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Arte y Teatro

Jaime Manzur: el hombre que narró el arte con los hilos

Con sus marionetas, el maestro Jaime Manzur les enseñó a los niños de ópera y zarzuela, y sobre el bien y el mal.

Con sus marionetas, el maestro Jaime Manzur les enseñó a los niños de ópera y zarzuela, y sobre el bien y el mal.

Foto:Foto: Milton Díaz. EL TIEMPO

Murió el 10 de noviembre, en Bogotá, el actor, bailarín, escenógrafo, director y titiritero.

Olga Lucía Martínez
La casa de la Fundación Jaime Manzur, en Chapinero, en Bogotá, es un universo aparte, un lugar de sueño y fantasía, un escenario con características de Liliput.
Entrar allí devuelve a la infancia, manda a la nostalgia de los primeros años. En vitrinas están marionetas de la India, de China, de varios países de Europa y de América, y parece que estuvieran a punto de hablar y contar historias.
Esas marionetas eran el gran tesoro del maestro Jaime Manzur, al igual que los espectáculos de ópera y zarzuela que realizaba con la fundación que llevaba su nombre.
Y siempre en el arte, el domingo pasado, mientras se presentaba en el teatro Colsubsidio una función de La leyenda del beso, que hacía parte de la temporada de este año, se sintió mal.
Francisco Piedrahíta, su amigo desde hace 40 años y subdirector de la Fundación Jaime Manzur, contó que sobre las 4:30 p. m. empezó a sentir un fuerte dolor en la espalda mientras terminaba los detalles de la presentación de las 5 p. m.
“Inmediatamente busqué a su médico y en la ambulancia disponible en el teatro lo llevamos a la clínica Marly”. Agregó que se le reventó un aneurisma, sufrió varios infartos y, sobre las 11:30 p. m., falleció.
Jaime Manzur Londoño había nacido en Nueva Guinea en 1937. Hijo de colombiana y libanés, en su casa siempre hubo una mamá, Cecilia Londoño, que les dio a sus hijos, además de grandes dosis de amor, muchas más de arte y cultura.
El maestro contaba que ella no solo les leía cuentos, también los actuaba. De ahí que los tres Manzur (su hermano David es uno de los más importantes pintores colombianos y su hermana Sara se dedicó a la literatura) tuvieron el arte como sentido de la vida.
La familia vivió, además, un tiempo en España y, posteriormente, se trasladó a Colombia, específicamente a Armenia, ciudad a la que llegaron inicialmente los Manzur cuando regresaron al país.
Además del dolor personal por la partida del maestro, Piedrahíta expresa: “Siento dolor de patria, porque Colombia no sabe lo que perdió”.
Y recuerda que lo acompañó en su trayectoria. “Comenzamos con el ballet, luego las marionetas y la ópera y la zarzuela. Le di siempre el apoyo que necesitaba como ser humano y persona”.
Resalta, especialmente, “su afán de trabajar por los colombinos y con colombianos. Siempre decía que si para sus temporadas de ópera y zarzuela le traían a un extranjero por requisito de las entidades que lo apoyaban, lo acogía, pero que su deber era darle espacio en su pequeña compañía a la gente de aquí, para que pudiera desarrollar su arte”.
Manifiesta que el maestro era, además, un perfeccionista consumado. “Cuando sintió el fuerte dolor se encontraba haciendo correctivos del espectáculo, de cosas que no le habían gustado mucho en el ensayo. Siempre les decía a sus artistas que no olvidaran que el público paga una boleta y la obligación del equipo es responder de la mejor manera a ese público”.
Manzur vivió con un principio: “Las cosas deben ser correctas. Tengo más el deber intelectual que la misma plata. Me encanta la disciplina, para mí eso es la base de la vida, me gusta mucho evitar lo incorrecto”, dijo en una entrevista.
Piedrahíta era parte fundamental de la fundación y de la casa del barrio Chapinero, un lugar que fue perdiendo su brillo por estar cerca de la avenida Caracas.
Esa casa era el lugar donde, agrega el maestro David Manzur, su hermano, “les enseñó con marionetas a varias generaciones de niños la dimensión visual en el arte, la música, la ópera, la ecología”.
El artista, residente en Barichara, agregó que por supuesto le duele la muerte de su hermano, pero no está tan triste “porque Jaime siempre hizo muy bien su trabajo. Siempre soñó con que sus marionetas dieran muchas enseñanzas, y lo pudo realizar, y por eso a uno le queda esa alegría”.
Piedrahíta ratifica lo anterior: “En esa casa que creó con tanto amor y cariño, los niños aprendieron de literatura infantil y universal; sobre el bien el mal, sobre la naturaleza. Para él fue muy importante formar público, y lo logró”.
Manzur creó, dirigió y codirigió diferentes agrupaciones líricas, folclóricas y teatrales, entre ellas el Ballet Clásico de Medellín, el Ballet Clásico de Armenia, la Agrupación Lírica de Armenia, el Ballet Folclórico de Cundinamarca, el Ballet Teatro Colón, la Fundación Amigos del Arte, el Ballet Jaime Manzur, la Fundación Prolírica de Antioquia, la Compañía de Ópera y Zarzuela Jaime Manzur y su propio teatro de marionetas.
Fue un bailarín reconocido, pero tuvo que dejarlo porque en 1975 se lesionó la columna. “Eso sí, no dejo de bailar, ahora lo hago con el alma”, decía.
En más de 65 años de carrera, el maestro contaba que se sentía muy orgulloso de que el desaparecido Almanaque mundial (libro de consulta que se publicaba físicamente cada año hasta que llegó la tecnología) le había dedicado tres páginas a su trayectoria en su edición de 1977.
Además, en 1984, la Unesco le otorgó una beca de investigación escénica en Londres, Roma, Madrid y París, y dos años después le dio otra para ampliar sus conocimientos escénicos en Yugoslavia y Rusia, entre otros.

Eso sí, no dejo de bailar, ahora lo hago con el alma

En este recorrido recibió un reconocimiento en Hungría y Rumania por su presentación en marionetas del montaje Cumbia de Colombia.
Su amor por la zarzuela hizo que en 1985, la Unión Musical Española le confiriera el título de Abanderado de este género.
En el país, Manzur recibió de la Alcaldía de Bogotá, en 1992, la medalla al mérito por su “trayectoria en bien de la cultura distrital y colombiana” y diez años después le otorgó el premio Vida y Obra. En 1997, en sus 45 años de vida artística, el Gobierno Nacional también lo condecoró.
Su teatro de marionetas era una suerte de universo en el que el escenario subía, bajaba o se hundía según las necesidades, y en la tras escena estaban quienes movían los hilos (él, entre ellos) y todo el vestuario que había que cambiar durante las presentaciones.
Allí, los niños eran los reyes. Sentados en pequeñas sillas, el maestro pedía que los papás se hicieran en la parte de atrás para que ellos pudieran interactuar y conocerse.
Tenía, mal contadas, más de 600 marionetas, muchas compradas en otros países y también un buen número hechas por él.
Su hermano David cuenta que no jugaron mucho por la diferencia de edades. “Yo soy 10 años mayor y mientras Jaime siempre estuvo al lado de mi mamá en la infancia, a mí me enviaron a estudiar en un internado en España, así que nos encontramos más seguido cuando ya vivíamos en Colombia”.
De esos días rescata que recuerda al maestro Jaime viendo cómo pintaba. “Él también pintaba, hacía sus ensayos de modelos y dibujos, pero entonces él decidió dedicarse a muchas artes”, comenta. En ese proceso aprendió a hacer marionetas.
Y agrega que su próxima exposición, que se inaugura el próximo 28 de noviembre en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, le rendirá un gran homenaje a su hermano.
“Él siempre fue una figura mitad real y mitad ideal”, dice. Y por todo lo anterior, agrega Piedrahíta, el show debe seguir y él lo continuará. No se suspenden las funciones de la zarzuela ni del teatro de marionetas.
CULTURA 
EL TIEMPO
Olga Lucía Martínez
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