“Grabé en la penca de un maguey tu nombre...”. El vozarrón de Vicente Fernández sacude la memoria del fotógrafo Jesús Abad Colorado, quien al escucharlo cierra los ojos y abre el cuarto oscuro de sus reminiscencias para revelar la primera vez que vio una película, con esa ranchera de fondo:
“Fuimos con mi mamá a ver La ley del monte y lo recuerdo mucho porque lloré con la historia, pero también porque en mi casa se quedó llorando mi hermanita, ya que mi mamá solo podía pagar dos boletas”.
Famoso en Colombia y en el exterior por sus imágenes del conflicto colombiano, Colorado también es reconocido por su facilidad de palabra. No es de extrañar que esa misma noche de 1976, al regresar del Teatro Odeón 80, de Medellín, le contara su primera película a su hermana, con los detalles del romance frustrado entre Maclovio Arrieta y Soledad Herrera.
No fue la última vez que tuvo que narrar las escenas que había visto. Cuando llevaba al jardín a su hijo Santiago, los otros niños le pedían que se sentara con ellos a contarles una película o a describir los animales que había conocido en su más reciente travesía por el país, cámara al cuello.
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Exposición del reportero gráfico Jesús Abad Colorado, El Testigo
Santiago Saldarriaga. EL TIEMPO
“La comunidad de La Victoria, Valle, me llamó la semana pasada para que les hablara unos diez minutos, porque en la plaza central del pueblo iban a proyectar El testigo”, cuenta desde Medellín. Ese documental, que muestra sus fotos doloridas, regresa años después junto con él al lugar donde captó los rostros y los hechos, para ver cómo floreció la vida cuando se logró enterrar el dolor.
Colorado recogió el puñado de sus películas favoritas para hablar sobre ellas en la franja ‘El cine y yo’, de EL TIEMPO, la Cinemateca de Bogotá e Idartes. La charla se realizó desde la huerta de la casa de su madre, con la señal de su teléfono móvil, pero estuvo a punto de no hacerse porque en una de las protestas de estos días le robaron el celular.
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“En esa marcha –dice, cambiando el tema– había un grupo de jóvenes de la Universidad de Antioquia, conducidos por Susana Boreal, directora de orquesta que levantaba un cucharón como si fuera su batuta. Detrás de los músicos, había una muchacha que en un cartón escribió con letra morada ‘Quiero que nuestra música suene más duro que las balas’. Eso es un poema para mí”.
La habilidad para encontrar el mejor ángulo fotográfico se extiende a su memoria y a su voz para relatar su vida y sus películas. Estas fueron algunas de las imágenes que dibujó en palabras el viernes pasado:
A propósito de la película 'Marcelino, pan y vino': “En su día de descanso, mi padre se iba a trabajar a un convento de monjas de clausura de las misioneras carmelitas, en el barrio Villa Hermosa, de Medellín. Me llevaba a mí y yo pasaba delicioso porque en ese silencio yo le ayudaba a desyerbar las parras, a mantener la huerta. Las monjas me decían que yo era el niño del convento. Y allá recibí mi primer pago: un gajo de uvas y un billete de 5 pesos, con la imagen del general José María Córdova. Hasta hace unos seis años, mi papá, ya viejo, todavía seguía yendo al convento y les recuperaba a las monjitas los naranjos, los zapotes o el palo de madroño”.
Su vocación fotográficaA propósito de 'Bajo fuego': “Esa película la vi en 1987, cuando yo estudiaba periodismo en la Universidad de Antioquia. La vi con Patricia Builes, la mujer que me dio dos hijos maravillosos, Santiago y Manuela. La película trata sobre Nicaragua, en donde un periodista está haciendo registros fotográficos para denunciar cosas que estaban sucediendo. Eso me dio la convicción de que mi trabajo, más que la palabra escrita, iba a ser la fotografía, como una forma de dejar testimonio. La importancia de documentar la historia, no solamente en palabras, sino en fotografías contra el olvido”.
Flores en la tragediaA propósito de 'La vida es bella': “Si algo he aprendido de nuestras comunidades es que uno vuelve a levantarse donde otros dejan llanto y metralla. Uno vuelve a levantarse cuando hay esperanza, cuando hay una mano que te apoya, cuando te ponen el hombro (...) Hoy está cumpliendo 86 años Ana Felicia Velásquez, en Mampuján. Yo vi a esa mujer en una casa completamente destruida y ella llevó una mesa, un florero, recogió flores de jengibre alrededor de un pueblo abandonado y le dio vida. Porque el arte no es de los artistas, es de nuestra gente, de la forma como siembra, de la forma como construye su hábitat”.
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Ana Felicia Velásquez, en una casa abandonada de Mampuján.
Jesús Abad Colorado
A propósito de 'El señor de los anillos': “A finales de febrero, en la región del Alto Baudó, a dos días de distancia de Quibdó, llegamos con una comisión de la Iglesia a una comunidad indígena, en medio del bosque. Allí habían enterrado a Luz Aída Concha, una mujer de 21 años, madre de un niño y una niña, que había muerto por acción de los grupos violentos. No la habían podido enterrar en su propia comunidad y una mujer embera empezó un canto muy gutural, en su lengua, que duró como un minuto. Todo el mundo estaba en silencio. Luego le pregunté a un jaibaná, un médico tradicional de la comunidad, qué estaba diciendo. Y él me tradujo que ella hablaba del dolor de perder una amiga, una hermana, y cantaba su dolor frente a ese olvido. Pedía respeto. Por eso, ahora no solo tomo fotos, sino que también grabo en video”.
Nutrir la tierraA propósito de 'Avatar': “Mi padre siempre nos enseñó que había que sembrar. Llenar de mucho alimento la tierra. Incluso, mi papá, siendo obrero de la Universidad Nacional, consiguió una casa de dos pisos. Y ya jubilado, la vendió para volver a comprar un pedacito de tierra en el municipio de San Carlos. Le tocó venderlo por situaciones de violencia en ese municipio, donde habían matado a sus padres. Y cuando vendió ese pedacito de tierra, con lo que vendió tan barato solo pudo comprar un lote en donde no cabe una planta más. Allá dejó aguacates, limones, mandarinos, naranjos, zapotes. Sembró borojó, hay un árbol de mamey, carambolo, aromáticas... Los nietos le decían: ‘Abuelo, es que aquí no hay ni dónde tomar sol’. Y él les respondía: ‘Si quieren tomar sol, vayan a un parque recreativo. La tierra se hizo para sembrarla’ ”.
Un regalo de Navidad“Desde niños, a mis hijos los llevaba a algunos barrios humildes. Incluso, en Navidad, íbamos a una zona que ya conocía previamente, a llevar un detalle para alguna familia que había vivido el desplazamiento. Ese corazón lo tiene mi hija como médica y con el covid ha recorrido Medellín atendiendo a personas que no requerían de hospitalización, pero necesitaban un control médico. Y mi hijo está dedicado a la gastronomía y su trabajo de grado lo hizo sobre la utilización de aceites del cannabis dentro de la gastronomía. Utiliza aceites cannabinoides en los postres, en las carnes o en una ensalada”.
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A propósito de 'La lengua de las mariposas': “Cuando yo viví mi segundo secuestro, en el año 2000 con la guerrilla del Eln, fue muy traumático. Compartí cautiverio con un policía que se llamaba Mauricio Yacué Salazar. Y él fue asesinado el 4 de noviembre por la guerrilla, después de que yo le había dado la mano para despedirme cuando me liberaron en octubre. Lloré muchísimo y parecía un loco. Fui a casa de una pareja, Alberto González y su esposa Marta Lucía, quienes tenían en su casa un jardín donde había muchas mariposas. Y había pupas y huevos y gusanos. Entonces, me llevé unas ramitas con huevos de mariposa, más pequeños que la cabeza de un alfiler. Y empecé a cultivar en mi casa, con mis hijos, mariposas monarca. Con mi familia, nunca podremos olvidar el momento en el que nació la primera. Cuando reventó la pupa, que parecía una piedra de jade, la mariposa venía con las alas completamente dobladas. Uno ve unas patas gigantes, una cabeza muy grande y saca la lengua, comienza a desdoblarse como si uno viera un pañuelo. Y abre las alas, y durante una media hora, sus alas se secan, hasta que puede echar a volar. Mis hijos me decían: ‘¿Cómo la vas a sacar a volar, si en la calle alguien la puede coger?’ Y yo les decía: ‘Esa es la libertad’ ”.
No perder la esperanza
Angi Marín, cuando tenía 8 años, asomándose por el hueco que dejó una bala en Medellín, durante la Operación Orión.
Jesús Abad Colorado
A propósito del documental 'El testigo': “Los periodistas tenemos la posibilidad de ir y regresar. Pero no podemos olvidar, porque uno no está contando una historia banal, esas historias que he registrado no son la vida de los demás. También son mi propia vida. Yo sigo visitando a esas personas. Me sigo comunicando con Domingo Chalá, el de Bojayá. Con la familia de San Carlos, con doña Rosalba Aristizábal. La niña de la comuna 13, Angi Marín, la que mira por el hueco que dejó una bala, me pidió autorización hace como año y medio para vender camisetas con la imagen del documental, en una zona que se volvió muy turística por las escaleras eléctricas. Y en la camiseta pone: ‘Yo soy Angi, la de El testigo’. Sé que ha vivido situaciones muy duras como las vive mucha gente en nuestro país. Pero uno no pierde la esperanza”.
JULIO CÉSAR GUZMÁN
Editor de EL TIEMPO.
En Twitter: @julguz
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