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Arte y Teatro

‘Yo era la persona más controlada de China’: Ai Weiwei

‘Forever Bicycles’ (‘Por siempre bicicletas’) es una de las instalaciones más famosas de Weiwei.

‘Forever Bicycles’ (‘Por siempre bicicletas’) es una de las instalaciones más famosas de Weiwei.

Foto:Sam Yeh / AFP

Tras su primera retrospectiva en Suramérica, el creador y activista habla de la vida en su país.

Cuando estuvo por primera vez en Argentina, el año pasado, Ai Weiwei –uno de los más polémicos artistas contemporáneos, referente cultural de este siglo y de la disidencia china– dejó en el aire frases fuertes: “Mi padre era considerado un enemigo del Estado, como me consideran a mí”; “Mi mayor temor es que se pierda la consciencia de la humanidad”, y “los Estados Unidos de Trump se parecen cada vez más a China”.
Arte y política son indiscernibles en su labor. Su obra se viraliza en las redes. Su tema es la realidad, vista desde los más débiles. La consciencia social planetaria lo mueve por el mundo, primero filmando y después presentando su documental ‘Human Flow’ (2017), que retrata la realidad de los refugiados en campos de países como Irak y Grecia.
Gran parte de su producción (objetos, instalaciones, obras en papel, ‘wallpapers’ y material audiovisual) puede verse en Buenos Aires: hasta el 2 de abril, Fundación Proa exhibe su esperadísima antología.
Su padre, Ai Quing, también fue artista y se formó en París. Lo encarcelaron cuando regresó a Shanghái, en 1932, por oponerse al Kuomintang (partido nacionalista chino). En prisión se hizo poeta. Lo condenaron a trabajos forzados. Ai Weiwei creció en un pozo. Su padre limpiaba baños y él conoció el hambre. El poeta quería que su hijo tuviera un oficio común, pero Ai Weiwei vio que el arte salvaba a su padre. Tenía algo que nadie podía tocar. En la oscuridad que habitaban, había un rastro de calidez en su corazón cuando escribía o dibujaba.
Ai Weiwei repitió la historia. Se formó en Estados Unidos entre 1981 y 1993, y regresó a China cuando su padre enfermó. Allí continuó con su producción artística y sus trabajos por los derechos humanos. Generó controversia con una investigación sobre las víctimas del terremoto de Sichuán (2008): denunció falta de transparencia en las cifras oficiales de víctimas, así como falencias en la construcción de un campus escolar que derivaron en muertes evitables.
Mientras exponía sobre este tema en Chengdu, la capital de Sichuán, fue golpeado por la policía. Su instalación no había sido más que la lista de más de 5.000 niños fallecidos en el terremoto. Sufrió una hemorragia interna y tuvo que ser sometido a una cirugía cerebral.

El 3 de abril del 2011 fue detenido en el aeropuerto internacional de Pekín. Pasó 81 días en la cárcel sin cargos y cinco años de vigilancia en los que no pudo salir del país

Más tarde, el Gobierno demolió su estudio en Shanghái: fue acusado de construirlo sin los permisos necesarios. Él explicó que lo había planificado bajo supervisión oficial, como muchos otros artistas que fueron instados a crear un espacio cultural. El 3 de abril del 2011 fue detenido en el aeropuerto internacional de Pekín. Pasó 81 días en la cárcel sin cargos (aludieron a “delitos económicos”) y cinco años de vigilancia en los que no pudo salir del país.
“Yo era la persona más controlada de China”, dice. Le habían intervenido el teléfono y el computador, y seguían sus movimientos. En el 2005 había comenzado a “romper el bloqueo” con un blog sobre arte que luego incluyó sus comentarios sobre las noticias. Sus posteos comenzaron a viralizarse en un contexto de falta de libertad de expresión. “Era más grande que un diario. A la gente le encantaba y a mí también”, recuerda.
La censura no tardó: le cerraban cada blog que abría y su nombre no puede aparecer en la Internet china. “Fue un proceso gradual: uno se enamora y comienza a expresar sus sensaciones –explica–. Comienzan las discusiones y surgen los activistas. Es muy sencillo. Por eso pensé que nada podía ser mejor que sentarme en mi computador y hacer eso”. Respecto del control estatal sobre Internet, es optimista: “Aún no encuentran la forma perfecta de hacerlo”. Hace dos años le dieron la visa y comenzó a viajar.
La exposición en Argentina incluye algunas de sus obras más notables, como las instalaciones ‘Semillas de girasol’ (100 millones de semillas de porcelana) y ‘Por siempre bicicletas’, con 760 de estos vehículos apilados. Luego, la muestra partirá hacia el Centro Cultural Banco do Brasil, de Río de Janeiro.
Ai afirma que la poesía es “la calidad superior para ejercer el poder de nuestra mente. Como hijo de un poeta, creo que la poesía es la forma más pura del arte. Espero que el mío llegue a ese estándar”. No tiene modales de estrella, viste de manera muy común y es un “adicto a las redes”. De voz baja y hablar pausado, Ai Weiwei conversó con nosotros en La Boca, escaso de sonrisas pero mirando a los ojos.
El año pasado viajó miles de kilómetros...
Durante el rodaje de ‘Human Flow’ viajamos por 20 países, visitamos 40 campos de refugiados y realizamos más de 900 horas de grabación de entrevistas.
¿Los refugiados son su mayor preocupación?
Es el foco del último año y medio, tiempo en el que hicimos cerca de 20 exhibiciones de arte; casi todas, relacionadas con refugiados.
¿Qué puede hacer el arte por ellos?
Sólo sé lo que el arte hace por mí: me ayuda a entender la situación y me da la responsabilidad de anunciar esta crisis humanitaria.
¿Ética y estética juntas?
Ética y estética van juntas con la moral y la filosofía. No entiendo el arte que no se preocupa por la humanidad. Si sólo se piensa para el mercado, es una vergüenza. Me moviliza la memoria, seguir aquello por lo que mi padre luchó. Y descubrir el mundo de hoy, que es tan distinto. Como artista, es mi obligación expresarme. A veces tenemos dudas sobre lo que hacemos, y por eso tenemos que aportar humor.
Su trabajo tiene mucho impacto y su mensaje es fácil de entender. ¿Es algo premeditado?
Quiero hablar en lenguaje sencillo a la gente común. Pienso que el arte tiene que servir para darles esperanza, para aliviarles dolores.
Pese a su constante mirada hacia los males del mundo, no parece alguien pesimista...
La vida es maravillosa aunque haya tantos problemas. La vida es un milagro. Debemos ser optimistas. Y nos sentimos bien si podemos luchar y hacer una diferencia.
¿Cómo ve al mundo?
Vivimos en una sociedad que cambia muy rápido. El futuro no es predecible. Los medios y redes sociales hacen que la información sea más accesible pero, a la vez, los Estados y el mercado son más poderosos que antes.
¿Internet es clave en su práctica artística?
La domina. Desde el 2007, documento y organizo mi labor mediante las redes, que es donde anuncio trabajos. Todos los días busco ahí noticias. Me ayuda a entender el mundo y es una herramienta para comunicarme y para inspirarme.

Vivir vigilado

“Desde que nací, mi familia ha sido vigilada –lamenta Ai Weiwei–. En China sientes que no tienes secretos porque el Estado es tan poderoso que puede hacer que entre familiares se denuncien. No puedes decir lo que piensas porque puedes ser enviado a un campo de concentración. Con la tecnología, es posible llegar a controlar todo. Es molesto”.

¿Quieren conocerme?, se dijo una vez a sí mismo. La respuesta fue poner 20 cámaras en su casa y transmitir su intimidad las 24 horas. Atrajo millones de miradas.

¿Quieren conocerme?, se dijo una vez a sí mismo. La respuesta fue poner 20 cámaras en su casa y transmitir su intimidad las 24 horas. Atrajo millones de miradas. Entonces las autoridades le pidieron que las apagara. “Siempre trato de usar su lógica. Aun así, muchas veces me sorprenden”, ironiza.
Un día, mientras paseaba por un parque con su hijo, notó que alguien entre los árboles le sacaba fotos. Parecía un turista, pero igual logró sacarle al hombre la tarjeta de memoria y se fue a su casa sintiéndose mal. Tenía dudas, pero cuando puso la tarjeta en su computador encontró imágenes del restaurante donde había ido a comer el día anterior, de su chofer, de su hijo. “¿Para qué necesitaba esas imágenes la policía secreta? Es un mundo paralelo donde la vida secreta de los ciudadanos es investigada para encontrar algún tipo de idea”, se contesta.
En otra oportunidad encontró un micrófono muy pequeño escondido en su casa. Abrió las conexiones eléctricas y encontró otros tres. Les puso un pequeño explosivo al lado para que hiciera ruido. “Entonces me pidieron que les devolviera los micrófonos porque eran propiedad del Estado –cuenta–. Se excusaron diciendo que habían olvidado sacarlos”.
¿Qué tan importante es la libertad de expresión?
Es la más importante cualidad del ser humano y la más crucial para los artistas. Sólo con libertad de expresión nos volvemos individuos, nos conocemos y podemos decirle al mundo quiénes somos.
Cuando su papá perdió la libertad, se volvió poeta. ¿Qué le pasó a usted cuando perdió la suya?
Mi padre perdió la libertad de por vida. Era un escritor que tenía prohibido escribir. Crecí con eso. Entiendo cómo es. Hoy tampoco hay libertad en China. No tenemos medios independientes, no tenemos derechos ni voto. Con la libertad de expresión, la sociedad perdió parte de su humanidad, no tiene poder, no hay futuro.
¿Tiene miedo de volver?
Soy muy cauto porque mis abogados siguen presos, lo mismo que la mayoría de mis amigos. Fake está ahí, pero no funciona oficialmente (Beijing Fake Cultural Development Ltd. es su compañía; según la policía china, evadió impuestos y destruyó las pruebas). No la cerraron, pero tampoco puede funcionar. Nunca tengo una respuesta directa.
¿Cómo es su vida hoy?
Maravillosa. Vivo en hoteles y viajo con mis colegas. Mi hijo está conmigo. Tengo base en Berlín.
Su reciente viaje a Chile tuvo que ver con su padre...
Mi padre y (Pablo) Neruda eran amigos. Él lo recibió en Chile y después mi padre lo recibió en China. Por eso quise llevar a mi hijo a su casa, donde mi padre juntaba caracoles en la playa.
¿Qué aspecto de nuestra sociedad podría motivar una obra suya?
Puedo ver el problema de la polución a 50 metros de aquí, en el Riachuelo. Esas aguas son el resultado de un incontrolado abuso del ambiente. En China está pasando también. Los países, por querer ser ricos, sacrifican demasiado. Eso es muy malo para los chicos, para todos, y lleva mucho tiempo y dinero tratar de repararlo. En una sociedad democrática y saludable, esas cosas pueden llegar a cambiarse gradualmente.
MARÍA PAULA ZACHARÍAS
LA NACIÓN (Argentina) - GDA
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