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Arte y Teatro

Milton Díaz, el fotoreportero que llegó al conflicto por casualidad

Futuro Incierto. Corregimiento Puerto Vega (Puerto Asís – Putumayo) septiembre 21 de 2001.  Un niño juega en el piso de un local donde un guerrillero de las Farc presta guardia al rio,  Puerto Vega.

Futuro Incierto. Corregimiento Puerto Vega (Puerto Asís – Putumayo) septiembre 21 de 2001. Un niño juega en el piso de un local donde un guerrillero de las Farc presta guardia al rio, Puerto Vega.

Foto:Milton Díaz / EL TIEMPO

Este reportero gráfico de EL TIEMPO jamás imaginó recorrer el país mientras se cubría de las balas.

"Aprendí de periodismo mirando, leyendo y acompañando a los periodistas que salían a hacer notas. Los editores me guiaban y me decían más o menos por donde debía enfocarme", confiesa Milton Díaz, uno de los fotógrafos del periódico EL TIEMPO que más cerca vivió la violencia del país, hace 20 años.
Se dio cuenta que su vida estaba ligada con las fotos, razón por la que dejó la universidad cuando estaba a mitad de su carrera.
Gracias a esa decisión hoy en día tiene diversos premios de fotoperiodismo e incluso, en el 2014, fue el ganador de un concurso del Centro Nacional de Memoria Histórica que premiaba a los fotoreporteros que hubieran cubierto el conflicto armado en Colombia.

¿Desde qué año empezó a cubrir el conflicto a través del fotoperiodismo?

Inicié a trabajar como fotógrafo de EL TIEMPO el 15 de diciembre de 1997, en turno nocturno.
Mi primer cubrimiento de un enfrentamiento fue apenas dos meses después de mi ingreso, en febrero del 98. Eran unos combates muy fuertes, una toma guerrillera, en el Caguán, en el Caquetá. Del periódico necesitaban enviar a fotógrafos con experiencia así que en esa ocasión mandaron a Miguel Meléndez, pero también requerían a alguno que fuera junior y me dijeron: “vaya usted”, en ese momento no había cubierto ni una pedrera en la Universidad Nacional.
Mi jefe de ese momento, Andrés Agudelo, me dijo: “usted se queda solo en Florencia y todo lo que sea peligroso que lo haga Miguel”. Viajamos con dos periodistas con experiencia: Luis Miño y Alirio Bustos.
Me quedé en Florencia y con Miño vimos que había un grupo de desplazados en Cartagena del Chairá. Cuando fuimos a entrevistarlos, nos contactó alguien que se identificó como miembro de las Farc y nos dijo que si queríamos ir al sitio de los combates. Así fue.
Nos pasó por detrás de un retén del Ejército y después de cuatro horas en lancha llegamos a un sitio que se llama Las Animas. Ahí nos bajamos, cogímos otra lancha más pequeña y luego fueron otras cuatro horas más caminando hasta que llegamos a El Billar, donde había sido todo.
Sin preparación de nada, nos encontramos con unos colegas de CM& y del noticiero Hora Cero. Eran cerca de las tres de la tarde, al lugar ya había llegado el Ejército a recoger los cuerpos de los soldados muertos.
En ese momento supimos de un grupo de soldados que se había quedado sin munición y las Farc iba persiguiéndolos. No tuvieron opción, se entregaron y salió la primera lista de 27 soldados de los 43 que quedaron secuestrados en esa época.
Eso era una primicia y, como no había celulares ni Internet, Miño decidió devolverse con los nombres al pueblo para hacer llegar esa información al periódico, mientras yo seguía en El Billar.

¿Cuántos años tenía en ese momento?

25. Daba un poco de miedo la situación pero la adrenalina era más fuerte. Me encantó hacer ese tipo de cubrimientos por los sitios que conocí, parajes que en la vida pensé visitar. Gracias a eso conocí todos los departamentos del país, hasta los que nunca nadie va.

¿Especialmente qué zonas cubrió?

Toda la parte selvática del Caquetá, del Putumayo, los Llanos Orientales. En general el suroriente y suroccidente del país.
Naturaleza Muerta. El Carmen (Norte de Santander) 12 de febrero 1998. Un campesino en su barca observa el daño al río Simaña por el derrame de 18.500 galones del crudo, debido al atentado contra el oleoducto Caño Limón-Coveñas.

Naturaleza Muerta. El Carmen (Norte de Santander) 12 de febrero 1998. Un campesino en su barca observa el daño al río Simaña por el derrame de 18.500 galones del crudo, debido al atentado contra el oleoducto Caño Limón-Coveñas.

Foto:Milton Díaz / EL TIEMPO

¿Cuál era la orden que le daban sus jefes para ir a tomar las fotos?

Tratábamos de cubrir el 100 % de todo. Víctimas, victimarios, desplazados, muertos. Imágenes de todo por igual. Aquí en Bogotá decidían qué se publicaba y qué no.
Cuando estábamos en el monte nos demorábamos hasta dos o tres días en ver los periódicos, así nos enterábamos de qué foto habían elegido.

¿Cómo eran las jornadas para salir a cubrir alguna masacre o atentado?

Nos avisaban y de inmediato debíamos alistar todo e irnos. A veces se viajaba por tierra cuando no había tiquetes de avión. Eran jornadas de muchas horas manejando. Nos daban un fondo de dinero y con eso nos defendíamos todos. Nos desplazábamos como tocara, el carro nos llevaba hasta cierto sitio y después podía ser lancha, buses o lo que fuera.
Cargaba dos cámaras de negativo, (con 15 o 20 rollos), cuartos oscuros manuales y los químicos necesarios para revelar las imágenes. Para eso debíamos calentar los químicos en una estufa y encerrarnos en los baños o debajo de varias cobijas para que las fotos no se fueran a dañar.

¿En dónde se quedaban?

En donde fuera. Alguna vez me quedé en un burdel porque no había donde más donde dormir. Otra vez en un pueblo, el dueño de la única tienda grande que había nos tiró unos colchones en el piso y nos prestó unas sábanas para dormir.
Franco-Tirador. Guayabetal (Meta) 15 de enero de 2000.  Soldados profesionales de la Fuerza de Despliegue Rápido intercambian disparos contra guerrilleros

Franco-Tirador. Guayabetal (Meta) 15 de enero de 2000. Soldados profesionales de la Fuerza de Despliegue Rápido intercambian disparos contra guerrilleros

Foto:Milton Díaz / EL TIEMPO

¿Cómo era el proceso para revelar las fotos y enviarlas al periódico?

Había un scanner gigante y un computador portátil grandote, era lo más moderno de la época. Con un módem se pedía una línea para llamar a Bogotá, sonaba como un Fax. Alguien en el periódico se conectaba y recibía la foto.
Lo que hoy en día se hace presionando un botón en Internet, en ese momento se demoraba cuatro cinco minutos por foto.

¿Cómo era la seguridad que usaban para ir a cubrir estos eventos?

No teníamos chaleco ni cascos. Veíamos a los de agencias internacionales que siempre viajaban con todos esos implementos y nosotros no, nunca. Ningún medio nacional estaba preparado en esa época para eso. Solo nos poníamos un chaleco representativo de cada medio. No había mucha experiencia.

¿Habló con paramilitares o guerrilleros para pedir permiso y hacer su trabajo?

Con guerrilleros vestidos de civil pero que se identificaban como pertenecientes a la guerrilla. En alguna ocasión, en Yopal, estábamos con un compañero en el hotel y por la noche llegaron unos tipos en moto y nos dijeron: “Mejor que se vayan de acá”, mientras nos amenazaban con arma en la mano. Nos tuvimos que ir de inmediato.
Vuelo a la Libertad. La Macarena (Meta) 29 de junio de 2001.  Escenas de júbilo y grito de felicidad se ven en el avión que lleva  a policías y soldados, secuestrados por las Farc, de regreso a la libertad.

Vuelo a la Libertad. La Macarena (Meta) 29 de junio de 2001. Escenas de júbilo y grito de felicidad se ven en el avión que lleva a policías y soldados, secuestrados por las Farc, de regreso a la libertad.

Foto:Milton Díaz / EL TIEMPO

¿Cuál fue el momento en el que sintió más miedo?

En los momentos en los que se escuchaban los disparos. En el Billar, por ejemplo, caí en arena movediza, en un sitio como de unos 20 metros de profundidad, era un sitio pegado a una cañada y nos fuimos pegados a las raíces de los árboles. Me hundí como hasta la cintura pero me sacaron. Estábamos a unos 200 metros de donde habían empezado los combates.
Entre los nervios y el desespero nos empezamos a reír, y soldados del Ejército que estaban por allí pensaron que éramos guerrilleros que nos estábamos burlando de ellos y de los soldados que acababan de matar.
En ese momento comenzamos a sentir disparos, las balas pegaban contra los árboles, fueron varias ráfagas. Entonces empezamos a gritar: “¡No disparen que somos periodistas!” y nos decían: “¡Déjense ver!”, y nosotros no nos podíamos mover.
Lo que hicimos fue levantar los chalecos mientras seguíamos gritando que por favor no nos dispararan.
Los soldados se cercioran de que no éramos guerrilleros camuflados y nos pidieron disculpas.

¿El tema de ver muertos, sangre, despedazados, le generó algún impacto?

Inicialmente lo que más me impactó fue la cantidad y la descomposición. Cuerpos que llevaban días abandonados, cubiertos de gusanos, era terrible.
Cuando pasaba el tiempo y la adrenalina mi cuerpo respondía. En una ocasión vomité. Siempre sentí mucho respeto a los muertos, los heridos, los familiares.
Zona Distención. San Vicente del Caguan (Caquetá – Colombia) enero 27 de 2012.  Un bus de trasporte público de pasajeros conocido como ‘chiva’ adelanta un tanque de combate del ejército Colombiano.

Zona Distención. San Vicente del Caguan (Caquetá – Colombia) enero 27 de 2012. Un bus de trasporte público de pasajeros conocido como ‘chiva’ adelanta un tanque de combate del ejército Colombiano.

Foto:Milton Díaz / EL TIEMPO

¿En qué universidad estudió?

En la universidad de la vida, mi cercanía con la fotografía es completamente empírica. Estudié Ingeniería electrónica y las cosas de la vida me llevaron a esta profesión.
Cuando estaba estudiando electrónica trabajaba en un laboratorio de fotografía en el Barrio Niza, en el norte de Bogotá. Ahí cerca vivía Javier Rojas, uno de los editores de fotos de EL TIEMPO.
Cuando decidieron sacar el primer libro de fotografías del periódico, en el 94, llegó al laboratorio porque necesitaba imprimir unas fotos. Le ayudé y como vio que en menos de un par de horas ya había terminado, le gustó mi trabajo y siguió yendo a que le colaborara.
Coincidencialmente, por esos días se le acababa el trabajo a la persona que trabajaba en el laboratorio de fotografía del periódico y Javier fue a ofrecerme el puesto.
Decidí dejar la universidad por un tiempo, pero en realidad no volví nunca, me dediqué de lleno a la fotografía.
Trabajando en EL TIEMPO me gané el premio nacional de periodismo ambiental en el 98 y unas becas para estudiar en la Escuela de periodismo de Gabo.

¿Qué es lo mejor de ser fotoperiodista?

Las fotos. Me he ganado 14 premios de fotografía gracias a esta hermosa profesión.
2 Simón Bolívar, 2 CPB, 1 Álvaro Gómez y otros de la UNICEF. Las personas que he conocido gracias a este trabajo también son increíbles.

¿Su trabajo como periodista ha aportado a la construcción de memoria histórica?

Sí, yo creería que todos los periodistas que cubrimos este tipo de situaciones aportamos muchísimo porque o sino hoy en día los jóvenes no sabrían qué pasó hace 20 años y no sabrían de los combates, de lo terrible que era.
ANA GONZÁLEZ COMBARIZA
ELTIEMPO.COM
Twitter: @Combariiza
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