Que todos los seres humanos importan y pueden superarse si se les da la oportunidad, lo deja claro el artista Vicente José de Oliveira Muniz, Vik Muniz, en el trabajo inédito y único que realizó en Jardim Gramacho, el mayor vertedero de basura del mundo, en las afueras de Río de Janeiro, que le dio la fama mundial hace más de una década.
Allí no solo fue el gran innovador sino que la experiencia le cambió la vida a varios de los 2.500 recolectores de basura que laboraban en el lugar, pues Muniz les donó el dinero recibido por la venta millonaria de los cuadros.
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Más tarde, en 2015, con el apoyo del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) creó la Escuela Vidigal para enseñar a los niños en edad de alfabetización de la favela del mismo nombre en Río sobre arte y tecnología a través de actividades creativas.
Nacido en el seno de una familia humilde en São Paulo, en 1961, y criado en una favela, el artista comenzó como escultor en la década de los 80. Su trabajo empezó a conocerse en los 90 con las series Los niños del azúcar y Chocolate, pero su fama mundial hasta hoy es por Imágenes de la basura en 2008.
El documental Waste Land, dirigido por la inglesa Lucy Walter, sobre la experiencia de Gramacho fue nominado para el Óscar como mejor película documental en 2010 y ganó, entre otros, el Gran Premio del cine brasileño en 2012.
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En 2013 Muniz realizó una gran exposición en el museo del Banco de la República de Bogotá y en 2021, en el de la Universidad de Navarra, España, entre muchas otras.
En la actualidad investiga, con la ayuda de científicos, la forma de construir imágenes impresas a partir de bacterias y células.
Sus cuadros, hechos con todo tipo de materiales como mantequilla de maní, chocolate, jalea, tierra, azúcar, alambre, desechos y hasta caviar y diamantes, son hoy cotizados en cientos de miles de dólares.
Cuando el espectador se acerca a sus fotografías se da cuenta de que las imágenes no fueron hechas con pintura sino con esos materiales. El artista aplica en sus obras el mismo la máxima de McLuhan “el medio es el mensaje”, justificó Feitta Jarque en el diario El País, de Madrid.
“Me gusta que en mis obras el espectador entienda el proceso de cómo fueron hechas, eso le permite entrar en una relación temporal. Detesto el arte que le dice a la gente qué es lo que está viendo, qué es lo que tiene que pensar. Para mí, el artista crea situaciones, algunas más personales, otras con un significado más universal, pero, de cualquier modo, crea una relación entre la obra y el espectador. Quiero que los espectadores tengan con mi obra relaciones intensas, complejas, profundas”, le dijo el artista a Jarque.
EL TIEMPO intentó ubicarlo en Nueva York, Río de Janeiro y São Paulo y le envió mensajes de texto por tres de las más importantes redes sociales a las que está inscrito, sin éxito. No desistió ni desestimó el gran valor de su trabajo en el arte contemporáneo y decidió contar la historia de vida de este destacado y sobresaliente creador.
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Considerado como uno de los artistas contemporáneos más sobresalientes y como el latinoamericano con mayor presencia en Estados Unidos, sus trabajos están en las colecciones de los Museos Guggenheim, el Metropolitano y el de Arte Moderno en Nueva York.
También en la Galería Nacional de Arte Británico, Tate Gallery, de Londres, el Museo Whitney de arte de EE.UU, en los museos de bellas artes de Boston y Houston y de Arte Moderno de San Francisco y São Paulo, entre otros.
Además, hacen parte de colecciones particulares en Londres, Nueva York, Madrid, París y Tokio desde hace más de una década.
Su trabajo es reconocido como un ejemplo vivo de que el arte con responsabilidad social tiene la capacidad de transmitir desde el sentimiento más noble hasta la lucha más extrema. La crítica mundial lo ha calificado de “impresionante”, “excepcional”, “fuera de serie”, “único” y a Vik Muniz de “extraordinario”.
El artista terminó viviendo en Estados Unidos por accidente. A los 22 años recibió un tiro en una pierna y, con el dinero que le pagó el agresor para evitar una denuncia, compró un pasaje y se fue para Nueva York, donde vivió 6 años como ilegal, desempeñando todo tipo de trabajos humildes, y donde ha vivido por más de 35 años.
Antes de ,Chocolate y de Imágenes de la basura Muniz produjo la serie Los Niños del azúcar, que nació cuando conoció a un grupo de menores en la playa en 1996, en unas vacaciones en la isla caribeña de San Cristóbal, en las Antillas Menores.
Confiesa que quedó cautivado por la espontaneidad y amabilidad de los menores pero, impactado con el desánimo y desesperanza que transmitían sus padres, veteranos y mal pagos trabajadores de las plantaciones de caña.
Al llegar a Nueva York reprodujo, en azúcar, sobre un papel negro, las fotos instantáneas que había tomado de los niños. Los cristales representaron el papel esencial del azúcar en la vida de los menores y, desde entonces, el material que utiliza en sus obras tiene una estrecha relación con los personajes de las fotografías. El empleo de materiales marcó, desde entonces, una tendencia creciente en sus obras. Por eso, para Muniz cualquier material cuenta con potencial de convertirse en arte y de transformar la forma como las personas ven el mundo. Ha explicado que busca tender un puente entre el material empleado y la imagen que representa y perpetuar, en la fotografía, el carácter efímero de los materiales utilizados.
La serie Imágenes de la basura, que lo convirtió en un artista universal, no sólo revolucionó el arte y le imprimió solidaridad y humanidad sino que produjo un importante cambio social, que se prolonga hasta hoy con el proyecto de la Escuela Vidigal.
“No creo en el arte que se origina en una idea o un mensaje político y luego se vuelve arte. Pensar en hacer arte para defender a los oprimidos, no es hacer arte, es hacer política. Si en el camino de hacer arte, se puede transmitir un mensaje político, eso es otra cosa”, dijo Muniz en una entrevista con el diario La Nación de Buenos Aires.
“Me gusta que en mis obras
el espectador entienda el proceso de cómo fueron hechas, eso le permite entrar en una relación temporal”.
Por dos años Muniz se internó en Gramacho, clausurado en 2012 después de 35 años de existencia, y consiguió que, por lo menos, media docena de recolectores de basura comenzaran una nueva vida después de esa experiencia.
Escultor, pintor, dibujante, fotógrafo, director de cine, escritor, activista social y embajador de buena voluntad de la Unesco desde el 2011, entre otras cosas, el artista trabajó con fotografías de los recolectores en gran formato y les encomendó decorarlas con los deshechos que encontrarán en la basura: plásticos, botones, tapas de cerveza, botellas, latas, con lo que quisieran. Después, fotografió ese trabajo, lo imprimió en grandes fotos y el resultado fue extraordinario.
Algunas de las fotos de Imágenes de la basura no solo se vendieron en subastas millonarias en Londres, sino que se exhibieron en exposiciones en diferentes ciudades del mundo.
“Trabajo mucho con temas en torno a íconos, asuntos de género y con la familiaridad del público con ciertas imágenes. Yo hago siempre la mitad de la obra, la otra mitad la pone el espectador y su proceso al ver la pieza. Procuro que haya una interactividad dirigida hacia el bagaje visual del espectador. Íconos o arquetipos. Que tenga la impresión de haber visto eso antes y encontrar a su vez algo distinto en ella”, dijo en otra entrevista con El País, de Madrid.
Para el artista, crear algo novedoso no debe nacer de la ambición de un artista. El arte le da significado a la vida, afirma, porque ofrece una visión única del mundo y enseña a las personas a ver e interpretar mejor sus realidades.
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Muniz ha participado en más de 70 exposiciones individuales y en más de una centena de exposiciones colectivas en todo el mundo.
“Es un artista tan completo y que toca tantos temas y técnicas a la vez, que genera obras que parecen imposibles de realizar”, afirma un ensayo sobre su trabajo de la Universidad de Palermo (Italia).
En su proceso de creación, también se ha apropiado de las imágenes de otros artistas de renombre como, por ejemplo, de Leonardo da Vinci, al crear, con jalea y mantequilla de maní, su Doble Mona Lisa, de 1999.
Ha retratado a Frankenstein con caviar; a Elizabeth Taylor, con diamantes que le prestó un amigo coleccionista y dibujó a Marilyn Monroe con chocolate líquido y vendió esta obra por 300.000 dólares en Sotheby’s.
También expuso una foto del influyente pintor y principal exponente del expresionismo de Estados Unidos, Jackson Pollock (1912-1956), a base de chocolate; una Medusa de Caravaggio reproducida con espagueti y tomate; una Venus de Botticelli hecha con chatarra y muchos otros.
En el 2015 dirigió el documental Más que un balón, sobre el fútbol alrededor del mundo, en el que creó una instalación con 10.000 pelotas en el Estadio Azteca de México. También ha construido geoglifos, obras hechas con excavadoras sobre tierra en una mina en Brasil, a escala kilométrica.
Para Vik Muniz, que se considera transgresor divertido pues disfruta su trabajo, “el conocimiento es una cuestión de higiene. Cada vez que algo está muy claro es porque se ha apoyado en un fondo infinito de oscuridad y confusión y esa, precisamente, su belleza”.
GLORIA HELENA REY
PARA EL TIEMPO