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Cine y Tv

Marta Liliana Ruiz: ‘Tuve que aprender a leer de nuevo, desde las vocales’

Marta Liliana Ruiz, de 57 años, empezó como modelo y se siente orgullosa de ser santandereana.

Marta Liliana Ruiz, de 57 años, empezó como modelo y se siente orgullosa de ser santandereana.

Foto:Archivo particular

Luego de un cáncer en la lengua, la actriz y escritora teatral  publicó 'Conviviendo con Ackerman'.

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Ahora, hoy, y como escribe Mauricio Navas Talero en el prólogo del libro 'Conviviendo con Ackerman', de Marta Liliana Ruiz, la actriz, creadora de obras teatrales y exreina, “está parlanchina como siempre, con un ligero y sexy acento francés que le ha quedado de la reciente operación, consignando en este manifiesto su huella de valor y amor por la vida”.
Sí, todavía, como dice ella, le falta “afinar la r”, que, afirma, la oye rara, pero a simple oído no parece. Básicamente, tuvo que volver a aprender a hablar después de pasar por un tipo de cáncer de lengua denominado Ackerman, que Marta Liliana Ruiz Orduz –santandereana de nacimiento, de 57 años, con tres hijos, varios amores fallidos y dolorosos, y un reciente matrimonio que va bien con quien fuera su primer novio– superó.
Lo logró con valor, con ayuda médica y hasta siendo egoísta con las decisiones que tomó en su enfermedad. Y entendiendo que le faltaba “pasar por ahí”.
Y también, sabiendo que habría podido quedarse en silencio para el resto de su vida, sin poder expresarse, ella, que se ratifica habladora, como buena santandereana, y que está acostumbrada al escenario.
Su libro 'Conviviendo con Ackerman', editado por Gold Editorial, es su testimonio. Allí cuenta desde su niñez hasta el momento en el que volvió a hablar, pasando por varias montañas rusas, por la descripción de su familia y esos afectos de clan, por sus días de reina y sus desamores dolorosos, uno de ellos sin su nombre, solo con el apodo de una telenovela en la que actuó: ‘La Belleza’.
Y responde qué la metió en el cine, el teatro y la TV. Ruiz, luego de ser princesa en el Concurso Nacional de Belleza de Cartagena, y viajar a Japón a representar al país en Miss Internacional.
Antes de atravesar medio mundo en un avión, Gustavo Nieto Roa le había ofrecido protagonizar la película 'Caín', pero su mamá le dijo que no. Se fue sin darle una definitiva al cineasta y, en el concurso, un día se puso a conversar con la reina saliente, Christie Claridge.
“No sé ni cómo hablamos, porque yo no sabía inglés ni ella español, pero me dijo que entregaba la corona y se iba para Los Ángeles a grabar 'Guardianes de la bahía', esa serie exitosísima. Cuando le conté que iba a hacer una película, pero que en mi casa se oponían, solo me grito: ‘Are you crazy’? Y pues sí, yo estaba loca si decía que no”.
Al regresar a Colombia, con miedo y todo, pero empoderada, “le pregunté a mi mamá, Elsa Orduz, artista santandereana, que si hacía la película me tenía que ir de la casa. Su respuesta fue no, pero me puso un chaperón”.
Y así empezó su historia en el mundo audiovisual, donde, además, dejó de ser la niña que servía de adorno, porque se ganaba los personajes.
Además, estudió Realización y Producción de Cine y Televisión en el TPB. y ha escrito las obras teatrales 'Las ejecutivas', 'Maremágnum: un canto de amor por los océanos', 'Heroínas de la victoria', 'Caliente, caliente' y 'Sin reglas'. También ha actuado en más de 20 novelas.
Juan Ricardo Gómez, a cargo de los teatros Santa Fe y Belarte, en Bogotá, ha sido su mejor aliado, pues sus salas siempre han estado disponibles para las creaciones de su amiga.
Hace cinco meses fue su operación, le quitaron parte de su lengua, y este es el tiempo que ha usado en volver a aprender a comer y a hablar. Y habla, habla mucho, con amor, energía y resiliencia.
¿Cuándo y cómo empezó su enfermedad?
Hace cinco años. Un día me estaba cepillando y me vi unas plaquitas en la lengua. Me pregunté a qué hora me había mordido y por qué no me dolía, y me empecé a poner un remedio, pero los días pasaban y nada que mejoraba. Aproveché que tenía cita con el odontólogo, que quedó en shock cuando la vio. Me mandó a cirujano maxilofacial, que la retiró, era una lesión benigna, una leucoplasia, pero rara para alguien como yo, que no fumo ni tomo en exceso, pero que sí tengo antecedentes de cáncer en la familia: mi abuela, mi tía y mi papá murieron de cáncer.
Hace tres años la lesión se repitió y ahí sí no le di chance de nada. Segunda biopsia, segunda leucoplasia.
Y llegó la pandemia…
Sí, y me apareció una lesión debajo de la lengua, una ampolla roja, distinta a los anteriores. Todo cerrado, sin odontólogos, ni médicos, ni nada. Acudí al doctor Google buscando remedios: cúrcuma, bicarbonato, azul de metileno, todo lo que había me lo aplicaba. La lesión, bastante extraña, iba, venía. En diciembre del 2020 me dio covid-19, y en enero del año pasado la lesión había crecido. Las citas seguían complicadas y no es lo mismo que lo miren a uno por un teléfono. En mayo ya empecé a hablar raro.
Al fin me dieron una cita para 40 días después por la EPS y cuando la pedí particular, fue para el mismo día.

Acudí al doctor Google buscando remedios: cúrcuma, bicarbonato, azul de metileno, todo lo que había me lo aplicaba

¿Fue muy largo el proceso?
Sí, hasta llegar a concluir que era tumor Ackerman y que luego de muchos exámenes y espera de resultados el único tratamiento era la extirpación total. Busqué otro médico y me dio el mismo diagnóstico, y lo peor era lo de la afectación del habla.
Pero me dieron una opción, hacerme un colgajo libre, que es quitarme una parte del brazo con varias partes y con eso reemplazar lo que queda faltando. Es un procedimiento que me llevaba a cuidados intensivos, a comer por sonda nasogástrica. Yo no quería eso.
¿Pensó que era el final?
Fueron unos días muy duros. Tengo tres hijos, dos ya grandes, Juan Guillermo y Mariana, casados, y una del segundo matrimonio, de 15 años, Margaret, a la que tuve que hablarle y decirle que me podía morir. Yo sentía un dolor muy grande porque es muy pequeña. Pero siempre hablamos sobre la enfermedad.
Y decidió que no se haría la parte complicada de la cirugía, el colgajo.
Sí, después de mucho meditar. El cáncer es una enfermedad egoísta porque al final uno es el que toma la decisión definitiva, pese a que involucra a muchas personas. Pero siempre se habló con todo mi círculo familiar, laboral y de amigos.
Así que entré a una cirugía en el que van quitando un poquito de la lengua y lo mandan a patología. El patólogo lo estudia y si hay más parte mala, deben seguir quitando. Lo mío fueron cinco envíos y yo solo me decía que iba a aprender a hablar y a comer de nuevo.
¿Cómo fueron los primeros días?

El cáncer es una enfermedad egoísta porque al final uno es el que toma la decisión definitiva, pese a que involucra a muchas personas

Con una pizarra mágica escribiendo ‘tengo hambre, sed, calor’. A los tres días dije ‘me voy a hacer entender’. Mi esposo se desesperaba, pero cuando empecé la terapia, a los 10 días del procedimiento, las cosas empezaron a funcionar, despacio.
¿Cómo fue el reaprendizaje?
Como niña chiquita, como con la cartilla 'Coquito', que fue con la que yo aprendí. Las vocales, los diptongos, los triptongos. Me quedan letras tes y el seseo.
¿Cuáles han sido las palabras más difíciles?
No podía decir bien urraca, he mejorado. Y tampoco carro, por eso digo que voy en auto.
¿En medio de todo nació la idea del libro?
Sí. Pasó algo: yo me despertaba todos los días a las 3:33 a. m. y no dormía más. Entonces, decidí empezar a escribir todo, lo que sentía, lo que pasaba en el día, mi sufrimiento, mis miedos. Pero, además, poner de presente que uno puede ayudar a los demás, abrirles el camino, que con el cáncer hay que correr. Yo tuve un buen servicio de mi EPS, pero también tuve que hacer cosas por fuera, buscar ayuda para agilizar todo.
¿Su esposo, Álex Peterson, fue su primer novio?
Sí y nos reencontramos en Facebook. Nos casamos en el 2018. Como digo en el libro, ha sido una relación muy buena, pero muy retadora: la pandemia y esto.
¿Cómo era usted de niña?
La más juiciosa. Izaba bandera y tenía muy buenas notas. En el colegio de monjas donde estudié nació mi amor por el teatro y siempre les agradezco su educación.
¿Fue feliz en su infancia?
Tuve una infancia inigualable en Bucaramanga. Somos cinco hermanos y nos consentían mucho. La terraza era un parque, con columpios y casa de muñeca tamaño natural. A nuestros amigos les encantaba ir a jugar. También me gustaba la natación y pasaba mucho tiempo entrenando. Y jugaba con Barbies.
¿Le costó que le creyeran que no era solo bonita?
Cuando comencé en la televisión, me daban papeles por ser bonita, me ponían de adorno. Así fue en 'La estrella de las Baum'. Pero con fuerza, estudio y constancia se dieron cuenta de que detrás había una actriz.
¿Cómo se ve hoy?
Voy a seguir escribiendo mis obras y presentándolas. Y hablando con las personas que han pasado por el mismo cáncer que tuve. Yo creo que ese fue el objetivo de Dios y de toda mi primera línea de santos que me ayudaron: tenía que sufrir este cáncer para apoyar a los que lo necesitan, darles luces, para que empiecen rápido su tratamiento, y ahora bendigo la enfermedad que tuve, como escribo en el libro.
Los médicos están sorprendidos con todo lo que he avanzado, no lo creen. Yo, aunque siempre he sido consentidora de mis nietos, ahora lo soy más.
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