¿Qué tanto se debe transformar una obra de teatro para lograr una buena adaptación cinematográfica? Aunque la respuesta depende de qué obra se trate, lo cierto es que estamos ante dos tipos de espectáculos muy distintos, y lo que está bien en las tablas no siempre funciona en la pantalla.
Ese es el principal reto que enfrenta la legendaria Liv Ullmann, al adaptar y dirigir La señorita Julia, basada en la famosa obra del dramaturgo sueco August Strindberg.
Ullmann ha llevado la historia de Suecia a Irlanda, pero por lo demás sigue muy de cerca la pieza original. La trama se desarrolla a fines del siglo XIX, cuando la señorita Julia (Jessica Chastain), una hermosa y caprichosa aristócrata, pone sus ojos sobre un humilde trabajador (Colin Farrell).
Este, a su vez, tiene una relación indefinida con la cocinera, pero recibe con halago las insinuaciones de su ama. Pero lo que al principio parece un divertido flirteo, deriva en una trágica situación cuando ambos quedan presos de los estragos de su pasión.
La obra de Strindberg es un agudo retrato de una estructura social en descomposición, y la película trasmite plenamente esa sensación. Ullmann, una actriz de raza, ejerce una dirección escueta y deja que brille el talento del elenco, especialmente el de la magnífica Jessica Chastain.
Pero la cinta tiene dos problemas que no se pueden soslayar. El primero es la elección de Colin Farrell para representar al humilde trabajador, pues su elegancia y porte le quitan credibilidad a su personaje. El segundo son los largos monólogos que pueden resultar excesivamente farragosos para el espectador desprevenido
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