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Cine y Tv

Edgardo Román: el hombre bueno que hacía personajes de malo

Edgardo Román fue, además, un gran docente. Hizo el programa de actuación de varias entidades educativas y tenía sus propia escuela de actuación.

Edgardo Román fue, además, un gran docente. Hizo el programa de actuación de varias entidades educativas y tenía sus propia escuela de actuación.

Foto:Archivo EL TIEMPO

Se fue, sin duda, otro de los muy grandes del cine, la televisión y el teatro.

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“Mijo”, “mija”, les decía Edgardo Román a sus alumnos de la Fundación Actuemos, su academia.
“Nos quería como a sus hijos”, dice Marcelo Cezán, que pasó por allí para encontrar su camino en el oficio, “en un momento muy crítico de mi carrera”.
Agrega que Román “fue un referente de la actuación en este país para los que algún día emprendimos el camino en el arte dramático” y lo recuerda porque lo llevó a las tablas, a tirarse al piso para asumir sus personajes, “a estudiar a los grandes autores que él tanto conocía. Estando en su academia me llamaron para el personaje de 'Cartas de amor', que ya fue un ‘después’ en mi carrera”.
Como Cezán, presentador de 'Bravíssimo', de Citytv, actores y directores recuerdan a José Edgardo Román Cruz, su nombre completo, o Edgardo Román para el cine, la televisión, la radio y el teatro.
Román, bogotano, falleció el 7 de enero, a los 71 años. Nacido el 4 de agosto de 1950, desde hace algún tiempo tenía cáncer y en los momentos más difíciles de la pandemia su tratamiento se vio afectado.
Aun así, como le contó a una emisora el año pasado su hijo Julián Román, también actor, le sorprendía la fuerza de su padre. “Es un animal”, dijo. “Con las quimios ni siquiera se le ha caído el pelo. Qué fuerza”.
Y es que Román no solo cultivaba su espíritu leyendo a los grandes maestros y con sus poderosas actuaciones. Hasta hace pocos años hacía 200 abdominales diarios y entrenaba en su bicicleta estática. Lo hacía para contrarrestar un poco la artrosis que sufría, que lo obligaba a visitar a un especialista con frecuencia.
Julián Román le dio el adiós a su padre en su cuenta de Instagram.

Julián Román le dio el adiós a su padre en su cuenta de Instagram.

Foto:Instagram

Sus papeles de malo contrastaban con su forma de ser tan dulce, según sus allegados. En el programa 'Gente', de Señal Colombia, que se puede ver en Señal Memoria, lo definen como “el hombre que no prendía fuego, sino inciensos”.
Pero en la mente de los colombianos, que lo siguieron y lo seguirán queriendo, están sus caracterizaciones de malo o aguerrido.
Su primer personaje oficial en la televisión fue en la telenovela 'Recordarás mi nombre', una adaptación de Julio Jiménez de 'Jane Eyre', de Carlota Bronte, donde representó a Orestes Rodríguez, el conductor de una adinerada casa que enamora a una de las mujeres de la familia que tiene joroba y, como contó en este espacio, “se les quedó con todo”.
No criticaba que le llegaran, por lo general, “personajes de torcido. Esta tipología mía me ha dado trabajo siempre. Claro, si fuera rubio me pagarían mejor. Somos víctimas del casting gringo, en el que el malo es el indígena, el latino, el negro”, decía.
Lo ratifica el crítico de televisión Ómar Rincón, para quien Román “fue el actor que ganó por actuación y no por rostro ni por belleza. Siempre estuvo, aparentemente por ser el feo del paseo, pero no olvidemos lo que fue su Jorge Eliécer Gaitán en la televisión, el de ‘por el pueblo y para el pueblo’, algo genial”.
Edgardo Román

Edgardo Román

Foto:archivo EL TIEMPO

Y es que este personaje convirtió a Román en un ícono. Lo hizo para El Bogotazo, de El cuento del domingo, en 1984, y contaba que cuando iba a los pueblos o salía a la calle en Bogotá, muchos mayores, “furibundos gaitanistas, me abrazaban” como si fuera el político.
Eso, como dice Dago García, vicepresidente de Producción de Caracol Televisión, se debió a su calidad actoral. “Sin duda, Edgardo Román fue un símbolo que transformó la televisión en los años 80. Hizo parte de la camada del Teatro Popular de Bogotá, de Jorge Alí Triana, que llegó a la TV de la mano del mismo Triana y que se hizo grande con directores, como Pepe Sánchez y Carlos Duplat”.
Agrega que Román y muchos de sus compañeros en ese momento, como Jorge Emilio Salazar, Diego Álvarez, Jairo Camargo y Víctor Hugo Morant, entre otros, “les dieron un vuelco a la estética, a la dramaturgia y la producción. Acercaron la televisión a la realidad, con su gestualidad y profesionalismo. Fue una generación brillante que le quitó a la actuación el acartonamiento que traía de la radio, haciendo producciones en sincronía con las problemáticas de su tiempo. Les debemos las cosas buenas que pasan con nuestra televisión hoy, tanto a nivel nacional como internacional”.
A Román, el teatro le llegó cuando estudiaba en el colegio y llevaron a los estudiantes a ver una obra. “Ahí, en esa sala, oíamos el ruido detrás de la cortina y con un compañero, nos metimos. Había gente corriendo de un lado a otro, con vasos de agua, con pelucas. Tuve una sensación rica, me gustó esa tensión que no entendía. Nos tocó salirnos porque nos pillaron, pero vimos la obra en primera fila y puedo decir que conocí el mar, gracias a los baldes de agua que echaban al escenario”.
Su primer personaje fue en una semana santa, como el Centurión. Sin embargo, su sueño era ser cantante y estuvo en varios concursos, hasta que la actuación definitivamente lo adoptó.
Cuando pasaba por el TPB se decía que quería estar allí y llegó. “Formó parte del elenco permanente –cuenta Jorge Alí Triana– y participó en muchas obras de temporadas muy largas y giras internacionales”.
Su relación fue cercana. “Lo dirigí en El Bogotazo, Maten al león, Los pecados de Inés de Hinojosa y en la obra Crónica de una muerte anunciada. Fuimos compañeros de vida y cómplices de sueños realizados. Fue un gran actor y un maestro de actores”, dice Triana.
Andrea Guzmán, precisamente, lo conoció en Crónica de una muerte anunciada, en la que también actuó Julián Román. Y se volvieron a encontrar hace dos años en la telenovela La Gloria de Lucho.
“Para mí, comenzando mi carrera, fue un regalo de la vida compartir tablas con un maestro como él, que me dio consejos y me ayudó mucho en las escenas. Como hubo giras tan largas, la relación del grupo fue muy estrecha y eso lo agradezco”.
Román actuó en más de 40 producciones de televisión, 45 películas y 20 obras teatrales.
Fue político, dictador, capataz, asesino, papá, ladrón, policía y hasta wayú en la telenovela Guajira, en la que lució con orgullo el taparrabo de los indígenas de esta comunidad. Con humor decía que amaba los chinchorros (hamacas), pero que esta prenda masculina era incómoda.
Edgardo Román y su hijo Julián, en una foto del 2005.

Edgardo Román y su hijo Julián, en una foto del 2005.

Foto:Milton Díaz. EL TIEMPO

Y por su humor lo recuerda la actriz Margalida Castro, que actuó con él en la comedia 'La posada'. “Nos moríamos de la risa con sus escenas. Yo era la protagonista, una señora que fue rica y quedó en la ruina, y alquilaba piezas a universitarias en su casa elegante, y él, el papá de una de mis inquilinas, un terrateniente que siempre le traía a mi personaje regalos como tamales y fritangas, y ella se podía morir del desespero de ver todo eso en su sala. Era tan cómica su caracterización, que a veces no podíamos grabar. Eso sí, era riguroso como el que más, llegaba con su letra aprendida”.
Castro dice que juntos también hicieron comerciales en contra del abuso a la mujer en épocas en las que no se hablaba de este tema “y ahí estaba Edgardo, con su decencia y su caballerosidad de siempre, poniendo su granito de arena”.
Agrega que “cuando se va un compañero que ha hecho tantas cosas maravillosas, llega al gran teatro del cielo para el casting celestial. Y esta vez les llegó un grande muy grande”.
Al actor lo sobreviven su esposa y sus dos hijos: Julián, que siguió sus pasos, es uno de los más importantes del país y ya tiene una carrera internacional. Y Juliana, muy cercana a su padre, que lo apoyaba a la hora de cantar.
Para Jorge Alí Triana, ayer fue uno de los días más tristes de su vida. “Se fue un ser realmente maravilloso y a estas alturas a uno le duele mucho que cada semana se le vaya un amigo”.

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