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El ardor y las palabras / Séptimo arte
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El ardor y las palabras / Séptimo arte

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La realizadora noruega Liv Ullmann adapta el drama de August Strindberg 'La señorita Julia'.

Narrar con elementos del lenguaje cinematográfico una obra teatral va a ser siempre un reto e implicará algún grado de temeridad –calculada o no– por parte de quien haga la adaptación.

Este puede optar por apegarse al texto y a la unidad espacial del teatro, o servirse del libreto para a partir de ahí construir un relato que sea solo cine. En el medio hay tantas variantes como creatividad tenga el guionista.

La realizadora noruega Liv Ullmann ha optado en ‘La señorita Julia’ (‘Miss Julie’, 2014) por ser lo más fiel posible al venerable drama homónimo que el sueco August Strindberg estrenara en 1888 y esto, claro, implica una serie de compromisos y acuerdos con un público acostumbrado a la narración visual de las películas.

El drama de Strindberg –ampliamente llevado a la pantalla grande– solo tiene tres personajes: la condesa Julia, su mayordomo y su cocinera; toda la acción transcurre en la cocina de la mansión de la condesa en la noche de san Juan, durante las fiestas del solsticio de verano a finales del siglo XIX. Liv Ullmann ha respetado estas premisas, pero ha trasladado la acción a Irlanda para justificar que sus tres personajes –interpretados por Jessica Chastain, Colin Farrell y Samantha Morton– se expresen en inglés.

Su película habla de la pasión y sus lazos con la perturbación mental; de la lucha de clases y de sexos; del deseo y del arrepentimiento por haber cedido a él. La cámara no guarda el punto de vista del espectador del teatro: se acerca a sus personajes, se aleja cuando es necesario, cambia de ángulo, nos permite detallar cosas en primer plano. Hay una atmósfera enfermiza que no deja respirar en paz a los protagonistas, pendientes además de lo que ocurre fuera de campo, de la acción que no vemos y apenas suponemos.

Esto es teatro filmado y como tal debemos asumirlo. Sin embargo la batalla más grande que debió afrontar Liv Ullmann no fue contra las prevenciones y expectativas del público, sino contra el recuerdo de la versión para el cine más clásica y afamada de este drama, la famosa ‘Fröken Julie’ (1951), del maestro sueco Alf Sjöberg, que con este filme ganó el Festival de Cannes. Sjöberg se atrevió a expandir la obra original, a borrar las fronteras teatrales, a darle un tono entre irónico y enfermizo. Ullmann tuvo rigor, quizá le faltó riesgo.

JUAN CARLOS GONZÁLEZ A.
Especial para EL TIEMPO

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