“Yo tomé una de las fotos de las siluetas de los cargadores de muertos”, dice Milton Díaz, el fotógrafo de EL TIEMPO que le pide a Beatriz González que se pare para hacerle un retrato con sus Auras anónimas de fondo. El miércoles 6 de octubre fue el lanzamiento del libro que recoge textos y fotografías sobre esta obra fundamental y monumental de la memoria colectiva colombiana.
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Los columbarios del Cementerio Central, la base física de Auras anónimas, han sido objeto de debate durante los últimos veinte años. Primero iban a ser derribados, pero fueron declarados patrimonio, y Beatriz González –con el infatigable aliento de Doris Salcedo– lanzó una propuesta para intervenirlos artísticamente y evitar que los demolieran.
En el 2002 Antanas Mockus mandó a escribir una leyenda simbólica que arropaba el cementerio: ‘La vida es sagrada’. Los columbarios –que fueron construidos para recibir los muertos del ‘Bogotazo’– tuvieron una primera intervención de Víctor Laignelet, y luego, tras una epifanía en una noche de luna llena en la que venía del aeropuerto y vio la belleza del sitio, Beatriz González llenó las lapidas con las siluetas terribles de los cargadores de muertos en 2009. Su obra se convirtió en un reclamo incesante para la memoria del país; es imposible no verlos desde la calle 26 y ser indiferente. Son los desaparecidos. Son los muertos sin tumba. Son los muertos que dejaron la guerrilla y los paramilitares. Son los muertos del narcotráfico. Son los muertos de la guerra.
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Milton Díaz recuerda el origen de la silueta que nació de su foto: la batalla de la quebrada del Billar, el peor revés de las Fuerzas Armadas de Colombia. La guerrilla de las Farc emboscó a un grupo contraguerrilla y asesinó a 64 soldados, 19 quedaron heridos y 43 fueron secuestrados. Milton llegó al lugar luego de dos días de travesía por río y seis horas de caminata del corregimiento de Peñas Coloradas en el Caquetá.
Tomó la foto en una casa donde había tres muertos y los estaban llevando con los otros. Todo pasó muy rápido. Milton recuerda los 64 cuerpos apilados y los helicópteros del Ejército. Se los llevaron en menos de cinco minutos. Y cuando se fueron quedó el olor de la muerte, el horror, el terrible horror de la guerra.

Incluso en ruinas, la obra de González es gloriosa: invita al duelo y a la reflexión.
Milton Diaz- EL TIEMPO
Los espectadores de Auras anónimas hemos atestiguado su belleza, su belleza misteriosa desde la distancia y con la barrera de las rejas siempre cerradas de los columbarios del Cementerio Central
En uno de los textos del libro, el curador mexicano Cuauthemoc Medina habla de la extraña contemplación que ofrece Auras anónimas. En los últimos años, la obra tuvo que resistir el intento del exalcalde Peñalosa de demolerla para construir un parque recreativo. Finalmente –tras una batalla heroica de la maestra y de varias personas que entendieron la dimensión de la obra– los columbarios no quedaron convertidos en polvo y las Auras anónimas –tras ser declaradas Bien de Interés Cultural Nacional en 2019– se mantienen en pie como un reclamo mudo de la memoria; pero también no ha llegado el dinero para ser restauradas y hay una cinta amarilla que impide el paso. Se puede ver siempre de lejos.
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“Los espectadores de Auras anónimas hemos atestiguado su belleza, su belleza misteriosa desde la distancia y con la barrera de las rejas siempre cerradas de los columbarios del Cementerio Central. Esa clausura no deja de tener ventajas: los espectadores de la procesión de íconos que Beatriz González hizo imprimir con serigrafía en las lápidas de los 8.957 nichos que constituyen Auras anónimas, es coextendida con la imagen de la hierba crecida en torno a una ruina memorable”, escribe Medina.

Vista aérea de los columbarios, en el Cementerio Central, sobre la calle 26.
Óscar Monsalve
En ruinas –incluso en ruinas– la obra de González es una ruina gloriosa. Y tiene una belleza que solo tienen las grandes obras de arte: es atemporal. El libro tiene fotos de Óscar Monsalve, textos de Medina, Jorge Orlando Melo, Rubén Chabaco, una juiciosa cronología de Natalia Gutiérrez, y un texto de la maestra, que en su momento publicó en EL TIEMPO, con la historia personal de la obra.
José Darío Antequera, director del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, el edificio que está junto a los columbarios, aprovechó el lanzamiento del libro para resaltar el compromiso de su institución para la conservación del monumento y, de paso, anunció una buena noticia: Doris Salcedo también hará una obra en ese espacio.

Las siluetas de los cargadores de muertos fueron impresas con serigrafía en 8.957 lápidas.
Óscar Monsalve
Fernando Gómez Echeverri
Editor de Cultura
En Twitter: @LaFeriaDelArte
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