Un sitio aislado, un trabajo solitario, un clima frío. La situación ideal para un alma que necesite mirarse por dentro, sanar sus heridas. Pero también existe la posibilidad que todos esos elementos no ayuden, sino que confabulen para que una persona frágil acabe de perder el control y caiga víctima de sus demonios interiores. Una disyuntiva así es la que nos plantea el realizador colombiano Jaime Osorio Márquez en su segundo largometraje, ‘Siete cabezas’ (2017).
Desde su ópera prima, ‘El páramo’ (2011), se vio su gusto –y su habilidad– por el cine de género, logrando configurar ambientes inquietantes de suspenso sicológico a partir de lo cotidiano. En 'Siete cabezas' confirma sus bondades como realizador, al tejer lentamente una trama que nos cuenta acerca de Marcos, un taciturno guardabosques del Parque Natural Chingaza, y la relación que establece con una pareja de biólogos que van a indagar por unos extraños sucesos ocurridos con la fauna.
Marcos vive completamente aislado, pero se nota que ese ambiente en el que trabaja lo que hace es camuflar una batalla interior que en medio de muchas personas sería más notoria, pero que aquí se disimula entre la soledad. La presencia en las cercanías de los de biólogos –ella embarazada– supone para él una prueba a su resistencia. La mujer se llama Camila y con ella establece una relación que es una mezcla de rechazo, curiosidad y deseos reprimidos que buscan una válvula por donde escapar. En el fondo hay un sustrato patológico que el director tiene el cuidado de delinear sin estridencias, lo que aumenta más la tensión ante las reacciones que un hombre cohibido y con ideaciones místicas como él pueda llegar a tener. Osorio se aprovecha de la oscuridad, de lo que se esconde detrás de una linterna, de las figuras recortadas contra la neblina y la lluvia. Imágenes deformadas, segmentos de cuerpos, piezas anatómicas que cuesta trabajo reconocer hablan de una mente fracturada, incapaz de soportar el cuerpo que la contiene.
'Siete cabezas nos asusta', como sabe asustarnos lo que proviene del dolor de un alma adolorida, contagiada de frío y desesperanza.
JUAN CARLOS GONZÁLEZ A. Especial para EL TIEMPO jc.gonzalez@une.net.co