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Cine y Tv

'Yo soy un parlante, pero no soy la voz de nadie': La Muchacha

Foto:

Reproducir Video

La cantante Isabel Ramírez Ocampo atrajo a decenas de seguidores a su charla de ‘El cine y yo’.

Aletoso. Adjetivo referido a una persona que causa ruido o alboroto. Una definición del 'Diccionario de americanismos' que, en realidad, se queda corta para la emoción que transmite la cantante Isabel Ramírez Ocampo, La Muchacha, cada vez que la pronuncia ante una multitud cautivada en la Sala Capital de la Cinemateca de Bogotá.
Para La Muchacha todo puede ser aletoso, lo bueno, lo malo, lo que la conmueve.
– ¿Qué es ser aletoso?
– Es como… heavy. Como pesado o también sorprendente. O también tremendo… una chimba, no sé: es una expresión bien espontánea… Yo hablo mucho así: yo crecí con mis hermanos y mis primos, todos diciendo “De kilo”, “chuleta con papas”, “Denzel Washington”…
– ¿Y qué es Denzel Washington?
– Uff… aletoso.
Su presencia y su frescura convocaron a decenas de personas que llenaron la sala de cine más grande que hay en Bogotá, con el doble mérito de haberlo hecho a la misma hora en que la Selección Colombia se jugaba su último partido de la Eliminatoria al Mundial de Fútbol.
La Muchacha encantó, La Muchacha despertó sonrisas y aplausos, su voz de canciones con más de tres millones de reproducciones en YouTube narró la película de su vida en la sesión de El Cine y yo, con todo y su final feliz. Fue muy... ‘Denzel Washington’.
“Esos números que hay en YouTube al final de cuentas no representan sino las ganas de la gente de escuchar. Y ha sido solito”, dijo la cantautora de dardos poderosos como ‘Pal Monte’, ‘La sentada’ y ‘No azara’, cuyo coro cantan cientos de jóvenes durante sus presentaciones:
Y a mí que me disparen de frente
Y que sea en la puerta de mi casa
Porque yo me muero en tierra mía
Y a mí de esta tierra no me sacan…
¿De dónde salió su nombre artístico?
La Muchacha fue como una casualidad. Cuando empecé a alimentar esas ganas de cantar, desde la timidez absoluta, porque me daba mucho miedo la gente, dije ‘quiero hacer un proyecto solista”, y entonces me acordé mucho de una canción de Sabú (‘Vuelvo a vivir, vuelvo a cantar’), que cantaba mi mamá y que decía: “muchacha pájaro, mi cielo azul”. Yo decía: “muchacha pájaro”, qué rico hacer algo con ese nombre, una canción, algo. Y cuando salió el proyecto solista, entonces me puse Muchacha pájaro. Pero ya después dije “¿y ya el pájaro pa’ qué? Yo soy una muchacha y ya…”
En esos primeros toques que hice en Manizales, con un amigo que tiene una colectiva muy linda que se llama Pájaros y cuerdas –es un parcero que se mueve con todos los cantautores que van a Manizales–, él me preguntó: ¿Y cómo la pongo en el cartel? Yo le dije: “No, muchacha solamente”. Cuando ya esté cucha, cambiaré.
Cuando no estaba escuchando canciones de Sabú, ¿qué hacía su mamá?
¡Mi cucha! Tan linda: ella fue secretaria toda su vida. Con un don de gentes maravilloso, trabajó en la Universidad de Caldas mucho tiempo, en Bellas Artes, en el Fondo de Empleados. Siempre ha hecho eso y nos tocó verla trabajar toda la vida, corriendo de un lado para otro. Y mi cucho, viajando.
¿Por qué viajaba tanto su papá?
El cucho manejó un furgón toda la vida y viajaba a los pueblos de Caldas: Samaná, Marquetalia, Pácora, Marulanda. Y también le tocó vivir un montón de cosas en las carreteras. Mi papá viajaba el lunes, digamos, volvía los miércoles en la noche y los domingos. Siempre lo veíamos dos días a la semana, cuando su trabajo era tan intenso. Con las cajas de cartón de la mercancía nosotros nos tirábamos por las escaleras de la cocina.
¿Siempre ha tenido ese espíritu feminista?
No, porque era muy difícil nacer con ese espíritu, eso les toca a las ‘chinas’ de ahora. Pero a nosotras, no. Lo de nosotras fue un proceso muy largo, de conocerlo a través de las otras amigas de la universidad. De nuestras mamás, no tanto. Es más un acto de aprendizaje colectivo. Cada vez hay más espacios en donde siempre hay que ponerse la ‘gafita’ morada.
¿En qué momento vio la música como un oficio?
Eso fue en 2012. Yo empecé con una banda de reggae, que se llama La Pata Records. Yo tenía 18 años, estuve camellando dos años con la banda y ahí empezó todo. Estuvimos en el festival Manizales grita rock, por primera vez. Yo nunca había estado en un festival. Para mí era muy difícil cantar delante del público. Yo no afinaba, no respiraba, me cagaba del miedo… ni siquiera delante de mi mamá. Y con esa banda me solté muchísimo.
Antes de eso, yo parchaba con los metaleros de la esquina del barrio. Tomábamos pola horrible… conocí los Beatles, Oasis, Ekhymosis. Cantábamos todo el tiempo y como a mí me daba tanto susto, me decían: “Cierre los ojos cuando vaya a cantar”. Me enseñaron a tocar guitarra también. Eso era todos los fines de semana, y los 8 de diciembre llorábamos porque habían matado a John Lennon. ¡Comprometidos con la farra!
¿Y después?
Cuando entré a la banda nos movimos, trabajé harto, estuvimos en Pereira, en el Convivencia Rock, que fue un festival que murió pero iba a ser un pequeño Rock al Parque del Eje Cafetero. Y ya después de ahí, no paré.
(Otra mujer invitada a 'El cine y yo': Yolanda Reyes, durante la Feria del Libro de Bogotá).
¿Ha llevado su música a muchos sitios del país?
Ha sido muy especial poder priorizar que hay que conocer el terruño primero. Ha sido muy lindo, he llegado a lugares a los que no me imaginaba llegar. En los que no me imaginaba que me conociera alguien o que quisiera ir a escucharme.
¿Cuál es el escenario más especial en el que se ha presentado?
Cantar en Usme, en el Puente de la dignidad. Ese fue el día más aletoso, porque incluso estuve bien pendiente de acompañar en el paro nacional. Era como una necesidad: si yo hablo de esas cosas en las canciones, del inconformismo, de la rabia, del contexto socio-político, una no puede esperar una consecuencia diferente a que estos parches te convoquen. Que la calle te convoque. Una no puede escapar a eso.
Con Usme me pasó: yo nunca había visto a tanta gente que cantara al mismo tiempo mis canciones, así como con una fuerza… y encima sale un arcoíris, ¡una cosa loca! Yo me acuerdo que terminé de cantar y me quedé con las manos en la boca… y la gente hacía más bulla, yo lloraba y más bulla. Estábamos resistiendo, acompañando, todas y todos juntos.
¿Cómo se conoció y terminó trabajando con Andrea Echeverri?
Ella me escribió un día. Nos iban a juntar para hacer algo con una revista y me llegó un mensaje al WhatsApp. ¡Era Andrea, marica! Yo: “No, ¡me voy a morir! No puede ser”. Y empezamos a conectar bacano, a conocerla en sus espacios íntimos. Me siento muy afortunada de poder aprender de ella y de compartir, de relacionarnos horizontalmente. Gente tan tesa, que es inevitable sentir toda la admiración por su figura y su experiencia, pero llega un momento en que te aterrizas y no es solo un ídolo, es una persona. Una mujer. Compañera de oficio. Y podemos charlar de cualquier cosa que no sea el trabajo.

Con Usme me pasó: yo nunca había visto a tanta gente que cantara al mismo tiempo mis canciones, así como con una fuerza… y encima sale un arcoíris, ¡una cosa loca!

¿Cuál fue su participación en la exposición de ella, llamada ‘Ovarios calvarios’?
Andrea me enseñó a pintar sobre vajilla esmaltada. La obra de Andrea es muy impresionante, me encanta que es de esas personas geniales, que pueden hacer de todo y además es mamá. ¿Cómo hace tantas cosas y tan impresionantes? En cerámica, son piezas y piezas y piezas, tiene una imaginación y un oficio inagotable.
¿Y también se conoció con el músico Edson Velandia?
Es maravilloso poder hablar de amistad con esos personajes. Ese sí que es un referente muy aletoso de la manera en que una puede vivir de esto. Chévere que él no haya estado en las ciudades centrales, sino que empiece a construir una realidad cultural desde Piedecuesta. Y proponer tantas cosas: la Batucada guaricha, La bellezera, que es esta biblioteca comunitaria; Kussi Hayra (casa cultural), que es un espacio precioso, el Festival de La Tigra…
Y lo conocí porque yo quería estar en el Festival de La Tigra, pero estaba en Medellín. Me timbró el celular y era Edson: yo no sabía qué hacer, pero él me dijo que me quería en el Festival de La Tigra, eso fue en el 2019 y después de eso no he dejado de ir a ningún festival. Es muy importante ir a ese espacio porque es completamente diferente a todo lo que conocemos en el formato de festival. Empezando porque hay que conocer Piedecuesta. Ojalá dure muchos años.
¿Cómo es su proceso de composición?
A veces es difícil sentarse a escribir. Pero igual sí hay como chispazos, el grabador del celular la rescata a una. Después de que a una se le ocurre algo, una frase o un tono, lo que sea, yo siempre tengo el celular a la mano como para grabar. Luego ya me siento y lo reviso, digo “ve, esto está chévere”. Y le doy rienda suelta y lo trabajo. Me acuerdo que 'La sentada’ nació así: en la pandemia, escribí algo (…) No podíamos hacer nada, ni siquiera salir a la calle. Yo estaba sentada en la cama… y de ahí salió, parce, de contemplar las acciones mínimas, de estar encerrada en la casa escuchando a la gente gritar afuera: “Ayuda, quiero comer”. ¿Qué es eso? Es indispensable para mí tratar de entender y diseccionar todo esto que me conmueve.
¿De dónde saca los temas de sus canciones?
De la vida cotidiana. La idea es no ser indiferente a esa cotidianeidad, ya sea pesada o maravillosa, amorosa o triste. Siempre va a haber insumo para crear. Desde lo más banal hasta lo más oscuro, profundo e íntimo. Eso no se escoge, eso va saliendo. Yo estoy en esa etapa de canalizar mi propia rabia y mi propio inconformismo y tratar de aprender, a través de lo que canto y lo que escribo. Siento que las canciones me han ayudado a entender esta realidad en la que vivo. Y la necesidad de hablar de lo que me molesta, de lo doloroso que es, de la impotencia que me da no tener acciones directas sobre la transformación de esa realidad, más allá de mis canciones. Pero luego digo: Ah, no, es que las canciones también ayudan.
Chévere no quedarse componiendo cosas sobre lo doloroso que es vivir acá, porque eso también hay que alivianarlo. Una se carga mucho emocionalmente y entonces la gente empieza también a ponerte banderas de lucha sobre la cabeza: “Tú eres la voz de…” Y no. La voz ya la tiene la gente. Colombia grita todo el tiempo. Lo único que una hace es amplificar, a través de lo que considera posible. Esto es lo que puedo hacer y yo acompaño. Yo soy un parlante, pero no soy la voz de nadie.
¿Hasta dónde quiere llegar en la industria de la música?
No enorme. Ni Shaki, ni Juanes, ni Grammy, nada. No me interesa. Me interesa que los espacios donde se pueda construir a través de este oficio que es la música sean espacios coherentes, donde yo quiera estar. Lo chévere de las carreras independientes es que una tiene control absoluto sobre su camello. Y eso me parece importante: saber decir que no. Contemplar espacios de silencio y de recarga para una. Este oficio es muy agotador. Es muy loco depositar toda tu energía y toda tu emoción para enfrentarte a un público. Mirar a la gente a los ojos y decirle: “aquí estoy cantándote esto, ¿qué vamos a hacer? ¿Vamos a discutir? ¿Vamos a bailar? Decidir vivir de esto es muy aletoso.
JULIO CÉSAR GUZMÁN
Editor de la Mesa Visual de EL TIEMPO
En Twitter: @julguz

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