El premio Pritzker de arquitectura no fue para ningún estudio radicado en Nueva York, Londres o Tokio. El ganador de la 39.ª edición o, mejor, los tres ganadores viven y trabajan en Olot, una pequeña población de 34.000 habitantes, una hora y media al norte de Barcelona.Olot se encuentra en medio del parque natural de La Garrotxa, una zona boscosa que, por estas rarezas de la geología, también cuenta con varios volcanes activos.
En este pueblo, el premiado estudio RCR trabaja y crea en una antigua fundición que ha sido reconvertida en un amplio loft de cristal, rodeado de un amplio jardín que recuerda a los bosques cercanos. Ellos han elegido Olot por un motivo sencillo: Carme Pigem y Rafael Aranda nacieron allí, mientras que el tercer socio, Ramon Vilalta (marido de Carme), nació en Vic, ciudad a mitad de camino hacia la capital catalana.
Los tres profesionales egresaron en 1987 de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura del Vallès, de la Universidad Politécnica de Cataluña, y decidieron fundar el estudio, que comenzó diseñando sencillas casas unifamiliares para los vecinos de su localidad.
Para evidenciar su buena sintonía, lo bautizaron con las iniciales de sus nombres de pila: RCR. “Elegir Olot no ha sido nada forzado. Este es el pueblo donde nacimos y aquí volvimos tras acabar los estudios. Ha sido como volver a casa”, dice Pigem.
Además, afincarse en este pueblo ha servido para enfocarse en el trabajo y aislarse de las competencias profesionales que pueden darse en las grandes ciudades. “El entorno de La Garrotxa nos ha facilitado mucho las cosas”, añade.
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A lo que se refiere ella es al diálogo que, consideran, debe tener la arquitectura con el paisaje. La paz de los bosques, la uniformidad de los sembradíos y la vida pueblerina que contrastan con los temblores y la furia que pueden despertar los conos de lava. “La naturaleza es una fuente de creación inagotable –celebra ella–; y si a eso le sumas lo que ha hecho el hombre, tienes en tus manos un repertorio que no cesa”.
“Nos gusta que la arquitectura sea para las personas, por eso buscamos una relación fuerte con el entorno, porque es el lugar donde las obras tienen que traspasar”, señala la arquitecta.
Usar la naturaleza como materia prima ha sido uno de los puntos destacados por el jurado del premio Pritzker en su fallo, en el que resaltó “el compromiso con el lugar y su narrativa” y cómo unen “el paisaje y la arquitectura para crear edificios que están íntimamente conectados con el tiempo y con el espacio”.
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Esta conjunción se ve en sus trabajos: cuando se contempla un edificio diseñado por RCR pareciera que se confunde con el paisaje. Por ejemplo, el restaurante Les Cols (también de Olot, que ostenta dos estrellas Michelin) es una antigua casa rural remodelada, con nuevos pabellones que juegan con la luz del sol y con estancias de acero abiertas al paisaje. O las bodegas Bell-Lloc (Palamós, Cataluña), donde pareciera que el bosque crea túneles rectilíneos por medio de duros paneles de acero.
En las creaciones de estos arquitectos se usa piedra sin desbastar, hormigón visto, acero y grandes superficies de vidrio. La sutileza, la elegancia y el diálogo con la naturaleza son sus puntales; en sus trabajos se plantea una cáscara exterior de tintes duros, pero el interior es frágil y transparente, una dicotomía que se exhibe en la hermética armazón de acero oxidado del Museo Soulages (Rodez, Francia), dedicado a la obra de Pierre Soulages, uno de los pintores franceses más cotizados.
Este sello de RCR también se ve en la Casa Horizonte (cerca de Olot), el estadio de atletismo Tussols-Basil (también en su ciudad natal), la biblioteca Joan Oliver (Barcelona) y el nuevo restaurante Enigma, de Albert Adrià, hermano del famoso chef Ferran Adrià, en Barcelona.
Si se permite la analogía, RCR recuerda a esos famosos chefs que prefieren las materias primas de las cercanías, para presentar platos que pueden dar la vuelta al mundo. “Trabajamos de esa manera porque la arquitectura parte de conceptos y con la actitud que se tiene ante el proyecto. Esta manera local de entender la arquitectura permite que puedas trabajarla en distintas localizaciones”, precisa la profesional galardonada.
RCR no se limita a trabajos en la geografía española. Actualmente tienen una gran cantidad de trabajos inaugurados y otros en desarrollo en el exterior, como el Museo Soulages (Francia), la mediateca Waalse Krook (Gante, Bélgica), el complejo cultural de Ile Seguin (París, Francia) y un centro educativo en Dubái, entre otros.
Sobre su método de trabajo, Pigem anota en medio de risas que parecen una banda de jazz: “El jazz se basa en la improvisación y la energía. Uno sigue un tema, otro lo retoma, y se va improvisando. No es que la arquitectura sea improvisación, pero nuestro proceso creativo funciona así”.
La naturaleza es una fuente de creación inagotable –celebra ella–; y si a eso le sumas lo que ha hecho el hombre, tienes en tus manos un repertorio que no cesa
En esta tormenta de ideas entre Pigem, Vilalta y Aranda no hay roles preestablecidos ni funciones que pesen más que otras. “Somos tres personas distintas, y no tenemos asumido ningún papel a priori”, comenta.
La singularidad en cada edificio, la huella que cada obra deja impregnada en el entorno, es otra de sus claves. Pigem ve con preocupación cómo la globalización tiende a uniformar, a que las grandes ciudades, en su afán de competencia por aparentar un mayor desarrollo, terminen siendo todas iguales. O sea, cuando hay posibilidad de una reforma urbanística, se levantan grandes torres de cristal que da igual que se encuentren en Nueva York, Río de Janeiro o Hong Kong. Eso sin mencionar cómo las grandes marcas de ropa o tecnología compran edificios emblemáticos para montar sus tiendas, y así los centros de comercio de México, Ámsterdam, Ciudad del Cabo y Estambul son cada vez más parecidos.
“Cada persona, cada lugar, cada ciudad tiene que encontrar su propia idiosincrasia, su manera de expresarse. Cuando viajabas te gustaba descubrirlo, pero ahora ves las mismas cosas. Se repiten las estructuras de las ciudades”, analiza la experta, quien rescata el valor de la diferenciación en la arquitectura.
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“Cada edificio y ciudad tiene que encontrar su propia manera de entender la cultura, el clima, su sentido de pertenencia –añade–. Y no por eso deja de hablarle al mundo. No hace falta que yo hable su idioma para conocerlo y amarlo”.
En su opinión, la arquitectura española “ha tomado un papel importante a escala mundial, y es una pieza clave del panorama internacional”. Un factor fundamental para su proyección, afirma, ha sido la crisis financiera que sacudió a España desde el 2007 hasta hace poco. Esta recibió la onda expansiva de la crisis de las hipotecas basura de Estados Unidos e impactó fuertemente en la construcción.
El pinchazo de la burbuja inmobiliaria ha llevado a un derrumbe de los precios de las viviendas, al frenazo de las obras públicas y al crecimiento del desempleo en la profesión. “En el momento en que España entró en recesión, por suerte hemos tenido varias obras en el exterior”, dice. Esta alternativa fue seguida por otros estudios y permitió que la arquitectura española fuera conocida en el resto del planeta.
Aunque ganaron el prestigioso premio Pritzker, ella considera que la rutina sigue más o menos igual a cada día, aunque reconoce que la exposición mediática “ha sido una avalancha total, pero fantástica”.
Los socios del estudio RCR quieren que la arquitectura también se integre con la gente, y para ello han creado el Laboratorio Barberí, una fundación “para estimular la valoración de la arquitectura y el paisaje” y, de paso, también las artes y la cultura en general.
Para ello, describe Pigem, organizan cursos y talleres, que no solo se dirigen a profesionales, sino a cualquier persona interesada en esta profesión y su legado. “Buscamos que la gente valore socialmente la arquitectura, que vea cuán importante es para su vida. Este es el espacio donde desarrollan sus vidas, y buscamos que tomen conciencia, que la amen y que ayuden a levantar el nivel arquitectónico”, subraya.
Para ello, los cursos y seminarios que brindan buscan la transversalidad, “porque la arquitectura no es un arte aislado, sino que tiene relaciones muy importantes con otras disciplinas”. En ellos, los que dicen ser ajenos a esta profesión “se plantean preguntas y encuentran respuestas que no se hubieran imaginado; abrir la mente siempre es positivo”.
Esta filosofía de expandir el conocimiento al público en general tiene que ver con el objetivo que, en RCR, consideran que debería tener la arquitectura: “Es para hacer espacios de gran calidad, de manera que la gente mejore su calidad de vida”.
–¿Y para qué no debería servir la arquitectura?
–Para servir a los agentes económicos a enriquecerse –remata Pigem.
JUAN PEDRO CHUET-MISSÉ
Especial para EL TIEMPO
Barcelona (España)