaterra de entonces.
En tal contexto geopolítico transcurre una historia cortesana que, sin escrúpulos, despliega vínculos interpersonales de sumisión y dominio bajo ópticas de seducción, engaño y fetichismo. Cuando la cámara recorre con gran virtuosismo técnico y estético recintos simétricos atribuidos al sofisticado modo de vida oriental, irrumpen simultáneamente aires decadentes o refinados del estilo británico de aquellas épocas posvictorianas. A la doncella protagónica nada se le escapa en materias de sexo; trata a su patrona como si fuera una muñeca, experimenta el voyerismo y practica relaciones sadomasoquistas para situarse en los peligrosos terrenos colindantes del placer y el dolor.
Si perversión es… “el acto de hacer daño intencionalmente”, o de subvertir las llamadas buenas costumbres, el morbo equivale a producir miedo, risa o llanto desde la pantalla. En efecto, el director y coguionista Park Chan-wook se complace en generar emociones fuertes mediante situaciones críticas o quizás escandalosas llevadas al extremo. Es así como no vacila en recrear sobresaltos morbosos en el simple acto de abordar con fascinación una residencia oscura cuyos secretos inconfesables se hallan a plena luz del día, o de cerrar una cremallera y deleitarse con una piel de durazno, o… de puyar una muela suelta con el roce de la lengua.
Porque este autor surcoreano de puestas en escena terroríficas y de rencores acumulados conducentes a crueles venganzas suscita en el espectador opiniones encontradas que van del culto y la veneración al repudio. Con ‘Oldboy’ (2003) exploró los postulados de ataques calculados e implacables hacia el agresor original –segunda parte de una trilogía, entre ‘Simpatía por Mr. Venganza’ y ‘Lady Venganza–; Sed’ (2009) atrajo a un cura vampiro hacia el hospital de transfusiones antivirales, y ‘Stoker’ (2013) presentó el drama familiar de una joven Electra de Tennessee atormentada por la desaparición de su adorado papá y arrastrada por el odio hacia una madre desalmada.
Presentada oficialmente en Cannes el año pasado, con ‘La doncella’ centellean influencias de tonalidades entre románticas y surrealistas para remontarnos al divino Marqués, visto por Pasolini, e incluso familiarizarse desde Seúl con sus vecinos Yukio Mishima y Nagisa Oshima.
MAURICIO LAURENS
Especial para EL TIEMPO
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