Tras la variedad de herramientas tecnológicas presentes en buena parte de las producciones artísticas actuales, resulta refrescante presenciar cómo la disciplina y el rigor que exige el manejo de técnicas tradicionales son puestas al servicio del arte contemporáneo.
Hacer del legado de la historia un instrumento para la exaltación del presente es un riesgo que pocos corren. La muestra ‘Colõrem Echinometra’, en exhibición en el espacio La Casita, ubicada en el barrio El Polo, de Bogotá, es uno de esos casos que deja percibir la sincronía entre dos de las técnicas narrativas por excelencia para el arte: el dibujo y la fotografía.
Dibujar pequeño y ampliar grandes fotografías sería un camino comprensible para alguien como el artista caleño radicado en Francia Miguel Böhmer, quien cuenta con una maestría en nuevos medios.
Pero Böhmer prefirió instalar 2.340 unidades de pequeños círculos de erizos utilizando fotografía en color, mientras que, en contraste, dibuja con lápices de colores en formatos superiores a los 2 metros, lo que requiere una increíble dedicación y minucioso cuidado, posible solamente para quien maneja la técnica.
Una sutileza y precisión que, para él, ha sido por años como una obsesión, y que se insinuaba desde que llevó cráneos y animales salvajes a proporciones inmensas en grandes telones.
Así, la capacidad de entrelazar realidades se mantiene como constante, evidenciando cómo desde la fuerza del arte contemporáneo puede haber un rescate de medios y formas que permiten algo que aun pareciendo básico cada vez es más frecuente que se pase por alto: el placer de lo estético.
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